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Argentina, la lucha continua....

La clase trabajadora a diez a�os de la rebeli�n popular

Aldo Casas

Herramienta

En el curso del presente a�o y con pocos meses de diferencia, habr� una nueva elecci�n presidencial (la tercera desde 2003) y se conmemorar�n diez a�os de la rebeli�n popular que puso fin a la presidencia de Fernando de la R�a. Acontecimientos tan distintos est�n sin embargo relacionados. Aquella irrupci�n popular "destituyente" conmovi� hasta las ra�ces del r�gimen y tuvo como respuesta, tras algunas semanas de total incertidumbre, el transitorio mandato de Eduardo Duhalde y, algunos meses despu�s, la salida electoral que puso a N�stor Kirchner en la Casa Rosada, iniciando una gesti�n que se prolonga en la de Cristina Fern�ndez de Kirchner.

El levantamiento no revolucion� la estructura socioecon�mica del pa�s, pero transform� sustancialmente el panorama y las reglas del juego pol�tico, los equilibrios internos del establishment y el comportamiento de las clases subalternas. 

Al asumir, N�stor Kirchner anunci� un "proyecto nacional y popular" que, seg�n dicen hoy algunos "progresistas" y gran parte de los dirigentes sindicales, viene haciendo realidad las aspiraciones de los trabajadores. La oposici�n patronal, en el otro extremo, denuncia que el populismo y la permisividad gubernamental alientan una escalada sindical contra la rentabilidad empresaria y la propiedad privada. M�s all� de la ret�rica de unos y otros, importa examinar el conflicto social en sus rupturas y continuidades. �Qu� cosas han cambiado desde el punto de vista del trabajo? �Cu�l es el protagonismo de los asalariados? �Qu� pasa en/con los sindicatos?

Me aproximar� a estas cuestiones escogiendo tres n�cleos problem�ticos: lo ocurrido en el momento de la rebeli�n popular y lo m�s �lgido de la crisis; el panorama que resulta de los sucesivos gobiernos kirchneristas (y el revitalizado rol de los jerarcas sindicales); y la crisis del "modelo sindical argentino" como el contexto de tradiciones en disputa. Son sint�ticas anotaciones referidas a una lucha de incierto desenlace. Proponen una interpretaci�n, que es indisociable de un compromiso pr�ctico y una apuesta pol�tica. Esto es deliberado: considero que el an�lisis contemplativo resulta, especialmente en �ste terreno, inadecuado: "Quien no pueda tomar partido, debe callar" (Benjamin, 1987: 45).

I. Diciembre de 2001 - junio de 2002... El "Movimiento Obrero Organizado" falt� a la cita.

La rebeli�n popular de diciembre de 2001, como generalmente ocurre con este tipo de acontecimientos, no obedeci� la convocatoria de tal o cual dirigente. Fue detonada por una aguda crisis econ�mico-social y desatinadas medidas gubernamentales. Contra la insultante miseria que empujaba a saqueos multiplicados en las im�genes televisivas, contra "el corralito", contra el estado de sitio dictado por la soberbia del poder, inesperadamente, una multitud sali� a "cacerolear", gan� las calles de varias ciudades y en Buenos Aires se auto-convoc� a Plaza de Mayo para instalar, en el m�s simb�lico espacio p�blico, aquella exigencia que fue una pesadilla para los de arriba: "Que se vayan todos". El frontal repudio a toda una clase pol�tica inoperante y corrompida y la s�bita irrupci�n de masas con vocaci�n protag�nica puso en evidencia que no se estaba ante una crisis econ�mica m�s, sino en el torbellino de una profunda crisis org�nica en la cual los mecanismos que expresan y realizan la hegemon�a de la clase dominante estaban radicalmente cuestionados.

Lo espont�neo suele incluir una larga y trabajosa preparaci�n. En este caso, a lo largo de todo el a�o 2001 se hab�an sucedido, potenci�ndose mutuamente, ominosas expresiones de la crisis econ�mica y protestas sociales cada vez m�s extendidas. A los reclamos de las organizaciones "piqueteras" que ven�an gest�ndose desde los noventa, se sum� una escalada de huelgas, especialmente de trabajadores p�blicos nacionales y provinciales. La tensi�n creci� a punto tal que la Huelga General Nacional convocada por las direcciones sindicales el 13 de diciembre fue convertida por los activistas de base en un "paro activo" con acciones de lucha callejera y los acontecimientos se hicieron vertiginosos... Pero cuando decenas de miles pugnaban por ocupar la Plaza de Mayo y era preciso poner el cuerpo a la criminal represi�n policial, la Confederaci�n General del Trabajo (CGT), el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) y la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) sacaron a sus militantes de la calle y los mandaron a la casa. La firmeza o inteligencia pol�tica con que las c�pulas sindicales hab�an acompa�ado la lucha popular es muy discutible, pero lo que no admite discusi�n es que, en el momento decisivo de la rebeli�n, cuando la represi�n tronch� una treintena de vidas, el "Movimiento Obrero Organizado" falt� a la cita.   

Durante los tumultuosos meses que siguieron, la CGT, el MTA e incluso la CTA aplicaron aquel consejo que Per�n hab�a dado al vandorismo tras el golpe militar de Ongan�a: desensillar hasta que aclare. Las organizaciones piqueteras y el movimiento asambleario nacido en las jornadas de diciembre, a despecho de contradicciones y debilidades, lucharon por sus reivindicaciones y trataron de plantear alguna salida popular. Las burocracias sindicales, en cambio, activamente o por omisi�n, acompa�aron las disputas palaciegas que pusieron y sacaron presidentes de la Casa Rosada hasta imponer a Eduardo Duhalde. Con el argumento de respetar "el marco de las instituciones y la Constituci�n", se impuso a un presidente que nadie hab�a votado. Lo que importaba era desmovilizar a la gente y arreglar las cosas por arriba. 

La par�lisis de la dirigencia sindical cuando el r�gimen se hund�a en el descr�dito y la clase dominante en una total confusi�n, ilustra la impotencia y decadencia pol�tica a que hab�a llegado la conducci�n del movimiento obrero. Pero lo que termina de descalificarla es que aceptaron mansamente el brutal "ajuste" antiobrero con que Duhalde sali� de la "convertibilidad" v�a devaluaci�n, lo que "signific� la redistribuci�n del ingreso desde el conjunto del pueblo trabajador hacia los grandes capitales: en la presente d�cada, los asalariados se apropian cerca del 38 % de los ingresos totales. La contracara: tasas de ganancia para el gran capital superiores 50 % a los noventa" (F�liz/L�pez, 2010: 133).

Insisto y subrayo: la CGT –conducida entonces por Daher–, el MTA liderado por Moyano y en menor grado la CTA, ayudaron a mantener en la pasividad al movimiento obrero organizado en el momento mismo en que Duhalde buscaba aterrorizar y disciplinar a la poblaci�n. Sabemos que solo lo consigui� parcialmente, porque la reacci�n popular tras la "Masacre del Puente Pueyrred�n" del 26 de junio llen� nuevamente de manifestantes la Plaza de Mayo, cort� masivamente calles y puentes y acorral� a Duhalde oblig�ndolo a anticipar el fin de su gesti�n y convocar a elecciones. Pero tambi�n en aquellas jornadas de junio y julio de 2002 los bur�cratas y aparatos sindicales estuvieron ausentes.

Concluyendo: las c�pulas sindicales "se borraron" en momentos decisivos de la lucha de clases. Minimizaron el posible aporte del movimiento obrero organizado a la rebeli�n popular y, al hacerlo, no solo debilitaron la movilizaci�n en general, sino que en particular facilitaron el brutal agravamiento de la explotaci�n a los trabajadores mismos. Privilegiaron resguardar sus intereses "corporativos" o m�s precisamente de "cuerpo social" crecientemente autonomizado de la clase y los interesas generales del sistema y el Estado al que procuran integrarse. Rechazo la postura de quienes minimizan la responsabilidad de Moyano y compa��a con la afirmaci�n c�nica y arbitraria de que "los trabajadores argentinos tienen los dirigentes que quieren y se merecen". No se me escapa que el colaboracionismo de la conducci�n burocr�tica puede y debe ser discutido, tambi�n, en el cuadro m�s vasto de la crisis general del sindicalismo y, si se quiere, de la clase obrera misma. Pero esa ser�, en todo caso, otra discusi�n.     

II. Moyano, los trabajadores y el kirchnerismo: entre el agradecimiento y la lucha

Hugo Moyano no se cansa de repetir que nadie hizo tanto como N�stor Kirchner por los trabajadores y que, en agradecimiento por todo lo conseguido, la CGT de la cual es secretario general, rinde homenaje al desaparecido presidente, respalda a Cristina Fern�ndez de Kirchner y apuesta a la continuidad del "proyecto". Significativamente, el dirigente camionero asumi� el cargo que Kirchner dej� vacante en la conducci�n del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires.

Cualquier interpretaci�n cr�tica de este posicionamiento debe comenzar por recordar que hasta hace muy poco Moyano no era kirchnerista. En las elecciones presidenciales de 2003, el l�der del MTA enfrent� a N�stor Kirchner y al Frente para la Victoria apoyando p�blicamente la candidatura de Adolfo Rodr�guez Sa�, y puso a hombres de su confianza[1] en las boletas del pol�tico puntano. Durante los primeros tiempos del gobierno de Kirchner, las relaciones se mantuvieron relativamente tensas, al menos hasta que Moyano logr� desplazar a sus competidores y afirmarse en la c�pula de la CGT con el visto bueno oficial. En la misma jugada, el nuevo "hombre fuerte" de la CGT logr� que el gobierno "olvidara" el semi compromiso de reconocer a la CTA y que la plana mayor del kirchnerismo pasara a reivindicar la "legitimidad", la "prudencia" y la "capacidad" de los dirigentes sindicales (en general) y de Moyano (en particular).

La reivindicaci�n que de la burocracia hizo Kirchner tiene importancia simb�lica y pol�tica, porque la restituy� en el destacado sitial que, dentro del peronismo, hac�a tiempo hab�a perdido. Tiene tambi�n una dimensi�n institucional: la ratificaci�n del "modelo sindical" con el blindaje del Estado. Y por �ltimo, pero no en importancia, est� el costado material: el perfil de "sindicalismo empresarial" adoptado por la burocracia recibi� un formidable impulso cuando se asegur� ya no solo el discrecional manejo de los fondos sindicales y de las Obras Sociales con millonarios subsidios, sino tambi�n la posibilidad de meter mano en los fondos del ANSES y del PAMI, obtener partidas extraordinarias, contactos y "facilidades" para que los aparatos sindicales y sus popes acumularan recursos y "diversificaran" las fuentes de financiamiento, con sesgos mafiosos.[2] Quid pro quo: la burocracia devolvi� los favores al gobierno, negociando "con responsabilidad y moderaci�n" ante las patronales y convirti�ndose en su principal pilar: contra la oposici�n burguesa en el momento en que hizo falta, pero tambi�n y sobre todo como factor org�nico de contenci�n de la clase, haciendo aceptar  los "techos salariales" impuestos por el gobierno y bloqueando la confluencia de las reivindicaciones y luchas de los asalariados.

Puede decir Moyano que le fue muy bien con los Kirchner. Pero a los trabajadores no les fue tan bien. Es indudable que la situaci�n de los asalariados tuvo un vuelco positivo a partir de 2004: mayor nivel de empleo, recuperaci�n salarial, restablecimiento de paritarias y convenios colectivos e incluso cambios en la legislaci�n y jurisprudencia laboral que morigeran la contrarreforma conservadora de las �ltimas d�cadas. La mejora relativa no se deriv� mec�nicamente de la acelerada recuperaci�n de la econom�a nacional despu�s del colapso sufrido, pues la gran burgues�a de nuestro pa�s, acostumbrada como est� a amasar r�pidas y extraordinarias ganancias sobre la base de la superexplotaci�n del trabajo (y de los bienes comunes), nunca regala nada. Si algo cedieron, fue porque los trabajadores, pasado lo peor del 2003 y aprovechando un contexto todav�a marcado por cortes de calles, manifestaciones y otras acciones directas, comenzaron a plantear sus reclamos con petitorios, asambleas, suspensi�n de actividades e incluso paros. Fueron acciones y luchas parciales e inconexas, pero muy extendidas. Mastodontes sindicales que hac�a d�cadas no sal�an a la calle (por ejemplo, la Uni�n Obrera Metal�rgica) debieron sacudirse la modorra y combinar la negociaci�n "por arriba" con alguna huelga y manifestaciones sectoriales, en una gimnasia que, aun siendo controlada, posibilita alguna expresi�n de base. No puede ignorarse, por otra parte, la influencia de los conflictos "duros" ("huelgas salvajes" seg�n los medios) que m�s o menos c�clicamente desbordaron el control burocr�tico, logrando a veces conquistas significativas y, en todos los casos, ejemplificando una potencialidad de lucha que las patronales, el gobierno y los bur�cratas temen y combaten, pero no pueden erradicar.

El balance del per�odo es complejo y contradictorio. Un problema es que la din�mica de las mejoras en el nivel de empleo y los salarios parece haberse estancado desde el 2008.[3] Pero lo esencial es que la misma mejor�a que un sector de la clase sinti�, estuvo acompa�ada por el incremento invisibilizado de la precarizaci�n, el trabajo en negro (que alcanza a casi un 40 % de la fuerza laboral), los tercerizados y el trabajo esclavo, que no est� circunscrito como pretenden hacerlo creer el Ministerio de Trabajo y la AFIP a unas pocas actividades rurales. Las diferencias se han incrementado: los trabajadores "no registrados" cobran, en promedio, la mitad de lo que perciben los que est�n en blanco. Hay categor�as (petroleros, mineros, aceiteros, camioneros...) que conquistan salarios comparativamente muy altos, pero los ingresos de una gran franja de la clase se estancan o retroceden. Un 20 % de los salarios son recortados "por arriba" pues debe tributar impuesto a las ganancias (!) y en la otra punta se encuentran los nuevos "pobres por ingreso"–quienes trabajan en blanco por un salario que no cubre el valor de la canasta familiar–. Y la inflaci�n golpea duramente a los sectores m�s desprotegidos. Esta fragmentaci�n objetiva, consentida y alentada por el actual modelo sindical, tiene consecuencias subjetivas: la conciencia e identidad de clase siguen desarticuladas, la solidaridad y la defensa de intereses comunes es desacreditada y reemplazada promoviendo mezquinas prebendas corporativas. Expresi�n extrema de esto es la asociaci�n de los bur�cratas de la Uni�n Ferroviaria en la superexplotaci�n de los ferroviarios tercerizados, que lleg� al deliberado asesinato de Mariano Ferreyra por parte de la patota de Pedraza. Y, como si eso fuera poco, las ignominiosas "medidas de fuerza" dispuestas tanto por la UF como por La Fraternidad contra el ingreso a planta de los precarizados. En definitiva, junto con la bonanza econ�mica y los altos �ndices de crecimiento, han crecido la desigualdad y la miseria social. Un pu�ado de empresas transnacionales y amigas del gobierno est� ganado como nunca, mientras gran parte de la poblaci�n sigue en la indigencia o la pobreza, el problema habitacional en las grandes ciudades ha devenido explosivo y las carencias en materia de salud y educaci�n son terribles. Que Moyano diga lo que quiera. Yo pienso que no es momento de agradecimientos, sino de lucha.

III. El "modelo sindical" en crisis. Tradiciones en disputa

La CGT y su actual Secretario General se muestran ostensiblemente como un factor de poder que, encolumnado hoy tras Cristina Kirchner, disputa espacios en el Partido Justicialista, en las futuras boletas del Frente para la Victoria, e incluso adelanta que alg�n futuro presidente deber�a provenir del movimiento sindical. Tienen recursos. Han exhibido una capacidad de movilizaci�n y encuadramiento que ning�n partido tiene. Presionan y negocian con las organizaciones empresarias como hac�a tiempo no se ve�a. Prometen por un lado combatir a "la zurda loca" y por el otro reclaman "participaci�n en las ganancias" provocando reacciones paranoicas en la gran burgues�a.

�La Patria Sindical recargada? No lo creo. El poder concentrado de Moyano no basta para convertir a la CGT en lo que dice ser: una gran organizaci�n de masas, con el reconocimiento y adhesi�n de la totalidad de los trabajadores. Ni mucho menos. La c�pula de la CGT lo sabe y precisamente por ello insiste en que el Estado le conceda el monopolio de la representatividad de la clase trabajadora, argumentando que ese es "el modelo sindical argentino". Veamos esto m�s de cerca.

La CGT exige lo que se denomina "unicidad sindical": el Estado debe reconocer una central nacional, un sindicato por industria o rama de actividad y una representaci�n del personal en cada lugar de trabajo. El monopolio de la representatividad sindical est� acompa�ado por la centralizaci�n de la negociaci�n colectiva y la concentraci�n de la  autoridad y los recursos en la c�pula nacional de cada sindicato: es la dictadura de los cuerpos org�nicos. Pero estas prescripciones se chocan con la realidad y hacen agua por todos los costados. La misma CGT parece atada con alambres, bajo una conducci�n unipersonal impuesta en base al poder�o (y procedimientos que rondan con lo mafioso) del sindicato de camioneros. Es una CGT en la que no funciona el Congreso, no se re�ne el Comit� Central Confederal y el mismo Consejo Directivo evita cualquier deliberaci�n: todo se cocina por arriba y en secreto. M�s all� de la com�n defensa de sus privilegios y chanchullos de casta, los campeones de la unicidad est�n divididos. Los sindicatos manejados por los llamados "Gordos" se mantienen con un pie adentro y otro afuera, esperando una oportunidad para desplazar a Moyano. Otros, siguiendo al Gastron�mico Barrionuevo y al ahora doblemente famoso "Momo" Venegas (aliados pol�ticos de Duhalde) hicieron rancho aparte constituyendo la "CGT Azul y Blanca". Todos ellos dependen del favor del Estado.

Asimismo, a despecho de los pretextos dilatorios del Gobierno y el Ministerio de Trabajo, desde 1992 existe otra entidad sindical nacional, la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). M�s all� de sus m�ritos y falencias, es indiscutible que se trata de una organizaci�n con existencia real, con afiliados en todo el pa�s y reconocida como una organizaci�n hermana por la mayor parte de las centrales obreras de nuestra Am�rica. Desde hace a�os, la Organizaci�n Internacional del Trabajo exige el inmediato otorgamiento de la personer�a gremial a la CTA.

Pero la principal expresi�n de la crisis del modelo sindical no son las divisiones de la CGT ni la competencia de otra entidad. La crisis consiste en que m�s de la mitad de los trabajadores no tiene filiaci�n sindical y, lo que tal vez sea peor, en que en la abrumadora mayor�a de los lugares de trabajo no existen delegados ni forma alguna de organizaci�n gremial. Se lleg� a esta situaci�n por m�ltiples factores: los efectos a largo plazo del terrorismo de Estado que se ensa�� con el activismo obrero, las derrotas sufridas cuando la ofensiva neoliberal y los subsiguientes cambios en la organizaci�n del trabajo, las persecuciones y pr�cticas antisindicales de las patronales, el impacto subjetivo de la fragmentaci�n conducente al individualismo y la p�rdida de confianza en la acci�n colectiva. Pero la burocracia carga tambi�n con su propia e inmensa responsabilidad en todo esto: porque algunos fueron colaboracionistas e incluso delatores de la dictadura militar sin que al resto de los "compa�eros" dirigentes se le moviera un pelo, porque se adaptaron al neoliberalismo asumiendo el perfil del "sindicalismo empresarial" y convirti�ndose ellos mismos en empresarios, porque se ponen de acuerdo con las patronales para detectar y hacer despedir a los compa�eros insumisos, porque la estrechez corporativa de cada sindicato promueve activamente la divisi�n e incluso el enfrentamiento entre los trabajadores. Por todo esto, la realidad es que hoy la gran mayor�a de los trabajadores siente un profundo rechazo ante estos dirigentes millonarios y el aparato con rasgos mafiosos en que se apoyan. Son considerados, con sobrados motivos, un cuerpo extra�o, motorizado por sus propios intereses y potencialmente peligroso.

No ser� sencillo sacarse de encima la loza burocr�tica peronista y recuperar la otra tradici�n de nuestro movimiento obrero, la que justificaba hablar de "la anomal�a argentina" aludiendo al grado de combatividad y politizaci�n que desafiaba desde abajo, desde los cuerpos de delegados, las comisiones internas, las agrupaciones combativas y clasistas, tanto a las dictaduras militares como a la dictadura de los cuerpos org�nicos. Todo lo que pueda contribuir o facilitar ese tit�nico empe�o ser� bienvenido. Se sabe que existiendo muchos pedidos de inscripci�n gremial que el Ministerio de Trabajo cajonea, crecen las demandas judiciales: para lograr la inscripci�n y reconocimiento de nuevas organizaciones, para revertir o condenar casos de discriminaci�n antisindical, para frenar los burdos mecanismos antidemocr�ticos a los que recurren los jerarcas sindicales para bloquear cualquier atisbo de oposici�n. Alg�n fallo dispuso el reconocimientos de delegados que hab�an sido electos pese a no ser afiliados al sindicato con personer�a; otro dictamin� que los fueros gremiales tambi�n proteg�an al directivo de un sindicato sin personer�a... Son brechas legales y jur�dicas que en determinados casos pueden ayudar a organizarse. Pero no cabe alentar falsas esperanzas: los �nicos cambios efectivos y duraderos son los que se construyen desde abajo y se sostienen con la lucha. La unicidad es mala, pero sobran ejemplos de que la "libertad sindical" puede no ser mejor. Se requieren cambios de fondo y no parches. Una batalla de conjunto: por libertad sindical, por democracia obrera, por el clasismo, esto es, organizarse para enfrentar el poder del capital dentro de las empresas y fuera de ellas, impulsando la autoactividad de los trabajadores (en toda su diversidad: de g�nero, etaria, de registraci�n, etc�tera). Mucho de esto late en las experiencias de lucha y organizaci�n que rompen la loza burocr�tica protagonizando lo que ha dado en llamarse sindicalismo de base. Conforman una corriente muy heterog�nea, incipiente y minoritaria, pero con ra�ces profundas. La toma de f�bricas y el intento de mantener en funcionamiento a las empresas recuperadas por los trabajadores ya es parte del repertorio de la lucha de clases, pesa en ello la emblem�tica victoria lograda por los trabajadores ceramistas de la ex Zan�n. En varias ocasiones las huelgas docentes (en Santa Cruz, en Neuqu�n...) fueron ejemplares, por sus m�todos asamblearios, combatividad en la calle e independencia del gobierno. Los reclamos de libertad y democracia obrera han estado presentes en conflictos de notable envergadura y repercusi�n. En la multinacional Kraft, una larga lucha articul� las demandas m�nimas con la defensa de los delegados por sector y una comisi�n interna antiburocr�tica. Se destaca la gesta de los trabajadores de los subterr�neos de la Capital Federal, que desde abajo han organizado e impuesto el nuevo sindicato del subte, quebrando el triple veto de la Uni�n Tranviarios de Argentina (UTA), la CGT y el Ministerio de Trabajo de la Naci�n. Silenciadas en general por la prensa, en numerosas luchas han surgido organizaciones ad hoc o autoconvocadas a trav�s de las cuales las bases desbordan en determinados momentos el boicot de los aparatos sindicales. Todo esto constituye una pl�tora de experiencias y luchas diversas, que plantea el desaf�o de reconocer esa diversidad para, con ella y desde ella, construir una com�n voluntad emancipatoria.

Para asumir este desaf�o debemos tambi�n atrevernos a oponer, a la tradici�n que esgrime y cultiva la burocracia, la memoria de las luchas y de los combatientes que la historia oficial enterr�, pero nosotros podemos y debemos rescatar o redimir. Repasando la historia a contrapelo, podremos saltar sobre un abismo de sangre y olvido para reencontrarnos con los vencidos de ayer que, a pesar de la derrota, o precisamente porque fueron derrotados, siguen denunciando a los traidores, advirti�ndonos sobre el peligro que nos acecha, record�ndonos en definitiva que la �nica lucha que se pierde es la que se abandona. Aquellas constelaciones  o rel�mpagos subversivos de la resistencia peronista, del Cordobazo, de las coordinadoras interfabriles, y mucho m�s cerca a�n, de Dar�o Santill�n en la estaci�n que bautiz� con su gesto solidario y con su sangre, nos orientan, nos iluminan, nos dan fuerza: "La relaci�n entre el hoy y el ayer no es unilateral: en un proceso eminentemente dial�ctico, el presente aclara el pasado y el pasado iluminado se convierte en una fuerza en el presente" (Lowy, 2005: 71).

Nuestro combate es aqu� y ahora, por el pasado y por el futuro.  

Aldo Casas es Antrop�logo, Universidad de Buenos Aires. Miembro del consejo de redacci�n de la revista Herramienta y de la Asociaci�n Antonio Gramsci de la Argentina. Colaborador de revistas extranjeras como Carr� rouge, A’l�ncontre, Margem Esquerdo y Venezuela Socialista. Integrante del Frente Popular Dar�o Santill�n. Entre sus trabajos publicados se encuentra la preparaci�n de la 2� edici�n de Un siglo de luchas. Historia del movimiento obrero argentino, Buenos Aires, Ant�doto, 1988; Despu�s del estalinismo. Los Estados burocr�ticos y la revoluci�n socialista, Buenos Aires, Ant�doto, 1995; "Drogadicci�n", salud y pol�tica, en Cuadernos de Herramienta 2, Buenos Aires, 2002. Compil� y revis� la traducci�n del franc�s de Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura cr�tica, de Daniel Bensa�d, Ediciones Herramienta , 2003. En los diferentes n�meros de Herramienta, se pueden encontrar varios de sus trabajos. Correo electr�nico: aldo@herramienta.com.ar 

Bibliograf�a

Benjamin, Walter, Direcci�n �nica. Alfaguara: Madrid, 1987.

F�liz, Mariano / L�pez, Emiliano: "Pol�ticas sociales y laborales en la Argentina". En: F�liz, Mariano et al. (eds.), Pensamiento cr�tico, organizaci�n y cambio social: de la cr�tica de la econom�a pol�tica a la econom�a pol�tica de los trabajadores y las trabajadoras. CECSO, Editorial El Colectivo: Buenos Aires, 2010.

L�wy, Michael, Walter Benjamin, Aviso de Incendio, Fondo de Cultura Econ�mica: Buenos Aires, 2005.

Notas

[1] Entre otros, Hector Recalde y Julio Piumato.

[2] Lo de sindicalismo empresarial tiene m�ltiples connotaciones: en lugar de organizar la lucha, "ofrecer servicios al afiliado"; gerenciar el sindicato y la obra social con criterios de rentabilidad, hacer inversiones, al l�mite devenir accionistas de empresas capitalistas, etc�tera. En el caso argentino, ha significado tambi�n la acelerada conversi�n personal de los bur�cratas y sus familiares en empresarios multimillonarios.      

[3] Se advierten tanto una disminuci�n en el ritmo de creaci�n de nuevos empleos como el incremento de la inflaci�n, a punto tal que en los dos �ltimos a�os los salarios de los empleados p�blicos y los trabajadores no registrados han perdido poder adquisitivo. Art�culo del economista Gustavo Ludmer en P�gina 12, 7/2/2011.

Revista Herramienta N� 46.  http://www.herramienta.com.ar/

Fuente: lafogata.org

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