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Argentina, la lucha continua....

Córdoba: Wenceslao Cabral (h) en aquellos días terribles

Aracely Maldonado
PRENSA RED

Un fragmento en la historia de nuestro compañero Wenceslao Cabral (h), corrector de Comercio y Justicia, socio de esta cooperativa de trabajadores, quien en las horas revueltas de los '70 vivió apasionadamente la militancia, el amor, la paternidad, y padeció con la misma intensidad el encierro y el exilio.

A pesar de los pesares, Wenceslao conserva en su mirada el fulgor de esos años, sobre todo cuando habla sobre su participación en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en el que se alistó -en el área Propaganda- tras la asunción del gobierno de Héctor Cámpora, en 1973: "El Tío", para los jóvenes militantes de los 70.

También su sonrisa se agiganta en ese mentón prominente cuando recuerda a Laura, en plena militancia, la mujer que el 11 de febrero de 1975 lo hizo papá por primera vez.

Sólo cuatro días más tarde, el 15 de febrero, Wenceslao y Laura fueron detenidos y llevados al D2.

El pequeño Martín quedó al cuidado de sus abuelas, fundamentalmente de Lala, la abuela materna, quien debía llevar a ese bebé, de cuatro días de edad, al Departamento de Informaciones para que su mamá lo amamantara. "Estábamos incomunicados, así que Lala le tenía que entregar el bebé a nuestros torturadores", relata Wenceslao, y repite lo que le contaron: "Inclusive hay quienes dicen que en el trayecto entre la guardia del D2 y mazmorra lo pellizcaban para que Martín llorara y Laura se conmoviera y aflojara, una forma de tortura psicológica mediante un bebé de cuatro días... Ése era el elemento policial que pretendía disfrazarse -y pretendieron disfrazar- de defensor de la patria".

Luego, a él lo trasladan a la cárcel de Encausados y a ella a la del Buen Pastor, de donde se fuga el 24 de mayo de 1975 junto a una veintena de compañeras. Eran las 9 de la noche, y si bien el régimen de detención de ese momento permitía a las presas tener consigo a sus hijos de hasta dos años de edad, ese día a esa hora no había niños dentro de la cárcel: los habían ido entregando a sus familiares a medida que se acercaba la fecha de la fuga.

Por eso, entre junio y septiembre de 1975 Martín visita a su papá en la cárcel.

Un remanso entre tanto desasosiego

Martín había cumplido nueve meses cuando, en octubre de ese año, su abuela Lala lo lleva a Buenos Aires para que se reúna con su madre, con quien permanece hasta 1979. Fueron años extremos los que vivieron, en total y absoluta clandestinidad, en la peor estapa de la represión, en el conurbano bonaerense.

No hay resentimiento en sus palabras, a veces sólo un dejo de tristeza.

Pero lo peor llegó con el golpe. A partir del 24 de marzo, ya en la primera requisa "nos quitan todo. Absolutamente todo, en el sentido más literal del término. Y todo era todo. Quedamos con la ropa puesta y una colcha". Narra Wenceslao que se ensañaron con los libros que, además de su contenido, tenían valor afectivo; pero que también se llevaron objetos de valor material, como radios, televisores… "Trofeos de guerra, de esa guerra que ellos inventaron, contra presos indefensos", dice. (Hace una digresión: cuenta que de la casa de Laura y de él, de Alta Córdoba, el D2 se robó "hasta el bidet"…).

Añade que por suerte las celdas de la penitenciaría de barrio San Martín, por no ser una cárcel de máxima seguridad, eran colectivas: "En la nuestra éramos unos 15, fantástico porque podíamos tener vida social".

No sería lo mismo en Sierra Chica, adonde lo llevan el 1 de octubre de 1976. Pero para ello faltarán algunos meses.

-Al período de la UP1 podría adjetivarlo como extremadamente cruel. No obstante, hubo tres factores que nos permitieron salir razonablemente enteros: la unidad y la fortaleza psicológica e ideológica.

-Ustedes fueron presos en democracia y, por lo tanto, estuvieron sujetos a juicio. ¿Qué cargos les hicieron?

-En ese momento ya había dos tipos de presos políticos. Por un lado estábamos los que ingresamos antes del golpe de Estado, la mayoría de los cuales a disposición de la Justicia federal. Como habíamos caído en épocas del gobierno constitucional, se nos imputaban los cargos de asociación ilícita e infracción a la ley 20840 de Seguridad Nacional -que había sido, dicho sea de paso, aprobada por el gobierno de Perón-. Y por otro lado, estaban los presos que cayeron después del golpe, quienes pasan a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en virtud del estado de sitio o directamente del Ejército y de los "consejos de guerra" de las Fuerzas Armadas.

La mayoría de los presos que fueron asesinados de o en la UP1, en ese período –destaco los casos de José René Moukarzel y Miguel Ángel Ceballos, con quienes tuve una convivencia estrecha y de quienes mucho aprendí-, estábamos a disposición de la Justicia federal, éramos totalmente legales, con lo quiero decir que se nos imputaba la comisión de delitos, haber infringido leyes... Lo que en mi opinión aumenta la importancia de los asesinatos de esos compañeros -cuyo juicio concluyó en diciembre pasado-, porque la autoridad que regía sobre nosotros era un juez federal, un juez de la Constitución, no usurpadores del poder como eran las Fuerzas Armadas, milicia de ocupación de su propio país.

Pero ya nos lo había dicho el general Sasiaín, en los primeros días de abril: ‘¡De aquí (de la cárcel) van a ir saliendo… de a poco… pero con los pies para adelante!’. Le servía en ese momento de acólito el ahora condenado a perpetua Mones Ruiz quien, ante el acoso verbal, moral y físico al que me sometía, obtuvo de mí una respuesta que, por la sorpresa que mostró, interpretamos no se esperaba: en voz alta yo reconocí que pertenecía al ERP, principalmente especulando con la posibilidad de que dejara de hostigarme, lo que efectivamente sucedió: después de algunos segundos, con delicadeza me tomó del pelo –mi cabeza estaba contra la pared-, me la dio vuelta e hizo que lo mirara a la cara. Me dijo: ‘¿Así que Ud. es del ERP?... Ya va a saber cómo les va a los del ERP…’. Ante sus palabras -y la de Sasiaín- mi conducta pudo significar mi propia condena a muerte.

Posteriormente, en julio, cuando el cabo Pérez asesina a Paco Bauducco con la anuencia de Mones (Ruiz), momentos antes éste había estado en mi celda -la 11 del pabellón 8-, había ido directamente hacia mí y "me había recordado" el diálogo de abril: ‘¿Se acuerda cuando yo estuve aquí la otra vez, con un general, y Ud. me dijo que era del ERP?’ ‘No’, le respondí, a sabiendas de que mentía. ‘Ya lo voy a hacer acordar…’, me dijo calmada pero amenazadoramente. Una hora después ocurría la muerte de Paco… Es muy cruel lo que voy a decir… pero si ésta no hubiera ocurrido, es muy probable que el muerto hubiera sido yo.

"A las seis en punto se apagaba el sol para nosotros"

A la "U2" Sierra Chica hubo dos traslados. El primero fue el 1 de octubre de 1976 y el segundo en noviembre de ese mismo año. A pesar de que "Sierra" era una cárcel de máxima seguridad, la situación –según Wenceslao- mejora. Los criterios carcelarios de principios del siglo pasado eran mejores que los vividos en las cárceles cordobesas de los años 70…

Sierra Chica permanecía a cargo del Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires, no del Ejército. La principal forma de destrucción era el aislamiento, las celdas eran individuales, no obstante, dada la cantidad, éstas albergaban dos presos cada una, "…para nosotros una ventaja".

Wenceslao describe ese penal "como una fortaleza (de fines del siglo 19), con paredes de 60 cm., techo abovedado, muy viejo, todo cayéndose a pedazos; las celdas tenían dos metros de largo por 1,80 de ancho aproximadamente, en las cuales había dos camastros, en algunos casos -en otros había sólo colchones en el piso-, una especie de mesadita de unos 50 cm. de ancho con un estante abajo, y el inodoro. Y sobre el inodoro, un pico.

La comida nos la pasaban por una ventanilla que tenía la puerta de la celda, de una madera espectacular que daban ganas de lijarla y mostrarla en todo su esplendor. Las celdas tenían una ventana, alta, por la cual entraba luz -y sol, según la orientación-, pero que a las seis de la tarde se cerraba con unos chapones, desde el exterior. Un guardiacárcel, con una gran palanca, los movía y la ventana quedaba cerrada. O sea que para nosotros el día terminaba a las seis de la tarde, y empezaba de golpe –¡la angustia que vivíamos cuando eran las 9 y no habían abierto los chapones…!".

Había presos de todo el país. Al principio bastante mezclados. Hasta que fueron clasificándolos por grado de ‘peligrosidad’. En los pabellones de números más bajos estaban ‘los menos peligrosos’ y en los más altos, hasta el número 11, ‘los más peligrosos’. El número 12 era el de castigo: "Celdas individuales súperpequeñas, que no tenían ventanas sino claraboyas, tampoco instalación eléctrica.

Éramos obligados a meternos bajo la ducha de agua helada -y en la provincia de Buenos Aires en invierno hace mucho frío-, y muchas veces esos castigos eran acompañados por palizas que nos daban los propios empleados del Servicio Penitenciario".

En marzo de 1979 Wenceslao es trasladado a la "U9" de La Plata, una cárcel con instalaciones más nuevas pero tan estricta como la anterior. Por suerte, quedaba poco tiempo. Salió en libertad el 12 de mayo.

"Mi padre era mi abogado. El 27 de abril lee en La Voz del Interior que el Ministerio del Interior informaba que los siguientes presos ("delincuentes subversivos", como ellos nos llamaban), habían sido puestos en libertad. Y estaba mi nombre. En febrero, cuando había cumplido las dos terceras partes de la condena que me había impuesto el juez Zamboni Ledesma, mi padre le solicitó mi libertad condicional. Zamboni me la concedió, no obstante no salí en libertad porque quedé a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Después de innumerables gestiones ante el ministerio, consigue que me liberen… ¡y yo no quería salir porque en esa época, muchos liberados desaparecían!...".

El 12 de mayo efectivamente lo liberan: "Éramos varios los cordobeses. Llegamos a la puerta de entrada de la cárcel, el guardia abre el portón, nosotros salimos y ni bien alcanzó a salir el último del grupo el tipo gritó: ‘¡Váyanse de acá, hijos de puta, no quiero verlos en la puta vida más!’, y se sintió el estruendo del enorme portón de acero que se cerraba detrás de nosotros. Y ahí estábamos, quietos, en la calle. Sin saber para dónde ir ni qué hacer. La U9 de La Plata está en un área densamente poblada…, caminamos un poco, lentamente, tratando de acostumbrar la vista nuevamente a las distancias (porque al estar tanto tiempo en lugares pequeños el ojo se desacostumbre a medirlas). Había vecinos a quienes recurrimos para saber cómo llegar a la terminal de La Plata, todos pretendíamos volver a Córdoba, y los vecinos -quienes ya estaban acostumbrados a lidiar con este tipo de situaciones- nos orientaron".

Un ómnibus los depositó en la terminal de Córdoba, el 13 de mayo de 1979.

-‘Martín ¡llegó el papi!’, dice Lala.

Martín metió la cabeza entre los brazos. Sólo la infinita ternura de un padre puede contra el tiempo transcurrido. "Los dos primeros días me decía ‘che’, no papá, jugábamos al fútbol en el balcón del departamento y casi no salíamos a la calle. Mis viejos estaban en una situación económica muy difícil y tuve que estar dos o tres días con la misma ropa con que había salido de la cárcel, porque en un ataque de desesperanza mi madre había regalado toda mi ropa pensando que yo no iba a volver…".

Laura había podido salir del país clandestinamente hacia Venezuela, pocos meses antes. Wenceslao –durante los que siguieron a su liberación- debió comparecer ante la comisaría más cercana a su casa porque estaba en libertad condicional.

En julio de 1979 la tía Teté lleva a Martín a Venezuela para reunirse con su madre.

El 15 de septiembre siguiente Wenceslao cumple la condena, por lo que dos días después llega, él también, a Caracas, gracias a un pasaje que le envió la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (Cadhu), logrado gracias a la militancia de su hermana Sara –también correctora nuestra-, exiliada en Venezuela desde 1975, tras el atentado con explosivos que sufrió.

"Cuando llegué a Venezuela, el 18 de septiembre, del aeropuerto de Maiquetía fuimos directamente a la casa de Laura y Martín, quien dormía. Eran las seis de la mañana. Laura lo despierta y le dice: ‘¡Llegó el papi!’, entonces Martín se incorpora en la cama, me abraza y me dice al oído: ‘Yo pensé que no iba a verte nunca más’".

Fuente: lafogata.org