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Nuestro Planeta

Los 52 millones de toneladas de soja transgénica, la ética de los científicos y los ingenieros agrónomos

Alberto J. Lapolla

A Mariano Levin, in memoriam

Lo peor, peor está.

Según todo indica, la cosecha de sojaRR (transgénica-forrajera) de esta campaña 2009-2010, orillará las 52 millones de Tm., abarcando la friolera de 19 millones de has. sembradas. Lo cual implica alrededor del 57 % de la producción total de granos y el 55% del área sembrada. Esto es, una profundización aún mayor del monocultivo sojero y del proceso de sojización. Proceso que pagamos destruyendo casi todas las demás actividades agrícolas y transformando a uno de los mejores ecosistemas del mundo para producir alimentos, en una factoría neocolonial de producción de ‘pasto-soja’, subsidiando la producción industrial de China, la India y la Unión Europea. Países que no desean producir materias primas a ser usadas en cadenas alimenticias secundarias, las que compran a países del Tercer Mundo (nosotros) mientras destinan todos sus recursos agrícolas a producir alimentos, sosteniendo su soberanía alimentaria, contrapartida de un proceso de industrialización exitoso, tal cual hicimos los argentinos entre 1945 y 1976.

La Argentina, por el contrario, destina la mayor superficie posible de de su feraz pradera pampeana (más de 35 millones de hectáreas) a producir parte de la cadena alimenticia de otros países, ignorando o debilitando la nuestra. Nuestro vecino Brasil, y el propio Chile -a pesar de su modelo neocolonial- no actúan así. De tal forma la otrora famosa soberanía alimentaria argentina es hoy cosa del pasado. Hecho que puede comprobarse en el reciente desmedido aumento del precio de la carne, debido a la reducción constante del stock y de la superficie ganadera, que la sojización produce, expulsando la ganadería a regiones marginales de menor productividad. De tal forma, la ganadería perdió desde el inicio de la sojización la increíble cifra de 13.5 millones de has. en Pampa húmeda y una cifra cercana a los 3 millones de cabezas por año, en las últimas cinco campañas, produciendo una drástica reducción del stock.

Este proceso viene unido a la concentración de la producción de carne para el mercado interno en los feed-lots, que hoy concentran casi el 80% de la producción de carne para consumo interno. Carne ‘chatarra’ contaminada con antibióticos, anabólicos, hormonas, vacunas, funguicidas, y sobre todo con animales alimentados sin pasturas naturales, con alto nivel de granos, lo cual altera totalmente su composición nutricional, afectando la salud de la población que los consume. Es decir, la de la mayoría de los argentinos, pues los feed-lots producen 11 de los 14 millones de cabezas de ganado que se faenan por año. El resto son animales criados a campo con pasturas, que van a exportación o a cortes de alto precio.

Lo mismo ocurre con las demás producciones desplazadas por la sojización, como la horticultura, la lechería, la fruticultura, la apicultura, y la producción familiar en general, lo cual ha afectado notoriamente los precios y la oferta -en cantidad y calidad- de frutas, verduras y lácteos. La producción familiar que debería ser la base de la recomposición de un modelo productivo, sano, solidario, democratizador, descentralizador y repoblador del campo argentino, y principalmente productor de alimentos, por el contrario es arrasada por las fumigaciones aéreas de glifosato -ya limitadas en los EE. UU., y Europa- y por los precios absurdos de la tierra sojizada.

A esto hay que sumarle la depredación al ecosistema, la contaminación de napas, fuentes de agua, arroyos y ríos, la exportación masiva de nutrientes que supera holgadamente los 1500 millones de doláres por año. La absoluta destrucción del bosque nativo. La destrucción de fuentes de trabajo: la sojaRR crea 2 puestos de trabajo cada 1000 has y destruye 9 de cada 10, debido a su técnica de cultivo por Siembra Directa. Sumemos también la expulsión masiva de pequeños chacareros y arrendatarios y la expulsión de comunidades indígenas que los sojeros producen y la degradación del suelo que la repetición del ciclo continuado soja-trigo-soja produce. Sumemos la destrucción de la flora, la fauna, la microflora, la microfauna, y la disminución masiva de la Biodiversidad, que la sojización produce en forma permanente y continuada desde 1995. Dejamos para el final, porque lo trataremos aparte, los graves efectos sobre la salud humana que producen los más de 300 millones de litros de agrotóxicos fumigados por campaña sobre la pampa sojizada y la población que la habita. De tal forma, si uniéramos todos estos costos colaterales y estructurales (los sistemas agrícolas no son circuitos económicos cerrados sino abiertos) que la sojaRR produce a nuestra economía y que hemos abordado en otros artículos, sería poco lo que nos restarían de los aproximadamente 19 mil millones de dólares en bruto, que reportará la enorme cosecha sojera. Y esos costos en algún momento habrá que asumirlos pues, año a año, iremos deteriorando nuestro ecosistema productivo, hasta acabar con el, sin posibilidad de retorno.

Lo más grave: contaminación al por mayor

Durante el conflicto agrario, la Presidenta de la nación pidió al Conicet un estudio sobre la toxicidad del glifosato. Tomado por sorpresa por la decisión, y porque los aliados sojeros, de golpe se habían transformado en feroces enemigos del gobierno, el Dr., Lino Barañao Ministro de Ciencia y Tecnología, pero hombre vinculado en forma directa a la industria biotecnológica multinacional, designó una comisión ad hoc por fuera de los concursos habituales para un estudio de esta complejidad. Y en particular eludió sumar voces u opiniones que pudieran contradecir lo expresado por la multinacional Monsanto en sus informes, que son la base de todo lo que se maneja sobre los efectos del glifosato, sobre plantas, suelo, ambiente y gente.

Contraviniendo todos los estudios que se están publicando en el mundo y en nuestro propio país, como por ejemplo el informe del Dr., Andrés Carrasco, sobre el herbicida estrella del complejo sojero, el informe concluyó un galimatías político-científico (dos disciplinas que en general no se llevan bien) donde en una página se asegura que: ‘bajo condiciones de uso responsable, entendiendo por ello las condiciones de uso autorizadas por las normas vigentes y cumpliendo con la adopción de buenas prácticas para su aplicación, el glifosato y sus formulados no implicarían riesgo para la salud humana o el ambiente.’

Este párrafo es casi una obviedad que señalan todos los marbetes de agrotóxicos. Sin embargo, el informe no concluye en ninguna parte que el glifosato y sus formulados no implicarían riesgo para la salud humana y el ambiente. Pero dejando en claro las cosas (los científicos-políticos no son tontos) el informe termina señalando que ‘en Argentina no existen suficientes datos sobre los efectos del glifosato en la salud humana, por lo cual sería importante promover la realización de los estudios pertinentes.’

Es decir, en realidad el grupo del Conicet concluye que los organismos técnico-científicos del Estado no saben nada sobre los efectos que el principal agrotóxico del complejo sojero está produciendo sobre la salud y el ambiente de un área de más de 35 millones de hectáreas en el corazón productivo del país. Cabe aclarar que el informe del Conicet de fecha de julio de 2009, no fue especialmente imparcial. A su cargo estuvo el Ing. Claudio Ghersa que fue uno de los principales impulsores del modelo sojero a través del núcleo monsantiano de la Facultad de Agronomía de la UBA. Bajo la batuta del ex decano Fernando Vilella, Héctor Huergo (director de Clarín Rural y de Expoagro), el fallecido Héctor Ordoñez (creador de la idea de la ‘Argentina verde y competitiva contra la inviable Argentina industrial’), la Nación Rural, la Bolsa de Cereales de Rosario y Aapresid, sumado a todo el Instituto de investigación al que pertenece Ghersa. Ellos establecieron una política de ‘pensamiento único’ respecto de la transgenia, la sojiziación y la Siembra Directa, que prácticamente ha anulado todo debate científico serio sobre la agronomía y las políticas agropecuarias en la FAUBA. Esta política ignoró, ocultó y reprimió, todo intento de estudio serio de control ambiental y agronómico sobre los efectos de la sojización en el ecosistema a que se aplicaba. Su responsabilidad crecerá con el tiempo y será éticamente ineludible, cuando, como ya está pasando, sea imposible ocultar los gravísimos daños que la lluvia permanente de agrotóxicos produce sobre la salud de la población argentina

Informe monsantiano

No sólo se ubicó como coordinador del equipo a un miembro del lobby monsantiano como el Ing. Ghersa, sino que el informe tomó como base de referencia a un trabajo norteamericano del año 2000, realizado por Gary Williams, Robert Kroes y Ian Munro. Olvidando señalar que dicho informe había sido patrocinado por la multinacional Monsanto. Es decir, Monsanto se investigó a sí misma y el Conicet usó sus ‘estudios imparciales’ para juzgar la toxicidad del producto que la multinacional comercializa. Como es lógico, el informe de Williams concluye en la total inocuidad del glifosato. De manera notable el Conicet no convocó siquiera como contraparte, a la gran cantidad de científicos que dentro de las estructuras académicas del país vienen trabajando hace tiempo por su cuenta, demostrando todo lo contrario: que el glifosato, sus coadyudantes y demás agrotóxicos del complejo sojero, son responsables de producir cáncer, malformaciones en los nacimientos, abortos espontáneos, lupus, leucemias, alergias, enfermedades respiratorias, intoxicaciones, dermatitis, y enfermedades crónicas por contacto. Enfermedades desconocidas en frecuencia y existencia, antes de la irrupción de la sojaRR en nuestras pampas.

A pesar de todos estos estudios producidos en el país e informados a la comunidad científica local, no fueron convocados, ni el Dr Walter Pengue, ni el Dr Jorge Morello, ni el Dr Raul Montenegro (Premio Nóbel alternativo), ni el Dr Jorge Kaczewer, ni el Dr. Adolfo Boy, ni el Dr Andrés Carrasco, quien en 2009 confirmó, en la Argentina los estudios que viene realizando en Francia el equipo de Gilles-Eric Seralini, que demuelen la falsa inocuidad del glifosato. Tampoco fueron consultados los grupos de médicos que en todo el país están denunciando el aumento de casos de cáncer, nacimientos con malformaciones y abortos espontáneos provocados por los agrotóxicos, tales como los Dres., Alejandro Oliva de Rosario, Darío Gianfelice de Paraná, Gómez de Maio de Posadas, o Jorge Lenzi, del Colegio Médico de Saladillo que encontró un incremento de más del 30% del cáncer colo-rectal desde la irrupción de la sojización en la zona. El Dr. Alejandro Oliva, Director de Andrología del hospital Italiano de Rosario coordinó un estudio multidisciplinario del cual participaron la FAA, el INTA, la UNR y el Colegio de Ing. Agrs., de Rosario. El estudio, abarcativo de toda la cuenca sojera central, demostró palmariamente la relación del glifosato y los agrotóxicos del complejo sojero con la propagación del cáncer en toda la región bajo estudio de Santa Fe y Córdoba. Llegando a comprobarse que la frecuencia de determinados tipos de cáncer era varias veces mayor en pequeños poblados del interior sojero que en las grandes ciudades, cuando hasta 1995, era exactamente al revés.

Dicho estudio, de gran importancia, no fue publicado en el país por presión del INTA y los gobiernos provinciales y debió ser publicado en la revista Cadernos de Saude Publica de Brasil, encontrándose un resumen en los archivos de la FAA. El Dr., Gómez de Maio, jefe del Departamento de Neonatología del Hospital Nacional de Posadas, Misiones, ha denunciado y publicado reiteradamente los efectos del glifosato y otros agrotóxicos en la producción de nacimientos con malformaciones, tumores y abortos espontáneos altamente superior a la media. En este caso se acumulan los efectos de la sojización y el uso del glifosato en la producción de tabaco. Los Dres., Darío Gianfelice y Mascheroni vienen denunciando desde hace años, el gran aumento de abortos espontáneos, cánceres, leucemias, malformaciones en los nacimientos de Entre Ríos y Santa Fe en zonas sometidas a los agrotóxicos del complejo sojero. Ninguno de ellos fue llamado a participar de la comisión ad hoc, ni siquiera a exponer sus razones. Tampoco lo fueron las Madres del Barrio Ituzaingó, en Córdoba que poseen casi 200 casos de cáncer sobre 4.000 habitantes, o de San Cristóbal o Mal Abrigo, en Santa Fe, que poseen uno de los porcentajes de malformaciones en los nacimientos más altos del país. Tampoco fueron convocados los vecinos de Loma Senés de Formosa que fueron fumigados en persona por productores sojeros y sufrieron todo tipo de enfermedades, lo cual valió un artículo de denuncia sobre la sojización en Argentina en la revista británica New Scientist (17-4-04). La UNLitoral encontró en 2006 que el 86% de las madres en lactancia poseían restos de agrotóxicos en la leche. La Maternidad Sardá de Buenos Aires encontró lo mismo pero la cifra subía 90.5%, por supuesto la comisión ad hoc ignoró estos datos.

Ciencia, glifosato, cáncer y enfermedad

Sin embargo, pese a la negativa del informe del Conicet y el ministro Barañao a reconocer lo que ya es más que obvio, en el resto del mundo -no atado a los poderosos intereses del rentismo sojero-monsantiano- los estudios, investigaciones y denuncias contra el glifosato y sus efectos cancerígenos, están cada vez más difundidos. En 2001 el Dr. Robert Bellé, Director del Centro Nacional de Investigaciones de Roscoff en Francia, determinó que el glifosato en su formulación como Round-up activa el mecanismo de ‘check-point’, que inhibe a la célula el cese de su reproducción. De seguir reproduciéndose indefinidamente puede transformarse en una masa tumoral, dando inicio al proceso de tumorización y finalmente al cáncer.

Bellé dice que es una locura hacer fumigaciones aéreas de glifosato. En 2005, Marc et al., reportaron los mismos efectos encontrados por Bellé en ensayos sobre Erizo de mar, la misma especie usada por Bellé, (publicado en Toxical Applicated Pharmacology). En 2006, el Dr., Dick Ralea de la Univ., de Pittsburg (USA) descubrió que la aplicación de Round-up sobre fuentes de agua con anfibios en desarrollo, destruía el 70% de la biodiversidad de anfibios y el 86% en renacuajos (¿Se acuerdan cuando los argentinos teníamos ranas y sapos?). En la misma línea pero en nuestro país, un estudio conjunto de la UBA y el Intech (Chascomús) encontró que el glifosato destruía y alteraba la flora y la fauna de las lagunas bonaerenses. (La Nación 17-3- 2008). Investigadores Oncológicos suecos informaron en el Journal of Amercian Cancer Society, una estrecha relación entre Linfoma No Hodgkin (un tipo de cáncer) y el glifosato. El grupo dirigido por Gilles-Eric Seralini, de la Univ., de Caen en Francia, a través de sucesivos informes en 2005, 2007 y 2009, ha demostrado que el Round-up a través de su surfactante POEA (Polietoxietielamina) produce la muerte de las células embrionarias, placentarias y del cordón umbilical, dando origen a malformaciones, teratogenésis y tumores. Sus trabajos fueron publicados por la revista Scientific American. Por último el Dr., Andrés Carrasco Director del Laboratorio de Embriología de UBA-Conicet, descubridor de los Genes Hox (que son los que determinan la morfogénesis en todos los vertebrados, razón por la cual en su momento se lo mencionó para un posible Premio Nóbel) informó en 2009, haber comprobado en ensayos realizados durante dos años, que el glifosato usado en dosis mucho menores a las de campo, y en diluciones similares a las que se encuentran en los cursos de agua como restos, produce malformaciones placentarias y embrionarias en una especie de anfibio llamada Xenopus laevis, alterando todo el proceso de morfogénesis del anfibio, proceso que a su vez es común a todos los vertebrados y por lo tanto común al ser humano.

Esta pequeña lista ilustrativa demuestra que la supuesta inocuidad del glifosato es un cuento de Monsanto. Empresa acostumbrada a mentir hasta el final, y miembro del complejo militar-industrial norteamericano, autora del ‘agente naranja’ en Viet Nam, y que ya ha debido indemnizar con sumas millonarias a los afectados por el PCB, por el Agente naranja, por las dioxinas, y ahora lo está haciendo -pero en Estados Unidos- por los daños ocasionados por las fumigaciones aéreas de Round-up. Como siempre ocurrió con Monsanto o antes con las tabacaleras, ‘científicos’ de dudosa ética, negaron durante décadas mediante estudios fraguados, informes falseados, ocultamiento de información y especialmente no realizando los ensayos que había que realizar –‘lo que no se investiga, no se conoce’. Sin embargo, finalmente fueron arrasados por estudios serios que demostraron la falsedad de los estudios de la empresa. Monsanto terminó pagando sumas multimillonarias a los afectados, la mayoría de los cuales desgraciadamente ya no estaban para poder disfrutar ese dinero.

Salir de la Sojización

La Argentina es el país mas sojizado del mundo, la salud de nuestra población está siendo afectada de manera grave por el uso indiscriminado, irracional y abusivo de una masa de agrotóxicos que no tiene parangón en nuestra historia ambiental. Todo, para producir pasto-soja, que nuestra economía no necesita. ¿No sería más lógico plantearnos recuperar varios cientos de miles de productores perdidos -hoy solo restan menos de 330.000 de los 660.000 que supimos tener- y proponernos por ejemplo, en lugar de producir 100 millones de Tn., de commodities que no necesitamos, llegar a tener un millón de productores? Chacareros que realicen una producción limpia, basada en la elaboración de alimentos para nuestro pueblo, exportando el sobrante, que sin dudas sería enorme y multivariado, recuperando por ejemplo la producción de ‘la mejor carne del mundo’, que implica pastoreo a cielo abierto, en campos de buena calidad y rotaciones agrícola-ganaderas, que nos devolverían la fertilidad natural de nuestros suelos hoy dañados, casi sin gastar en fertilizantes.

Debemos reforestar enormes superficies devastadas por la sojización, pero por sobre todo debemos distribuir tierra, quebrando el proceso de concentración descomunal de la propiedad, que se viene produciendo desde 1976. Seguramente los 19.000 millones de dólares que hoy estaría aportando la sojaRR -sin beneficio de inventario- serían superados por una producción mucho más variada y de mayor valor agregado, creando mucho más trabajo y afincamiento rural, en lugar de la expulsión actual. Pero por sobre todo estaríamos protegiendo a nuestro pueblo de una catástrofe anunciada y de una muerte lenta pero inexorable por vía de la contaminación cancerígena y teratogénica de los agrotóxicos, que hoy desparramamos alegremente sobre uno de los ecosistemas más feraces del planeta.

Un proyecto nacional y popular requiere urgente otra política agropecuaria pensada para el desarrollo de la nación. Queda una pregunta para agrónomos, biólogos y genetistas propulsores de la transgenia masiva a ecosistema abierto. ¿Cómo se articula el Dogma Central, de ‘un gen-una proteína’, si hoy sabemos que el genoma humano posee alrededor de 25.000 genes, pero producimos más de 100.000 proteínas? ¿Nadie es capaz de preguntarse que algo anda mal en ese postulado?, y que en realidad como siempre pasa, la materia, la naturaleza y la vida, siempre son más complejas que lo que podemos entrever. Si a esta pregunta que posee una respuesta que Monsanto se niega a dar, le sumamos los más de 300 millones de litros de agrotóxicos fumigados por campaña sobre nuestros campos, tal vez los ingenieros agrónomos y científicos involucrados, deban reflexionar sobre lo que han aprendido como ‘pensamiento único sojero y transgénico’ y repensar si desean ser cómplices de la muerte lenta de nuestro pueblo o ayudar con sus conocimientos a su felicidad y grandeza.

Alberto J. Lapolla  es ingeniero agrónomo, genetista e historiador, Director del Instituto de Formación de la CMP.

Fuente: lafogata.org