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Chaco: La masacre ind�gena de Napalp�
Argenpress.info
El 19 de Julio de 1924 se produjo la masacre ind�gena de Napalp�, un hecho hist�rico sangriento que la historiograf�a tradicional ha ignorado, y que se inserta en la dram�tica vida de las naciones ind�genas que sufrieron diversas formas opresivas y discriminatorias.
La masacre ocurrida en el entonces territorio nacional del Chaco fue un ejemplo de c�mo la opresi�n ind�gena jugaba en aquellos a�os un rol en la acumulaci�n capitalista mediante la utilizaci�n de mano de obra barata en el trabajo agrario del norte argentino.
Tropas de la gendarmer�a y de la polic�a, con el apoyo de grupos privados, atacaron el 'campamento sagrado' de El Aguar�, donde casi un millar de tobas, mocov�es y campesinos blancos originarios de corrientes, se hab�an refugiado como respuesta a la tensa situaci�n social que acarreaba la explotaci�n de los hacendados locales.
El ataque termin� con una matanza, una masacre brutal.
Ese tr�gico 19 de Julio de 1924, unos 130 hombres armados entre la polic�a y gendarmer�a, atacaron El Aguar� sin encontrar resistencia. Seg�n los diarios de la �poca, y las denuncias formuladas por los diputados socialistas en la c�mara de Diputados de la Naci�n, los atacantes s�lo cesaron de disparar cuando 'advirtieron que en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido'. Los heridos fueron degollados, los esf�nteres de algunos de ellos fueron colgados en palos. Entre hombres, mujeres y ni�os, se calculan doscientos muertos abor�genes y algunos campesinos blancos.
La 'masacre de Napalp�' ha sufrido el silencio a lo largo de los a�os y muy pocos investigadores, antrop�logos y personas dedicadas al estudio de la historia ind�gena, le han prestado atenci�n. Entre los investigadores que han profundizado en la cuesti�n figura Jos� Picciuolo Valls. La ideolog�a que fundament� y motiv� la resistencia fue claramente social-religiosa, y, sobre todo, mesi�nica, toc�ndoles a los chamanes tobas reelaborar el corpus m�tico de su cultura y adaptarlo a la situaci�n colonial que viv�an, proyectando sus alcances no s�lo dentro de su naci�n, sino sobre otros n�cleos �tnicos no ind�genas. La naci�n toba -cuya cultura era perif�rica del imperio inc�sico -, a partir del siglo XVII, gracias a la adopci�n del caballo, comenz� a expandirse sobre otras �tnicas del Chaco, rechazando a los europeos. Esa supremac�a decay� en el siglo XIX con el avance blanco, que derrot� militarmente a los tobas redistribuy�ndolos en 'reservas abor�genes', y arrebat�ndoles las tierras.
La explotaci�n de la mano de obra ind�gena, la discriminaci�n racial, la violencia contra los tobas y otras naciones ind�genas, el continuo apoderamiento ilegal de las tierras por parte de los hacendados blancos, motiv� el levantamiento pol�tico-religioso toba, que enfrent� a los dominadores mediante la resistencia pasiva.
La raz�n de la matanza y de la posterior represi�n, encontr� fundamento en el hecho de que los abor�genes dejaron de trabajar la tierra para los hacendados chaque�os y generaron una econom�a propia de subsistencia.
El ejemplo de los tobas podr�a extenderse a todo el norte argentino, movilizando por sus jefes pol�ticos-religiosos -los chamanes - y por una fuerte m�tica escatol�gica basada en un renacimiento de las tradiciones morales y religiosas ind�genas.
El entonces gobernador Centeno, alentado por los hacendados, orden� la represi�n de los indefensos abor�genes que, hay que destacarlo, estaban ejerciendo su resistencia en forma pac�fica y en ning�n momento recurrieron a las armas. Lo curioso de la terrible tragedia es que, despu�s de producida, el silencio m�s absoluto la ocult� por d�cadas, a pesar de las denuncias parlamentarias que, muy pronto, tambi�n se acallaron.
Lugare�os del El Aguar� memoran los dram�ticos hechos de 1924:
'Desde un aeroplano atacaron a la poblaci�n'.
Buscando localizar el lugar de los dram�ticos hechos que desencadenaron la masacre ind�gena de 1924, penetramos en El Aguar� bajo un sol abrasador y por caminos de tierra, algunos muy estrechos.
Las dos versiones que logramos difieren en la interpretaci�n: los dichos que corresponden a descendientes ind�genas, los de los criollos. En los primeros se mantiene inalterable el relato que fueron reconstruyendo historiadores, antrop�logos e investigadores, sobre el martirio de esos hombres, mujeres, ni�os y ancianos inmolados por el odio y el miedo de quienes los atacaron brutalmente. En cambio, la visi�n criolla repite el relato colonizado - como dir�a Franz Fanon -, en donde los abor�genes debieron ser reprimidos porque estaban 'levantados' o pensaban atacar a los centros poblados, cosa que nunca existi� ya que se hab�an internado en las entra�as de El Aguar� rodeado de su m�stica pol�tico-religiosa y, conviene recalcar, se trat� de un levantamiento pac�fico, no violento, y ese car�cter adquiere verosimilitud si se tiene en cuenta que durante los hechos sangrientos no cay� ning�n blanco de los que formaban parte del grupo agresor, y tampoco hay registros de ataques ind�genas a zonas pobladas, urbanas o semiurbanizadas en la �poca.
Reci�n cuando localizamos el lugar donde se habr�an producido los sucesos, ubicado en el l�mite entre El Agruar� y Napalp�, pudimos establecer que se puede llegar a la zona (fue el camino de regreso) por la ruta 16, hasta el kil�metro -aproximadamente- n�mero 147, y all� doblar a la izquierda por uno de los caminos de tierra y luego de avanzar otros cinco kil�metros se llega a las chacras de los hermanos Angel y Agriano Verd�n, actualmente un algodonal, donde se desencadenaron los sucesos.
Otro dato interesante recogido de testimonios de habitantes de El Aguar� - hoy una enorme reserva ind�gena que a pesar de la pobreza cuenta dos escuelitas -, es la permanencia en la conciencia popular de los mitos escatol�gicos animistas vinculados algunos de ellos con la masacre que nos ocupa.
Pero lo que no fue un mito, sino una cruel realidad es lo que nos relat� una mujer y luego nos confirmo otro testimonio.
Durante la represi�n contra los ind�genas, adem�s de las fuerzas militarizadas armadas de fusiles mauser y otros elementos b�licos de la �poca, fue utilizada una avioneta de reconocimiento, elemento �ste con lo que se trat� de amedrentar a los rebeldes indefensos y evitar cualquier resistencia. Ahora pudimos confirmar la utilizaci�n de esa avioneta o planeador sobre la que tuvimos noticias a trav�s del investigador Picciuolo Vals que estudi� los hechos de Napalp� hace ya varios a�os. Hay, con todo, un agregado, confirmado ahora por los testimonios de los habitantes de la zona, de origen ind�gena o criollos: desde el aeroplano mediante la utilizaci�n de alguna sustancia qu�mica o de otra clase, se incendi� la tolder�a donde habitaban los rebeldes.
Para tener una idea que nos ubique ante los hechos, seg�n las reconstrucciones hist�ricas, el levantamiento toba-mocov�, tuvo una gran presencia milenarista y religiosa. Seg�n las costumbres aut�ctonas, el templo o templete para el culto religioso se constru�a fuera del lugar donde se instalaban las viviendas ind�genas. El ataque se habr�a producido cuando �stos retornaban a su hogar en las primeras horas de la ma�ana, luego de un oficio religioso.
Seg�n el antrop�logo Picciuolo Vals, en el templete, levantado sobre una altura, y que consist�a en una r�stica casita, se 'aparec�a' el Dios ind�gena, o los dioses, que tomaban contacto con su pueblo para fortalecerlos espiritual y materialmente. Era una relaci�n directa sin mediaci�n cham�nica, aunque estos jefes pol�tico-religiosos fueron gu�a del movimiento.
Testimonios recogidos en la reserva de El Aguar� nos destacaron que cuando la 'seca' llega a su fin y se produce una gran tormenta con sus fuertes lluvias, ante de los precipitaciones los ind�genas dicen escuchar los 'tambores' que ejecutaban los antiguos lugare�os masacrados.
Mito, leyenda, animismo, los testimonios permiten advertir la persistencia del pensamiento m�gico y ritual propio de la cultura nativa y parte de su especificidad moral y espiritual, elemento indispensable para sortear durante siglos la opresi�n blanca, el racismo, el olvido, la discriminaci�n e, incluso, junto al exterminio el proceso intenso de trasculturizaci�n cristiana blanca.
En El Aguar� pudimos advertir la inexistencia de iglesias cat�licas, salvo la presencia de j�venes misioneros cat�licos procedentes de Formosa, que en n�mero de diez recorr�an la zona. En cambio, hay templos de la Iglesia de Dios, una confesi�n sectante, cuestionada tanto por cat�licos como por las iglesias protestantes hist�ricas. Es muy posible, que ese culto sin im�genes religiosas permita a los abor�genes de El Aguar� una pr�ctica sincr�tica, sin adjurar de sus propias creencias y concepciones.
Recorrido El Aguar� nos fuimos acercando tras un viaje donde deb�amos descorrer algunos caminos hasta encontrar el lugar que nos interesaba: las chacras de Angel y Agriano Verd�n.
Fue all�, seg�n el testimonio de los pobladores, abor�genes o criollos, donde se produjeron los hechos de violencia. Precisamente en la chacra de Agriano Verd�n. Sobre un sembrad�o de algod�n se levantaban las tolder�as de los rebeldes y all� cerca, sobre una altura que ya no existe porque fue desmontada, se alzaba el templete religioso. Seg�n nos dijo Angel Verd�n bajo la altura hab�an existido dos pistas de bailes ind�genas, tal vez para bailes rituales o como parte de la vida comunitaria y social. Angel Verd�n nos relat� que en los �ltimos a�os han encontrado en la zona, durante la siembra o en las cosechas, bajo tierra, trozos de platos u otros utensilios que habr�an pertenecido a los infortunados ind�genas asesinados. Nos expres� tambi�n que en la cercan�a, a la que no llegamos, hab�a una fosa com�n donde se tiraron los restos humanos despu�s de la masacre. Nos preguntamos por qu� no existe all� un monolito, una placa, un se�alamiento que recordara a los inmolados. Tal forma de recordaci�n no forma parte de las costumbres ind�genas que recurren a la transmisi�n oral de sus s�mbolos y creencias, pero ser�a obligaci�n moral de las autoridades, partidos pol�ticos, sindicalistas, organizaciones religiosas y culturales, hacer un se�alamiento para que no se borre de la conciencia popular argentina un suceso que se emparenta en otra �poca y con distintos actores a la masacre de Margarita Bel�n. Porque somos los blancos los que estamos en deuda con aquellos que sufrieron el calvario a los que se refiere Santiago (V.1) cuando recuerda los que 'han condenado a los justos y ellos no se resist�an'.
Incomprensi�n blanca del levantamiento
La tragedia ind�gena de Napalp� tuvo aspectos particulares que corresponde analizar a la luz de esos hechos dram�ticos.
No s�lo alcanz� la incomprensi�n a los hacendados chaque�os que motorizaron la matanza, sino a sectores ubicados en el campo progresista y vinculados al movimiento obrero de la �poca.
En S�enz Pe�a y otras ciudades y pueblos chaque�os ten�an cierta influencia en aquellos a�os el Partido Socialista y n�cleos de ideolog�as libertarias y anarquistas. Sin embargo, estos sectores, ganados por concepciones eurocentristas no apoyaron en un primer momento ni comprendieron el significado del levantamiento pac�fico ind�gena, principalmente toba.
La raz�n puede encontr�rsela en la concepci�n agn�stica de esas fuerzas pol�ticas, ajenas a las ideas religiosas, incluidas las ind�genas. La fuerte motivaci�n religiosa-animista de aquella resistencia toba que lleg� a extenderse a sectores mocov�es, la acci�n de los chamanes -jefes religiosos y pol�ticos- y el renacimiento nacional ind�gena, abortado por la masacre hizo que socialistas y anarquistas no tomaran una participaci�n directa en la lucha, que, por otra parte, no comprend�an. Otro tanto ocurri� con el incipiente movimiento obrero chaque�o.
Sin embargo, hubo un aliado ind�gena, algunos comerciantes de origen �rabe que actuaban en la venta de productos, tanto a blancos como a ind�genas. Tal vez su no adscripci�n al pensamiento eurocentrista y racionalista tradicional, hizo que aquellos inmigrantes �rabes entendieran el significado pol�tico, social y religioso del levantamiento toba-mocov�. Cuando la violencia se desat� sobre los indefensos ind�genas cobrando sus vidas, reci�n all� fue cuando el Partido Socialista, intelectuales y sindicalistas libertarios advirtieron el error anterior y se movilizaron a favor de esos sectores irredentos. En la C�mara de Diputados de la Naci�n, diputados socialistas como Antonio De Tomaso y Mario Bravo denunciaron el genocidio ind�gena y reclamaron al gobierno nacional del presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear, para que detuviera nuevas masacres.