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Argentina, la lucha continua....

Denuncia de Jorge Rulli
Editorial del domingo 22 de febrero de 2009

Jorge Eduardo Rulli

Nací a la conciencia política y social en 1955, en medio de una Argentina que se desplomaba bajo la violencia y la sinrazón del odio contra el peronismo, y contra las instituciones del Pueblo. El odio, en aquellos días, llenaba las calles y se embanderaba con enseñas tan disímiles, que puedo asegurar haber visto autos con la roja enseña de la URSS fraternizando con otros que llevaban banderas vaticanas, inglesas y norteamericanas. Durante un tiempo, las ciudades fueron una fiesta. Recuerdo el asalto a los sindicatos realizado por bandas de izquierda y de derecha, que aprovechaban la protección que les brindaba la Marina para saquear los bienes de los trabajadores. Recuerdo la irrupción de los rebeldes y de la plebe saqueadora, en cada una de las instituciones de la República, desde el edificio ALAS al IAPI, desde las Juntas de carnes y de granos a las Universidades y los centros de estudio, recuerdo la exaltación de aquella pequeña burguesía que creía tocar el cielo con las manos, porque podía manifestarse libremente en función de los nuevos ocupantes del poder. Recuerdo también, la tristeza en mi casa, las luces bajas y el silencio pesado de mi padre. Desde los quince años se del abuso de la fuerza sobre los derechos del común y también del aprovechamiento de lo público por parte de los aprovechados en el uso del poder. No me impresiona ni me desgarro las vestiduras cuando la mujer de un gobernador usa el avión oficial para concurrir a sus encuentros de diseño, tampoco haría política con las acusaciones de que se le da un uso partidista a la Residencia presidencial. No es que no lo vea, no es que no me afecte. Es que sé que existen cosas mucho más terribles en el escenario político y que algunas moralinas ven en los otros lo que ellos hicieron en exceso, cuando dispusieron del gobierno, pero no son capaces de mencionar aquello que, a algunos de nosotros sí, nos parece importante. Desde estos programas de Horizonte Sur y a lo largo de cuatro años, hemos tratado de hacer escuela de esas escalas de valores que por encima de todo partidismo pretenden rescatar una idea de lo nacional en épocas de globalización, a la vez que recordar que cada niño que se droga o cada familia en la indigencia, es mucho más que una cifra en la estadística o un motivo para un proyecto o un plan de asistencialismo que dará nuevos empleos a los sectores medios. Creemos que cada niño de la calle y cada familia indigente, significa el extravío del sentido de la ética que debería presidir toda acción de gobierno, el olvido de las tradiciones de ese país que manifiestan expresar y en que los niños, alguna vez, fueron los únicos privilegiados.
 
Hablamos siempre la verdad, al menos tal como creíamos y estamos convencidos, tratando de ser consecuentes y respetuosos con el otro. Pretendimos instalar un lenguaje político que hiciera de la franqueza y del hablar claro una norma que posibilitara que el otro supiera de qué hablábamos, pero sobre todo, que suscitara en el otro la capacidad de pensar propios pensamientos, y aunque en muchos casos por reacción fueran adversos a los nuestros, nos alegraba ser capaces de suscitar esa formidable experiencia humana del pensar, del apasionarse y de polemizar. Si algo nos limitó fue tan solo la propia historia y el uso de modos y de claves del lenguaje que recordaban otros tiempos, Cada uno que habla tiene delante un interlocutor invisible y misterioso, yo no pude dejar de hablar en buena medida, para aquellos compañeros en su mayoría ya fallecidos con los que compartí las epopeyas de la resistencia en los años cincuenta, así como muchas otras luchas posteriores. Ustedes asistieron por lo tanto a diálogos inusuales, diálogos peregrinos y muchas veces crípticos, diálogos cargados de recuerdos entrañables, de memorias antiguas y de cadáveres insepultos que me interpelaban, en este desafío de vivir e intentar interpretar un presente de engaños, de travestimientos, de promesas rotas y de discursos que han puesto irremediable distancia con la realidad.
 
Los antiguos celebraban y homenajeaban a los constructores de puentes, porque el hecho de tender un puente es siempre una analogía acerca de poder vincular lo terrible y maravilloso que nos divide. Los que construían puentes eran los pontífices, eran también los que ataban o relacionaban la tierra con el cielo, o acaso mucho más cerca de lo meramente humano: los diversos entes y yoes que llevamos con nosotros, los sentimientos encontrados, lo que no queremos recordar y lo que nos pesa como culpa pero no somos capaces de asumir. Hoy nadie celebra a los constructores de puentes al menos tal como antes se lo interpretaba. Todo lo contrario, resulta hasta peligroso vincular cosas que las convenciones y los intereses creados han establecido como definitivamente distintas y separadas. Pese a ello, hemos tratado de ser memoriosos, y desde la batalla de punta Quebracho en el Paraná hoy ocupado por las cerealeras, al artículo cuarenta que fijaba la propiedad inalienable de los patrimonios y de los bienes del subsuelo por parte del pueblo de la Nación, hemos insistido en vincular el pasado con el presente, a la vez que interpelar al presente desde el pasado, mientras insistíamos en la necesidad de tener una política de Estado y un Proyecto de Nación.
 
Molestamos a muchos, bien sabemos que molestamos a muchos, tal vez más de los que imaginamos. Por eso seguramente nos están yendo de radio Nacional. No importa, podemos perder el micrófono pero no dejaremos de pensar y de hablar intentando que, en nuestro país, se recupere el sentido común que, según parece, es el menos común de los sentidos. Nos han comunicado que el primero de marzo será la última vez que estaremos juntos a través de las ondas de la radio pública, y porque somos tenaces y persistimos en enseñar lo que aprendimos en aquellos años antes que el mundo que conociéramos se derrumbara, queremos insistir en que una Radio del Estado es por sobre todo una radio pública, o sea que es una radio de todos, de todos nosotros y en particular de sus oyentes. Y que cada uno de ustedes también tiene derecho a opinar sobre la programación de la radio, y de lo que quieren o no quieren escuchar.
 
Que tanto aquí como en el canal del Estado, lo primero que haga cada funcionario designado es darse su propio espacio para hacer radio o televisión, nos parece un escándalo y hemos sentido vergüenza ajena y propia, porque es nuestra radio y es nuestro canal. No lo decimos con la moralina que alguno o alguna lo diría, sino con el dolor callado de comprobar que cuestiones fundamentales que tienen que ver con la deconstrucción del Estado y con la apropiación de lo público, continúan tan instaladas como en aquellos días de la llamada Revolución Libertadora. Que en más de cincuenta años, pareciera que no hemos logrado modificar esas pautas de comportamiento perverso. Cuando el jueves pasado me hicieron decir por uno de los gerentes de la Radio, que, como programa Horizonte Sur teníamos los días contados, expresé por correo mi desazón y mi tristeza. Luego recibí la carta de un amigo muy querido, desde Viedma, donde me escribe; "hace años que no veía usar la palabra mortificación"… Me dejó pensando mi amigo Freddy, me dejó pensando en qué nos pasa que la mortificación tanto en la vida como en el trabajo no es considerada un problema, que no es considerada un ataque al trabajador en sus más recónditos derechos. Qué nos pasa, que luego de cuatro años de trabajar cada fin de semana en radio nacional sin cobrar nunca dinero, y debo aclararlo porque muchos piensan que a nosotros la radio nos pagaba, qué nos pasa que un vice director recién nombrado que me hacen saber que aunque no es el Director, es el responsable político, como si estuviéramos en una orga de los años setenta, simplemente me manda decir por otros que mi tiempo concluyó y que el día dos quedo fuera de la Radio. Creo que me quedé corto al usar la palabra mortificación. Viví cuatro años en Suecia, cuatro años en que los suecos me asistieron en la Clínica para torturados de la Cruz Roja. Sé de lo que hablo cuando les digo que si un trabajador llega a tomar su puesto de trabajo y el jefe no le contesta el saludo, el hombre manifiesta la situación ante sus compañeros, se declara mortificado, abandona el puesto de trabajo y al superior se le inicia un sumario que en los casos que conocí terminó con su pérdida del puesto que tenía, y la degradación a simple empleado raso. ¿Qué creen que podría hacer yo en este caso si viviéramos en Suecia?
 
Pero no vivimos en Suecia. Vivimos en un país que se llama Argentina y que aunque lo hemos convertido en un infierno cotidiano, sabemos en el fondo que sería muy fácil de arreglar si fuésemos capaces tan solo de acordar algunas simples normas para reaprender a convivir y en especial a dialogar entre nosotros. En este programa hemos reiterado la denuncia contra los monocultivos y las sojas transgénicas. Ahora que nos "van", quiero decir algo más acerca de todo lo que ya dijimos. Entre los métodos infinitamente crueles de la contrainsurgencia y de las doctrinas de la seguridad nacional de los años sesenta y setenta, y los actuales procesos de la industria biotecnológica, existen puentes que los muestran como procesos de poder y de sometimiento que se continúan. Y para sustentar mi tesis me voy a la historia para hallar razones. En las remotas épocas de la baja Edad Media, conmovida y revolucionada por los incesantes levantamientos campesinos, el Capitalismo urbano e industrial fue la contrainsurgencia que terminó con la rebeldía de los pueblos. El Capitalismo urbano e industrial, no sólo el Capitalismo, tal como ahora dice una izquierda con prontuarios densos de masacres campesinas, cuando da por descontado que tanto la ciudad como la industria son hechos buenos y connaturales con el progreso y con la vida en sociedad. Ese Capitalismo urbano e industrial les quitó las tierras y los ejidos a los campesinos, los dejó sin comida y sin derecho a transitar por los caminos, a riesgo de ser colgados de los árboles por el pescuezo, para obligarlos de ese modo a optar por el salariado y por jornadas de encarcelamiento en los talleres y en las minas. Así, de manera parecida hoy, después que las doctrinas de la guerra sucia allanaron y devastaron a sangre y fuego el terreno, nos llega la Biotecnología como modelo de tecnologías de punta y de ciencia empresarial, una biotecnología que modifica nuestras vidas, nuestros hábitats y nuestros alimentos y se adueña de ellos haciéndonos tan dependientes y sujetos a los nuevos paradigmas, como ocurriera con aquellos primeros proletarios.
 
Algunos de los que aprovecharon aquellos años de la dictadura militar, desde el poder económico, suelen manifestarlo sin ambages, tal como lo decimos nosotros. Basta con querer oírlos. Son muchos sin embargo, los que no quieren ver el rol de las Biotecnologías e intentan casar sus antiguas experiencias revolucionarias con las nuevas formas de la dependencia global a las Corporaciones. Socialismo y Biotecnologías se han aunado de esa manera, en más lugares de los que quisiéramos creer, aunque resulte horrendo y tan paradójico que produce nauseas. Los victimarios de ayer, se unen con algunas de sus antiguas víctimas, para compartir los paradigmas de una sociedad tecnocrática, en mano de las grandes Corporaciones sin alma y sin lealtades a ningún gobierno.
 
En el año 77 fui encarcelado en la provincia de Salta, más precisamente en Cerrillos donde vivía con mi familia. Me torturaron largamente con golpes y electricidad para saber quién era y qué hacia por esa zona paradisíaca que ellos como un Hierónimus Bosch endemoniado convertían en el más atroz de los purgatorios. Era el reinado del tercer cuerpo de Ejército con base en Córdoba. Su general era el chacal Menéndez que, gracias a Dios, ya supo lo que es un juicio por crímenes de lesa humanidad. Pasé cinco años en las cárceles de la dictadura y cada día fue una pesadilla interminable en que no había descanso ni reparo alguno para preservarse de un régimen absolutamente cruel. Pero sobreviví. Me recuperé, y a los setenta años estoy peleando una pelea que entiendo merece respeto. Necesito saber quién me está echando de la Radio nacional. Necesito que los mecanismos de la democracia y las instituciones de Derechos Humanos, me informen acerca de la conducta en aquellos años de la persona que ahora nos priva del micrófono y del espacio para exponer sobre las Biotecnologías, esas nuevas contrainsurgencias que son las guerras sucias del presente. Quiero saberlo, necesito saberlo. Es una pesadilla espantosa tener una vez más enfrente a los que sirvieron desde los medios al tercer cuerpo de Ejército de Córdoba. Colegas periodistas han realizado acusaciones graves al respecto, extremadamente graves como para que alguien pretenda continuar siendo un funcionario publico en la Argentina de la democracia, sin responder ni defenderse, manteniendo un denso y repugnante silencio. He recibido fotos y documentos que me dejaron sin palabras y que me han empujado en los posos insondables de la memoria y de la represión de aquellos años. Tengo derecho a saber quién es el que me echa de Radio Nacional, lo tiene también cada uno de los oyentes que nos sigue domingo a domingo. Cuando el prolongado silencio podría ser tomado como aprobación, el tema resulta de interés nacional, excede en mucho al Sistema Nacional de medios de la democracia y nos obliga como ciudadanos a tomar posición.
 
Jorge Eduardo Rulli
http://horizontesurblog.blogspot.com/

Fuente: lafogata.org