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Argentina, la lucha continua....

Santa Fe: Juicio a represores. Salir del infierno con dignidad y vivir para contarlo

Héctor M. Galiano
NOTIFE

Silvia Abdolatif narró con minuciosidad los detalles de su detención en 1977. Fue vejada en "La Casita", luego trasladada a la GIR y terminó sus días de encierro en la cárcel de Devoto. La mujer, que tenía un bebito al momento del secuestro, contó además como fue reencontrándose con el niño, al que no pudo ver crecer en sus primeros años. Un relato sumamente prolijo, contundente y estremecedor. Hoy y mañana habrá inspecciones.

"Volví a pedir que el tiempo se detenga ése día, él estaba enojado conmigo porque yo no había estado, por permanecer detenida, junto a él". Con entereza, pero al mismo tiempo conmovida, Silvia Abdolatif hizo escuchar su experiencia, que retumbaba en todos los rincones de la sala del Tribunal Oral Federal, ámbito donde se ventilan los delitos de lesa humanidad cometidos por un grupo de 5 ex policías y un ex juez federal en Santa Fe durante la última dictadura. Abdolatif, expuso su intimidad más profunda para graficar el dolor que sintió cuando Mariano, si hijo, identificó a su abuela como la progenitora en la escuela, en un acto por el día de la madre.

La testigo rescató esa metáfora de dolor sin par apenas comenzada su exposición, cuando contó que la patota puso una pistola en la cabecita del pequeño, aquel marzo de 1977 cuando se la llevaron de su casa, con apenas 20 años. "Un día llegó una guardiacárcel de la Guardia de Infantería a la pieza donde estaba detenida con algo bajo el brazo, parecía una bolsa de papas, era Mariano, tenía rulitos y el pelo muy rubio. Apenas lo pude abrazar comenzó a llorar y a tirar patadas, estaba enojado, pedí esa vez también que el tiempo se detenga…", dijo.

Abdolatif, de 53 años, narró durante cuatro horas su calvario, desde el momento en que la arrebató la patota de su familia, hasta que recuperó la libertad en Devoto. En marzo de 1977, un grupo mixto de represores la subió a un auto, la vendaron, la esposaron y la trasladaron boca abajo en un auto. Detrás del Parque Garay la subieron a un camión de traslado de detenidos. "Ahí me doy cuenta que estaba otras mujeres (…) después me vuelven a pasar a otro vehículo y me llevan a "La Casita". Allí, la torturaron por etapas, junto a otras mujeres, militantes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP). "Mientras estuve ahí, apenas ingresada, un hombre se me acercó, se puso como en cuclillas y me dijo ‘quedate tranquila, todo va a estar bien, yo soy el rey, acá soy el rey’". El que mezcló jactancia y sadismo en ese comentario era Eduardo Alberto Ramos, también conocido con el apodo de "El Curro". Abdolatif fue vejada en "La Casita". Los torturadores le preguntaban quién era, que militancia tenía y cosas por el estilo. Militaba en la JUP. En el centro de torturas le pasaron electricidad con la picana. Estaba vendada, pero pudor escuchar, en una de las noches interminables, un gran movimiento de vehículos y de personas que probaban armas, se aprontaban para salir en varios autos. La casita quedó en silencio unas horas. Al regresar fetejaban, exaltados, la muerte de tres militantes peronistas. Uno de ellos comentó: "Qué pelotuda la vieja, cuando regresábamos la vimos en la vereda y le gritámos ‘matamos a tu hija’, y la vieja ni se inmutó", recordó la testigo. "Supe después que era la mamá de una compañera de apellido Meuzet. Recuerdo ese día, era un 24 de marzo y escuché que miraron un partido de Argentina contra España, en Madrid, que era un amistoso como preparación para el mundial de 1978. Esa noche festejaron con alcohol la muerte de los tres compañeros y el triunfo argentino. Siempre había un juego perverso de roles. Uno se hacía el bueno y otro el malo. Al segundo día de detención me llevan a una pieza y me interrogan dos hombres. Uno de ellos me dijo ‘firmá esta declaración’. Yo le dije que no veía por la venda y me respondió. ‘no importa, firmá o volvemos a la joda’".

Pocas horas después, llegó una persona al lugar clandestino de detención y dijo "Estas son, me las llevo", era Juan Perizotti, entonces jefe de la Oficina de Coordinación del Área 212 del Ejército que funcionaba en la GIR. En el trayecto de traslado siguieron los golpes, físicos y sicológicos. "Nos bajaron en un descampado, nos hicieron pisar pasto, me arrodillaron el piso y simularon matarme. Una persona me tomó a la altura de las costillas y me levantó. Me dijo: ‘no flaquita, vos venís conmigo’. Era María Eva Aebi". Ese traslado terminó en la GIR.

Poner en palabras los dolores

"Cuando estábamos en la GIR, con otras detenidas, nos pusieron en fila en el patio y ahí se presenta un Sargento Primero de apellido Ríos. También veo que una mujer de buen porte tenía un uniforme policial, una capa y caminaba con tacos. Era María Eva (Aebi). Después llegó otro hombre de buen físico, robusto, vestido de color beige y se presentó como el comisario Perizotti", dijo Abdolatif esta mañana, y también recordó que su padre se enteró que estaba con vida "porque una amante del ex coronel Rolón le comentó de mi situación, eso pienso yo, eso creo, ya que mi papá trabajaba en Comunicaciones de la provincia y tenía relaciones por su trabajo con muchos policías que no lo ayudaron a saber de mi paradero. Se pasó horas en dependencias policiales y le decían ‘ya lo va a atender el jefe’. Pero el jefe nunca lo recibía".

Abdolatif fue clara: "en la GIR convivíamos con la patota". Su afirmación fue la consecuencia de un relato bien hilvanado, porque en el despacho de Perizotti estaba el mismo hombre grande, robusto, de hablar pausado. En la GIR se presentó. "Yo soy el tío, vamos a empezar a hablar o volvemos a la joda". Mientras la presionaban para firmar una declaración para inculparse, le decían que "sabían dónde estaba su hijo, su pareja, sus padres, vos quedaste viva porque tuviste suerte, porque no podemos hacer desaparecer a todos. De acá vas a salir destruida, o vamos a destruirte toda la familia".

"Una vez, la guardiacárcel trajo un bulto debajo del brazo, era como una bolsa de papas. Era mi hijo Mariano, rubio, con rulos. Lo abracé y comenzó a llorar y a patearme. Volví a verlo en junio de 1977, lo puse en el piso y empezó a caminar, claro, ya tenía un año. Pensé, ‘quisiera que el tiempo se detenga’". También a la GIR llegó la familia de la mujer detenida. Fueron con el abuelo de Silvia. "El nono, que había estado en la guerra de 1914 me dijo ‘esto me hace acordar a los fachos que me detuvieron en la guerra’. Yo estaba esposada y muy deteriorada en mi aspecto". Dos situaciones que la mujer contó en detalles, como una fotografía que no envejece, que no se vuelve sepia, que está intacta.

En la Guardia de Infantería la llevaron un día a hablar con dos hombre, uno grande, robusto, otro más bien pequeño, delgado, cara angulosa. "Hija de puta, venimos todos los días desde Paraná y vos nos mentís, decí esto, obedecé. El hombre más pequeño creo que es un imputado en otra causa, (Horacio "Quique") Barcos. Después fue la entrevista con un hombre bronceado, bien vestido, ese fue el primer contacto con Brusa, el se presentó como el secretario del juzgado federal. La justicia del Proceso era la patota de saco y corbata", dijo. Junto a Brusa estaba su escribiente que también se presentó: "Soy el Toto Nuñez", estaba bien peinado, como con gomina, hacia atrás. El que después sería juez federal ungido en democracia al poder, le mostró su declaración sacada bajo tormentos en La Casita. En esos días de encierro en la GIR, durante un recreo en el patio, pasa un joven esposado, rubio, de pelo largo.

"Anatilde Bugna me dice ‘ese es Ramos, el rey". El Curro estaba preso por robar a parejas en moteles y en lugares tranquilos de la costanera santafesina, espacios que las jóvenes parejas de la época visitaban para dispensarse arrumacos. Ramos integró una banda de policías que los asaltaban. Fue condenado a seis años y su sentencia la firmó el entonces juez de instrucción durante la dictadura y hoy Procurador de la Corte, Agustín Bassó.

Las chicas lindas toman sol

En enero de 1978 Perizotti hizo trabajar a las chicas de la GIR sin cesar. Había un temor latente: la cercana visita de la Cruz Roja Internacional y también la eventual llegada de un jerarca del Ejército. Hasta allí llegó el entonces teniente coronel Juan Orlando Rolón, a cargo del Área 212 del Ejército. Su figura grandota, bien firme y su cabeza pelada sobresalían, también sus charreteras. "Es una pena, vengo del Parque Sur y vi un montón de chicas lindas tomando sol y ustedes están acá (…) yo soy el dueño de todas ustedes, me pertenecen y se presentó". Dijo el militar.

Una tenue luz de libertad

Abdolatif conoció en Devoto al defensor oficial que debía maquillar con alguno viso de legalidad los atropellos sufridos por los detenidos. "El doctor Casella me visitó en la cárcel antes de la condena, y también pude tener una entrevista con el juez Miguel Quirelli, que se hizo cargo de la causa después de la partida de Fernando Mántaras, ascendido a camarista en la dictadura".

Antes de salir en libertad, tres agentes de la policía federal la interrogaron con las mismas chicanas de siempre: "agradecé que estás viva" y cuestiones similares. "Nosotros teníamos un dinero por si recuperábamos la libertad que era para traslados y cosas así, el día que me comunican el cese de la prisión, uno de eso policías de la federal se me acercó, tenía mucho olor a alcohol. Me dijo que se había gastado la plata la noche anterior en ‘los burros’. Y me aclaró que había tenido suerte, que la próxima iba a ser una desaparecida". Cuando salió en libertad, Silvia Abdolatif pesaba 41 kilos y tenía 2 millones de glóbulos blancos. Apenas se podía mantener en pie.

El reencuentro con los verdugos

Ya en democracia, Silvia se topó con Brusa en un supermercado. "Apenas me acerqué le dije ¿se acuerda de mí? Y él respondió: - Abdolatif, Silvia Liliana. No le dije más nada". Pero también la mujer pudo cruzarse en tres oportunidades con Eduardo Córdoba, a quienes le decían ‘el flaco’ o ‘camello’. Era uno de los choferes de Perizotti en la GIR. Los otros dos eran Alberto Locadito, que ingresó en la policía el 4 de marzo de 1975 y Miguel Ángel Poli, que ingreso el 29 de abril de 1975. Silvia le pidió a Córodba que identifique el lugar donde habían sido trasladadas clandestinamente pero Córdoba esquivó la inquietud con respuestas vagas. La primera vez que se cruzaron él hombre se encargó de corregir: "mirá que yo no trabajo más en la policía".

-¿Cómo sabía que Córdoba era chofer si usted estaba vendada?, preguntó Claudio Torres del Sel, abogado del ex jefe de la GIR.

-Por dos razones, porque en algunos traslados yo no iba vendada y Perizotti se dirigía a él como "Córdoba". Además tengo bien presente que me llevó a la Guardia del Hospital Cullen cuando estuve enferma, junto con Perizotti. Ahí pude ver al que fue ex vicegobernador de Santa Fe, Féliz Cuello, muy flaquito.

Córdoba le pedía que "se dejen de joder con ‘esas cosas de denunciar’ y me decía siempre yo no sé nada, no sé…"

En el año 2000, una mujer llegó con un cuadro de hipertensión al Instituto Cardiovascular Santa Fe, donde coordina las intervenciones del cuerpo médico Abdolatif. En una guardia, la testigo descubrió que estaba internada María Eva Aebi. Después de lidiar con ese pasado común de víctima y victimario. Silvia puso por encima de todo la vida de su paciente. "Siempre pensé que puedo ser yo, o mi hijo o un familiar, ése es mi lema", aclaró. Se acercó a Aebi , que le dijo: "vos sos Silvia Abdolatif, ¿y tu chiquito?. "Me contó que su hijo había fallecido en un accidente de tránsito y después me dijo ‘es mentira que yo les pegué, si mes compañeros le pegaron yo no tuve nada que ver’. Me di cuenta que no había cambiado mucho, de todas maneras le dije que se quede tranquila, que acá el trato que iba a tener iba a ser mejor".

Tras un cuarto intermedio pedido por el abogado defensor Torres del Sel, Aebi no pudo volver a la sala. Abdolatif la había mirado a los ojos cuando narró el encuentro en la clínica. Segura, la testigo le recordó el momento en que el destino las había vuelto a reunir. Había quedado claro quién tuvo un gesto de humanidad y quien no se arrepentía de nada.

Fuente: lafogata.org