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Medio Oriente - Asia - Africa

Las cosas por su nombre

udi.cuatro.catorce@gmail.com

La muerte de un niño, cansinamente relatada de tanto en tanto en un rincón de la página "Internacionales" de cualquier periódico no suele despertarnos sentimientos muy exaltados. Se sabe: la repetición de la barbarie no la transforma en civilización, pero adormece los sentidos, apachorra la indignación. El veneno diario en pequeñas dosis puede ser, incluso, muy efectivo cuando irrumpe una cantidad pantagruélica en nuestro torrente sanguíneo.

Todos los días mueren niños, la mayoría por causas evitables, acá nomás, a diez cuadras. ¿Por qué rasgarse las vestiduras ante una muerte a más de diez mil kilómetros?

Aquí, como casi siempre, los poetas lo dicen mejor. Paso, entonces, a un grande:

TODOS NOSOTROS

Que cosa terrible sentir
que el tipo de al lado no importa,
que no existe, ni pincha ni corta,
que si hace un infarto la mujer aborta.
No nos molesta ni nos importa,
no nos molesta ni nos importa.

Qué cosa terrible y normal
que la gente se muera de guerra,
que reviente, que esté en la miseria,
esta cosa tan simple, esta cosa tan seria,
no nos enoja ni nos aterra,
no nos enoja ni nos aterra.

Lo que no te toca de cerca
finalmente no interesa.
Somos como las viejas
que juegan a la canasta
y combaten la pobreza
con un poco de pereza.

Qué cosa terrible saber
que la gente de arriba es siniestra
que es tan vieja y enferma que apesta
pero nadie la acusa y nadie protesta,
y no nos importa ni nos molesta,
y no nos importa ni nos molesta.

Qué cosa terrible pensar
que mientras yo creo ser centro,
me doy cuenta que nadie por dentro
movería una mano por verme contento,
y no me molesto ni me caliento
y no me molesto ni me caliento.

Lo que no te toca de cerca
se olvida, no importa, se esconde.
Somos como los perros
que tienen un hueso enterrado
y no se acuerdan adónde,
pobres perros casi hombres...

Qué cosa terrible saber
que la vida se achica y se acorta,
y no nos importa y no nos importa
y no nos importa y no nos importa
y no nos importa, hmmm.

Letra y Música de Jorge Schussheim

Resulta difícil mejorar esto. Así las cosas, y sin poder hacernos los distraídos, solo resta, tal vez, sacudirnos la apatía, despertar los sentidos, escupir la indignación, no sea cosa que se nos anquilose dentro, y como un alien nos devore, despacito, sin que nos demos cuenta, o - peor, infinitamente - que nada nos importe.

Gritar, entonces, puede ser la consigna, ahora como hace cien años:

En la ciudad asesinada

Levántate y ve a la ciudad asesinada
y con tus própios ojos verás, y con tus manos sentirás
en las cercas y sobre los árboles y en los muros
la sangre seca y los cerebros duros de los muertos...

Jaim Najman Bialik

¿Qué nos queda, si no, al ver las imágenes del horror? Gritar, expulsar el veneno de la costumbre, vomitar el asco del tóxico embrutecedor. Inundar el cuerpo con el aire puro del grito, de la santa indignación. Limpiar los pulmones de tanta basura cotidiana, vociferar hasta que sangre la garganta. Llamar, de una vez por todas, a las cosas por su nombre.

Muy claras son las cosas, y la honestidad impone llamarlas por su nombre: al crimen de guerra, al crimen de lesa humanidad, y al genocidio. La destrucción de toda la infraestructura que posibilita la vida humana en conglomerados urbanos es un crimen contra la humanidad. El bombardeo de áreas civiles desprotegidas es un crimen de guerra, y la demolición de edificios civiles y residencias particulares con seres humanos adentro es genocidio. De poco les servirá tratar de ocultarlo al mundo: lo verán en sus ojos cuando crucen miradas. Lo sentirán cuando sus hijos les pregunten:

¿Y tú que hiciste en la guerra, papá?

udi, diciembre de 2008

"Los momentos en que somos más libres e iguales en este sistema son aquellos que dedicamos a la consecución de la utopía. El resto del tiempo somos meros esclavos."

Fuente: lafogata.org