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�frica Central
�La violaci�n como arma de guerra?
Kris Berwouts
Umoya
Con motivo de la Jornada Internacional para la eliminaci�n de la violencia
respecto a las mujeres (el 25 de noviembre) y de la Jornada Mundial de lucha
contra el Sida (1 de diciembre), hemos escuchado una serie de declaraciones
contra el uso de la violencia sexual como arma de guerra en �frica Central. Sin
embargo, estas declaraciones nos dejan sentimientos ambiguos. Por un lado, es
importante que esta utilizaci�n sea identificada y denunciada, pero por otro
lado, enfocar la violencia sexual solamente bajo el �ngulo de arma de guerra
deja a un lado una evoluci�n muy inquietante : la asociaci�n autom�tica entre la
violaci�n y la intensidad de la guerra no existe ya en �frica Central. La
realidad se ha convertido en algo mucho m�s complejo. El problema de la
violaci�n en �frica Central no encuentra sus ra�ces en las guerras civiles en
las que la regi�n se ha sumergido a partir de los a�os 90, aunque es cierto que
estas guerras han contribuido a aumentar esta violencia de modo exponencial. Al
disminuir fuertemente la intensidad del conflicto en Burundi en el a�o 2003, la
liga burundesa de los derechos del hombre Iteka ha constatado que a esta
situaci�n le segu�a casi inmediatamente una clara mejor�a de la situaci�n de los
derechos humanos en la zona. Casi por todo el pa�s, el n�mero de violaciones de
los derechos humanos ha bajado espectacularmente, salvo la violencia sexual. El
mismo fen�meno se produc�a en el Congo durante el mismo periodo, tras la
instauraci�n del gobierno de transici�n el 30 de junio de 2003.
Hemos observado para los dos pa�ses un esquema bastante comparable en cuanto a
la relaci�n entre la violaci�n y el conflicto. En una primera fase de la guerra,
la violaci�n es un derrape de hostilidades que forma parte del derecho del m�s
fuerte. Una milicia que entra en un poblado vencido consuma su victoria
saqueando las casas, degollando a las cabras, bebiendo cerveza y violando a las
mujeres.
En una segunda fase, la violaci�n se convierte en un arma de guerra que se
muestra de manera muy focalizada contra una comunidad, para desintegrarla y para
golpearla en su ser m�s vulnerable. Las consecuencias f�sicas, psicol�gicas y
emocionales son muy dif�ciles de soportar por la v�ctima y su familia, los
estigmas sociales son enormes ya que muchas mujeres y ni�as violadas son
rechazadas por sus maridos o sus padres. La violencia sexual instaura un clima
en el cual las mujeres no pueden ya ir a los campos, o las ni�as no se atreven
m�s a ir a la escuela. La violencia sexual destruye la cohesi�n social y
econ�mica de la sociedad.
El hecho de que en la tercera fase, cuando el conflicto parece evolucionar hacia
una soluci�n, la violaci�n como �nica forma de violaci�n de los derechos humanos
no disminuye, es muy inquietante. Esto significa que toda esta violencia sexual
ha producido un estrago terrible a nivel de valores, y que se ha instalado en la
cultura misma durante el conflicto. El acto sexual se convierte en algo que se
toma cuando se siente necesidad, y la mujer se reduce a algo consumible que se
tira tras ser utilizado. Los autores de estos cr�menes no son ya solamente los
combatientes o las milicias no siempre identificables, sino las fuerzas
regulares del orden y cada vez m�s los actores no armados, como los miembros de
las familias, los vecinos, los amigos o los profesores. Ni�as cada vez m�s
j�venes son v�ctimas de violaci�n, tendencia que se acent�a por el mito de que
las relaciones sexuales con una virgen pueden prevenir o curar el sida.
La violaci�n, por supuesto, est� prohibida ; la ley prev� penas duras. Pero en
la pr�ctica, se aplica raramente. Una de las causas de esto consiste en la
dificultad de obtener los atestados necesarios para los tr�mites jur�dicos a
causa de la inexistencia de servicios de salud, de su insuficiencia o de su
falta de accesibilidad para una gran parte de la poblaci�n. Otras v�ctimas no
entablan procedimientos jur�dicos debido a la ignorancia o por sufrir presi�n
social. Otras prefieren todav�a no esforzarse o no gastar lo necesario para
estos procedimientos porque saben que las penas m�s duras s�lo se dictan
raramente. Todos estos elementos impiden conocer la verdadera dimensi�n y la
complejidad del problema.
No hay soluciones r�pidas para las violaciones. Un acuerdo de paz o de cese el
fuego no pone fin a la violencia sexual. Pa�ses como Burundi o la Rep�blica
Democr�tica del Congo deben ser apoyados en la rehabilitaci�n de sus
instrumentos del Estado de derecho, entre ellos un ej�rcito unificado cre�ble,
operativo y disciplinado y un aparato judicial que funcione. La reconstrucci�n
del Estado de derecho debe estar acompa�ada de avances significativos para
alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, inclu�da la rehabilitaci�n
permanente de los servicios de salud y de la ense�anza. Si queremos pues el
restablecimiento de la cohesi�n social y la desaparici�n de la violencia sexual
en la cultura, tenemos que desarrollar una nueva din�mica comunitaria desde la
base. La sociedad civil en general, y especialmente el movimiento de las mujeres
en �frica Central tendr� aqu� un papel clave. Las organizaciones de base y sus
redes existen, as�mismo las mujeres-l�deres. Con un poco de liderazgo y con
medios, ellas pueden cambiar la situaci�n.
*Kris Berwouts es director de EurAc, red de ONGs europeas para coordinar las
acciones de denuncia pol�tica en �frica Central.
Fuente: lafogata.org