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Argentina: La lucha continúa

Ahora, descubren  la Republiqueta sojera
 

Jorge Eduardo Rulli
Horizonte Sur / GRR

Esta crisis del campo que vivimos es como un final de fiesta, ese momento terminal de las reuniones, el día amaneciendo en los gallos que despiertan y las lamparitas compitiendo sin esperanzas con la claridad que llega. Ese momento, en que unos se han ido, otros se han dormido y cuando los borrachos se empecinan en continuar con la fiesta, y entre eructos y divagues etílicos se van a las manos torpemente, mientras la luz del sol quiebra la magia de la noche y expone con impiadosa crudeza la pobreza y el cansancio. Millones somos los que sufrimos desde afuera del escenario, una competencia de banderas  intercambiadas, que ya no definen bandos ni razones, los que vemos con sorpresa y asco el uso de recursos retóricos y hasta el recuerdo de luchas pasadas y de muertos ilustres a los que se apela tan sólo porque toda munición es válida si se la usa contra el otro. Millones de argentinos somos, los que acumulamos un largo cansancio frente a la improvisación y el oportunismo, muchos los que hacemos zapping y tratamos de cambiar de canal tan solo para encontrarnos con otra versión de las mismas rencillas por el poder y de la misma fatal ausencia de sentido de patria y de conciencia del rol del Estado.
Recordamos perfectamente qué pensaban y qué decían de nosotros, algunos de estos fervorosos defensores del Gobierno, hace tan sólo algunos años atrás, cuando les tratábamos de explicar el modelo de la soja, justamente a ellos, hoy los más agresivos, entonces los más indiferentes, a ellos que en ese entonces mantenían a sus bases clientelares gracias a las retenciones y además les daban cursos de cocina con soja, para que cambiaran los hábitos alimentarios y aprovecharan esos porotos mágicos que, nos iban a sacar supuestamente, del hambre y la pobreza. Ahora los vemos predicando en la TV contra los sojeros y  repitiendo muchas de nuestras razones de entonces, pero, lamentablemente han transcurrido ocho o más años desde que perdimos lamentablemente nuestro tiempo y nuestras energías tratando de que la CTA reconociera la realidad de la Republiqueta sojera. Ahora, no podemos dejar de pensar que si esa izquierda progresista y piquetera, se apropia hoy de nuestros viejos documentos, es sencillamente, porque a aquellas amenazas se le superponen hoy otras amenazas, y porque como los teros en el campo, ellos en la dimensión de la historia, anuncian lo que pasó para adormecer nuestra conciencia acerca de lo que todavía estaría por suceder.
No son demasiado diferentes a ellos algunos intelectuales, que hoy y luego de haber callado religiosamente durante más de diez años, cegados a los impactos y a los muertos innumerables por contaminación con agrotóxicos, se apresuran a sacar documentos para denunciar los ataques que desde la sojización amenazan a la democracia, y una vez más nos recuerdan los méritos de haber depurado la Corte Suprema, haber impulsado una activa política de derechos humanos del pasado y haber permitido el libre juego de las expresiones sociales de protesta, sin mayores gestos represivos. Lo anecdótico les atrapa la atención irremediablemente y no son capaces de comprender que el complejo proceso de globalización nos impone sus reglas impiadosamente, y que las nuevas dependencias son equivalentes a aquellas otras que hombres como Scalabrini Ortiz supieron desentrañar en el siglo pasado. Hace pocos días se cumplieron cincuenta años de la muerte del maestro, el autor inolvidable de "El Hombre que está solo y espera" y también, de "Política Británica en el Río de la Plata". Dos libros que ningún argentino que se precie, debería desconocer. En el entierro de Scalabrini, Arturo Jauretche dijo emocionado. "Él nos enseñó a pasar del antiimperialismo retórico al antiimperialismo práctico". Hoy, por lo contrario, ni siquiera tienen consenso entre esos intelectuales, las teorías antiglobales y aún menos la lucha práctica contra las Corporaciones que, como gigantescos vampiros, se alimentan de nuestras energías y de nuestros patrimonios. Es que a diferencia del imperialismo, la globalización se acompaña de la universalización de valores y de una mirada que le es propia y que nos impone, la globalización implica modos de pensar y de vivir el mundo, un mundo  reordenado ahora por las nuevas pautas del consumo, pautas que  lo transforman todo en mercancía y donde reinan las reglas de los mercados internacionales y las nuevas idolatrías a las ciencias empresariales y a las tecnologías de punta.
No importan los discursos que tanto atraen la atención de esos mandarines de la cultura libresca. La cooptación de las poblaciones a las nuevas dependencias necesita peroratas de izquierda, en especial de una izquierda capaz de reemplazar a las antiguas burguesías nacionales en el gran proyecto de consumar en la periferia del mundo, un capitalismo urbano e industrial, dependiente del nuevo orden global y sin el universo de derechos sociales y laborales por los que tanto se luchó en épocas anteriores. Poco importan entonces los innumerables discursos contra la sojización. El Estado ha devenido en un mero instrumento de administración o de gestión de las políticas que le proponen las empresas. Una ausencia notable de políticas agrarias por parte del Estado y de sucesivos gobiernos, no ha impedido sin embargo desde un principio, un formidable compromiso estatal, para con la Biotecnología y para con el modelo de sojización.
El Estado aprobó la Soja RR con apresuramiento y alevosía en el año 96, sin siquiera cumplimentar sus propias reglas, que lo obligaban a esperar el dictamen del SENASA. El Estado comprometió desde un principio toda su capacidad científica, léase INTA, CONICET, SAGPyA, etc. en fortalecer y asegurar la producción de Soja RR y de Maíz BT. Toda la infraestructura de caminos, rutas, puentes y hasta los ferrocarriles recuperados, fue desde un principio puesta al servicio del complejo sojero aceitero. La construcción y el mantenimiento de la HIDROVIA Paraguay Paraná, es pagada por todo el pueblo argentino, para que Cargill y sus socios importen soja desde el Pantanal brasileño, desde Bolivia y Paraguay, para poder satisfacer la capacidad de molturación de sus molinos aceiteros, o las Corporaciones, la exporten desde los diecisiete enormes puertos privados de magnitud marítima, que en las orillas del Paraná se han levantado con desprecio y absoluta impunidad respecto a toda norma ambiental y a todo derecho de las poblaciones preexistentes en esos mismos lugares. La exportación de aceites y biocombustibles están promocionadas por Ley de la Nación, y además, subsidiadas por mecanismos y artilugios permitidos por el Senado de la República, en un caso extraordinario de sensibilidad y generosa preocupación de nuestras dirigencias por los automóviles europeos.
El Capitalismo globalizado genera cadenas de valor con eslabones, que se apropian groseramente de la renta producida. La maquila mejicana, los sistemas textiles en los llamados tigres asiáticos, gran parte de la industria en la Europa del Este, etc. En ninguna de esas cadenas de superexplotación obrera, observa con agudeza el ingeniero Enrique Martínez del INTI en un reciente documento, la característica es el conflicto al interior de la cadena, y ello, pese a la terrible explotación que las caracteriza. Las corporaciones habrían organizado las relaciones de explotación de tal manera, que las víctimas del sistema no solo podrían considerarlas como una cierta mejora en sus vidas anteriores, sino que, sobretodo, esas condiciones inhumanas del trabajo se les imponen como situaciones ahora inexorables. Los bosques de palma africana, el salmón enjaulado en Chile, la producción de flores en otros puntos de América, la implantación de bosques para pasta de papel, la minería por cianurización y las carpas en el Lago Victoria en África, serían ejemplos similares de superexplotación del factor humano o de modelos extractivos de los recursos naturales. Todos ellos son ejemplos siempre impiadosos y que apuntan al agotamiento de los ecosistemas. Los cinturones hortícola bolivianos de las grandes ciudades argentinas y la industria textil informal alimentada con inmigrantes peruanos y bolivianos en talleres clandestinos, participa absolutamente de estos modelos de maquilla a los que nos referimos.
El actual modelo de agricultura industrial de la Argentina, asimismo, no difiere demasiado de aquellas maquilas o de los sistemas de plantación de palma. Tiene, en todo caso, diferencias cuantitativas que lo harían parecer diferente, así como también, protagonistas de las cadenas productivas que ganan mucho dinero y que se resisten a  que el Estado se quede con una parte sustancial de sus ganancias. El modelo de la soja, consiste en un negocio global de producción de commodities de muy alta renta y de firme permanencia en el tiempo, con crecientes demandas por parte de los importadores, debido a que la reconfiguración del mundo por parte de las Corporaciones, conduce a una creciente descampesinización en los países a que se destinan  las exportaciones, con renovadas masas de consumidores urbanos y una demanda, también creciente, por parte de las cadenas agroalimentarias  y de la bioindustria, o sea de la producción masiva de carnes en encierro.
El problema seria entonces que el Estado, ha comprometido desde hace más de veinte años todos sus recursos en el respaldo a un modelo de monocultivos que hoy se subleva en los caminos porque le resulta más fácil disputar con el Gobierno que con las Corporaciones granarias que son, en definitiva, por lejos, las que se llevan la parte del león de las ganancias. Lamentablemente, el Gobierno acepta el reto cómodo de pelearle a los más débiles de la cadena, mientras continúa promocionando la producción de Biocombustibles como un insospechado destino argentino, y les propone a los rebeldes una Junta nacional de granos conformada directamente por las cuatro grandes corporaciones adueñadas de nuestras exportaciones. Tenemos, entonces, derecho a preguntarnos si acaso estos remezones de la crisis del campo, no son sino el preludio de que entramos en una fase superior del sistema de la soja, con la llegada masiva de fondos de inversión y con predominio definitivo de la industria aceitera y de producción de biocombustibles.
En estos editoriales hemos expuesto en varias oportunidades y con crudeza, algunas imágenes actuales de la vida del chacarero y hombre de campo devenido sojero. Su traslado domiciliario a la ciudad de referencia, sus nuevos hábitos de vida, que incluyen restaurantes finos, departamentos para los chicos en las ciudades donde continuarán los estudios, viajes periódicos a Europa para visitar los pueblos de origen, vehículos de lujo y ostentación de una vida que no habrían jamás imaginado sus ancestros. Es lógico que se resistan a perder ese modo de vida fácil que en general, se basa en el arrendamiento a los pooles de siembra de las tierras que heredaron de sus antepasados gringos. Les cuesta comprender que el sistema de sojización no es estático, y que está en marcha  un proceso de incorporación de capitales globales que elevará irremediablemente las escalas de producción y que dejará a muchísimos de ellos fuera del tablero. No importa que sus campos valgan entre diez y quince mil dólares la hectárea, probablemente no sabrían que hacer fuera de sus pueblos, aún siendo millonarios en dólares, sino vivir de rentas o sobrevivir añorando las épocas en que eran cabeza de ratón en sus comunidades.
Si la dirigencia política permitió la instalación de estos modelos globalizados, si los intelectuales se negaron durante años a reconocer a la Republiqueta sojera, si los dirigentes de izquierda fueron ciegos a los nuevos modelos de la dependencia y nos convocaron tan solo en torno a las consecuencias sociales urbanas del modelo, sin advertir nunca sus causas, hoy deberían hacer un esfuerzo para abarcar el conjunto y tener miradas comprensivas sobre los diversos actores, empujados como en una tragedia a un enfrentamiento en que los verdaderos usufructuarios no se nombran, no se visualizan y continúan apropiándose de la riqueza que el Estado cómplice les asegura.
En esta situación de crisis profunda, los argentinos se replantean con angustia esa antigua escisión del pensamiento argentino que oponía el campo a la ciudad y que hoy ha conducido a que los sojeros lideren una protesta generalizada que abarca a muchos otros productores que sin ser sojeros, tienen reivindicaciones justas para las cuales nunca hubo oídos en los despachos oficiales. La demanda por comprender la crisis se ha generalizado, en especial en los jóvenes. Ya no son suficientes para ellos, los discursos de los implicados, el común ya ha advertido que son como las trifulcas de borrachos en el final de la fiesta y que las palabras no expresan la realidad sino que son tan sólo instrumentos funcionales a los intereses que pujan por el poder de decidir, sobre las rentas del modelo sojero. Solo los intelectuales parecieran continuar creyendo en los discursos, el Pueblo aprende rápidamente que de esta encrucijada no podremos salir sin un Proyecto Nacional y una fuerte intervención del estado en el manejo del comercio exterior, la nacionalización de los puertos y la recuperación de las ganancias extraordinarias con que  hoy se quedan las empresas aceiteras  y los exportadores. En este sentido, y  siguiendo las alternativas de la lucha tal como hace el multimedio Clarín, que nos va informando en cada etapa cómo la pelota o sea la iniciativa, pasa de un bando a otro, como si la tragedia argentina de ser avanzada global de nuevos colonialismos fuera un partido de Boca River,  queremos decir que en verdad la pelota, ha estado siempre en el campo del Gobierno y que somos cada vez más los que aguardamos que cumpla con su razón de ser y haga del Estado un instrumento fiable para asegurar tanto los derechos de la población a los alimentos, como el orden con diálogos y participación,  y muy especialmente la soberanía nacional./

Fuente: lafogata.org