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Argentina: La lucha continúa

Una colonia de San Martín vive sin agua, luz, ni atención médica

En Misiones existen muchos lugares donde el Estado en sus múltiples formas nunca ha entrado, salvo en vísperas de elecciones para dejar un tendal de promesas que nunca se cumplirán.

Sergio Alvez
Primera edicion
COLONIA YABEBIRY, San Martín

En Misiones existen muchos lugares donde el Estado en sus múltiples formas nunca ha entrado, salvo en vísperas de elecciones para dejar un tendal de promesas que nunca se cumplirán.
Los habitantes de estos parajes, colonias y pueblos suelen vivir acostumbrados al abandono estatal y en muy pocas ocasiones se organizan para reclamar lo que les es negado desde siempre. Cuando los pobladores se unen para luchar, es porque alguna situación ha llegado al extremo. Este es el caso de los habitantes de la Colonia Yabebiry.
Sin nada Enclavada a varios kilómetros del pueblo al que pertenece (San Martín), la Colonia Yabebiry está compuesta por las chacras que se alzan sobre las innumerables picadas (ásperos caminos de tierra roja en medio de los montes) que bordean la ruta nacional 103, todo a menos de cien kilómetros de la capital misionera. Viven allí cientos de familias, en su mayoría peones rurales y desocupados a granel que se resignan a abandonar su lugar en el mundo, aunque el precio a pagar sea vivir sin agua potable, sin luz eléctrica, sin acceso a la salud pública, sin nada.
Todas estas carencias vienen produciendo enormes desmadres en la existencia de estos sufridos habitantes, que además ahora deben lidiar con una sequía devastadora que ha dejado sin una gota a las vertientes de la zona, lo que sumado al avanzado grado de contaminación del arroyo Yabebiry compromete de manera alarmante el acceso al elemento vital. La única forma de conseguir agua por estos días es cargar baldes y tachos del arroyo, transportarlos en los bueyes y hervirla posteriormente antes de usarla.
Asamblea popular Ante este cuadro, hace pocas semanas unas quince familias se reunieron para conformar lo que dieron en llamar la Asamblea Popular de San Martín, agrupación que busca dar a conocer y revertir la situación de los habitantes de la colonia. La unión vecinal nació a partir del arribo -en abril del año pasado- de un núcleo humano encabezado por artistas que de inmediato se conectaron con la realidad social del lugar, en pos de organizar a los vecinos y encaminarlos hacia la dignificación de sus postergadas existencias.
 El punto de encuentro de los vecinos es el distante y paradisíaco lote 127, donde están instalados los integrantes del colectivo de artistas que coordinan la asamblea. Los vecinos llegan hasta allí -Picada Canarios y Maipú es la dirección- en bicicletas, caballos y de a pie tras largas horas de caminata.
El espacio se denomina ESTA Tierra (Espacio Social de Trabajo Artístico) y está encabezado por el teatrero Horacio "Coco" Martínez, el joven poeta Miguel Martínez, la fotógrafa y bailarina de tango Suna Palma y la actriz Jorgelina Alioto, todos ellos oriundos del sur del país, aunque con largas residencias en el extranjero.
La llegada de este grupo humano significó para los vecinos un auténtico milagro que vino a renovar esperanzas largamente perdidas.
El arribo de "PRIMERA EDICION" encuentra a los pobladores en plena reunión.
Una de las vecinas y madre de once hijos, Carmen Ortigoza, afirma que "estas personas (por los fundadores de ESTA Tierra) nos devolvieron las ganas de luchar para conseguir lo que necesitamos desde hace mucho tiempo: salud, agua, luz, oportunidades para que nuestros hijos no abandonen la colonia".
Los demás vecinos coinciden en la importancia de haber logrado, al fin, organizarse. "El individualismo no conlleva a nada. Ahora estamos unidos y tenemos objetivos comunes para el bien de todos. Confiamos en lograr lo que nos corresponde" aseveró Hugo Günter, otro poblador.
El drama de la falta de agua La carencia de agua potable en la colonia siempre ha sido un problema grave.
Cuenta la fotógrafa Suna Palma: "El conflicto del agua es terrible. Las vertientes se secan porque el desmonte ha avanzado mucho y el arroyo Yabebiry es la única opción aunque esté bastante contaminado. Es un enorme esfuerzo conseguir agua en esta zona, lo que por supuesto tiene un impacto en la calidad de vida y la salud de la gente. Necesitamos acceso al agua potable urgentemente".
 Con referencia al arroyo Yabebiry (aquel que fuera escenario de varias obras de Horacio Quiroga, cuando el afluente aún era puro y limpio), es preciso aclarar que esta cuenca del río Paraná, ya desde unos años a esta parte viene sufriendo inexorables modificaciones ambientales asociadas a la construcción de represas y ciertas prácticas nocivas como por ejemplo, la del lavado de las mochilas con las que se llena de herbicidas a las plantaciones de pino, el tristemente célebre Randup. "Aquí tenemos un verbo nuevo, que es 'randupear'. Están 'randupeando' muchos montes, lo que deja inútiles a los suelos, pero además hemos descubierto que después lavan las mochilas de randup en el arroyo" detalló Suna Palma.
La luz Los pobladores de Colonia Yabebiry tienen que ver pasar los cables de luz por sus techos, pero jamás pudieron acceder a este bien. "La ausencia de energía eléctrica es otro punto. Por ejemplo, acá es común tener ganado, pero no podemos faenar porque no hay heladeras donde guardar, tenemos que vender para no perderlo todo. Hasta ahora ningún intendente se preocupó por nosotros" sostuvo otro vecino.
Necesidad de trabajo La falta de oportunidades laborales es la principal causante del éxodo de jóvenes que año a año se experimenta en la colonia. Faltan incentivos de todo tipo y por lo general la única opción es el peonaje, lo que implica abandonarse a las manos de patrones a los que no les interesa demasiado el desarrollo de la población.
En este contexto, los vecinos hacen lo que pueden. Uno de los casos más llamativos es el de la familia Rivero, históricos pobladores que hace un par de años intentaron hacer de la venta de fósiles vacunos, un sustento familiar. "Juntábamos los huesos de las vacas y los bueyes para vender. Le vendíamos a un camionero que venía de Barranca, Santa Fe. Los huesos los traíamos del frigorífico de Martínez, con los permisos correspondientes.
Traíamos en los carros. Después, cuando íbamos a hacer un negocio bastante grande, con varias toneladas de huesos que habíamos juntado con mucho sacrificio, incluso cuando desde la Municipalidad nos habían dado el visto bueno, incluso la Gendarmería nos había dicho que no había problemas, apareció el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) y nos quiso cobrar un montón de dinero a nosotros, era una plata imposible de pagar. Ahí se terminó todo", relató Carmen de Rivero, quien hoy tiene en cercanías de su casa, el legado de más de 20 mil kilos de huesos descomponiéndose en el suelo.
"Es una pena que por un asunto burocrático hayamos perdido una fuente de trabajo genuina y que nos costaba mucho lograr" se lamentó el marido de Carmen, Martín Márquez, un hombre que por estos tiempos está intentando forjar una salida económica a partir de la venta de muebles de su propia producción, aunque por ahora debe batallar sólo con clavos y martillos, ya que aún no pudo reunir el dinero para acceder a las herramientas necesarias.
Su emprendimiento, se asemeja al de otros vecinos, que ante la falta total del políticas que los contengan, sobreviven para quedarse en la colonia y poder legarles un futuro mejor a sus hijos.

Fuente: lafogata.org