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Argentina: La lucha continúa

¿Quiénes fueron los principales beneficiarios del 'crecimiento K'?

José Castillo
La Arena

Termina otro año, el cuarto, de un ciclo de crecimiento económico a tasas 'chinas'. Obviamente, hay una sensación generalizada de que 'estamos mejor'. Esto es cierto con respecto al fondo de la crisis 2001-2002, pero ¿quién se llevó la mayor porción de la torta?

Todos los economistas coincidimos en que el giro de la curva se pegó en el tercer trimestre del 2002. Ahí, cuando todavía estábamos inmersos en el fondo de la crisis social y política que había hecho volar por los aires a la Convertibilidad, algo empezó a suceder, primero imperceptiblemente. Como cuando uno se sumerge a cierta profundidad, 'tocamos fondo' e inmediatamente comenzó cierto 'rebote'. Claro, los números de nuestra economía daban tan abajo, que cualquier recuperación, por pequeña que fuera, aparecía estadísticamente amplificada. Pero era un hecho de que algunas cosas empezaban a pasar, incluso a pesar de que los principales actores de la política económica de entonces no tenían ni idea de cómo resolver los temas centrales de la crisis.

¿Qué pasó con el crecimiento?

Esta pregunta, que empezó a sonar con fuerza a fines del 2003, pero en particular en el 2004, cuando se vio que no se trataba simplemente de un rebote estadístico, dio lugar a toda una serie de elucubraciones. Las autoridades salientes-reelectas van a afirmar que se trató de las bondades de sus políticas económicas. Permítaseme una comparación con lo que, para otro contexto, afirma el premio Nobel, Joseph Stiglitz, en su libro 'Los felices 90'. Allí Stiglitz, explicando la onda larga de crecimiento de la economía de los Estados Unidos entre 1993 y 2000, señala que se dio 'a pesar' de ciertas políticas de Clinton, donde este no se animó a romper con el sentido común instalado por dos décadas de neoliberalismo. Así, Clinton se propuso, y mantuvo, un abultado superávit fiscal durante su mandato, ajustando inversiones públicas. Se creció igual, diría Stiglitz, por diversas condiciones objetivas de la economía yanqui, pero se podía haber crecido más, y, lo más importante, se podría haber avanzado en revertir la pobreza y la fuerte inequidad en la distribución de ingreso que se venía dando desde las políticas reaganistas.

Valga esta comparación para explicar el auge económico durante la presidencia de Kirchner. Se podría haber crecido más, sin duda, si el gobierno no hubiera dedicado más recursos que ningún otro a pagar en efectivo saldos de la deuda externa, llegando al extremo de liquidar de golpe y por anticipado todo lo adeudado al FMI a comienzos del 2006, generando en ese momento un agujero en nuestras reservas de casi 10.000 millones de dólares. Y, ya que hablamos de las reservas, sin duda se podría haber crecido más si la política del Banco Central no hubiera sido dedicarse a construir un 'colchón' inmovilizado de 45.000 millones de dólares.

Es más, se podría haber crecido y garantizado seguir creciendo, sin 'cuellos de botella' como los actuales con respecto a la energía, si el Estado nacional hubiera seguido los ejemplos de otros países de la región y se hubiera efectivamente apropiado de la renta y el control de nuestros recursos de gas y petróleo. Con ello, con lo que se pagó de deuda y con los millones que salieron en concepto de subsidios para las privatizadas se podría ya tener en marcha una serie de obras de infraestructura que, en lo inmediato hubieran generado más empleo, ingreso y crecimiento del PBI y, en el mediano plazo, asegurara una ecuación energética para los años venideros.

La copa no derramó

Se creció, es cierto. Y mucho. No hay demasiados ejemplos en la historia económica argentina de cuatro años a un promedio superior al 8% anual. Pero perdimos una oportunidad histórica: la de utilizar ese crecimiento para revertir estructuralmente la distribución de la riqueza. Nuestro país sigue teniendo, si medimos correctamente, más de un 10% de desocupados y otro 10% de subocupados. Dicho blanco sobre negro: uno de cada cinco argentinos tiene serios problemas para conseguir dignamente una ocupación. Es cierto que, desde el pico de la crisis, la desocupación bajó. Justamente estos años permitieron que los desempleados mejor preparados, los últimos que habían sido despedidos, pudieran retornar al mundo del trabajo. Pero queda una inmensa masa de compatriotas marginados, que perdieron sus trabajos hace muchos años, o jóvenes que nunca lo tuvieron, viviendo del 'cartoneo', o 'como pueden', incluyendo dentro de esto las degradantes redes del delito, la prostitución y el tráfico de las drogas más baratas, como el paco.

Nadie ha hecho nada por ellos, y 'la copa del crecimiento económico' no derramó para su lado. Peor aún, después de cinco años de inflación, los que tienen la suerte de tener un subsidio, reciben 150 pesos mensuales por un plan 'jefas y jefes de hogar'. Y con el degradante honor de que por eso son estadísticamente considerados 'ocupados'. En la Argentina de hoy, donde se crece a tasas récord, el 50% de los trabajadores siguen estando en negro. Millones, todo el área del noreste por ejemplo, no tienen acceso a la red de gas natural, y en los grandes cordones que rodean a Buenos Aires, Córdoba y Rosario, por citar solo las ciudades más grandes, faltan cloacas, y ni que hablar de asfalto.

¿Por qué crecimos?

Crecimos sí. En parte importante, producto de una coyuntura internacional de precios de materias primas que aún se mantiene. Claro que aún esa bonanza, al haber sido caótica, y orientada al beneficio de unos pocos, va dejándonos más de un desequilibrio para el futuro inmediato: así las grandes plantaciones de soja ponen en riesgo industrias agroalimentarios que llevó décadas construir, como hoy sucede con la cuenca lechera. Crecimos también, sobre todo los primeros años (2003-2004), porque la devaluación generó algo de lo que técnicamente se llama 'sustitución de importaciones', o sea una cierta reactivación de la industria local al encarecerse los importados. Sin embargo, vemos cómo desde el 2006, lentamente, la producción asiática vuelve a ir copando áreas importantes del mercado.

Y se creció también, y hay que decirlo con todas las letras, porque se priorizó un modelo que le garantiza astronómicas ganancias a los grandes capitales a costa de una fuerte baja del costo salarial. Los trabajadores en negro y los empleados públicos todavía hoy tienen ingresos inferiores a los de la crisis del 2001. En el caso de los 'privilegiados' trabajadores privados en blanco, si bien han recuperado la pérdida del poder adquisitivo que sufrieron en el pico de la recesión, todavía están por debajo de su poder adquisitivo de 1997 (y recordemos que la década del 90 no se caracterizaba justamente por sus salarios elevados). La contracara, por supuesto, son las ganancias récords de las grandes empresas. A la par que avanza un acelerado proceso de extranjerización, las 500 firmas más grandes del país se llevan anualmente un promedio de 35.000 millones de pesos de ganancias

¿Y ahora?

Entramos en una nueva etapa. No sólo por la nueva asunción presidencial. También porque la coyuntura económica internacional empieza a mostrar nubarrones en el horizonte. No hay que ser alarmistas, nadie vaticina una caída 'para mañana'. Pero sí hay un consenso que se vienen años donde, de mínima, el alza del PBI será menor. La conclusión es obvia: si creciendo como hasta ahora no logramos revertir la pobreza y la miseria, mucho menos esto se hará automáticamente si nuestra economía empieza a desacelerarse. Más que nunca, se impone un conjunto de políticas públicas que, tomando el toro por las astas, use definitivamente los fondos públicos, que hoy existen, para atender las prioridades de nuestra población.

José Castillo es Economista. Profesor de Economía Política y Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).

Fuente: lafogata.org