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Medio Oriente - Asia - Africa

El laberinto iraní
La compleja realidad que nos ocultan muchas veces

Txente Rekondo
Gara

Las noticias y comentarios sobre Irán nos llegan la mayoría de las veces envueltos en prejuicios y lecturas interesadas, pretendiendo ocultar el dinamismo y complejidad que existe en la sociedad iraní. Los resultados de las pasadas elecciones municipales y para la Asamblea de Expertos se nos han presentado como una evidente derrota para el presidente Mahmud Ahmadineyad, sin embargo, una lectura más profunda de los mismos nos permite ver que la realidad del país persa camina en otra dirección.
Ahmadineyad todavía tiene una inmensa popularidad, su integridad personal y su estilo de vida es visto como un modelo sincero. Además se muestra accesible para buena parte de la población y sigue residiendo en su barrio. Las amenazas contra su mandato y su futuro político no proceden de sus declaraciones sobre el Holocausto o la apuesta nuclear, el mayor escollo está relacionado con su apuesta política y económica, que disgusta a sectores muy poderosos del país.
La población iraní aplaude «la lucha contra la corrupción, su conexión con las clases populares, buena parte de los ingresos del petróleo son destinados a la creación de empleo, su apuesta por el sector público que pone fin a las políticas neoliberales y privatizadoras de sus antecesores», mientras que el todavía poderoso bazar iraní y los clérigos conservadores «se oponen a las políticas redistributivas de Ahmadineyad».
Las élites de poder actuales perciben la apuesta de Ahmadineyad por un chiísmo revolucionario con gran nerviosismo. Los clérigos conservadores temen que la figura del actual presidente rescate la ideología de Ali Sheriati, y que se materialice una tercera ola revolucionaria. La primera fue la Revolución Islámica; la segunda, la toma de la embajada norteamericana en Teherán, y estaríamos a las puertas de una tercera que se estaría gestando en torno a Ahmadineyad en los cuarteles.
Por ello, no es de extrañar que esas fuerzas hayan puesto en marcha todos los resortes a su alcance para frenar el ascenso presidencial. En primer lugar vetaron a más de cuatrocientos candidatos cercanos a Ahmadineyad, y por si eso fuera poco, no han dudado en impulsar una alianza de «pragmáticos, tecnócratas, conservadores moderados y reformistas» para evitar que un triunfo de los seguidores de Ahmadineyad se repita.
En ese pulso, «la oligarquía clerical está siendo amenazada por una ascendente oligarquía militar» en su lucha por el control político del país y, sobre todo, de las empresas energéticas del mismo, verdadera fuente del poder económico. La oligarquía, o clerocracia, de los ricos mullahs surgidos gracias a las políticas neoliberales de Khatami, tiene en Rafsanyani el máximo exponente. Éste, favorito de Occidente, es la imagen viva de la corrupción, el político más detestado y odiado, «parece un ladrón, se comporta como un ladrón y todos saben que es un ladrón».
Pero la dimensión política de Irán tiene otras realidades. El movimiento de mujeres cada día más activo, los estudiantes, que desilusionados con los reformistas comienzan a articular nuevas alternativas de izquierda, el movimiento obrero, que ha mantenido importantes movilizaciones y huelgas en defensa de sus intereses, sin olvidarnos de las nacionalidades kurda, turkmeno, azeri, baluchi o árabe, que también demandan el respeto a sus derechos.
La llamada crisis nuclear también tiene su peso, pero sobre todo en política exterior. EEUU puede volver a perder una oportunidad para solucionarla pacíficamente. La propuesta del director de la AIEA, Mohamed ElBaradei, ha sido tomada en consideración por el gobierno iraní, pero Washington prefiere tensar todavía más la cuerda.
La política de confrontación estadounidense, cuyos ejemplos más recientes han sido la detención de diplomáticos iraníes en Basora o la orden de «disparar a matar» contra iraníes en Irak, parece dirigir la región hacia una escalada bélica.
Bush y sus colaboradores neoconservadores no han aprendido las lecciones iraquíes y no quieren reconocer que Irán es un actor clave para resolver la conflictiva situación que se vive en toda la región.
En los despachos de Washington se han venido manejando cinco posibles escenarios. El primero, ceder ante Irán y permitirle desarrollar su programa; el segundo, sanciones e incentivos para que Irán desista; en tercer lugar, un ataque contra instalaciones militares y nucleares en el país; el cuarto, buscar y fomentar un cambio de régimen; y finalmente, buscar políticas de disuasión y contención.
Bush no quiere ni oír hablar del primero, el segundo sería para ganar tiempo, mientras que la apuesta neoconservadora giraría en torno al tercero, ya que la complejidad iraní hace inviable un cambio de régimen impulsado por EEUU.
La complejidad de la situación y la multidimensionalidad de la misma no aventuran soluciones a corto plazo, pero la vía diplomática debería ser el único campo de batalla para buscar una salida definitiva a la crisis.  

Fuente: lafogata.org