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Latinoamérica

El amor a la humanidad de los hombres de rapiña

Humberto Cárdenas Motta

"Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la defensa", escribió Rubén Darío. Este poeta nicaragüense vivió en los tiempos en que el filibustero William Walker "se impuso con sus bien pertrechadas gentes", y "sus tiradores cazaban nicaragüenses como quien caza venados o conejos", "y compañías como la United Fruit (hoy Chiquita Brands) no escatimaban los dólares para la sangrienta fiesta de la muerte de que tan buen provecho se proponían sacar"[1]. Finalmente, y "para evitar nuevas invasiones", el yankee fue fusilado en Honduras, como nos lo cuenta el mismo Rubén Darío, porque la lucha contra estos "hombres de rapiña", como los llama José Martí, la justicia de la lucha contra aquella andanada imperialista, "ha quedado como una de las páginas más brillantes de la historia de las cinco repúblicas centroamericanas", concluye escribiendo el poeta.
Pero esta gula del norte, el buen provecho que se proponen sacar, con toda su historia de andanadas sangrientas y legislaciones bárbaras, va detrás de las tierras, de las aguas, de las semillas, del conocimiento de los pueblos, de todas las riquezas de la naturaleza y del producto del trabajo de las gentes. La economía es la que promueve la guerra, mientras es el mismo poder económico el que hace de la mentira, de la promesa, y del arsenal de las falsas esperanzas, la vanguardia que garantiza la acumulación privada de la riqueza y el gobierno despótico de la propiedad privada. O si no, habrá que preguntarle a esta bien organizada civilización de la muerte por los territorios de los que han sido desplazados millones de niños y niñas, de mujeres y de hombres de todos los pueblos de nuestra dolorosa república; o habrá que preguntarle a los asesinados y torturados por las hordas de las transnacionales, para saber en manos de quien ha parado toda la riqueza, y cómo la legislación actual sobre la tierra garantiza y sella el destino de la voracidad de la entraña sangrienta del capitalismo que se impone sobre la vida de los pueblos.
Hoy a las cadenas se les coloca el legislativo remoquete de productivas, sistema mediante el cual se perfecciona el gobierno de las transnacionales, y el ejercicio del poder de disposición de los recursos y de los pueblos; y hay organizaciones que entran bajo la letra de los códigos con los grilletes en los pies para continuar al servicio de los antiguos capataces. Hoy a la servidumbre se le llama con el elegante título jurídico de servicios ambientales, tal como uno lo puede encontrar en el Plan de Manejo Ambiental Zona de Amortiguación PNN Sumapaz[2], o en la Política Pública de Ruralidad del Distrito Capital; las trasnacionales, con las bendiciones de la Organización de las Naciones Unidas[3], se niegan a modificar el sistema de producción depredador y contaminante por los costos para las empresas, pero se comprometen a asegurar que los territorios y poblaciones rurales calificados de subdesarrollados seguirán siendo sometidos a la agenda del sistema de producción capitalista bajo el rubro de servicios ambientales: ellos producen la contaminación y la miseria y confiscan los territorios y la soberanía de los pueblos. Los costos de la contaminación deben pagarlos las poblaciones despojadas de sus tierras y del producto de su trabajo por las mismas transnacionales; a estas nuevas formas del despojo la ONU le llama Gobierno Corporativo. Las transnacionales son, según la retórica de las mismas Naciones Unidas, unos ciudadanos corporativos. Nada queda, según esta retórica que embriaga los sentidos y la conciencia, de las andanadas de los hombres de rapiña, de esta vieja historia presente de la gula del Norte.
Todo esto significa que transnacionales y pueblos responden a los mismos intereses y llevan la insignia de un capitalismo en el que se han superado todas las contradicciones. Y se encuentra que algunos pueblos y organizaciones se pelean por llevar sobre sus carnes atropelladas el uniforme de la servidumbre.
La economía capitalista ordena hacer aquello que la guerra les garantiza: ser dueños de todo y explotar el trabajo de todos los pueblos del mundo.
Para que esto se cumpla, las Naciones Unidas, tan celosa al velar por el respeto de los Derechos Humanos, ha creado el discurso de la ciudadanía global. Y una horda de intelectuales filántropos, como los llamara el escritor bogotano José Antonio Osorio Lizarazo[4], se dan a la tarea de replicar y promover los discursos con los que se adornan transnacionales como Coca Cola, Monsanto o la Chiquita Brands, tan juiciosas en invertir en el rentable mercado de la muerte, como en firmar el ideario de las Naciones Unidas denominado Pacto Global, dizque para respetar los Derechos Humanos, cuidar el medio ambiente, y respetar los derechos de los hombres y mujeres trabajadores.
Ya por 1949 el poeta y camarada Luis Vidales señalaba que "la mentira comienza a ser mercancía de identificación más difícil."[5] Las leyes son la gran andanada de la mentira, y la guerra, la terrible realidad que se nos impone como la gran tragedia que la propiedad privada requiere para mantener el terror de sus privilegios.
El saqueo económico produce el saqueo de la justicia. Acudir a la justicia de los explotadores es permanecer en la ilusión de una justicia que nace de la deshumanización y la explotación de los pueblos. ¿De qué sirven esas "conquistas políticas y filosóficas", según el poeta Luis Vidales, si siempre se ha dejado "intocado el mejoramiento económico de las gentes de abajo"? La economía capitalista que promueve la guerra, hace de la justicia un elemento más de asesinato. Los derechos humanos no pueden tocar a la propiedad privada, porque los explotadores son la tan promocionada humanidad: por esta razón no pueden existir derechos humanos sin explotación capitalista.
Razón ha tenido el peruano José Carlos Mariátegui: hay que buscar las causas de los problemas de los pueblos en la economía del país, "y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales." La vanguardia filosófica o humanitaria de los "hombres de rapiña" y sus ejércitos lo saben muy bien: la concentración de la riqueza, la concentración de la tierra, está garantizada por los escuadrones cuyos amorosos y democráticos discursos se despliegan como la más bondadosa de las mercancías: es la nueva religión que contribuye con sus idearios sedantes a la profundización de la historia de la miseria. Los pueblos, objetivo de las andanadas sangrientas de las trasnacionales y de las políticas de las Naciones Unidas lo saben muy bien. ¿O de qué manera se ha concentrado la tierra en Colombia? "Cuando lo porvenir peligroso es indicado por pensadores dirigentes, y cuando a la vista está la gula del Norte, no queda sino preparar la  defensa.

[1] En fin de Nicaragua. Rubén Darío. Diario La Nación, Buenos Aires, Argentina, 28 de septiembre de 1912 [2] Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca. Proyecto Plan de Manejo Ambiental Zona de Amortiguación PNN Sumapaz, Consorcio DIB (Digma Ltda., Ifcaya Ltda., Orlando Bernal). Bogotá, 31 de julio de 2006 [3] La organización de las Naciones Unidas cuenta con organismos conexos como la OMC (Organización Mundial de Comercio), con organismos especializados como el Banco Mundial, y órganos como el Consejo de Seguridad, creado en 1946, con cinco miembros permanentes con derecho de veto (China, Estados Unidos, Rusia, Francia y Reino Unido), y 10 países elegidos por la Asamblea General por períodos de dos años.
[4] El día del Odio. José Antonio Osorio Lizarazo. La primera edición de esta novela sobre el nueve de abril es de 1952. se cita de la edición de El Áncora Editores, 1988:126 [5] Luis Vidales. La insurrección desplomada. (el 9 de abril, su teoría, su praxis). Alberto Estrada - Editor. Bogotá, 1979      

Fuente: lafogata.org