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Latinoamérica

Secuestro en Colombia
Panamericana, zancos y paratos: relato de un argentino

Javier Tucci
Desde Salta. Verano 2007.

Diálogo con Daniel Y.

Daniel Y. es un artista trotamundo, oriundo de Tigre (Pcia. de Buenos Aires). Actualmente reside en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra. En uno de sus viajes a Colombia fue secuestrado por los paramilitrares.

"Este es mi día veinte en Colombia, en el que sigo rumbo a Bogotá por el camino de la ruta Panamericana. Un camino que seguro nunca hubiera tomado por el hecho de no consultar los mapas, ya que pienso que son improductivos y antinaturales. ¿Cómo explicar este viajezón?. He equivocado el camino muchas veces dando giros en círculos y haciendo recorridos en U. Otras veces tomando el camino más largo. ¿por eso es menos conveniente?. ¿Para quién, para quién?. ¿Para los mapas o para aquel que está viajando apresurado para llegar a su destino, o para aquellas personas que tienen todo programado y se valen de mapas para hacer sus planes más efectivos?. Sin darse cuenta, a mi parecer,  no están haciendo su viaje, sino que están haciendo un viaje como una ruta mucho antes calculada por otras personas que dibujaron estos mapas sin siquiera recorrerlos una vez. Sin saber quiénes habitan sus alrededores o si hay un puesto nuevo de comidas o si la gasolinería está clausurada. ¿Realmente s
 aben si el restaurante es recomendable?. La vida cambia día a día paso a paso, más en estas zonas que son calientes y no justamente por el clima. Bueno., no es una excusa para decirles que hoy cambié mi viaje por uno de camino programado por gente que no conozco. Cambié de sistema porque Chaquiri y Julián se quedaron a buscar su destino y el chofer, que es una de las pocas personas en quién confío, ya que siempre están viajando. Me sugirió que pasara por un pueblo que está cumpliendo aniversario de fundación.
Son las tres de la tarde y el bus me deja en la ruta, justo en el cruce del pueblo. Tengo que entrar por un camino de tierra de un kilómetro y medio, donde parece no viene nadie. No hay bicicletas. Tal vez sea por la hora. EL sol está re quemando. No encuentro ni un solo sombrero cubriendo a un hombre que trabaja la tierra, o cualquier persona roja al sol, negra o morada con una carretilla cargando mangos. Ni siquiera una sombra. Esta situación de soledad es chocante. Parece que me encuentro delante de un cuadro de naturaleza viva que me asecha. El sol calienta el camino que desfigura mi visión. La radiación de la luz me hace ver los campos de un intenso verde flúor brillante, como si tendría luces. Estoy seguro que si fuera de noche las hojas y los árboles se confundirían con miles de focos prendidos. Se quema de forma muy fuerte también mi cabeza haciendo que esta ilusión óptica se transforme en un principio de alucinaciones, cosas y casos muy comunes en esta zona. Saco de
  mi mochila el sombrero negro que es lo único que aprendí a conservar. También saco de una bolsa pequeñita tejida a mano que llevo colgada en mi cuello, una piedra turquesa que aprendí a usar en Perú cuando uno tiene la boca seca y la garganta raspa como si uno hubiera tomado dos baldes de arena. En ese momento sentí que estaba cruzando el desierto. La piedra en la boca se transforma en una fuente de saliva que humedece la garganta, sacándote del desierto y de la agonía. Dándote fuerza para seguir caminando con la mochila cargada con las cosas que quedan: los zancos, que a esta altura me llegan a la coronilla y tengo ganas de revolearlos. Una vez más en el costado del camino que resta peso a este esfuerzo de llegar a la primera sombra que está a unos escasos noventa metros, de los que solo me quedan unos cuantos. Puedo ver a un hombre que se encuentra sentado en un tronco de palmera, que al llegar me saluda muy cordial. Pregunta de dónde soy. Quizá es lo más estúpido que enc
 uentro. Todos preguntan lo mismo. ¿Qué haces, cómo te llamas, cuántos años tenés?. Yo resumiendo le digo que soy de todas partes. Para explicarle un poco mejor quién soy también le mostré las fotos y le conté que hacía. Él frunció la ceja y dijo que poca gente pasa por la zona. Pero de eso no se habla. Así que me hice el otro y seguí hablando de la feria y del aniversario del pueblo. Entonces, en ese momento, el hombre largó una carcajada burlona y me dijo que si me veía en la feria, me colaboraba con 50 mil y me regalaba otros 50 mil a posteriori. Volviendo a sus palabras anteriores, de que no mucha gente viene por estos lugares, ¿ahora todos saben porqué? . ¿no es cierto?. Le dije que bueno. Que chocáramos las manos para cerrar el trato porque tengo mucha suerte y la magia me acompaña. Por eso vine. Solo quiero demostrar mi arte. Se volvió a reír y le corté la alegría preguntándole donde conseguía agua. Me contestó que a 700 metros. Le dije: "buenas tardes y buen provecho
 y si lo he visto. no me acuerdo". ¡Gracias!. Y colocándome el sombrero comencé a caminar pensando en un momento de cosas y si no había sido un error seguir el mapa por la ruta Panamericana hacia Bogotá.
Después de 400 metros, desgraciadamente no tengo que caminar más. Una camioneta blanca 4 x 4 se detiene a mi costado y mientras bajan dos hombres, descanso la mochila y los zancos. El primero que se acerca es un gordo como de dos metros y cara de ángel, con la camisa fuera del pantalón y como al descuido, al borde de la tela se encontraba enganchado la culata de un revolver gigante, del tamaño de una caja de cigarrillos importados de treinta. En ese momento me di cuenta que la situación era obvia. Aunque quiera o no. me encontré con los paramilitares. Me puse nervioso, pero a la vez supe que no tenía nada que ocultar. Si no tenés drogas es bueno. Si no tenés una remera del Che es bueno. Tampoco aceptan literatura esotérica o revolucionaria, tampoco piercings. En ese sentido me encontraba tranquilo, siendo que cumplía con los primeros requisitos. Lo que me pone nervioso de estas personas es que le buscan la quinta pata al gato. Uno no tiene que hablar ni un coma de más, porque
  puede ser mal interpretado por estas personas que no saben nada de leyes, ni de literatura, ni de idiosincrasia o historias. Ni saben que Argentina está en el sur de América. Ni tampoco reconocer un simple pasaporte, lo que me pone en ventaja, por lo que mi documento nacional de identidad es mi mejor arma en esta defensa civil. Un flaco que parece el matón se para delante. Sin decir palabra mediante, me pregunta bien de cerca, tan de cerca que puedo oler su gusto a tabaco de piel roja y caña, cuando me dijo si metía vicio con cara de colino (loco). Mi ansiedad por escuchar mi respuesta,  al ser negativa, hizo no lo sorprender al flaco. Este colino realizó la segunda pregunta amenazadora saliéndose de la vaina por encontrar un error en mi respuesta, ya antes muchas veces analizada con precaución. "¿Dónde llevas la marihuana?", exclamó. Le dije que no tenía nada. Y me invitó a dar una vuelta en la camioneta, en la que esta vez no pude negarme. Sí aproveché para contarles la h
 istoria del padre Gastón y las monjas de la Candelaria, que me pareció no convencerlos de nada. El conductor detuvo la camioneta frente a una casa grande y reluciente, en la que me obligaron sutilmente a entrar y sentarme en el suelo de una habitación vacía, que espero no piensen decorar con mi cuerpo machucado. Acto seguido, preguntas y más preguntas mal formuladas y asquerosamente sugeridas con el punto sobre la ' i ' de mi vida. Entonces. "¿podemos revisar tu mochila?", dijo el más petiso con un tono afirmativo que no me dejó opciones a decir: "claro". Y comencé a sentir que mis pies drenaban transpiración de atardeceres sangrientos y mañanas mortuorias y los periódicos sensacionalistas de Buenos Aires bajo cero que congelan mis huesos y quiebran mis ojos en mil fotografías desparramadas en los mosaicos de una casa vacía, donde se encontraba mi vida acorralada. "Sacá todo lo que hay en la mochila" dijo el mismo hombre. Y . "si encontramos algo, aunque sea una semilla, te
 volamos la cabeza", vaciló.  "Todo bien" dije, sin ánimo pero con fe de que estas personas cumplieran su palabra, porque de mi parte estaba re legal. Yo que en Cali aprendí como moverme, escondí todos mis cuadernos en la entrada del pueblo, entre los pastos dentro de una bolsa. Entre  los dos se ocuparon de vaciar la mochila, tirando en el suelo cosa por cosa, oliendo como sabuesos desesperados cada una de las cinco pelotas, sacando los globos uno a uno de la bolsa, formando en el suelo una laguna de colores que se confundía con el mar caribe y la laguna mental que me sumergió en una interminable quietud. Que se esfumó a la orden del gordo con cara de ángel que pidió vaciara mi bolsillo, de los cuales cayeron unos cuantos pesos chisperos que no dejaron conforme a mis torturadores que ordenaron que bajara mis jeans y también me quitaron las chanclas y las medias que ocultaban nada más que un sutil olor a pie. En ese momento, de parte del chofer que nunca había hablado, recibí
  la primera disculpa que me tranquilizó al escuchar decir que no era nada personal. Entre dientes, afirmó que solo era tarea de rutina y sacando una caja de fósforos de cera, con movimientos lentos, prendió otro piel roja que tensó mi cuerpo y el aire de la habitación. Por una claraboya, pude intuir que se aproximaba el ocaso y trato de pensar en historias. Revuelvo los archivos placenteros y lo primero que cae son los atardeceres en esta zona de Colombia. Recuerdo que jugaba con los zancos y mi perro. Pienso darme un baño y hacer malabares con el pelo mojado bajo la sombra de una palmera. Es que no soy ni el primero ni el último en salvarme de los paratos, como dicen acá en la jerga colombiana. Alzando la frente pienso en la magia de que cristo vive y que hay que comunicarlo. Y entonces, digo que creo en Dios y él me protege. "Por eso llegué tranquilo al pueblo. Para regalar alegría caballeros". No les dije señores porque no correspondía. El gordo, que era el que mandaba di
 jo que era ateo y  largó una carcajada ordenándome que juntara mis cosas, lo que hice en dos minutos. Pues solo quería irme. Me subieron a la camioneta. Llegamos al pueblo que está adornado con guirnaldas y luces de todos los colores que fingen felicidad. En un espacio de 6 x 3, me llevaron para armar la carpa y me dijeron que podía hacer el espectáculo. Me llevaron a un bar para presentarme al dueño que se llamaba Camilo, que será el encargado de prestarme el baño y darme la comida y bebida en cuenta corriente, que yo cancelaría el día que me vaya. Que espero sea en breve".

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Fuente: lafogata.org