Argentina: La lucha contin�a
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A treinta a�os del asesinato de diego Mu�iz Barreto
Un viaje al fin de la noche
Los tres hijos del empresario y ex diputado presentar�n ma�ana un extenso testimonio en la causa de Campo de Mayo, donde su padre fue torturado y de donde sali� para ser asesinado en un accidente armado hace treinta a�os. El caso implica al entonces agente Luis Patti y al general Santiago Omar Riveros. La historia de un hombre muy especial.
Miguel Bonasso
El auto se detuvo y abrieron el ba�l. El joven llevaba ocho horas all�, con las piernas atadas y encapuchado, aterrado y enloquecido de calor. Le quitaron las cadenas y la capucha, pero le dejaron las cuerdas en las piernas. Entonces volvi� a ver a su jefe y amigo, Diego Muniz Barreto, de quien lo hab�an separado en los �ltimos dos d�as del cautiverio. Muniz Barreto hab�a viajado en el ba�l del otro Falcon, que los hab�a llevado desde Campo de Mayo hacia ese lugar �a�n ignoto para �l� en la provincia de Entre R�os.
"Not� que ten�a la barba recortada, mucho m�s corta de como la usaba habitualmente, y estaba muy p�lido, y �l tambi�n me vio a m�. Como las tres personas estaban adentro del Fiat y mirando en direcci�n opuesta adonde est�bamos nosotros, intercambiamos unas miradas y Diego Muniz Barreto me hizo adem�n como para intentar escaparnos, pero yo le contest� con un gesto d�ndole a entender que no ten�a mucho sentido. (...) Tambi�n pensaba que podr�an estar esperando ellos alg�n movimiento nuestro para matarnos, y creo que Diego Muniz Barreto algunas de estas cosas las habr�a pensado, ya que no insisti� m�s."
Luego Juan Jos� Fern�ndez, un robusto rugbier de 23 a�os que hab�a acompa�ado a su amigo hasta el final del calvario, vio con rabia y dolor c�mo lo arrastraban fuera del auto. Diego Muniz Barreto Bunge, el arist�crata de 43 a�os que hab�a "traicionado" a su clase, estaba all�, desquiciado por el interminable viaje en el ba�l, pidi�ndoles agua a los verdugos. Fern�ndez escuch� que uno de los tipos le respond�a: "dentro de un rato vas a tener toda el agua que quieras".
"A ra�z de este comentario sobre el agua y por la forma en que lo dec�an, comenc� a pensar que nos tirar�an a un r�o o que nos ahogar�an, y que alguna relaci�n con el agua iba a tener nuestra muerte."
"Luego vinieron donde yo estaba y con una hojita de afeitar cortaron las vendas que ten�a sobre las mu�ecas, despu�s me desataron las piernas y cortaron tambi�n las vendas de los tobillos. Todo eso lo hizo el que ten�a la remera amarilla, quien despu�s le entreg� las vendas al otro al que yo ve�a por primera vez, el que las quem� cuidadosamente. Este �ltimo sujeto tendr�a entre 33 y 35 a�os, estatura mediana, f�sico normal no muy delgado, pelo rubio oscuro no muy corto, ojos claros, cutis blanco, y vest�a solamente unos pantalones jeans azules. Despu�s de esto me hicieron bajar del auto y entonces pude ver el lugar donde est�bamos y la gente que all� hab�a. Nos encontr�bamos al costado de una ruta pavimentada, a unos 30 o 40 metros, y en la cual hab�a un moj�n que indicaba el kil�metro 126, del lado donde est�bamos nosotros. All� la ruta describe una curva amplia. Los autos se hallaban estacionados tal como ya dije (los Falcon con la trompa hacia la ruta) debajo de un grupo de �rboles. El auto en el que yo hab�a viajado era de color blanco. Adem�s de los cuatro individuos ya descriptos hab�a uno m�s que reci�n vi en ese momento. Tendr�a entre 45 y 47 a�os, estatura mediana, gordo y con rollos a la altura de la cintura, con muy poco pelo, vest�a una remera colorada y pantalones de color celeste o verde agua y su aspecto era desagradable. A este o al descrito anteriormente le dec�an �Tordo�. Mientras a m� me sacaban las vendas y me hac�an salir del ba�l, a Diego Muniz Barreto le dec�an que se arregle la ropa, que se ponga la camisa dentro del pantal�n y que se acueste en el suelo, al lado de un �rbol donde pusieron una manta."
"Cuando est�bamos haciendo estas cosas, Diego Muniz Barreto les pregunt� qu� era lo que hac�amos en ese lugar y qu� esper�bamos, a lo cual el que vest�a solamente jeans (torso desnudo) respondi� que esper�bamos el cami�n celular que nos trasladar�a a la penitenciar�a y que no deb�a tardar mucho en llegar; Diego Muniz Barreto pregunt� entonces si all� se podr�an recibir visitas de la familia y de los hijos y el otro le respondi�: �s�, no te hagas problema que te va a visitar todo el mundo�."
"En un momento los cinco individuos que nos llevaban se apartaron un poco del lugar donde est�bamos Diego Muniz Barreto y yo y entonces pudimos cambiar algunas palabras. El me cont� que lo hab�an torturado con la picana el�ctrica durante tres d�as seguidos y que durante el viaje en el ba�l pens� que se volv�a loco y me pregunt� si a m� tambi�n me hab�an torturado, y como yo estaba muy mal me dijo ��Qu� te pasa, negrito?� y yo, imaginando ya que nos iban a matar, no ten�a ganas de hablar y le dije solamente �Nada, no me pasa nada�."
Pero pasaba. Volvieron a encadenarlos (de manera m�s holgada) y los regresaron a los autos. A Juan Jos� Fern�ndez le llam� la atenci�n que uno de los tres veh�culos que formaban la caravana fuera su Fiat, que te�ricamente hab�a quedado en Escobar, el lugar donde hab�an sido detenidos diecinueve d�as antes y se lo pregunt� a uno de los esbirros. Recibi� una excusa: "tenemos que entregarlos en la Penitenciar�a junto con tu auto".
De nuevo en el ba�l, el joven sinti� que pon�an la radio a todo volumen y pens� que se dispon�an a fusilar a Diego y quer�an tapar el ruido de los disparos. Se equivocaba. La cosa ser�a mucho peor.
"Despu�s de un tiempo que no s� realmente cu�nto fue, pusieron nuevamente en marcha el auto y lo llevaron hacia atr�s, al lugar donde estaba antes. Apagaron la radio y abrieron la tapa del ba�l y me hicieron sentar y entonces el de torso desnudo me dijo: �Ahora te vamos a poner una inyecci�n para que te tranquilices y te duermas, como a tu amigo, porque te tenemos que entregar dormido a los del celular, arremangate la camisa�."
Se puso tenso esperando el tiro hasta que vio por fin una jeringa grande, con una aguja muy larga. Pero no se durmi� del todo, m�s que de a ratos. Estuvo a punto de pedir que le aumentaran la dosis, pero una certera intuici�n le impidi� hacerlo. Lo metieron presuntamente dormido en el Fiat, junto a Muniz Barreto, que s� dorm�a profundamente. Espi� con los ojos ligeramente abiertos c�mo a �l y a su amigo les sacaban las cadenas y les met�an sus propios documentos en el bolsillo. Y entendi� perfectamente lo que estaban por hacer. Era el 6 de marzo de 1977.
El fragmento que el lector acaba de conocer forma parte de un testimonio estremecedor y detallado hasta la minucia, con sorprendente memoria. El relato del sobreviviente Juan Jos� Fern�ndez, prestado en Buenos Aires antes de exiliarse a Espa�a, fue ratificado en Madrid ante la Comisi�n Argentina de Derechos Humanos (Cadhu). Fern�ndez, lamentablemente, ya falleci�.
La declaraci�n es una de las piezas de la extensa prueba que los hijos de Muniz Barreto (Juana, Diego y Antonio Luis) presentar�n ma�ana, cinco de marzo, en el Juzgado Federal n�mero dos de San Mart�n a cargo del juez Alberto Mart�n Su�rez Araujo, quien instruye la famosa "megacausa Campo de Mayo", donde est�n incriminados, entre otros, el general retirado Santiago Omar Riveros, cuyo pedido de ser beneficiado con el indulto de Menem est� en estos momentos en manos de la Corte Suprema. El abogado que patrocina la querella es Pablo Llonto. Esa prueba incrimina a varios represores, entre ellos al ex comisario Luis Abelardo Patti, que fue quien detuvo a Muniz Barreto y Fern�ndez en una carnicer�a de Escobar.
Treinta a�os m�s tarde, gracias a la tenacidad de los hijos de Muniz Barreto, se podr� conocer la verdad de un asesinato que los diarios de la �poca presentaron como un accidente, tal como lo hicieran en el caso del obispo Enrique Angelelli. S�lo Rodolfo Walsh, en su c�lebre "Carta de un escritor a la Junta Militar" afirm� (pocos d�as despu�s del presunto "accidente") que el ex diputado de la JP hab�a sido asesinado por la dictadura militar. Como Angelelli, el hombre que dorm�a en el asiento del Fiat junto a Fern�ndez deb�a haber jugado para el sistema y en cambio hab�a elegido ponerse del lado de los pobres. Un "error" que los de su clase nunca perdonan.
Un traidor de clase
Diego supo siempre que lo iban a matar. Sol�a bromear con el tema: "En realidad me llamo Muniz Boleta". Y remataba el chiste con una sonora carcajada a lo Orson Welles. La �ltima vez que lo encontr� fue en la puerta del desaparecido restaurante Bodenzee de Belgrano. "Sos un temerario", le dije y se encogi� de hombros, con su sonrisa de siempre, entre ir�nica y tierna.
Su hija Juana piensa que nunca se hubiera ido del pa�s, que lo hubiera considerado una deserci�n. Es posible que le pareciera indigno de un caballero. Como esconderse. Y por eso manten�a sus h�bitos hasta la exageraci�n, facilitando la tarea de los asesinos. Juana ten�a 15 a�os cuando secuestraron a su padre y recuerda perfectamente su ternura, su imaginaci�n, su sentido del humor. Su frase favorita: "hasta la victoria, always".
A Diego le sobraba coraje y lo ejerc�a con esa seguridad insolente que otorga la clase. Cuando la Triple A asesin� a su entra�able amigo, el diputado Rodolfo Ortega Pe�a, se cruz� en la comisar�a con el comisario Alberto Villar, que de d�a conduc�a la Polic�a Federal y de noche las Tres A, y le solt� a boca de jarro: "La pr�xima boleta sos vos". Cuando se lo dijo �conviene aclararlo� Villar estaba festejando a las carcajadas el asesinato de Ortega Pe�a.
Su corto periplo existencial dur� apenas 43 a�os, pero estuvo poblado de aventuras y mutaciones. En 1955, a los 21 a�os, era un furioso antiperonista. Luego se enrol� en las filas del frondicismo, del que sali�, como tantos, desilusionado. En los sesenta se hizo amigo de algunos militares "azules", como el Bocha Uriburu (un general conocido entonces por su Plan Europa para cambiar los proveedores de tanques). En 1966, su amigo, el desarrollista Roberto "Bobby" Roth, lo llev� como principal analista cuando lo designaron secretario pol�tico del dictador Juan Carlos Ongan�a. Tras insistir sin �xito en sus cr�ticas al ministro de Econom�a, Adalbert Krieger Vasena, Diego renunci� asqueado por la formidable entrega al capital extranjero que perpetraron los militares "nacionalistas". Ya entonces comenzaba a distanciarse de su clase.
No fue lo que sus antiguos compa�eros de colegio pod�an esperar del heredero de una familia portuguesa que lleg� a estas tierras en el siglo XVI y amas� una formidable fortuna. No era lo correcto para un "muchacho bien", vinculado por la sangre a las principales familias del patriciado argentino, como los Bunge.
Sin embargo, aunque su familia dispon�a de abolengo y riqueza, Diego pas� a veces por dificultades econ�micas, producto de su generosidad y de su pasi�n visceral por meterse �sin pensarlo demasiado� en toda clase de aventuras comerciales. Fue solidario con todos sus amigos y compa�eros y hasta mecenas de muchos, como ese joven que promet�a y no cumpli�, llamado Rodolfo Galimberti. El sufrag�, por ejemplo, los viajes de Galimberti a Espa�a, que le permitieron al dirigente de Jaen (Juventudes Argentinas por la Emancipaci�n Nacional) conocer bien a Juan Per�n y convertirse en su delegado juvenil. Una de esas excursiones tuvo que financiarla vendiendo un candelabro de plata. Un menester, este de la venta de antig�edades y objetos de arte, en el que hab�a sobresalido por su refinamiento.
Su piso de la calle Posadas, en el que fue detenido por la dictadura de Lanusse, alberg� muchas veces reuniones entre los dirigentes de la JP y la conducci�n de Montoneros. All� circulaban el mate y las propuestas "subversivas" entre muebles fraileros y reliquias coloniales. Un escenario alucinante, que remataba una gigantesca pajarera habitada por aves criollas.
Como tantos otros integrantes de esa generaci�n pol�tica, antes que biol�gica, Diego se fue radicalizando hasta convertirse en un enemigo jurado de su clase y de los militares. En la campa�a electoral del Frejuli (Frente Justicialista de Liberaci�n), colabor� activamente con H�ctor C�mpora y Juan Manuel Abal Medina, integrando un grupo reservado que planeaba lo que hoy se llamar�an operativos de prensa. Por sus relaciones comerciales, pudo aportar datos decisivos para m�s de una denuncia.
Luego integr� el grupo de los siete diputados de la Juventud Peronista que debieron renunciar para no votar un paquete de leyes represivas propuestas por el propio Per�n, que los esper� en Olivos y los rega�� delante de la televisi�n.
Tambi�n la Triple A lo golpe�, meti�ndole una bomba en su casa.
Pero ni entonces se escondi�. Era f�cil encontrarlo en sus oficinas de la calle Florida, donde ten�a la empresa pesquera y su nueva aventura comercial: la siembra de centolla chilena en nuestros mares australes.
Milagrosamente logr� sobrevivir un a�o y dos meses durante la �ltima dictadura militar. Hasta caer, en Escobar, donde ten�a una chacra.
Viaje al fin de la noche
El extenso testimonio de Juan Jos� Fern�ndez, rico en datos que despu�s ser�an corroborados, cuenta al detalle c�mo fueron detenidos el 16 de febrero de 1977, en una carnicer�a de Escobar, por un oficial de calle de la polic�a bonaerense que despu�s ser�a identificado como Luis Abelardo Patti. Desde all�, en lo que al comienzo parec�a una "detenci�n por averiguaci�n de antecedentes", ser�an llevados a la comisar�a de Tigre y m�s tarde, en una serie de idas y venidas, al centro de tortura y exterminio de Campo de Mayo, a cargo del general Santiago Omar Riveros.
All� escucharon c�mo eran torturados varios prisioneros, conocieron las violaciones perpetradas contra las mujeres y fueron a su vez torturados. Especialmente Muniz Barreto, a quien tambi�n lo sometieron a un simulacro de fusilamiento. El jueves 3 de marzo por la tarde se llevaron a Diego y Fern�ndez no volvi� a verlo hasta el domingo 6. Es imposible reproducir las vejaciones cotidianas a que fueron sometidos en pocos d�as. Incluido el hambre. Fern�ndez recuerda que en esos 16 d�as perdi� ocho kilos. La noche del s�bado 5 al domingo 6 lo hicieron afeitarse y pens� que sal�a en libertad. Pronto comprob� que no ser�a tan f�cil. Los represores les dijeron que los iban a entregar a la Penitenciar�a y lo metieron en el ba�l del auto en el que pasar�a ocho horas hasta llegar al trance ya relatado al comienzo.
"Entonces todo lo que sucedi� fue muy r�pido. Los dos que iban en el Falcon bajaron, dejaron el auto parado en la banquina; el que conduc�a mi auto (el Fiat 128, patente C 675676) puso la trompa apuntando hacia la banquina pero uno de los otros le dijo �no, ponelo as� y le habr� hecho una se�a (yo segu�a simulando estar dormido pero con los ojos entreabiertos), entonces dio marcha atr�s y lo puso con la trompa apuntando a la banquina pero en direcci�n opuesta a la que ven�amos, detuvo el auto, se baj� y cerr� la puerta, mientras uno de los otros se acerc� por delante y en el momento que escuch� una voz que dec�a �empujalo� �ste arroj� una gran piedra sobre el parabrisas rompi�ndolo y el auto se desbarranc�. Presumo que dio un tumbo hacia adelante y cuando qued� detenido, en posici�n invertida, ya estaba entrando agua r�pidamente y en gran cantidad, y antes que �sta me cubra alcanc� a tomar una gran cantidad de aire y comenc� a buscar por donde salir, y como no pod�a abrir la puerta de mi lado, pens� en que el parabrisas estaba roto y mientras el agua me tapaba, me sumerg� buscando el lugar para salir y con las manos logr� ubicar el agujero y entonces comenc� a salir por �l, pero me atranqu� a la mitad del cuerpo y haciendo un esfuerzo muy grande finalmente logr� mi prop�sito; entonces nad� por debajo del agua hasta un lugar donde �sta era menos profunda y por otra parte se me acababa el aire. En ese lugar el fondo era de material ya que estaba debajo del puente. Me qued� acostado en el agua sacando apenas la cabeza para respirar y entonces escuch� las voces de dos de ellos que dec�an ��est�n los dos adentro?� �s�, �adonde quer�s que se vayan?� ��y aquello qu� es?�, �nada, debe ser una piedra�."
Cuando escuch� que los autos arrancaban, se zambull� nuevamente para intentar auxiliar a Muniz Barreto. Pero su amigo ya estaba muerto.
Esper� siglos antes de salir del agua por miedo a que volvieran. Despu�s, mojado, herido, con un zapato menos, recorri� la ruta, escondi�ndose entre los pajonales cuando ve�a venir un auto. Encontr� gente solidaria que lo llev� hacia Paran� y alg�n miserable que lo denunci� por su aspecto. Volvi� a ser detenido por la polic�a e interrogado por un oficial de Inteligencia del ej�rcito. Tuvo la astucia de decir que hab�a sufrido un accidente. Lo mismo que aseguraban los diarios. Finalmente un juez lo dej� en libertad. Y cont� su historia. Repitiendo la saga de Trelew, la de "Operaci�n Masacre".
Los verdugos nunca entender�n que siempre se repite al o�do de alguien que
sabe escuchar esa vieja frase: "Hay un sobreviviente que vive".
Fuente: lafogata.org