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Argentina: La lucha continúa

De las grandes crisis deben salir las grandes soluciones

C.P.N. Carlos Andrés Ortiz*

Energía (en todas sus formas), alimentos y agua potable conforman la trilogía de los recursos naturales críticos en el siglo XXI.

La efectiva posesión de los mismos, así como la debida capacidad de disuasión política y militar ante muy probables presiones y agresiones a concretarse para asegurar su dominio por parte de potencias extranjeras y de entes financiero – políticos transnacionales, adquieren una relevancia estratégica primordial.

Respecto a los alimentos y al agua potable, me referiré a ello en otros artículos, en mérito a la brevedad; mencionando solamente la preocupante extranjerización del manejo de las exportaciones de alimentos en Argentina; y cierta distorsión conceptual al dar preeminencia a los acuíferos profundos olvidando las aguas superficiales, y la falta de obras de infraestructura (como las del Bermejo) para un mejor manejo de potenciales ricas cuencas hídricas y agroganaderas (como la del Gran Chaco).

Las intervenciones armadas en Irak y Afganistán, las presiones muy claras sobre Irán y Venezuela; las renacionalizaciones de empresas hidrocarburíferas de Rusia, las nacionalizaciones del sector petrolero y gasífero en Noruega, Bolivia, Brasil y otros Estados; la fuerte y creciente preeminencia de las Empresas Estatales de Petróleo, Gas y Carbón en todo el mundo; y el creciente rol de los diversos Estados Nacionales en las construcciones de nuevas centrales hidroeléctricas y nucleares de gran porte; muestran a las claras por donde pasa en este momento histórico uno de los principales nudos del fiel de la balanza del poder geopolítico mundial.

Al comenzar el siglo XXI estamos ingresando en una etapa de transición en el estratégico Sector Energético, pues medido en términos históricos estamos a un paso de salir de la era del petróleo como materia prima energética primordial, abundante y muy barata; y se están definiendo las alternativas que lo podrán suplantar; tanto como fuente de carburantes como base de la importantísima industrial petroquímica.

Se especula que en tan solo tres décadas se habrá agotado el petróleo, aunque lo más probable es que se descubran nuevos yacimientos –muy posiblemente de más costosa extracción-, y se concreten avances tecnológicos que permitan una más eficiente extracción secundaria y terciaria de yacimientos que hoy se consideran técnicamente agotados.

Lo propio respecto a las arenas bituminosas –como las que tiene en abundancia Venezuela- y otros petróleos de muy alta densidad, los cuales ya son factibles de ser emulsionados para obtener combustibles líquidos.

Pero es indudable que todos los países y bloques geopolíticos que tienen vocación de grandeza, están planificando a largo plazo, e invierten ingentes sumas en investigación y desarrollo de nuevas fuentes energéticas; a la vez que maximizan la utilización de las fuentes convencionales renovables –la hidroelectricidad en primer plano- y se relanzan con muchos bríos nuevas usinas nucleares.

Los biocombustibles ya se han posicionado como una alternativa lógica, renovable, técnicamente factible, de gran efecto multiplicador socio económico, y con costos competitivos a los actuales y a los futuros previsibles valores de los hidrocarburos.

Lo cierto es que en todos los países que planifican en función de la grandeza nacional se está trabajando para flexibilizar las matrices energéticas, evitándose o al menos morigerándose la alta dependencia hacia los hidrocarburos.

En ese contexto es muy preocupante que en Argentina, excepto el valioso relanzamiento del Plan Nuclear, se siga trabajando de apuro y en base a la coyuntura, con un chato horizonte de un par de años, siendo que hoy el Sector Energético exige por lo menos operar con dos décadas de anticipación.

También se repite, cuan verdad inamovible, que Argentina necesita incorporar 1.000 MW de potencia instalada anual, omitiéndose considerar que la curva de la demanda es una función geométrica –marcadamente creciente- al punto tal que se duplica cada década; tal como prueban fehacientemente las curvas históricas de demanda de potencia y de energía eléctrica. Por ello, es falso que se necesite incorporar solamente 1.000 MW por año, ¡con eso nos quedamos muy cortos!

Y no es casual que la discusión más recurrente gira en torno al aumento de tarifas y precios de los hidrocarburos, como supuesta panacea para solucionar la crisis energética y la extrema debilidad estratégica que padecerá Argentina al agotarse nuestras reservas conocidas de hidrocarburos.

Con ello se 'tapan' u omiten temas esenciales, como la necesaria nacionalización de la renta hidrocarburífera y de los yacimientos; la imperiosa necesidad de invertir en exploración (lo cual antes hacía eficientemente la YPF estatal); el imperativo y postergado relanzamiento del Plan de Grandes Obras Hidroeléctricas; un mayor apoyo al desarrollo de los biocombustibles; mayores inversiones en obras de transmisión eléctrica; nuevos gasoductos para el mercado interno (como nuestro injustamente postergado NEA); e incluso -¡por que no!- avanzar decididamente con el ambicioso, interesante y estratégicamente factible Gasoducto del Sur, que vincule a Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay y posiblemente también Paraguay.

Cada uno de esos ítems amerita al menos un artículo completo, para su más correcto análisis.

La innegable crisis energética hace que el tiempo apremie. ¡Urge definir correctamente las prioridades, e imprimir un ritmo vertiginoso a las construcciones, para salvar el cuarto de siglo de inacción y de políticas deliberadamente antinacionales, que enajenaron como simples 'commodities' a estos vitales recursos estratégicos!

¡Además debe refutarse con autoridad técnica y profesionalismo, a los 'cantos de sirena' con los que siembran confusión los mariscales de la derrota energética; quienes ahora opinan como si nada tuvieran que ver con el desmadre energético general actual!

* Carlos Andrés Ortiz es Especialista en Gestión de Producción y Ambiente. Ex Docente – Investigador de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNAM (Misiones).

Fuente: lafogata.org