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Nuestro Planeta

Un informe secreto de Monsanto sobre su maíz transgénico en las ratas alimentadas con este maíz aumentaba la probabilidad de cancer

Guisantes australianos y papas asesinas

Carmelo Ruiz Marrero
Ecoportal.net

Los defensores de los cultivos y alimentos transgénicos nos dicen y repiten constantemente que estos productos novedosos han sido examinados e investigados más minuciosamente que cualquier otro producto en la historia, que sus posibles impactos sobre la salud humana y el ambiente han sido tan exhaustivamente indagados que no debe quedar duda de que son sanos y seguros.

El maíz Mon 863


Pero, ¿Se sostiene tal afirmación? Para poder abordar esta interrogante de manera adecuada veamos dos estudios que salieron a la luz pública en 2005.
El 22 de mayo de ese año el periódico inglés The Independent reportó la existencia de un informe secreto de la compañía de biotecnología Monsanto sobre su maíz transgénico Mon 863. Según el informe, de 1,139 páginas, ratas alimentadas con este maíz por trece semanas tuvieron conteos anormalmente altos de células blancas y linfocitos en la sangre, los cuales aumentan en casos de cáncer, envenenamiento o infección; bajos números de reticulocitos (indicio de anemia); pérdida de peso en los riñones (lo cual indica problemas con la presión arterial); necrosis del hígado; niveles elevados de azúcar en la sangre (posiblemente diabetes); y otros síntomas adversos. Portavoces de Monsanto aseguraron que la compañía haría público el informe, pero hasta ahora no lo ha hecho, alegando "confidencialidad", y sólo ha publicado un resumen de once páginas.
Varios especialistas que consultó el periódico coincidieron en que los datos en ese resumen son alarmantes, porque los cambios observados en la sangre podrían indicar que ha habido daños al sistema inmunológico y/o que hay tumores en crecimiento. El experto en genética Michael Antonin de la Escuela Médica de Guy's Hospital dijo que los hallazgos en el resumen son "altamente preocupantes desde el punto de vista médico".
Es importante señalar que esta importante información es pública no por la buena fe de Monsanto sino porque algún buen ciudadano con acceso a documentos confidenciales de la compañía se tomó el riesgo de hacerla pública. De no ser por este héroe anónimo, todavía hoy seríamos felizmente ignorantes sobre los efectos del Mon 863.
Si el resumen es alarmante, el informe completo con toda probabilidad puede ser más escalofriante aún.
¿Cómo es posible que las autoridades reglamentadotas le permitan a Monsanto mantener este informe secreto en vista de lo que se revela en su resumen?
Lo más tragicómico de este asunto es que el maíz Mon 863 fue autorizado para siembra y consumo en Estados Unidos. Monsanto nos ha dado de comer este maíz a sabiendas de que es potencialmente peligroso para los seres humanos.
Y, ¿Cuántos informes más como éste existen sobre otros productos transgénicos? ¿Hay más productos igual o más nocivos que el Mon 863 habrá en el mercado actualmente? A ambas preguntas debemos contestar: No podemos dudar que hayan más. Pero los científicos que trabajan para estas compañías por lo general son obligados a firmar acuerdos de no divulgación. Los portavoces y apologistas de las corporaciones nos dicen que la investigación y desarrollo de productos transgénicos se hace con el interés público en mente, pero la investigación científica no puede ser nunca en el interés público cuando hay secretividad. Esta secretividad es especialmente alarmante cuando se trata de datos que conciernen la salud y seguridad humana. Si son tan seguros estos productos, ¿Por qué la secretividad?
La industria nos dice que nos fiemos de ella porque las compañías han realizado miles de estudios sobre los cultivos transgénicos. Pero la mayoría de estas investigaciones agronómicas no tienen relevancia a cuestiones de salud humana o impacto ambiental.
De cualquier modo, la gran mayoría de estas investigaciones y sus resultados son confidenciales. Esta confidencialidad sólo puede tener dos explicaciones. Una es que tales estudios están tan mal hechos que no tienen la más mínima posibilidad de ser publicados en la literatura científica o de ser tomados en serio por una institución académica. La otra es que los resultados de tales estudios han sido "inconvenientes", como en el caso del maíz Mon 863.

El guisante australiano

El otro estudio al que hago referencia salió a luz el pasado mes de noviembre. En el estudio en cuestión un guisante transgénico experimental desarrollado en Australia por la Commonwealth Scientific and Industrial Research Organization provocó una fuerte reacción inmunológica en ratas de laboratorio. A este guisante se le había insertado un gen tomado de la habichuela rosada, el cual codifica un rasgo que ayuda a combatir plagas. Los creadores de este guisante buscaban la manera de combatir lo que se llama en inglés el "pea weevil", que se come hasta 30% de la cosecha australiana, valorada en $100 millones.
Un cruce genético de habichuela rosada al guisante no es tan drástico como introducirle genes de organismos más distantes como virus y bacterias, por lo que los científicos no esperaban sorpresas.
Científicos de la escuela de investigación médica John Curtin en la ciudad de Canberra sometieron el guisante transgénico a una batería de pruebas de las que normalmente se hacen a medicamentos, no a alimentos.
Estas pruebas incluyeron secuenciamiento detallado de la proteína transgénica y de su gen correspondiente antes y después de la transferencia genética al guisante, además de la prueba espectográfica MALDI-TOF, que puede detectar cambios sutiles en la estructura de proteínas.
Las ratas que ingirieron el producto mostraron cambios significativos en sus sistemas inmunológicos y nódulos linfáticos. También reaccionaron de manera parecida al ser expuestas a albúmina y otras dos sustancias, lo que demuestra que este guisante podría hacer al sujeto alérgico no solo al guisante sino a otros alimentos.
Hay que enfatizar que las pruebas que hicieron los australianos no son requeridas por ley para alimentos transgénicos en Estados Unidos. Este producto hubiera entrado al mercado estadounidense si hubiera pasado por el sistema regulatorio de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) y el Ministerio de Agricultura (USDA). Por lo tanto, no nos debe sorprender que productos transgénicos igual o más nocivos que el guisante en cuestión pueden estar en el mercado ahora mismo.
Igual o más interesante que los resultados del experimento es el hecho de que los mismos científicos que desarrollaron el guisante y realizaron el experimento no entendían la importancia de lo que habían hecho. Ellos realmente estaban convencidos de que pruebas como las que habían realizado eran la norma en el resto del mundo.
El investigador Jeffrey Smith, autor del libro "Seeds of Deception", conversó con ellos y les retó a que presentaran un solo caso de un cultivo alimentario transgénico que haya sido sometido a pruebas como las que ellos realizaron.

Las polémicas papas de Pusztai

Pero antes de seguir hablando del guisante australiano, retrocedamos a la década de 1990, cuando un científico en el Reino Unido estaba igualmente convencido de que la inocuidad de los transgénicos estaba comprobada hasta que le tocó leer informes científicos a respecto. El científico, Arpad Pusztai, es una autoridad mundial en el estudio de lectinas, un tipo particular de proteínas que existen en plantas.
Los publicistas de la industria biotecnológica han hecho esfuerzos extraordinarios por destruir su credibilidad y acabar con su carrera, y la desinformación que han generado ha confundido hasta a personas que yo creí mejor informadas. Un colega suramericano me dijo que no era bueno usar a Pusztai como referencia científica porque estaba
"desacreditado".
Pero para los años 90 Pusztai había publicado sobre 270 estudios y tres libros sobre el tema de las lectinas, dos de estos libros los co-escribió con su esposa Susan. Pusztai trabajaba desde la década de 1960 en el Instituto Rowett de Escocia, la más influyente y prestigiosa institución en Europa dedicada al estudio de la nutrición humana. Al llegar a los 60 años, que es la edad de retiro en el Instituto, el director de la institución, el Dr.
Philip James, le suplicó que se quedara, y desde entonces ganó la codiciada beca (fellowship) Leverhulme y obtuvo membresía en la Real Sociedad de Edimburgo.
En 1995 la Scottish Office Agriculture, Environment and Fisheries Department comisionó a un equipo dirigido por Pusztai para realizar un estudio sobre los efectos de los alimentos transgénicos. Las otras dos instituciones en su equipo eran el Scottish Crop Research Institute y el Departamento de Biología de la Universidad de Durham. El equipo de Pusztai logró obtener este contrato en competencia con 28 otras instituciones de investigación por toda Europa, y su metodología fue aprobada por el Biotechnology and Biological Sciences Research Council. Los procedimientos y pautas desarrolladas por el equipo de Pusztai en el curso de su estudio serían luego utilizadas por las agencias reglamentadoras europeas para evaluar los productos transgénicos.
Cabe mencionar que en ese momento no había en la literatura científica un solo estudio sobre la inocuidad de los transgénicos. El estudio de Pusztai fue el primer estudio independiente a este fin.
Pusztai tuvo acceso a informes científicos confidenciales de la industria de biotecnología que fueron usados para solicitar la aprobación de productos transgénicos en mercados europeos, y lo que encontró fue de lo más chocante y desagradable en toda su carrera profesional. Encontró los informes tan deficientes e incompletos que no tenían utilidad alguna. Según Pusztai, habían sido hechos a toda prisa y con el solo propósito de lograr aprobación a como diera lugar. Nunca hubieran pasado el cedazo de la comunidad científica.
Al equipo de Pusztai se le asignó examinar una papa transgénica a la que se le había insertado un gen de la campanilla blanca (snowdrop) que codifica la lectina insecticida GNA. La primera sorpresa fue al analizar las propiedades de las papas. No solamente
sus niveles de nutrientes estaban fuera de lo normal- uno de los especímenes tenía 20% menos proteína que las papas normales- sino que las anormalidades eran distintas en cada espécimen. Las papas eran todas de la misma cepa y todas hermanas, es decir descendientes del mismo ancestro, y todas habían sido sometidas a la misma modificación genética, por lo que éstas no podían naturalmente ser tan distintas entre sí. Esto demostraba que la ingeniería genética no es capaz de producir resultados uniformes, estables y predecibles, como alega la industria.
Las ratas de laboratorio alimentadas con esta papa sufrieron daños sustanciales a sus sistemas inmunológicos y reducción de peso en varios de sus órganos, incluyendo cerebro, testículos y el hígado.
Algunas tuvieron crecimiento anormal en sus células intestinales, lo cual podría ser un síntoma pre-canceroso. La lectina GNA no podía ser culpada por estos efectos, ya que es inofensiva a los mamíferos.
La explicación tenía que estar en el proceso mismo de inserción genética.
En lugar de recibir elogios, Pusztai fue objeto de una campaña de difamación y descrédito en la cual participó el mismo Instituto Rowett. El Dr. James le negó acceso a su laboratorio y documentos, y sometió su estudio a una auditoría, algo que se hace solamente cuando hay razón para pensar que se cometió fraude.
Se le impuso también una orden de mordaza, por lo que no podía defenderse de las acusaciones falsas de las que estaba siendo objeto. Entre otras falsedades circuladas a la prensa, un comunicado del Instituto Rowett decía que la lectina usada en el experimento no era GNA sino concanavalina A (Con A). Esta información errónea tuvo un efecto terrible sobre la credibilidad de Pusztai, ya que la Con A es tóxica a los mamíferos, a diferencia de la lectina GNA, que fue la que realmente se usó. Comenzó a circular el argumento de que los resultados de los experimentos de Pusztai no eran nada sorprendentes ya que la papa transgénica estudiada fue alterada para secretar una sustancia que es tóxica a los mamíferos. Pero debido a la orden de mordaza, Pusztai no pudo corregir ni esa ni las demás alegaciones falsas que estaba publicando la prensa.
A pesar de que la especialidad del Instituto Rowett es la nutrición y esta controversia se centraba sobre nutrición, no hubo un solo nutricionista en el equipo realizó la auditoría. Los auditores analizaron tres años de trabajo en sólo diez horas y llegaron a la conclusión de que los datos del estudio no justificaban las conclusiones a las que Pusztai había llegado.
El informe de los auditores nunca fue publicado ni sometido al proceso de revisión por los partes (peer review). Sólo se imprimieron diez copias. Según Pusztai y su esposa, quienes recibieron una de esas copias, el informe estaba plagado de errores.
Pero varios colegas salieron al rescate de Pusztai solicitándole ver la documentación del polémico estudio. Los canones de ética científica permiten a los científicos compartir sus datos con colegas, y el Instituto Rowett de mala gana hizo disponible la documentación pertinente.
En febrero de 1999, 30 científicos de trece países que habían leído los documentos publicaron un memorando internacional apoyando a Pusztai y pidiendo una moratoria al desarrollo de cultivos transgénicos.
Más tarde aparecieron informes en la prensa europea al efecto de que el primer ministro británico Tony Blair había participado personalmente en la persecución contra Pusztai, llamando a Philip James para pedirle que haga callar a Pusztai. Según averiguó el profesor Robert Orskov, quien trabajó en el Instituto por 33 años y es actualmente miembro de la Real Sociedad de Edimburgo y consultor de la Organización de Naciones
Unidas para Agricultura y Alimentos (FAO), Monsanto llamó al presidente estadounidense Bill Clinton, Clinton llamó a Blair, y Blair a James. Hasta hoy, Blair no ha hablado claro sobre su rol en este escándalo, pero es de conocimiento público que Clinton y su secretario de agricultura Dan Glickman ejercieron mucha presión sobre Blair y otros líderes europeos para que aprobaran la comercialización de transgénicos.
Eventualmente Pusztai fue vindicado y es hoy una autoridad internacionalmente reconocida en torno a los productos transgénicos. Recientemente publicó un extenso informe en el que analiza TODOS los estudios en la literatura científica referentes a transgénicos.
Pero tuvo que pagar un precio altísimo por su integridad. Desde que comenzó la controversia ha tenido dos ataques al corazón y él y su esposa están bajo medicamento permanente para la alta presión.

Volviendo al 2005

Pues ahora volvamos al 2005 a retomar el asunto del guisante australiano. Smith habló con Pusztai sobre el estudio australiano y Pusztai le aseguró que éste definitivamente es novedoso y sin precedentes.
Smith también discutió el estudio con Gilles Eric Seralini, quien ha revisado todas las sumisiones de la industria biotecnológica a las autoridades europeas, y le dijo que no sabía de ninguna planta transgénica que haya sido sometida a exámenes tan detallados.
Quisiera ahora decirles un poco sobre Jeffrey Smith, quien no es científico pero aún así es una de las personas mejores informadas sobre el debate de los transgénicos. El presentó el manuscrito de su libro a una bióloga alemana prominente, Christine von Weizsaecker, y le pidió su endoso. Ella respondió que no haría tal cosa para un libro cuyos datos científicos no fueran 100% correctos. Leyó y analizó el manuscrito detenidamente y lo envió a otro biólogo para asegurar que ninguna de la información en él haya sido sacada de contexto. Y lo endosó.
Y si quieren más referencias científicas, aquí tienen otra: "Safety Testing and Regulation of Genetically Engineered Foods", un informe de William Freese y David Schubert, publicado en noviembre de 2004 en Biotechnology and Genetic Engineering Reviews. Según el estudio, el proceso de evaluación de alimentos transgénicos en Estados Unidos no es efectivo, ya que se fundamenta en investigaciones mal hechas y premisas equivocadas.
En la literatura científica sólo hay un estudio sobre alimentos transgénicos hecho con sujetos humanos. El estudio en cuestión determinó que las secuencias genéticas de la soya transgénica pueden incorporarse a la flora intestinal humana. La industria y sus apologistas habían dicho que tal cosa era imposible, que los jugos gástricos y las enzimas intestinales disuelven los ácidos nucléicos que componen los genes.

Pero ahora sabemos que eso no es así.

Este hallazgo es especialmente preocupante porque muchos cultivos transgénicos contienen genes que otorgan inmunidad a antibióticos. Las implicaciones para la salud pública son estremecedoras, ya que si las bacterias intestinales incorporan estos genes el tratamiento de infecciones intestinales se complicará de manera peligrosa.
En 2001 el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos informó que la alimentación era responsable del doble de casos de enfermedad que siete años antes (un período de tiempo que coincide con la introducción masiva de alimentos transgénicos al mercado). Estamos hablando de 76 millones de casos anuales de enfermedad, de los cuales 325 mil resultan en hospitalización y 5 mil muertes. A esto le añadimos el aumento de 33% en los casos de diabetes entre 1990 y 1998, y el vertiginoso aumento en la obesidad y el cáncer. ¿Están por lo menos algunos de estos casos relacionados al consumo de transgénicos? No sabemos. Ningún científico se ha molestado en hacer la averiguación.
Un dato final: Las alergias a la soya en Inglaterra subieron 50% en los años en que se introdujo la soya transgénica en el país, según el York Nutricional Institute.
Los defensores de los transgénicos dicen que en los nueve años desde su comercialización, nadie se ha perjudicado por consumirlos. Pero considerando los datos aquí presentados, tales alegaciones son, en el mejor de los casos, insensatas y seudocientíficas.

FUENTES:
Freese, William y David Schubert. "Safety Testing and
Regulation of Genetically Engineered Foods".
Biotechnology and Genetic Engineering Reviews - Vol.
21, Noviembre de 2004.
Pusztai, A. et al. (2003) "Genetically Modified Foods:
Potential Human Health Effects". En: Food Safety:
Contaminants and Toxins (ed. JPF D'Mello) pp. 347-372.
CAB International, Wallingford Oxon, Reino Unido.
Pusztai, Arpad (2005). "Pusztai Answers His Critics"
http://www.organicconsumers.org/ge/pusztai112805.cfm
Pusztai, Arpad (2006). "National Regulations Should
Reflect Risks of GE Crops"
http://www.biospectrumindia.com/content/columns/10601061.asp
Silvia Ribeiro. "Las Ratas de Monsanto". La Jornada
(México), 11 de junio 2005.
Andrew Rowell (2003). "Don't Worry, It's Safe to Eat:
The True Story of GM Food". Earthscan Books.
Smith, Jeffrey (2003). "Seeds of Deception: Exposing
industry and government lies about the safety of the
genetically engineered foods you're eating". Yes!
Books/Chelsea Green Publishing.
http://www.seedsofdeception.com
Smith, Jeffrey (2005). "Genetically Modified Peas
Caused Dangerous Immune Response in Mice".
http://www.gmwatch.org/archive2.asp?arcid=6076
Smith, Jeffrey (2006). "Un-Spinning the Spin Masters
on Genetically Engineered Food".
http://www.gmwatch.org/archive2.asp?arcid=6124
* Carmelo Ruiz Marrero es director del Proyecto de Bioseguridad de Puerto Rico. Presentación ofrecida a la Asociación de Científicos de la Estación Experimental Agrícola de Puerto Rico. 27 de enero de 2006, Aguadilla, Puerto Rico "LOS RIESGOS DE LOS CULTIVOS TRANSGENICOS:UNA PERSPECTIVA SOCIAL ECOLOGISTA"   

Fuente: lafogata.org