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Medio Oriente - Asia - Africa

La única solución: disolver la Autoridad Palestina

Abdelbari Atwan
Al-Quds
Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco

Las refriegas sangrientas que se están produciendo estos días en los territorios palestinos y están segando vidas inocentes de un modo totalmente arbitrario son una auténtica vergüenza, un escándalo político y moral que deshonra a quienes directa o indirectamente participan en ellas. Desacreditan una historia larga y honorable llena de sacrificios que dura ya más de un siglo.
Lo menos que podemos hacer es calificar estos enfrentamientos de pura locura. Un pueblo con una conciencia política tan alta y una experiencia de resistencia tan prolongada no puede ─cuando siguen cayendo mártires todos los días─ pasar del súmmum de la razón y la sensatez al súmum de la locura, así, en pocas horas… ¿Qué sentirán los dirigentes, ya sean de Fatá o de Hamás, cuando ven pasar las ambulancias con heridos y cadáveres, caídos en estos enfrentamientos absurdos entre milicias, que se cruzan con los cadáveres de sus hermanos y hermanas víctimas de los asesinatos selectivos israelíes?
Cuando Benyamín Eliezer, ministro israelí de Infraestructuras, incapaz de contener su júbilo por estas escaramuzas entre los dos bandos opuestos de la política palestina, apuesta por la victoria de la camarilla del presidente Mahmud Abbás, es preciso que sepamos distinguir de qué lado está la razón. Cuando la señora Condoleezza Rice dice que los palestinos deben poner fin a su guerra intestina y formar un gobierno de unión nacional, un gobierno que reconozca a Israel y los acuerdos tomados con este país, debemos hacer una pausa y reflexionar seriamente sobre la clase de trampa que se le ha tendido al pueblo palestino y sobre los fines que persigue.
Ya lo hemos dicho y no nos cansamos de repetirlo aquí mismo, bien alto y claro, que la única finalidad de esta guerra civil absurda es controlar el «cadáver en el armario» en que se ha convertido la Autoridad Palestina, indigna de que se vierta una sola gota de sangre por ella. Hasta los animales carnívoros, por hambrientos que estén, desprecian la carroña y no tienen ninguna intención de luchar a muerte para quedarse con ella.
Los palestinos están viviendo una gran farsa llamada «autonomía». Se imaginan que tienen ministros y una asamblea legislativa, instituciones y una guardia presidencial. Pura ilusión: su territorio está ocupado y en la parte supuestamente liberada (la franja de Gaza) se suceden los peores enfrentamientos. Es una inmensa cárcel a cielo abierto cuyas llaves cuelgan del cinturón de un oscuro subalterno del servicio de represión israelí, el Shin Bet.
Por lo tanto, debemos reconocer que lo que está pasando en este preciso momento en los territorios ocupados son las primeras escaramuzas de una guerra civil sin precedentes, planeada por los israelíes con gran minuciosidad. El plan les está saliendo bien: manejando de manera maquiavélica la crisis de los salarios impagados de los funcionarios, han hecho caer en la trampa a los palestinos.
No es una guerra entre musulmanes y cristianos, ni entre sunníes y chiíes, ni entre católicos y protestantes. No, es una guerra entre hijos e hijas de la misma comunidad, de la misma tribu, del mismo pueblo, entre unos hambrientos y otros hambrientos (los mismos), entre unas personas sometidas a ocupación militar y otras personas sometidas a ocupación militar (las mismas, la misma). Esa es la tragedia.
Lo importante, en este momento, no es determinar quién es el culpable de la caída en este inmenso pozo sin fondo. No. Lo importante es saber cómo salir de él con el menor daño posible y cuanto antes; todos son culpables, de una u otra forma.
Quien o quienes han azuzado a las fuerzas de seguridad palestinas y les han permitido que se manifestaran con sus armas para reclamar los salarios, aunque sabían muy bien por qué se retrasaba el pago, es o son responsables de la sangre vertida, hasta la última gota, en las calles de Gaza, Nablus y Ramala. Quien ha ordenado a las fuerzas de apoyo ─dicho de otro modo, a las milicias de Hamás─ que se echaran a la calle para oponerse a los primeros, cuando todos conocían perfectamente cuál iba a ser el resultado de esta iniciativa, carga con la misma responsabilidad y merece una sanción igual de severa.
El señor Abbas arrastra a una guerra civil sangrienta no sólo al pueblo palestino, sino también al movimiento de liberación nacional palestino ─Fatá─, que se honra de un pasado glorioso, de sacrificios voluntarios, lucha tenaz y fidelidad a unos principios nacionales intangibles, mantenidos durante más de 40 años.
Que sepamos, el gobierno de Hamás no es en absoluto responsable de la crisis de los salarios ni del hambre impuesta desde fuera al pueblo palestino. ¿Por qué, entonces, el presidente de la Autoridad y su clientela lanzan a los manifestantes contra él?
Cualquier niño palestino de cuatro años sabe que quienes mantienen bloqueados los salarios son EEUU e Israel [y la Unión Europea, n. del t.]. Dicho esto, hemos criticado y seguimos criticando al movimiento Hamás por haber participado en las elecciones, cometiendo así una enorme incongruencia. ¿Acaso se puede respaldar al mismo tiempo a una Autoridad creada por unos acuerdos denunciados y rechazados por Hamás, y a una resistencia armada que no reconoce a Israel y lucha por la liberación de todo el territorio palestino? Si Hamás se ganó la confianza del pueblo palestino fue precisamente por su posición inquebrantable, ya que el pueblo sabe muy bien que los acuerdos de Oslo son nulos e ilusorios y que todo lo que se construye sobre algo nulo e ilusorio está construido sobre la arena.
No sabemos qué mosca le ha picado a este sujeto, Abbas. ¿Cómo ha podido dejar a un lado su cautela legendaria para lanzarse a cuerpo descubierto en un complot contra el gobierno que ha prendido la mecha de la guerra civil? En cambio, lo que sabemos de buena tinta es que este sujeto, Abbas, hace un par de semanas, encargó a varios de sus consejeros en el exilio el borrador de un discurso de dimisión que pensaba pronunciar ante las cámaras de televisión de todo le mundo. En dicho discurso iba a atribuir a Israel y EEUU la responsabilidad del deterioro de la situación en los territorios ocupados y del fracaso definitivo del proceso de paz en la región de Oriente Próximo.
Los consejeros del presidente Abbas, que tienen sus poltronas en los despachos presidenciales y le empujan a la confrontación, y no precisamente en un sentido de apaciguamiento, con el único fin de recuperar los laureles perdidos del poder, hablan ahora de las decisiones que podría adoptar, tales como recurrir a su facultad de disolver el gobierno y formar otro de tecnócratas o convocar nuevas elecciones legislativas.
Pero ¿de qué facultades ─y de qué constitución─ estamos hablado? ¿Acaso las tiene un pueblo hambriento como el palestino, con miles de víctimas, sometido al estado de sitio? ¿Qué facultades y qué constitución tiene un presidente que no puede salir de su despacho de Ramala sin la autorización del último guarda forestal israelí? ¿Qué facultades y qué constitución tiene una asamblea legislativa la mitad de cuyos miembros se pudren en las mazmorras del ocupante después de haber sido secuestrados en sus casas a plena luz del día? ¿Qué clase de «gobierno» es este que no puede pagar el sueldo a sus funcionarios ni organizar sus propias fuerzas de seguridad, crea guardias pretorianas con la única misión de proteger a los ministros, es incapaz de nombrar no ya a un embajador, ni siquiera a un simple cónsul en las embajadas, ni puede vigilar con sus agentes de policía nuestros lugares de paso y nuestras salidas de socorro?
¿De qué orden público nos hablan, si los encargados de mantenerlo son los primeros en quebrarlo y propagar la anarquía, si cierran las calles y plazas a los transeúntes para abusar de sus conciudadanos y amargarles la vida, obstaculizando su libertad de movimientos y poniendo trabas al pequeño comercio y otras maneras de ganarse la vida, y lo hacen en este mes bendito, en este mes de tregua y generosidad que es el ramadán?
Sólo hay una solución: que los señores Mahmud Abbas e Ismail Haniyé se presenten juntos, tomados de la mano, ante las cámaras de televisión y, en una conferencia de prensa de audiencia mundial, declaren disuelta esta Autoridad y le llamen al pan, pan y al vino, vino. Que llamen «pueblo resistente» al pueblo palestino resistente y «fuerzas de ocupación» [a la soldadesca sionista].
El pueblo palestino se enfrenta a un chantaje sin precedentes, llamado «salarios»: ahora le exigen que renuncie a todos los principios fundamentales de su lucha, a todos sus derechos nacionales, y se convierta en un pueblo de vagabundos y mendigos que dependa de las limosnas europeas y usamericanas, exactamente igual que cuando los auténticos héroes de Fatá todavía no habían disparado la primera bala, en ese mes de enero del año de gracia de 1965.
Por lo tanto, una nueva convocatoria de elecciones cuyos resultados no harían más que consagrar una situación deplorable y agravarían la actual situación de casi hambruna para llevar adelante el plan usamericano-israelí, es una opción perniciosa a la que debemos oponernos sistemáticamente.
¿De qué servirían unas elecciones cuyo resultado no se respetaría y los que cometieran la locura de admitirlas y participar en ellas recibirían como pago la muerte por hambre, la muerte por asedio o la muerte por las armas de los «robocop» sionistas?
Texto original: , Al Quds Al Arabi, 4 de octubre de 2006. Traducido de la versión francesa de Marcel Charbonnier. Juan Vivanco y Marcel Charbonnier son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de mencionar al autor, a los traductores y la fuente.   

Fuente: lafogata.org