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Latinoamérica

México, elecciones y los observadores internacionales

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

Desde los años ochenta del siglo XX, para evitar fraudes y tropelías electorales, los países del primer mundo aportan un mecanismo de control sobre las democracias transicionales de América Latina, África y Asia. Se trata de confirmar que los procesos electorales en dichos continentes sean limpios. Que ganen los candidatos más votados en las urnas y no los que roban, queman o urden una estafa el día de las elecciones.

Para ello nada mejor que contar con oteadores imparciales. Así, con un manual bajo el brazo y años de experiencia votando en democracia, una vez concluida la guerra fría, la vieja Europa comunitaria, siempre tan madrugadora, se compromete con sus personeros e instituciones. Envía parlamentarios, representantes de la cultura, las ciencias, premios Nobel, ex jefes de Estado, diputados, senadores y cuanto sujeto quiera participar. Sólo es cuestión de presupuesto.

Profesores de ciencia política, becarios, militantes y asesores. El espectro es amplio y cubre todo el campo ideológico. El tour de las elecciones. Cada cierto tiempo, partidos, sindicatos y demás organizaciones premian con un viaje en calidad de observador internacional. Hay quienes han recorrido toda América Latina, desde México hasta Chile. No hay nada que temer. La situación está controlada y es una mera formalidad. Se trata de turismo electoral. Se conoce gente, paisajes, comidas exóticas, se puede ligar y además se ejerce cierto poder, lo que nunca está mal.

Las primeras ocasiones en las cuales viajaron fue a Centroamérica. Nicaragua sumida en una guerra de baja intensidad y con un ejército contra fue escenario de control. Perdieron los sandinistas, nada que objetar. Las elecciones fueron limpias. Luego siguieron El Salvador, Guatemala, Honduras. En fin, desde la última década del siglo XX, con tantas elecciones, los observadores no dan abasto. Llegan con unos días de antelación y se retiran según agenda. Aprovechan para dar conferencias, hacer relaciones o conocer el lugar. Comparten con los triunfadores la alegría del momento. Emiten un informe alabando el buen comportamiento cívico de la población, reconociendo que no se han producido incidentes graves, que no hay indicios de fraude ni violencia en el proceso electoral.

Redactan otro comunicado agradeciendo a las autoridades el disponer de los medios para realizar su trabajo y por último se felicitan por el resultado hasta la próxima oportunidad. No sin antes destacar la gran responsabilidad de los ciudadanos en la fiesta de la democracia que es ir a votar. En otros términos, que las papeletas estaban en su sitio, los votantes votando, los presidentes de mesa, los delegados de partidos, las urnas y la parafernalia funcionaba. Las reglas del juego se cumplían a rajatabla. Las horas de votación se respetaron. La paz se mantuvo, las fuerzas del orden público actuaron protegiendo a la ciudadanía y las instituciones dieron los resultados a tiempo. Nada raro.

En ocasiones, surgen discrepancias y algunos observadores apuntan problemas menores que no empañan o desdicen el comportamiento democrático de la ciudadanía. Así transcurre el día de trabajo. Se reparten el país, según jerarquía. El señor James Carter, por ejemplo estará en la capital y será trasladado según convenga. Todo está perfectamente organizado. Cubren todo el espacio geográfico y son pagados por sus respectivas organizaciones. Bien es cierto que su honorable presencia, dirán algunos, en caso de conflicto puede legitimar un proceso electoral. No olvidemos Venezuela, por ejemplo. Pero para este viaje no necesitamos alforjas. Si se quiere dar un golpe de Estado o invalidar un proceso electoral se hará con o sin observadores.

Ahora bien, vemos que en México el fraude en estas elecciones presidenciales ha sido mayúsculo. ¿Y dónde estaban los observadores? ¿Comiendo tamales, tacos o enchiladas?, a lo mejor les pasó factura la venganza de Moctezuma y jugó a favor del PAN. Resulta bochornoso que la delegación del Parlamento Europeo salga por peteneras y se quede a medias tintas. No podía ser de otra manera. Se avala el proceso electoral, su portavoz era del grupo del Partido Popular. ¿Pero no vieron el fraude? ¿No estuvieron en el conteo y el cierre de urnas? ¿Dónde estaban? Y no me digan que eran pocos y que justo los mandaron donde no hubo fraude.

Me pregunto: qué sentido tiene mantener una figura internacional, cual es la de observador internacional, si cuando surgen problemas huye o esconde la cabeza y mira para otro lado. Es decir sólo sirve cuando las elecciones están cocinadas, no hay problemas y se va para pasar un buen rato en compañía de amigos, adversarios y correligionarios.

Lo realmente doloso consiste en el descrédito de una opción política que podría ser realmente utilizada a escala internacional como fiscalizador, sólo que, como de costumbre, sirve para fines espurios de corte propagandístico del primer mundo. Nunca Estados Unidos, España u otro país europeo tendrá observadores. Sus procesos se fiscalizan a sí mismos. Cuestión que está más que en duda si vemos a Italia, por ejemplo. Así, en el caso que nos ocupa, México, mal quedan cuando todo indica que se han ido por la puerta trasera al menor indicio de problemas.

Por ello, es mejor acabar con esta farsa de una vez por todas. Si se quiere hacer turismo hay otras formas y no a costa de los procesos políticos y las luchas democráticas de los pueblos de América Latina. La figura del observador internacional electoral no funciona, es un cuento, y hay muchos que viven de él y de la sopa boba. Como de costumbre.         

Fuente: lafogata.org