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Latinoamérica

Del Gobierno del pueblo a la Rebelión Popular

Francisco Herreros
Rebelión

Un amigo, para mí muy querido, ha venido insistiendo en que ingrese a militar en el Partido Comunista.
Reflexionando sobre la respuesta, he caído en cuenta de que la historia del partido en el período de referencia se enlaza con la mía propia, con momentos de mayor o menor cercanía, pero con una dirección progresivamente convergente.
En consecuencia, no hablaré sobre el libro, que puede hacerlo por sí mismo, sino de la historia que me impulsó a escribirlo.
Quienes me conocen, saben que abomino de la autorreferencia, pero en esta circunstancia, en que comparto un momento muy especial con mis hermanos en la noble causa de luchar por un mundo mejor, me permitiré una excepción y voy a pergeñar algunos hitos biográficos que jamás había hecho públicos.
Mi primer contacto con el Partido Comunista ocurrió en el apasionante y tumultuoso período del inolvidable Gobierno del Presidente Salvador Allende y la Unidad Popular, cuando ingresé a estudiar periodismo, en la Universidad de Chile, en 1971, a la edad de 19 años.
Llegué como un típico exponente de extracción media, sin ningún interés ni menos conocimiento y práctica de la actividad política, a la cual consideraba innecesaria, estridente y aburrida.
Pero como todo joven en aquella época de vértigo, no pude sustraerme a la exigencia de la toma de posición, en uno u otro bando.
Naturalmente, como la mayoría de la juventud de entonces, me incliné por el lado izquierdo, el lado del corazón.
Con el Partido Comunista, fue un primer contacto más bien frío.
En el caso de la Jota de mi Escuela, aunque admiraba su entrega y disciplina, la encontraba cuadrada, fome y amarilla.
En resumen, tras un efímero paso por el FER, el frente estudiantil del MIR, decidí que la mejor opción para ejercer el periodismo, era la independencia crítica de izquierda, posición que mantengo hasta hoy.
Desde esa posición de independencia, me sumé con entusiasmo a la construcción histórica del Gobierno popular, y hubiera dado la vida por su defensa.
De hecho el 11 de septiembre de 1973, no bien escuché el primer bando militar, me dirigí a mi escuela, situada en el viejo Pedagógico, donde escuché el notable testamento político del Presidente Allende.
Créanme que fui uno de los últimos en salir de allí, hacia las dos de la tarde, hondamente decepcionado por la nula defensa del gobierno popular.
En mi inmensa ingenuidad, después del primer día de toque de queda, recuerdo que con un amigo, sobrino de un senador socialista, nos fuimos en bicicleta a la población Lo Hermida, donde esperábamos unirnos a la lucha.
Para nuestra sorpresa y desengaño, nos encontramos con una población engalanada de banderitas, y por cierto, sin el menor asomo de resistencia.
Esa misma independencia, y por tanto la falta de vínculos orgánicos con partidos de izquierda, me preservó de la primera oleada represiva, de la que tuve escaso conocimiento, dado el cerco informativo.
Así pues, pude terminar sin problemas mi carrera, y aún ingresar a hacer mi práctica profesional en Televisión Nacional, en enero de 1975.
Entonces, se inicia un período de lejanía con el partido Comunista.
Sucede que como nos habían cambiado el país, no encontré otro recurso que empezar mi carrera en el periodismo deportivo, justo en el momento en que la prensa chilena empezaba a experimentar el proceso de degradación más importante de toda su historia, sometida como estaba a la doble tenaza de la censura y la autocensura, que buscaba encubrir el genocidio que por entonces perpetraba la dictadura.
Haber sido testigo de la abdicación del periodismo de su compromiso ético con la verdad, me marcó para siempre.
De alguna manera, todavía me siento culpable por haber participado en esa gran operación de encubrimiento, aunque para mi descargo, debo decir que sin saberlo, y tal vez ahí radica la explicación del énfasis y el contenido del primer capítulo del libro.
Sucede que la hipertrofia de los sectores policía y deportes, tal como hoy ocurre con la farándula, era apenas uno de los recursos para desviar la atención de la opinión pública. Pero el gran recurso era, sin duda, como sigue siéndolo, la omisión y la mentira, de las que responsabilizo derechamente a directores y editores de los medios.
Recientemente, y de modo tardío, el tribunal de ética del Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas sancionó a algunos de ellos por la Operación Colombo, incluyendo, entre otros, al actual director del diario El Mercurio, entonces subdirector del diario La Segunda.
Recuerdo que entre los pasillos del departamento de prensa de Televisión Nacional, circulaban rumores de detenidos desparecidos y de cierto coronel Contreras, pero no se podían decir en voz alta, ni menos, por cierto, comentarlos.
Los jefes fingían creer que eran campañas del comunismo internacional contra la Junta de Gobierno, y en todo caso, con un dejo de cinismo, decían que aún cuando esos rumores fueran verídicos, nuestra estabilidad laboral aconsejaba olvidarlos.
Hace un tiempo, cuando hacía la investigación bibliográfica para este libro, experimenté un sentimiento de vergüenza al revisar la prensa de aquel terrible año 1976, y comprobar las noticias por las cuales me desvivía entonces, como tal knock out de Martín Vargas, cual partido de la Copa Libertadores o el golpe de haber encontrado al ganador incógnito de la Polla Gol, mientras los esbirros de los ejércitos de las sombras acometían con saña demencial y fría determinación contra direcciones completas del Partido Comunista, protegidos por la docilidad judicial, el silencio cómplice de la presa y la hipocresía de las autoridades de la época.
En suma, un cuadro de apabullante esquizofrenia.
En un intento por alejarme gradualmente de ella, me mudé al área deportiva del Canal 11, hoy Chilevisión, donde ocurrió un episodio que cambiaría dramáticamente la dirección de mi carrera y también mi propia historia.
Un sábado de agosto de 1980, precisamente por ser periodista deportivo, llegué temprano al canal, y me encontré con la noticia de que habían aparecido dos jóvenes estudiantes de periodismo secuestrados días antes por el Comando de Vengadores de Mártires. Con vida Cecilia Alzamora y muerto Eduardo Jara, como consecuencia de la tortura.
Como era el primero en llegar, y aunque en rigor no me correspondía, decidí hacer la nota. Me trasladé al lugar de los hechos y entrevisté a Cecilia Alzamora.
Hasta el día de hoy recuerdo su relato, enhebrado con voz entera, sin ribetes de dramatismo, pero descarnado, conciso y brutal.
Simplemente, los hechos.
Sucedió que el jefe de prensa, al revisar la nota poco antes de la emisión del noticiero, me llamó y me dijo, "si pasamos esto, la CNI me va a llevar a mí", tras lo cual procedió a editarla, hasta tornarla ininteligible.
Recuerdo haber pasado un domingo de tormento, reflexionando sobre el camino a seguir. Tenía entonces tres años de casado, y ya había nacido mi primera hija. Nunca hasta entonces había experimentado la cesantía, tenía un pasar más que aceptable y había alcanzado un módico éxito en mi carrera en televisión.
Sin embargo, decidí que si aceptaba esa censura nunca más podría sentirme un periodista de verdad. Lo conversé con mi mujer y conté con su apoyo, de forma que ese mismo lunes fui donde el jefe de prensa y le presenté mi renuncia.
Hace poco vi la película, Buenas Noches Buena Suerte, basada en hechos reales, en que el protagonista, el periodista Edward Murrow, de la cadena CBS, sufre la censura a consecuencia de su pelea contra el senador Eugene Mc Carthy, a pesar de haberla ganado. Con todos sus méritos y pergaminos, aceptó un programa de menor rango y permaneció en la estación.
Desde que renuncié a la televisión, nunca he vuelto a tener holgura económica, pero en cambio he convivido en paz con mi conciencia, y fundamentalmente, he podido hacer de la libertad de expresión, la defensa de los derechos humanos y la promoción de la democracia, una práctica de vida.
Cada periodista enfrenta esa encrucijada al menos una vez en la vida, y cada cual responde en su fuero interno por el camino que toma.
Al menos yo nunca me he arrepentido, y enfrentado a la misma disyuntiva, haría mil veces lo mismo.
El caso es que esa decisión empezó a dirigirme gradualmente hacia donde hoy me encuentro.
Tras un breve período de cesantía, me incorporé al diario Las Ultimas Noticias, de la cadena El Mercurio, dirigido en los hechos por el legendario Raúl González Alfaro, más conocido como el maraco, quién, al poco andar, me asignó a la incipiente sección de crónica política, en 1982.
Desde esa posición, conocí, como opositores, a la mayor parte de los líderes de la actual Concertación.
También tuve una recaída en televisión a la que retorné ese año, al mismo canal 11, donde me integré el área deportiva.
Pero los tiempos ya no eran los mismos, y gradualmente la oposición fue asumiendo la ofensiva política, con mayor fuerza a partir del 11 de mayo de 1983, fecha de la primera protesta.
Entre los espacios arrebatados al régimen, estuvo la ampliación de la libertad de prensa y entonces fue el momento de eclosión de los medios opositores.
En lo personal, me sumé con entusiasmo a la lucha contra la dictadura, aunque en forma semiclandestina.
Integré el equipo que fundó el periódico Fortín Mapocho a mediados de 1983, y me incorporé como redactor a la revista Cauce, a principios de 1984.
Como trabajaba en Las Ultimas Noticias, en Canal 11 y en revista Ercilla, tenía que firmar con seudónimos, algunos de los cuales eran Javier Mardones y Pablo Salvador.
Un dato anecdótico: cuando llegaba como periodista de Las Ultimas Noticias, los dirigentes de la entonces denominada "oposición democrática", me recibían con zalemas y reverencias. Pero cuando llegaba con la camiseta del Fortín o de Cauce, no me daban ni la hora.
En junio de 1985, apenas levantado el primer Estado de Sitio ocurrió otro de esos episodios, para mí telúricos, que me condujeron hasta este instante.
Sucede que el juez René García Villegas, titular del vigésimo juzgado del crimen, por primera vez se constituyó en un recinto de la CNI al recibir denuncia de detención ilegal, y ordenó la hospitalización del detenido, Pablo Yuri Guerrero, además de disponer un informe pericial del Instituto Médico Legal.
Obtuve una copia de ese informe, los que nos permitió afirmar en un titular de la revista Cauce: Confirmado, la CNI Tortura.
Eso me valió el primero de los nueve procesos que he debido enfrentar por supuestos delitos de opinión, pero el hecho fue que de manera, a mi modo de ver innecesaria, el entonces director de la revista dio a conocer la identidad de Javier Mardones al fiscal militar.
Al día siguiente perdí todos mis trabajos en el campo oficial.
En lo personal, uno de los aspectos relevantes del período de lucha contra la dictadura, fue la gradual aproximación y coincidencia que fui experimentando hacia las posiciones del PC, que por entonces desplegaba, sin yo saberlo, su política de rebelión popular de masas.
Desde mi posición de independencia, consideraba a) que a la dictadura había que darle con todo y b) por el arco unitario más amplio que fuese posible.
En ese tiempo, me preguntaba por qué la oposición de centro, hoy agrupada en la Concertación, se resistía a la unidad que tan urgentemente reclamaba el movimiento popular y que el PC buscaba con tanto ahínco.
Con la óptica de hoy, y del análisis de los cuatro gobiernos de la Concertación, la respuesta fluye por sí misma.
De esa época, recuerdo con nostalgia aquellas conferencias de prensa clandestinas del PC, en que tras una serie de medidas de seguridad que no es del caso detallar, uno se encontraba con unos encapuchados que hablaban el lenguaje que me interpretaba plenamente, aquel de todas las formas de lucha contra una tiranía vesánica e inmoral.
Con toda probabilidad, más de alguno de los presentes estuvo en alguna de esas conferencias, del otro lado de la capucha.
A la salida del segundo período de Estado de Sitio, a principios de 1987, quedé de director de la revista Cauce, en momentos en que las políticas conciliadoras de la Concertación empezaban a tomar forma, comenzando por el llamado a inscribirse en el registro electoral.
A la luz de lo ocurrido en estos últimos 16 años, sigo pensando que aceptar la Constitución como un hecho e incorporarse al diseño institucional de la dictadura fue un error histórico monstruoso, que no es del caso discutir aquí, pero el hecho es que cada día me fui sintiendo más distante de las políticas que propugnaban los propietarios de Cauce, ya por entonces de un sector del socialismo renovado.
Tanto fue el cántaro al agua que en la misma noche inolvidable del triunfo del No en el plebiscito, sentí mi tarea cumplida en la revista, y a la vuelta de un viaje a España, donde concurrí a recibir el premio de periodismo Rey de España, presenté mi renuncia indeclinable.
Ese fue un nuevo punto de inflexión en la trayectoria que me tiene hablándoles desde este estrado, puesto que, tras un período de cesantía, ingresé, a mediados de 1989, a la revista Pluma y Pincel, que por entonces era el medio de comunicación público del Partido Comunista, y que dirigía el periodista Leonardo Cáceres.
Cuando salió El Siglo a la luz pública, el proyecto periodístico de Pluma y Pincel perdió preponderancia y se fue paulatinamente desperfilando, de forma que me cambié a la revista Página Abierta, de la que salí por divergencias con la línea editorial, a principios de 1992.
Sentí que se me había acabado el campo profesional, de modo que decidí trasladarme a Chiloé. Estando con las maletas listas, la misma tarde en que me iba, recibí un llamado de mi amigo Andrés Lagos, entonces director de El Siglo, para ofrecerme el cargo de editor general.
Si ese llamado se producía quince minutos más tarde, tal vez hoy estaría en Chiloé, desempeñando quizá qué actividad. A veces, el destino tiene designios misteriosos.
Para mí, y creo también para El Siglo, fue un período muy fructífero.
Lideramos varios temas, entre los cuales cabe mencionar a los degollados. A veces íbamos un poco más adelante de la investigación del Ministro Juica, a quien le entregamos antecedentes relevantes. Nuestras denuncias le valieron la salida al entonces subdirector de Carabineros, general Mario Morales, por temas de corrupción.
A propósito del davilazo, lideramos también el tema del cobre.
Recuerdo que con Andrés caímos presos en tres ocasiones, una de ellas en la calle 5 de la Penitenciaría de Santiago.
Conservo imágenes imborrables de esas experiencias límites.
En otra de esas ocasiones, le solicitamos al Colegio de Periodistas que nos pagara Capuchinos, con dineros del fondo de solidaridad gremial que tiene para esos efectos.
El entonces presidente del Colegio se negó a hacerlo.
También le pedimos una gestión ante el Presidente de la Corte Suprema, dado que estábamos condenados a 500 días de presidio, fallo confirmado por la unanimidad de una Sala de la Corte de Apelaciones.
También se negó a hacerlo.
Los colegas informaban con el remoquete del diario comunista El Siglo.
Recuerdo un titular particularmente chocante: "Por calumnias, presos el director y el editor general del diario comunista El Siglo".
Decían diario comunista El Siglo, como si esa condición fuese un estigma, en aquellos días de timorata e interminable transición, cuando Pinochet aterrorizaba al Gobierno a golpes de boinazos y ejercicios de enlace.
En protesta por esos hechos, renuncié al Colegio de Periodistas, posición que mantengo hasta hoy.
Recuerdo también que por aquella época cometimos el grueso error de sacar El Siglo diario. O sea, el error no fue sacar El Siglo diario, sino hacerlo sin los estudios de factibilidad correspondientes, lo que descapitalizó la empresa y de paso liquidó una de las etapas de la revista Pluma y Pincel, que por entonces dirigía. Esa crisis económica me alejó de El Siglo, y también del partido, aunque en forma relativa.
A principios de 1999, a propósito de la detención de Pinochet en Londres, se me pidió un trabajo sobre la Operación Cóndor, el que complementado con una extensa entrevista a Gladys Marín, formó parte del libro Regreso a la Esperanza, Derrota de la Operación Cóndor, firmado por ella.
A mediados de 2001, nuevamente mi amigo Andrés Lagos tomó contacto y me planteó que la dirección del partido quería comisionarme un encargo.
Se trataba de salirle al paso a una serie de fascículos del diario La Tercera, denominada Los Años Verde Olivo, que montaba una pretendida historia del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, cuajada de falsedades.
El trabajo consistiría en que la dirección del partido me suministraría la verdadera historia.
A mi turno, estimé que una historia del Frente sería incompleta si no se abordaban sus causas, vale decir, el período de la Unidad Popular, el Golpe de Estado y la dictadura resultante.
Propuse un plan de trabajo, dividido en ocho capítulos temáticos, que fue aceptado sin reparos.
Es la estructura de este libro.
La participación de la dirección del partido se limitó a entregarme todas las facilidades del caso, incluyendo la máxima cantidad de fuentes vivas y documentales disponibles.
Esa es la verdad de este libro.
Así de simple.
El libro estuvo listo a fines de 2002, y entonces me dí a la tarea de encontrarle editor.
En Chile, la exclusión parece haberse encarnado a nivel genético en los distintos estamentos de la sociedad, de manera que fue un esfuerzo inútil.
En la mayoría de los casos, no bien enunciaba de que trataba el proyecto, recibía la invariable respuesta: "déjenos su teléfono, nosotros lo llamaremos".
Ustedes imaginarán el resultado.
Sólo en una editorial conseguí que pasara al sistema del análisis de lectura.
Por lo que entiendo, uno de los relatores recomendó su publicación y el otro se opuso.
Tengo en mi poder su informe, del que he extraído los siguientes párrafos:
"Se hace evidente que el texto constituye una suerte de historia oficial del PCCh para el período comprendido entre 1973 y 2000".
O sea, un antejuicio, y no un juicio literario o técnico. Pero atención:
"Curiosamente, de los entrevistados por el autor, hay ocho miembros del Equipo de Dirección Interior y sólo dos de la Dirección Exterior, de ese período. Se omite la declaración de muchos ex comunistas que están disponibles y que tuvieron papeles protagónicos en los hechos. Se debe señalar que esto constituye una omisión deliberada y resulta en una versión intencionada políticamente".
En otras palabras, este caballero se permitió pautearme ex post, vale decir, determinar por mí los entrevistados del libro. Y qué decir del siguiente párrafo:
"Hay antecedentes fidedignos de que a partir de un reportaje del diario La Tercera el PCCh organizó un grupo interno que desarrollara un trabajo colectivo para escribir un texto institucional. El hecho de que figure como autor un periodista que, según entiendo es o era comunista, es sólo una cuestión de oportunidad. Podría perfectamente haber sido otro el nombre escogido".
En suma, con tal de oponerse a la publicación del libro, como de hecho ocurrió, este personaje llegó al extremo de falsear la realidad.
Para hacer corta la historia, gracias a la generosidad de unos amigos mexicanos, específicamente el Partido de los Trabajadores, este libro está ante ustedes esta mañana. Pero como no hay mal que por bien no venga, las peripecias que debió experimentar tienen ciertas posibilidades de transformarse en un proyecto editorial, con su correspondiente dispositivo de distribución.
Debo decir finalmente que para mí la investigación y elaboración de este libro me permitió conocer y aquilatar mejor al Partido Comunista.
Si antes le profesaba admiración y respeto, hoy agrego a esos sentimientos afecto cariño y estimación.
Parece que de alguna manera son sentimientos recíprocos toda vez que, por primera vez en su historia, la dirección del partido le encomendó la dirección de El Siglo a un periodista no militante del partido.
Es una distinción que me enorgullece y agradezco, pero que en todo caso será de corta duración.
No lo digo porque pretenda abandonar El Siglo, sino porque, tras el correspondiente proceso de reflexión, estoy en condiciones de decirle a mi querido amigo Oscar Azócar, que sí, que acepto su invitación y que estoy dispuesto a ingresar como militante del partido.
De decirle, y decirles que no tengo excusa ni pretexto que me impida compartir lo que me queda de vida con mis hermanos de lucha en la noble tarea de perseguir incansablemente un mundo mejor.
Que por los antecedentes expuestos, se trata más de un compromiso serio y madurado que una efímero y romántico impulso de juventud.
Estimados compañeros y compañeras:
Me asiste la certeza de que tenemos la razón.
Me ampara la seguridad de que nos respalda la historia.
Estoy más convencido que nunca de que con tenacidad y coraje,
con conciencia y organización,
¡¡Mil Veces Venceremos!!.
Muchas gracias.
- Discurso del autor, en la presentación del libro Del Gobierno del Pueblo a la Rebelión Popular, Biblioteca Nacional, 25 de mayo de 2006. 

Fuente: lafogata.org