Zapatismo
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Movimientos sociales, gobierno y burocracia en el proceso
bolivariano
La revolución desde la izquierda
Roland Denis
Diagonal
Ni el chavismo ni la ‘revolución bolivariana’ son fenómenos políticos nacidos
desde un lugar de izquierda, ése es su pecado original. Nacen en la rebelión de
las calles, en las insurrecciones de los cuarteles y no desde la decisión
racional de una vanguardia o bloque político de izquierda que empuja un proceso
revolucionario hacia su victoria.
Estamos hablando entonces de un fenómeno cargado de un barroquismo originario
tremendamente complejo que se fue alimentando afortunadamente de los insumos más
libertarios y radicales que en una época de nuestra historia empezaron a regarse
por múltiples rincones de la sociedad y del movimiento popular, hasta llegar
actualmente a enarbolar las banderas del anticapitalismo y el socialismo.
Si hay entonces una ‘base clasista’ en este movimiento, se generó con la ayuda
de ciertos núcleos combativos del movimiento obrero y marxista, pero sobre todo
de un tipo de debate e influencia de corrientes históricas de lucha
completamente heterodoxas y diversas (las resistencias culturales, el
cristianismo liberador, el ‘cimarronismo’, la democracia de la calle
reivindicada desde los barrios, movimientos sociales de todo tipo muchas veces
inesperados, la lucha estudiantil, las sublevaciones populares espontáneas, los
movimientos de liberación nacional, el bolivarianismo revolucionario, la lucha
armada, el marxismo crítico latinoamericano, el indigenismo, etc.). Y allí el
segundo pecado original del ‘movimiento bolivariano’, su insólita diversidad y
heterodoxia, hoy representado en la figura de Hugo Chávez.
Las críticas de la izquierda
Por un lado hay una izquierda que radicaliza su discurso a partir de la
valoración del ‘carácter de clase’ de este Gobierno (burgués, pequeño burgués),
y de los visos ‘populistas’, ‘reformistas’, ‘nacionalistas’ que corren en su
seno por razones de clase, siendo por tanto un Gobierno condenado a defender los
intereses del capital nacional e imperialista (nos referimos a la mayoría de las
corrientes trotskistas, hoy muy activas en algunos sectores obreros).
Esto puede ser totalmente cierto si nos atenemos a un parámetro de comprensión
totalmente formal y sociológico donde se contraponga en nuestra imaginación
política este Gobierno a uno dominado por delegados de los trabajadores y de las
clases explotadas en general, organizados e identificados como tal. Una pregunta
un poco estúpida quizás: ¿después de la Comuna de París y el primer gobierno
soviético (1917-1919) ha habido un solo Gobierno en la historia que cumpla con
ese parámetro y haya perdurado más de dos meses en ‘el poder’? Si lo hubo,
manden la información. En todo caso preferimos admitir que la historia ha
demostrado que este modelo adolece de inmensas carencias e impotencia política.
Otra crítica de izquierda muy difundida es la que llamaríamos
radical-nacionalista. Su centro crítico se centra en el problema de soberanía,
más concretamente, en la ambigüedad demostrada por el Gobierno ante su posición
‘antiimperialista’. Se critica que por un lado el Gobierno enfrente
declarativamente el dominio imperial norteamericano y por otro se establezca una
alianza privatizadora con el capital transnacional petrolero a través de las
empresas mixtas. A ello se anexan todo un conjunto de denuncias que cubren el
problema del ‘modelo productivo’ en su conjunto; se critica que es una simple
reproducción del capitalismo desarrollista, dependiente y depredador, los planes
de minería, el plan carbonífero, el gasoducto del sur (red única gasífera de
Venezuela hasta Argentina), la anexión de Venezuela al IIRSA (otra cara del ALCA
desde el ángulo de las inversiones en infraestructura), el pago de la deuda
externa... Por otro lado, planes como los del desarrollo carbonífero en el
Zulia, la penetración transnacional en los territorios dedicados a la minería
(oro, diamante, fundamentalmente), los modelos de desarrollo que se plantean, la
misma visión de integración continental, el papel privilegiado concedido al
capital financiero, nos deja bien claro que al menos la ‘transición hacia el
socialismo’ es todavía muy dudosa y contradictoria.
Ahora bien: ¿esto quiere decir que Hugo Chávez y su Gobierno no son más que una
pieza clave del imperialismo? Nuevamente se impone un pensamiento formal, vacío
de hechos, completamente abstracto e impotente políticamente como en efecto lo
han demostrado muchas de estas tendencias del ultranacionalismo.
Otra crítica, muy de izquierda también, pero que es quizás la más ingenua, dice
que Chávez es un hombre honesto, un verdadero revolucionario, un hombre del
pueblo comprometido con sus ideales, pero rodeado de una cuerda de traidores, de
gente falsa, de corruptos que se aprovechan de su liderazgo, organizados
principalmente en los partidos oficialistas (básicamente MVR, Podemos y PPT) que
a su vez los utilizan como instrumentos principales de apropiación de los
puestos de Gobierno y de los mandos en general tanto del Estado como una buena
parte del espacio popular organizado. Se dice entonces que el problema
fundamental de la ‘revolución bolivariana’ es la corrupción y el burocratismo,
reiterando su apoyo total al presidente, pero alejándose cada vez más de las
nuevas elites que monopolizan la representatividad política del proceso
revolucionario.
Lo más importante de esta crítica no es su acertividad de análisis o profundidad
teórica (debilidad evidente: la idealización de Chávez, la personalización del
poder), sino que se trata de la única crítica que ha tomado un rango masivo, se
ha hecho ‘popular’ en todo el sentido de la palabra, y que poco a poco se va
exigiendo a ella misma dar saltos cualitativos que la obligan a pasar del
comentario al hecho político y la construcción de estrategias de acción
colectiva que le permitan destruir el enemigo odiado de la corrupción y el
burocratismo.
Qué decir y qué hacer
Más allá de las interpretaciones dentro de las esferas de vanguardia o en el
espacio popular, resulta importante en estos momentos percibir lo que es el
desarrollo de un movimiento social que aunque muchas veces fue estimulado a
crearse desde las esferas burocráticas de las direcciones de Gobierno (Comités
de Tierra, Consejos Comunales, Comités de salud, de energía, de agua), comienza
a tomar distancia de estas formas de dirección y establecer sus propias
políticas y estrategias, desarrollando una actitud crítica ante el Estado en su
conjunto. Junto a los movimientos sociales autónomos más importantes
(campesinos, empresas recuperadas, populares, estudiantiles, indígenas), esta
base organizada del movimiento popular es la matriz de clase imprescindible para
la profundización de la revolución. Si ella no encuentra un teatro común de
acción política y construcción societal, lo más probable es que la ‘revolución
bolivariana’ comience en los próximos años un declive de tal magnitud que
desaparezca como fenómeno real de ejercicio de justicia, libertad y construcción
de soberanía, independientemente de Chávez.
Hoy en día nos encontramos en un momento de ‘máxima confusión’ ya que por un
lado la ofensiva imperialista sobre Venezuela, la evolución del ‘Plan Balboa’
junto al ‘Plan Colombia’, en tanto diseños militares de ataque a Venezuela, y la
presión de la campaña electoral (la campaña por los diez millones de votos),
ayudan a cohesionar las bases populares sobre la figura de Chávez y la posición
del Gobierno. Pero al mismo tiempo la descomposición institucional que se vive,
siendo cada vez más patente dentro de los gobiernos municipales y estatales
(alcaldías, gobernaciones, en una inmensa mayoría en manos del ‘bloque del
cambio’) produce una impotencia colectiva que raya o en la desesperación o
muchas veces en la desesperanza.
Por otro lado, los mismos mandos institucionales se inquietan, generando por su
lado una tendencia cada vez más agresiva de control tanto de los procesos
sociales de organización, de autogobierno, como de experiencias productivas y
obreras tanto en la esfera cooperativa como dentro de las empresas recuperadas.
Una situación de ‘máxima confusión’ ante la cual las dirigencias de base tienden
a repetir el mismo esquema aprendido desde hace al menos cuatro años: callar,
esperar, seguir organizando, no confundir el enemigo, pero esto también ya
empieza a hacerse corto.
Se necesita dar un paso adelante conjunto. Hasta ahora los intentos han sido
interesantes pero no suficientes (la movilización emprendida por sectores de los
movimientos indígena, minero, campesino, obrero, sobre todo). Esta situación nos
obliga a dar un salto cualitativo conjunto que nos coloque al límite de una
nueva situación donde la relación entre Gobierno y movimiento popular ‘no
administrado’ cambie radicalmente.
Hoy han surgido por la geografía nacional núcleos críticos y de lucha que
prácticamente inundan todo el conjunto del espacio organizado de base. Estas
luchas dispersas defienden la ‘revolución bolivariana’, pero a la vez
constituyen un fiel testimonio del agotamiento del esquema institucional de
Estado como palanca central del proceso transformador.
Roland Denis es miembro del Proyecto Nuestramérica-Movimiento 13 de Abril y ex
viceministro de Planificación y Desarrollo con Hugo Chávez.
Fuente:www.lafogata.org