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Latinoamérica

Las reelecciones presidenciales en Colombia
Entre el fracaso y la dictadura

José Fernando Ocampo
Deslinde*

Frente a la reelección presidencial que está en juego en los comicios de mayo de 2006, resulta instructivo repasar cuál ha sido la experiencia histórica acaecida con esta figura ahora reimpuesta por el candidato-presidente Uribe y avalada por la Corte Constitucional, con el honroso voto en contra de dos de sus magistrados. El historiador José Fernando Ocampo analiza los insucesos de la reelección en Colombia.

Las reelecciones presidenciales en Colombia han tenido un sino maldito. O han fracasado ruidosamente o se han convertido en dictaduras oprobiosas. De la experiencia histórica recogida en fracasos y dictaduras, las reformas constitucionales contemporáneas han sido supremamente temerosas de las reelecciones presidenciales. A la luz de estas experiencias, resulta ineludible especular sobre el futuro de la reelección del actual mandatario Alvaro Uribe Vélez; si repetirá la historia de las reelecciones en Colombia, como fracaso o como dictadura. Rojas Pinilla había sido el último presidente en ejercicio en intentar una reelección, contra la cual una coalición liberal conservadora se levantó y condujo a su derrocamiento el 10 de mayo de 1957 y al pacto bipartidista del Frente Nacional. En tres ocasiones de la historia nacional republicana los mandatarios en ejercicio han sido reelegidos para el período siguiente sobre la base de Constituciones completamente nuevas: Rafael Núñez, Rafael Reyes y Rojas Pinilla. Tomás Cipriano de Mosquera y Manuel Murillo Toro fueron reelegidos con la Constitución vigente, sin ninguna reforma previa. Pero por primera vez es Alvaro Uribe Vélez quien, siendo presidente en ejercicio, logra en el Congreso una modificación de la Constitución vigente para su propia reelección inmediata.

No ha habido en el país reelección alguna que no se hubiera defendido con el argumento de la tarea inacabada de un solo período. Dos o cuatro o hasta seis años han sido considerados insuficientes por los reeleccionistas en el poder para lograr la oportunidad de concluir su obra suprema. Reyes abandonó el poder por su propia cuenta y Rojas Pinilla fue obligado a dejar la presidencia por el movimiento bipartidista del Frente Nacional, después de que les habían aprobado su reelección. Ambos habían argüido la insuficiencia del tiempo en el poder. Hoy se repite la historia. Uribe Vélez argumentó que su obra pacificadora quedaría inconclusa si el Congreso no aprobaba su reelección. En los tres casos se siente un tufillo mesiánico rondando la historia.

No podemos ser profetas. Lo que la historia enseña no hace sino advertir posibilidades futuras. Nadie puede predecir lo que le sucederá a Uribe si es reelegido. Ese ejercicio de análisis sobre acontecimientos similares o totalmente diferentes no coincide sino en que las reelecciones en la historia de Colombia, o han fracasado o se han convertido en dictaduras oprobiosas. Y sobre ninguna de las reelecciones ni hubo ni hay unanimidad de criterio histórico. A Rojas Pinilla lo derrocaron, lo privaron de sus derechos políticos y resucitó para poner en tela de juicio la elección de Misael Pastrana Borrero. No obstante que los gobiernos de Núñez condujeron a tres guerras civiles, los historiadores se dividen entre los que lo veneran como un salvador de la Nación y quienes lo aborrecen como un dictador funesto. Desde ya sobre Uribe se tejen semejantes predicciones, hasta augurar una prolongación dictatorial de su mandato.

De todas las reelecciones en Colombia, tres fracasaron –Mosquera, Reyes y López Pumarejo– dos se convirtieron en dictaduras –Bolívar y Núñez– y una, la de Rojas Pinilla, se frustró antes de iniciarse. Solamente la de Manuel Murillo Toro terminó sin mayores repercusiones o contratiempos.

Las reelecciones convertidas en fracaso: Mosquera, Reyes y López

Fracasó Rafael Reyes cuando tuvo que retirarse del gobierno en 1909, cinco años antes de terminar su mandato. Le sucedió lo mismo a Alfonso López Pumarejo en 1945, un año antes. Y a Tomás Cipriano de Mosquera lo derrocaron en su segunda reelección y lo condenaron a prisión en 1867, aunque le conmutaron la pena por el exilio. Fueron tres fracasos estruendosos. Cada uno en períodos históricos muy diferentes. Mosquera en la segunda mitad del siglo diecinueve, Reyes y López, a principios y en la mitad del siglo veinte. Lo importante de tener en cuenta es que los tres fracasos, a pesar de haberse sucedido en épocas tan distintas, ofrecen una constante, la de que la reelección presidencial en Colombia ha sido peligrosa. López Pumarejo puede considerarse como el más caracterizado representante del liberalismo del siglo pasado en el país, mientras Reyes y Mosquera se constituyeron en disidentes de sus propios partidos políticos, el Conservador el primero y el Liberal el segundo. Y, sin embargo, fracasaron en sus reelecciones.

¿Por qué fracasaron? Hoy puede juzgar la historia que las razones esgrimidas por sus contemporáneos para presionar su salida de la presidencia no constituyen un argumento contundente. A Mosquera lo condenaron sus enemigos, los liberales "radicales", más por un sectarismo virulento de oposición que por un crimen valedero. A Reyes lo acorralaron sus contrincantes, provenientes del liberalismo y el conservatismo de su época, hasta agotarle su paciencia y su resistencia. A López Pumarejo lo arrinconaron las presiones de toda índole de unos contendientes rayanos en el fanatismo. Pero en los tres casos se generaron movimientos de suficiente poder como para obligarlos a salir o a dimitir y hacer fracasar la reelección. Así es la historia. No es de extrañarse que solamente diez años después de interrumpir su mandato, López Pumarejo hubiera jugado un papel determinante en la creación del Frente Nacional y a Mosquera le hubieran hecho un homenaje impresionante hasta sus más enconados enemigos a raíz de su muerte pocos años después de la condena.

Pero detrás de las razones aparentes de sus fracasos, subyace el papel histórico de cada uno de ellos. Ante todo Mosquera (1845-49; 1860-62; 1863-64; 1866-68). El mundo se encuentra a mediados del siglo XIX en la etapa de pleno ascenso del capitalismo y del liberalismo político. Es el momento del esplendor de la economía de libre competencia y de la democracia política que acaban de enterrar al régimen feudal y al absolutismo monárquico. Aquí Colombia tenía que mirar hacia el desarrollo industrial, hacia la búsqueda de los recursos de capital necesarios para la transformación de una producción artesanal de carácter feudal en una industria moderna de carácter capitalista. Y hacia ese objetivo dirigió Mosquera sus mandatos. Pero sin ser liberada la propiedad de la tierra en manos de la Iglesia y de los grandes terratenientes herederos de la colonia española, resultaba imposible pensar siquiera en una transformación industrial. Mosquera llevó a cabo la más grande reforma agraria de la historia colombiana, la denominada "desamortización de bienes de manos muertas". En términos modernos lo que ello significó fue la expropiación de las tierras donadas por los terratenientes herederos de la colonia a la Iglesia para salvación de sus almas, cuya propiedad se volvía inalienable, con el objeto de crear propietarios medianos de producción agraria avanzada. Lo que Mosquera afectó fue la esencia del régimen terrateniente en Colombia, el poder omnímodo de la Iglesia y la supervivencia de la ideología medieval.

Lo paradójico de esta historia es que no fueron los terratenientes ni la Iglesia quienes acorralaron a Mosquera y su reforma, sino los liberales "radicales" con el argumento de que encarnaba una amenaza dictatorial. Por eso lo derrotaron en la Convención de Rionegro, cometieron la insensatez de consagrar en la Constitución un período presidencial de dos años, la estructuraron para cerrarle el paso, entablaron un federalismo hirsuto y anularon la reforma agraria que se había echado a andar con la desamortización de 1861. Primaron en ellos los intereses terratenientes amenazados. Pero Mosquera vuelve sobre la reforma agraria en 1866 enfrentándose a su predecesor Murillo Toro, por haber permitido que los bienes incautados a la Iglesia se convirtieran en latifundios en manos de los comerciantes con el patrocinio del gobierno. Por eso los liberales "radicales" no le permitieron desarrollar su política arguyendo el fantasma de la dictadura y haciéndole el trabajo a los conservadores fundamentalistas, sus enemigos jurados. Pero, en el fondo, lo que impedían era la profunda reforma económica que Mosquera estaba decidido a llevar a cabo y que, finalmente, terminó en el fracaso de su reelección y de su proyecto histórico.

Sigue Reyes. Cuando Reyes fue elegido presidente en 1904 por la Asamblea de electores con una mayoría de sólo 12 votos sobre un total de 1.800, la historia mundial había dado un vuelco completo y Colombia, después de la Guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá, había entrado en un nuevo período histórico. En el mundo se había impuesto ya el monopolio sobre la libre competencia en la producción industrial, se había iniciado la era del predominio del capital financiero sobre el productivo y las grandes potencias industriales del mundo se habían lanzado al dominio económico sobre el globo terráqueo. Pero Colombia todavía no había entrado siquiera a la era industrial, su rezago económico había sido agudizado por una guerra civil de tres años y acababa de sufrir la pérdida del territorio estratégico del Istmo de Panamá, arrebatado por la maniobra del poder imperial de Estados Unidos. Reyes había sido protagonista de primera línea en la vergonzosa entrega que el gobierno de Marroquín había hecho de Panamá, después de haber dejado abandonadas las tropas colombianas bajo su mando, destinadas a reconquistar el territorio desmembrado. A pesar de su traición, Reyes había sido elegido presidente con el apoyo de los liberales derrotados en la guerra civil, a quienes incorporó en su gabinete ministerial y en las misiones diplomáticas, entre ellos a dos de sus más connotados jefes: Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera. Con ellos y el apoyo de su partido, conformó la Asamblea Nacional Constituyente de 1905 que le prolongó el período presidencial hasta 1914.

Constituía una reelección sin trámite electoral previo. Pero Panamá seguía siendo la piedra en el zapato de su gobierno. Reyes se había caracterizado por haber sido en toda su trayectoria política un ferviente áulico de Estados Unidos. Ya en el gobierno, trató en todas las formas de sacar adelante el Tratado Herrán-Hay para entregarle Panamá al país del Norte, pero la opinión pública y el Congreso se lo impidieron. En el Congreso Panamericano de 1906, sus delegados Guillermo Valencia y Rafael Uribe Uribe, dejaron declaraciones de sumisión vergonzosa a los ladrones de Panamá. Reyes instauró una dictadura modernizante que soñaba con seguir los pasos de Porfirio Díaz en México. Pero todo lo atropelló para congraciarse con Estados Unidos y sacar adelante sus proyectos de modernización. Con ellos iniciaba lo que más adelante se consolidaría como una modernización imperialista en Colombia con Pedro Nel Ospina (1922-1926), Enrique Olaya Herrera (1930-1934) y López Pumarejo (1934-1938). El fue su predecesor. Presiones nacionalistas y democráticas fueron ahogando a Reyes hasta obligarlo a renunciar en 1909. El país no le perdonaba su intento de congraciarse con Estados Unidos y no reclamar la devolución de Panamá. Su reelección inducida había terminado en un fracaso estrepitoso.

Y ahora López. La leyenda liberal ha convertido a López Pumarejo en un personaje casi intocable, a pesar del fracaso de su reelección en el período presidencial de 1942 a 1946. A su primer gobierno lo bautizaron como la Revolución en Marcha y así ha pasado a los textos de historia. Pero su trayectoria de agente financiero estadounidense, como presidente del Banco Mercantil Americano, y como intermediario de los exportadores cafeteros norteamericanos, además de su admiración por Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos por cuatro períodos consecutivos, le imprimen carácter a su prontuario histórico. No extraña que López le hubiera entregado el petróleo a las compañías norteamericanas en condiciones gravosas para el país ni que hubiera firmado un tratado de comercio con Estados Unidos que puso en peligro de desaparecer la incipiente producción industrial nacional. Se trataba de un momento histórico de lucha entre las grandes potencias imperialistas por el control del país, principalmente Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. López terció a favor de la potencia norteamericana en ascenso. Pero su imagen de gran modernizador ha logrado opacar el verdadero carácter imperialista de sus grandes reformas. Y ése se constituyó en un factor decisivo a favor de su reelección.

Si Roosevelt en medio de la Segunda Guerra Mundial entraba en su tercer período presidencial, ¿por qué él, con el apoyo popular de su primer período, de los líderes obreros, de la izquierda comunista, no podía aspirar a una reelección exitosa? La situación mundial había cambiado radicalmente. Colombia se había alineado al lado de los aliados y Estados Unidos en la conflagración mundial contra el fascismo propugnado por Alemania e Italia. Eduardo Santos se había alejado de las posiciones de Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay que habían escogido la neutralidad, táctica propiciada por el fascismo internacional en América a favor de Alemania e Italia, y había decidido darle el apoyo oficial de Colombia a los aliados. El Partido Conservador, bajo la dirección de Laureano Gómez y con el apoyo de Silvio Villegas, Fernando Londoño, Gilberto Alzate Avendaño, denunció el alineamiento con Estados Unidos y defendió una neutralidad sospechosa de apoyo a Franco, Hitler y Mussolini. Para López, el cambio de la situación mundial favorecía su tendencia pro norteamericana y los intereses de una burguesía financiera en ciernes. Sólo que las condiciones de la guerra habían operado una transmutación completa en la situación internacional y determinaban el desarrollo interno del país en una dirección contraria.

Colombia tenía que estar al lado de Estados Unidos en la guerra mundial como lo había decidido Eduardo Santos. Pero todos los esfuerzos económicos y políticos del país del Norte se ocupaban en la confrontación contra el fascismo. Se había visto obligado a aplazar por el tiempo de la duración de la guerra, por lo menos, su poder expansionista con el que ya había comenzado a desplazar a las potencias europeas en América Latina. López tenía que ocuparse de sobreaguar sin el capital extranjero, sin el apoyo directo de sus amigos norteamericanos y arrimado a una burguesía financiera todavía demasiado débil. Se arriesgó a la reelección, la logró y afrontó una de las más difíciles etapas de la historia contemporánea del país. El Partido Conservador, bajo la dirección de Laureano Gómez, le enfiló toda su agresividad para tumbar el gobierno y se vio favorecido en su propósito por una serie de acusaciones contra el hijo del presidente, Alfonso López Michelsen, a propósito de negocios oscuros o abusivos, así como por el asesinato de Mamatoco, un desconocido boxeador que publicaba panfletos en contra del gobierno. También el ejército se alebrestó en su contra y ensayó un golpe de estado fallido. Finalmente, López renunció a mediados de 1945, a un año de finiquitar su período de reelección. Había fracasado como Mosquera o como Reyes.

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* José Fernando Ocampo es Profesor universitario. Ph. D. en Ciencia Política de la Universidad de California.

Fuente: lafogata.org