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Latinoamérica

El amanecer de la Revolución Andina

Francisco Herreros
El Siglo

"Malinche nació en enero de 1506. La leyenda dice que la maldición de Malinche iba a durar 500 años. Y hoy estamos en enero de 2006".
Más que la pasmosa coincidencia, lo extraordinario es que la evoca Patricio Echegaray, Secretario General del partido Comunista Argentino, un lúcido exponente del racionalismo occidental, educado en las más rigurosas concepciones del marxismo leninismo clásico.
Ante unas doscientas mil personas, que abarrotaban la Plaza de los Héroes, Evo Morales relató que un sueño, en el que salía el sol mientras caminaba por el bofedal, le dio la fuerza y la confianza para enfrentar con tranquilidad el histórico día de la asunción del poder, 474 años después que el Inca Atahualpa, el último gobernante indígena de América, cayera asesinado por las tropas de Francisco Pizarro, en Cajamarca, el 16 de noviembre de 1532.
Ambas referencias sugieren que para entender el amanecer de la revolución andina que está ocurriendo en Bolivia, es necesario incorporar e integrar nuevas categorías de análisis, tales como la etnografía y la problemática de los pueblos originarios, el estudio de las culturas ancestrales y la dialéctica entre partidos políticos y movimientos sociales, entre otras; lo que no significa, en modo alguno deducir la pérdida de cualidades descriptivas de las categorías clásicas, como lo prueba el hecho de que la sangrienta conquista de América por españoles y portugueses, representó, a su turno, el amanecer del capitalismo, o para emplear un concepto de Marx, ocasionó su fase de acumulación originaria, en una trayectoria histórica elíptica, cargada menos de simbolismo que de significado actual.

Revolución y vías

Enseguida, y en el mismo sentido integrador, la vertiginosa aceleración del proceso político boliviano no obedece tanto al carisma y al vigor del liderato de Evo Morales, a la radicalidad de las luchas populares y a la rápida ascensión en el firmamento político boliviano del Movimiento al Socialismo, como a la profunda crisis política, económica, social e institucional, en definitiva, de gobernabilidad, causada por los 21 años de prédica y práctica neoliberal, iniciados con el gobierno de Víctor Paz Estenssoro, en 1985.
En rigor, el purismo clásico no permitiría hablar de revolución en el caso boliviano, toda vez que ese término define aquel proceso político que, nuevamente citando a Marx, busca "romper la maquinaria burocrático-militar del Estado", y resolver el dilema de "con qué sustituir lo destruido".
En ninguno de los tres discursos de Evo Morales y los dos de Alvaro García Lineros, durante las 48 vertiginosas horas de las ceremonias del cambio de mando, aparecen palabras como socialismo, expropiación de los medios de producción o lucha de clases, si bien, especialmente en el caso de Morales, hubo severas impugnaciones al neoliberalismo y de modo más velado, al imperialismo. Pero no es menos cierto que Fidel Castro tardó dos años en hacerlo, y que Hugo Chávez lo está haciendo sólo, y en forma cautelosa, después de haberse consolidado en el poder. No es accesorio recordar las trágicas consecuencias de la experiencia chilena, cuando ciertos sectores plantearon el discurso de la revolución, careciendo de fuerza para sustentarlo. Por lo demás, 33 años después, el tema de las vías parece zanjado, en la medida en que pocos cuestionan el carácter revolucionario del proceso venezolano, a pesar de que ha ido avanzando a través de ocho elecciones consecutivas, vía a la cual, tanto Morales como García Lineros, apelaron de modo recurrente.

Horizonte programático

Ese conjunto de cinco discursos tiene la virtud de revelar el horizonte estratégico de los cinco años de gobierno de Evo Morales, cuyo programa de diez medidas básicas apunta a la reconstrucción del aparato del Estado, a la recuperación de la dirección económica desde el mismo y a la captación de una parte de la renta de la explotación de los recursos naturales; a la redistribución del ingreso, la repartición de la tierra y la solución de los problemas sociales más urgentes, y a la reestructuración de la estructura jurídica y la democratización del sistema político, con énfasis en el combate contra la corrupción.
Considerando la pobreza de la mayoría de la población, el deterioro del aparato productivo y la crónica debilidad del sistema político boliviano, el logro de esos objetivos básicos justificaría sobradamente hablar de una revolución democrática. Pero mientras tanto, parece más prudente hablar de proceso, y como tal, sujeto a la interacción de las fuerzas antagónicas, porque, de seguro, la oligarquía, las Fuerzas Armadas y el imperialismo ya comenzaron a planificar la desestabilización, como demuestra el rocambolesco episodio de la entrega del sistema de misilería chino a Estados Unidos para su desactivación, perpetrado por altos oficiales del Ejército, con al menos conocimiento, si es que no instigación, del Presidente saliente, Eduardo Rodríguez Veltzé.
En el contexto de un proceso en disputa, resulta útil un somero análisis de fortalezas y oportunidades, versus debilidades y amenazas.

Movimiento social robusto

Entre las primeras, cabe consignar el 54% electoral, la mayor votación desde la recuperación de la democracia, con el gobierno de Hernán Siles Suazo, en 1982, y la segunda mayoría en toda la historia de la República.
En el mismo nivel de la escala jerárquica se sitúa el apoyo popular, que del 54% electoral, se empinó a más de un 70% de apoyo en las encuestas, en los días de la asunción, el que puede resultar decisivo en la próxima batalla por la Asamblea Constituyente, a partir del mes de julio. Pero más importante que el respaldo electoral, es la actitud de movilización activa del sujeto popular, la misma que expulsó a los presidentes Gonzalo Sánchez de Losada, en 2003, a Carlos Mesa, en 2005 y que obligó a adelantar los comicios a diciembre del mismo año.
En tercer lugar, al gobierno de Evo Morales lo favorece el momentáneo estado de estupefacción, dispersión y desconcierto de la elite blanca y los partidos conservadores, que luego de la aplastante como inesperada derrota de Jorge Quiroga, de Poder Democrático y Social, Samuel Doria, de Unión Nacional, y Michiaki Nagatani, del Movimiento Nacionalista Revolucionario, virtualmente se han quedado sin política para la coyuntura. Se trata, en todo caso de una ventaja eminentemente transitoria, pues la regularidad histórica de los procesos sociales demuestra hasta lo irrebatible, que ningún sector privilegiado cede sus prebendas, ventajas, regalías, exenciones, regalías y sinecuras, a título gracioso, sin recurrir a todos los métodos de lucha para impedirlo, incluyendo la sedición, la desestabilización, la conspiración y, cuando es necesario, la violencia contrarrevolucionaria. Naturalmente, no hay ninguna razón para suponer que Bolivia será la excepción, a menos, claro, que lo consideren innecesario, debido a una eventual capitulación del rival.

Liderazgo

Luego, las expectativas de éxito del proceso democrático boliviano, descansan en el carisma y el fuerte liderazgo de Evo Morales. Una sola anécdota basta para demostrarlo. En 1992, por los mismos días de la masacre de La Cantuta, se encontraba en Lima, participando en el Congreso de la Confederación Latinoamericana de Organizaciones Campesinas que dio origen a Vía Campesina. En determinado momento recibió la noticia de una arremetida represiva contra cocaleros en Chapare, de los que era el líder. Sin titubear un segundo, regresó a su tierra, para encabezar la resistencia. Sus críticos le atribuyen cierta falta de preparación política, pero eso lo compensa con una acrisolada voluntad, un don de mando natural y una honradez a toda prueba.
Finalmente, entre lo haberes del amanecer de la revolución andina, está la simpatía que su gobierno ha concitado en la comunidad internacional, el decidido respaldo económico y técnico que se proponen brindarle Fidel Castro y Hugo Chávez, y el nuevo contexto político latinoamericano, que se inclina de modo inapelable contra el neoliberalismo y el imperialismo.

Talón de Aquiles

Entre las debilidades y amenazas, figura, en primer lugar, la falta de estructura y despliegue nacional del Movimiento al Socialismo, partido que desde su estreno en sociedad, en las elecciones municipales de 1995, con un 3%, pasó al 35% en la elección presidencial de 2002, y al 53,7% en las elecciones generales de 2005. Probablemente, pocos partidos en el mundo pueden exhibir esa curva de crecimiento, pero de ella deriva su principal debilidad, vale decir, el escaso período de tiempo para establecerse y desarrollar estructura en la variable territorial. Esto se inscribe en la contradicción entre los partidos políticos y los movimientos sociales. La teoría resultante del estudio de las experiencias registradas a la fecha, establece que los movimientos sociales tienen una curva de crecimiento exponencial y una gran capacidad de derrocar gobiernos, pero que, en la medida en que carecen de los atributos que caracterizan a los partidos, básicamente doctrina y organización, pueden colapsar con rapidez, sin afectar dramáticamente las bases de sustento de los sistemas de dominación, caso típico de los zapatistas chiapanecos y los piqueteros argentinos. Precisamente, el senador Antonio Peredo, reconoce en entrevista adjunta, que la falta de estructura orgánica es la principal debilidad del MAS. Y no le será fácil lograrla, en la medida en que es la resultante de la confluencia de sectores disímiles. Al núcleo inicial conformado por la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia, la Federación Nacional de Mujeres Campesinas y la Confederación Sindical de Colonizadores de Bolivia, se fueron sumando el Frente de Juntas Vecinales de El Alto, un pequeño sector guevarista encabezado por el senador Peredo, y un sector de capas medias profesionales, representado por el vicepresidente García Lineros. El vector de todas estas corrientes es lo que ellos denominan "instrumento político", en el que coexisten concepciones indigenistas, marxistas y socialdemócratas.

Sectores profesionales

En segundo lugar, entre las debilidades del nuevo gobierno está la dramática escasez de personal profesional y técnico para la administración del Estado, como lo demuestran las reiteradas invitaciones presentes en los tres discursos presidenciales. La lógica de los procesos sociales indica que cuando la representación política de los sectores populares asume la hegemonía, ejerce un irresistible efecto atractor hacia las capas medias y profesionales. El riesgo evidente es el oportunismo rampante, y la facilidad con la que dichos sectores abandonan el barco a la primera turbulencia. Naturalmente, Bolivia no tiene por qué ser la excepción.
En tercer lugar, figura el estrechísimo horizonte de maniobra que enfrenta el gobierno de Evo Morales. En su programa no figura la expropiación de medios de producción, pero si no consigue un excedente para redistribuir con rapidez, su amplia base de apoyo puede disolverse hasta volver al 30% que le asignaban las encuestas antes de la crisis, y por tanto, perder la condición de fuerza mayoritaria.
La elevada expectativa del movimiento popular puede, en cierto momento, y bajo determinadas circunstancias, transformarse en un lastre, más que en un acicate.

Conspiración

Enseguida, cabe mencionar el predominio total del sistema de comunicación social de parte de las fuerzas conservadoras. Con algún cinismo, más de alguien puede decir que la prensa escrita no es determinante en un país con semejantes índices de analfabetismo y analfabetismo funcional, pero esa cáustica observación pierde sentido ante el no menos abrumador dominio en el campo de la radio y la televisión. Chile es un ejemplo arquetípico de la influencia de los medios de comunicación, no sólo en la generación de condiciones para una contrarrevolución golpista, sino, más bien, en el control y alienación de largo plazo de la conciencia de la población.
Luego, tendrá que enfrentar la tradicional ingerencia de la embajada norteamericana en distintos segmentos de la sociedad, incluyendo naturalmente las Fuerzas Armadas y el alto funcionariado de la administración pública, a parte del cual, incluso, le cancela -o cancelaba- los sueldos, cuestión que se entronca con la corrupción generalizada en el sector público, a cuyos funcionarios no es posible reemplazarlos como la situación exige.
Y por último, enfrentará, como está dicho, la conspiración de los sectores oligárquicos y las Fuerzas Armadas, bajo la conocida orquestación de los halcones de la política norteamericana.

Dialéctica del proceso de cambios

En síntesis, el gobierno de Evo Morales, aún sin proponerse una revolución en la clásica acepción del término, no estará libre de la encrucijada dialéctica propia de todo proceso político y social que se propone un horizonte de cambios: si no mantiene la iniciativa política, o no cumple con su programa, pierde base de apoyo y es presionado desde la izquierda. Pero si afecta intereses vitales, con seguridad será atacado desde la derecha. En tal caso, si ha conservado su base de apoyo, como Chávez en Venezuela, la revolución puede salvarse y aún avanzar. Pero si no la tiene, o la ha perdido, como en el de Chile, el desastre es casi inevitable.
Entretanto, y respecto de Chile, la elevada legitimidad popular del gobierno de Morales, torna muy difícil que el gobierno chileno siga desconociendo la presencia de un conflicto, por el solo expediente de escudarse en tratados internacionales. Si no se aviene al menos a reconocer y discutir la justa demanda boliviana de salida soberana al mar, no sólo se comprará un conflicto potencialmente peligroso, sino que acentuará su tendencia al aislamiento del bloque de países latinoamericanos, siempre y cuando, naturalmente, no se trate de una opción deliberada.

Fuente: lafogata.org