|  
        Argentina: La lucha continúa | 
|   | 
Ilegal intercepción de las comunicaciones en argentina
Detrás de las pinchaduras, como de costumbre, está el único imperio del mal
El presidente de la Comisión de Derechos Humanos de Diputados se presentó ante 
la justicia denunciando la pinchadura de sus teléfonos. Puede ser otra 
oportunidad para investigar y demostrar que el hilo conductor del espionaje 
lleva a Washington. 
Emilio Marín 
Vivimos en una sociedad espiada por distintos servicios, que actúan con 
móviles políticos, comerciales y militares. No se trata de una característica 
única de Argentina sino más general, contemporánea. Los que llevan la delantera 
en la materia son las autoridades estadounidenses, que ya punteaban con 
comodidad antes del 11 de setiembre de 2001 y desde entonces elevaron su 
paranoia a la enésima potencia. 
Siguiendo la lógica represiva denunciada por Bertolt Brecht ("Primero se 
llevaron a los comunistas pero a mí no me importó…"), George Bush empezó por 
perseguir a los extranjeros sospechosos de simpatizar con Osama Bin Laden. Y 
siguió espiando a todo el mundo, incluso a varios miles de estadounidenses, tal 
como reveló hace meses el The New York Times. 
Ese espionaje masivo sobre los ciudadanos siguió directivas de Bush y utilizó 
programas de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). La agencia estaba dirigida 
por el general Michael Hayden, promovido este año a la máxima conducción de la 
CIA en reconocimiento de los "méritos" acumulados. 
Hasta ese momento se sabía que las redes de espionaje mundial operadas por los 
estadounidenses tenían dos canales. Uno es el Echelon, basado en estaciones de 
escucha, bases y satélites, que data de muchos años y cuenta con la colaboración 
del Reino Unido, Nueva Zelanda y otros países. Otro, doméstico y operado por el 
FBI, es el programa Carnívoro, que escanea millones de conversaciones 
telefónicas, mails y otras formas de comunicación buscando determinadas 
expresiones. 
Después de 2001, la utilización de esas y otras formas de espionaje se hizo 
moneda corriente. Legalmente abrió el paraguas de la "Ley Patriótica", para 
evitar demoras como la autorización judicial y otras minucias. Pero los espías 
norteamericanos han ido más allá de lo permitido por esa ley parida en la peor 
época de nazionalismo de la Casa Blanca. 
En junio de este año el diario neoyorquino citado publicó que la administración 
Bush espiaba los movimientos bancarios de todo el planeta. Lo hacía tras 
presionar a un organismo financiero, Swift, con asiento en Bruselas, que 
centraliza los movimientos de 7.800 bancos. La excusa de Bush fue que necesitaba 
descubrir los fondos del terrorismo internacional pero lo concreto es que todas 
las transferencias, saldos, colocaciones y pagos hechos en todo el mundo estaban 
en poder de la CIA y el Departamento del Tesoro sin autorización de los 
interesados. 
No hace falta ser un genio para darse cuenta que la "guerra contra el 
terrorismo" era parte de un espionaje útil a la pugna financiera y comercial. 
Iría en beneficio de las ofertas de las multinacionales de USA en licitaciones 
en detrimento de los monopolios rivales europeos, asiáticos, etc. 
Pinchando líneas 
En Argentina la pinchadura de los teléfonos ha sido una materia básica que 
debían cursar los aprendices de espías de la Side y otros servicios. Siendo 
malo, no dejaba de tener una ventaja para la humanidad de los espiados: en la 
época de la dictadura videlista, la recolección de "inteligencia" se hacía 
masacrando cuerpos en los centros de exterminio y sacándoles información. 
El blanco del espionaje fue siempre el movimiento popular, los sindicatos 
combativos y la izquierda. Que ahora se quejen de las pinchaduras de teléfonos 
elementos de centro y derecha como Roberto Lavagna, Mauricio Macri y Juan Carlos 
Blumberg habla de una "democratización" de la práctica. Ahora les toca a ellos, 
de ser ciertas sus denuncias. 
En algunos casos la práctica estaría a cargo de la Side, que ya en tiempos de 
Carlos Menem reforzó sus partidas y adquirió equipos de última generación en 
Estados Unidos. 
Entre nosotros opera la estación de la CIA, que hasta 2005 estaba a cargo 
de James Oliver Inder. Puede actuar en forma directa o tercerizando tareas 
mediante agencias de seguridad como Kroll, de EE.UU., que contó con el 
asesoramiento del coronel Oliver North –implicado en el caso Irán-contras- para 
instalar su filial en Buenos Aires. También hay fuertes indicios de la 
actividad del Mossad israelí, mientras firmas israelitas como SIA (Security and 
Intelligence Advising) actúan en la superficie. 
Hay que aclarar que los servicios secretos extranjeros no hacen su trabajo 
aisladamente. A los israelíes, por ejemplo, les sirvió en forma extraordinaria 
que el ministro del Interior, Aníbal Fernández, viajara a Tel Aviv en 2005 y se 
reuniera con el entonces premier Ariel Sharon y el jefe de la policía secreta 
Shin Bet. Lo mismo con los preacuerdos firmados ese mismo año por el ex 
secretario de Comunicaciones, Guillermo Moreno, con las empresas de telefonía 
israelitas, o los compromisos del gobernador José Manuel de la Sota para 
adquirir armas y contratar el adiestramiento de las fuerzas de seguridad 
cordobesas. 
Los norteamericanos lo hacen a mayor escala al realizar ejercicios militares 
conjuntos como el Unitas, auspiciar "misiones de paz" como la Minustah en Haití, 
sostener los programas de capacitación policial del FBI y fomentar un comando 
conjunto de vigilancia antiterrorista en la Triple Frontera. 
Contra Bancos y diputados 
Queda claro entonces que el espionaje ilegal no practica en otros confines del 
mundo alejados de nuestro territorio. Los televidentes que vieron el envío 
inicial de Blog, de Daniel Tognetti, ya saben que los teléfonos del diputado 
Remo Carlotto, presidente de la Comisión de Derechos Humanos, están 
intervenidos. Así están las líneas fijas y sus celulares, según comprobó una 
inspección de técnicos del Programa de Seguridad Informática de la Universidad 
de Buenos Aires. 
El peritaje fue concluyente: esas líneas están intervenidas por un equipo 
satelital que aparece registrado como propiedad de la Agencia de Seguridad 
Nacional de EE.UU. Otras 48.000 líneas telefónicas están pinchadas. 
El afectado, con sus pruebas, concurrió la semana pasada ante el juez 
Claudio Bonadío, un trámite que no hicieron ni Lavagna ni Macri. 
Tampoco se salvan de las pinchaduras los mails e Internet. En mayo último se 
detectaron intrusiones en las casillas de correos del juez Daniel Rafecas; los 
periodistas Daniel Santoro, Ernesto Tenembaum y Luis Majul; el miembro de la 
Corte Suprema Raúl Zaffaroni y el destituido jefe de gobierno Aníbal Ibarra, 
entre otros. 
El contenido de esa correspondencia electrónica, real o supuesto, fue subido 
luego a links, aparentemente desde Miami. El derechista Servicio Privado de 
Informaciones (Seprin) se encargó de difundir la existencia de esos sitios para 
que no quedara nadie sin visitarlos. 
La succión de información bancaria puesta al descubierto en Estados Unidos 
también se verificó en Buenos Aires. La Asociación de Bancos Privados y Públicos 
de la República Argentina (Abappra) encomendó un trabajo a los técnicos de la 
UBA y la UTN. Así se supo en junio último que al menos cuatro bancos 
internacionales, dos estatales y cuatro privados nacionales habían sido espiados 
por la CIA y el Tesoro yanqui. 
Lo más triste de todo es el rol del gobierno de Néstor Kirchner en esta 
historia. 
El especialista en informática Ariel Garbatz alertó en mayo que las autoridades 
nacionales no dan apoyo al Plan Nacional de Seguridad Electrónica. 
El embajador norteamericano Lino Gutiérrez se fue de Buenos Aires agradeciendo 
la colaboración de Martín Redrado, titular del Banco Central, en proporcionar la 
información bancaria "antiterrorista". El diplomático acompañó al secretario 
adjunto del Tesoro para asuntos financieros antiterroristas, Patrick O´Brien, a 
entrevistarse con Felisa Miceli en el despacho de ésta. Pocas semanas después se 
supo que los teléfonos de la ministra estaban intervenidos por un equipo Applied 
Signal Technology ATS modelo 128 de los utilizados por la NSA.