Argentina: La lucha contin�a
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Cultura
A 30 a�os del horror que padecieron 30 mil argentinos y sus sobrevivientes
Erasmo Magoulas
No he podido escaparme de la historia que anuda a Constantino, Mar�a, Clara y Victoria, en un mismo drama. Me ha venido mordiendo, desde hace dos semanas, con los dientes de la tristeza y el dolor de un aniversario.
Como liberaci�n cat�rtica la tuve que escribir, la tuve que ficcionar, sin muchos elementos, por que no los hay.
S�lo la construcci�n de la realidad que permite la literatura. Inconcientemente, me doy cuenta ahora, quise tambi�n rendir un homenaje acerc�ndome a una vida para reconocer a todas las 30 mil.
La vida de Constantino Petrakos, que lleg� como de la mano de Alejo Carpentier, desde Atenas a Or�n, Provincia de Salta, Argentina, frontera con Bolivia, con tan s�lo cuatro a�os.
Nos hubi�ramos podido encontrar, tuvimos la misma edad, fuimos adolescentes y j�venes en el mismo tiempo y en el mismo lugar, Buenos Aires. Hubi�ramos podido hablar en "esa" lengua, �l cont�ndome de Atenas y yo de Sal�nica.
Constantino como otros aproximadamente 10 griegos (no se sabe con exactitud el n�mero, fundamentalmente porque las autoridades griegas se desentendieron sistem�ticamente, durante todos estos a�os, de la suerte corrida por sus ciudadanos en la Argentina del terror) y descendientes de esa nacionalidad desaparecieron durante los a�os del horror y la barbarie del terrorismo (que siempre es olig�rquico).
El pudo haber estado en mi lugar y yo pude haber ocupado el suyo. Un almanaque monstruoso o una suma mayor de bondades y hombr�as a su favor, inclin� la balanza para su lado y me oblig� a ser yo el que escriba esta historia.
Clara Petrakos Castellani es la hija de Constantino Petrakos y Mar�a Eloisa Castellani.
Clara, tiene hoy treinta a�os y busca a su hermana Victoria, nacida en abril de 1977 en cautiverio.
Una historia del horror argentino que no se olvida gracias al amor de los que apuestan por la vida, como Clara.
El abrazo
El asesino que deja de matar no existe,
y sus v�ctimas construyen la memoria.
Rafael Amor
Con solo cuatro a�os Constantino hab�a llegado con sus padres a Or�n en la Provincia de Salta, cerca de la frontera con Bolivia.
Ahora sus ojos ve�an un paisaje diferente. Escuchaba sonidos extra�os, palabras indescifrables y la gente no se parec�a a la que hab�a visto en Atenas.
Extra�aba la Plaza Sintagma donde sub�a al tranv�a con su madre para llegar al mercado Central o a la calle Ermou o al mercado de Laiki, donde los vendedores eran m�s bulliciosos, hac�an chistes y se re�an a carcajadas.
Los domingos con pap� y mam� a la playa de Vouliagmeni o a caminar por el puerto de Pireos.
En Or�n no hab�a mar, ni puerto, ni nada que se le pareciese.
Hab�a chicos descalzos con los cuales empez� a jugar y a mezclarse en el bullicio de las tardes bochornosas del verano salte�o.
La salida al recreo, en la escuela del pueblo, comenz� a ser una fiesta.
El idioma dejaba de ser un ruido extra�o para convertirse en sonidos suaves y melodiosos u otras veces quejumbrosos y moribundos, pero ahora entendibles.
Las miradas se cruzaban m�s de lo habitual, pens� Constantino, y disfrut� ese momento de mutua aceptaci�n.
Estaba en Buenos Aires. Gozaba de la libertad que le ofrec�a la gran ciudad, a la que empezaba a conocer dej�ndose seducir por la intimidad de esas callecitas de barrio, que tanto le fascinaban.
Compart�a con Mar�a el mismo sal�n de ese Colegio Secundario. Un d�a decidi� hablarle y le pareci� que un descubrimiento extraordinario se hab�a producido.
Constantino salud� al padre de Mar�a con mucha solemnidad. Ella apenas pudo contener la risa. Los padres de Mar�a hab�an venido a visitarla desde Las Heras, un pueblo cercano a la capital. Se sentaron en el modesto sill�n del living.
El padre miraba a Mar�a como buscando respuestas sobre la presencia de Constantino.
El clima se tensaba, lo obvio no pod�a esconderse por m�s tiempo.
S� pap�, vivimos juntos�pero nos vamos a casar pronto.
Esa noche salieron al cine.
Mar�a comenz� a dar clases de m�sica en un jard�n de infantes y Constantino encontraba trabajo ocasional con lo que pod�an pagar el alquiler del departamento y las inevitables salidas al cine y la compra de libros.
Constantino se inscribi� en la facultad de ciencias naturales, en la carrera de geolog�a. Le promet�a a Maria una vida en la Patagonia, llena de ni�os y en contacto con la naturaleza.
Mar�a fue a retirar los an�lisis. Estaba embarazada. Lleg� al trabajo, se lo cont� a las compa�eras. Enseguida organizaron una fiestita. Risas, sandwichitos de miga, gaseosas, y globos multicolores, mucha m�sica y Mar�a en el centro de los agasajos.
-�Y c�mo le vas a poner?
-Si es var�n no estoy segura todav�a, pero si es nena se llamar� Clara.
Mar�a lleg� al departamento a las 6.
-Vas a ser pap�.
Clara naci� en un caluroso d�a de febrero del 76. Los abuelos de Or�n llegaron a los pocos d�as del parto y los que viv�an a las afueras de Buenos Aires estaban desde una semana antes del nacimiento.
Clara era una beba muy activa. Ten�a unos ojos enormes como los de Constantino y le asomaba una cabellera negra y saludable como la de su madre.
Constantino lleg� m�s temprano que de costumbre. Mar�a lo esperaba con los ojos vidriosos. Era una tarde de marzo, c�lida y el sol se pon�a lentamente entre los edificios de Buenos Aires, mientras iba dejando sin apuros un tel�n en el firmamento que pasaba del amarillento al ocre y del ocre al rojo intenso. Luego las sombras y Buenos Aires qued� casi a oscuras.
Las sirenas comienzan a ulular y camiones con soldados a desplazarse por todas direcciones, como si se tratara de un enemigo de fantasmag�ricas apariciones. Al llegar al departamento Constantino hab�a visto tanques militares estacionados frente a las escalinatas de la facultad de ingenier�a.
El majestuoso edificio neocl�sico estaba rodeado por el ej�rcito.
Clara se despert� y comenz� a llorar. La madre la acomod� en el regazo. Constantino las miraba. Sinti� una gran ternura que barrio con temores y dudas. Comenzaron a re�rse, mientras Clara segu�a mamando del pecho de su madre con desesperaci�n.
Maria llam� a la madre por tel�fono, le cont� que estaba embarazada. Estaba en el tercer mes, present�a que era otra nena.
-Le pondremos Victoria, hab�a dicho Clara.
Constantino se par� al llegar a la Avenida Pueyrred�n. Venia de su trabajo, casi anochec�a, pero Buenos Aires se negaba a dejar correr siquiera una brisa fresca, el d�a hab�a sido bochornoso. Estaba a s�lo pocos pasos de entrar al edificio de departamentos. Not� algo raro en la acera. Algunos coches que no reconoc�a como los habituales estaban estacionados en la avenida pegados al cord�n de la vereda.
Presinti� algo horrible. Sinti� que lo estaban esperando, intuy� una celada.
No se dej� paralizar por el terror. Sigui� caminando.
Volvi� a recordar el barrio Plaka en Atenas, el olor met�lico de los tranv�as y el azul del Egeo que golpeaba los murallones del puerto. Estaba aturdido.
A Maria la hab�an secuestrado a plena luz del d�a. Un grupo de paramilitares, en varios veh�culos, realizaron un operativo r�pido en el jard�n de infantes. La maniataron, la encapucharon y la tiraron de un empuj�n dentro de un Ford Falcon color verde oliva. Tirada en el piso del autom�vil dos de los asesinos del "grupo de tareas" le pusieron los pies encima de su cuerpo.
Sinti� al bebe moverse dentro de su vientre, pens� en Victoria.
Clara pujaba en la sala de parto, sab�a que era una nena. Pens� en Victoria, su hermana, por la que llevaba esperando 30 a�os.
Abraz� a la reci�n nacida.
* Erasmo Magoulas es Productor de medios radiales alternativos en la Provincia de Ontario, Canad�.