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Nuestro Planeta

Cuando sembrar maíz es un delito


Aldo González
Ecoportal.net

Hoy los indígenas oaxaqueños volvemos a escuchar que somos ricos, que en nuestras tierras existe una gran riqueza natural. Y nos preguntamos ¿cómo es posible que teniendo tantas riquezas la situación de nuestras comunidades sea tan precaria? ¿Cuáles son los parámetros con los que se puede medir riqueza o pobreza?
La única vez que a me ha tocado estar en la llamada fiesta de la Guelaguetza tendría más o menos cinco años. En aquel entonces no había auditorio. La fiesta se celebraba en el cerro --a mi familia y a mi nos tocó sentarnos en el suelo. Por esas fechas también me tocó escuchar que Oaxaca tenía una gran riqueza cultural. Después, hicieron el auditorio Guelaguetza.
Hoy es difícil que un niño oaxaqueño común pueda disfrutar los bailes de las regiones de Oaxaca presentados en los Lunes del Cerro. La fiesta fue privatizada y sólo pueden disfrutarla quienes tienen dinero. Y no sólo eso, a las autoridades de las comunidades que participan en ella les piden que certifiquen la autenticidad de quienes las van a representar, no sea que haya algún colado que no sea indígena y sólo se quiera disfrazar para la ocasión. Por supuesto que los únicos que ganan con esa fiesta son algunos empresarios, a los indígenas sólo les pagan los viáticos para que diviertan a los turistas en su mayoría extranjeros que con sus dólares enriquecerán ¿al estado de Oaxaca?
Hoy los indígenas oaxaqueños volvemos a escuchar que somos ricos, ya no sólo en lo cultural: que en nuestras tierras existe una gran riqueza natural. Y nos preguntamos ¿cómo es posible que teniendo tantas riquezas la situación de nuestras comunidades, familias y personas sea tan precaria? ¿Cuáles son los parámetros con los que se puede medir riqueza o pobreza?
Utilizando medidas diseñadas por el Banco Mundial, el gobierno mexicano dice que la pobreza de las personas se mide en función de si saben leer y escribir, si el piso de su casa es de tierra o cemento, si tienen agua entubada, drenaje y electricidad. En relación a la riqueza del país antes nos decía que la mide el desarrollo agropecuario, industrial y de servicios; aunque ahora nos dice que está en función de la capacidad de captar divisas (por lo que es urgente hacer las famosas reformas estructurales).
Nuestros abuelos nos han dicho que "no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita", y con ese pensamiento tan sencillo, nos enseñaron a respetar la naturaleza. Es en ese pensamiento donde se encuentra la razón de por qué hoy existe en la entidad tanta diversidad de plantas y animales. Nos dicen los abuelos: si vas a cortar un árbol tienes que pedir permiso (pero no a la Semarnat o al Instituto Estatal de Ecología, sino a la naturaleza); si vas a sembrar, tienes que darle un regalo a la tierra, convivir con ella, eres parte de ella, de ella te alimentas, sólo eres uno de sus hijos, en ella y de ella viven muchos más a los que también tienes que respetar. Pero en los últimos cincuenta años hay un proceso inducido de erosión cultural y ambiental. Se establecieron políticas para que los indios nos integráramos a la nación mexicana y los maestros nos dijeron: "tienes que estudiar para que dejes de ser como tus papás", o sea, para que dejes de pensar como indio, pues. Se promovió el desarrollo nacional y como en Oaxaca hay muchos bosques, el gobierno promovió su explotación.
Las empresas forestales que recibieron las primeras concesiones cortaron los mejores árboles durante veinticinco años, sin cumplir los compromisos pactados con las comunidades: brindarles servicios, carreteras, escuelas, agua entubada. Al finalizar la concesión, las comunidades no permitieron que siguieran saqueando la madera y se convirtieron en las nuevas empresarias. Su intención era respetar el bosque (cortaban sólo la mitad de lo autorizado por la forestal) y generar empleos para que la gente de la comunidad tuviera ingresos económicos.
Hoy, muchas comunidades (forestales les llaman), ya no tienen madera suficiente para hacer funcionar sus aserraderos, la Semarnat les autorizó los permisos de explotación (o de aprovechamiento les dicen ahora), pero dejaron de pedir permiso a la madre tierra.
No se conservó el bosque. Hoy las comunidades forestales están induciendo a otras que todavía tienen bosques para que les vendan su madera. A todas ellas y a otras más, el gobierno les habla de reforestar y las induce a convertir sus bosques en plantaciones de pinos o de eucaliptos.
No se pudieron generar empleos para que los jóvenes se quedaran a trabajar aquí, y ya no aprendieron a producir sus propios alimentos. En aras de tener dinero muchas comunidades prohibieron la siembra del maíz. Don Celestino Jiménez contaba: "estaba yo tumbando árboles para sembrar mi maíz, cuando llegó el comisariado, me llevó a la cárcel, me dijo que estaba prohibido sembrar maíz en ese lugar. Yo le pregunté: ¿desde cuándo sembrar maíz es un delito?, me dijo que el maíz no era negocio, que sólo deberían crecer los pinos en ese lugar, porque ellos sí dejaban dinero". Hoy su comunidad está vacía. De vez en cuando se ve un camión que sigue sacando madera, pero los jóvenes ya no están allí, se fueron al otro lado.
El precio de la madera mexicana no puede competir con el de las plantaciones de Estados Unidos, Canadá y Chile, aunque esté certificada por buen manejo. De todos modos se sigue sacando madera de los bosques de las comunidades indígenas. La industria maderera es muy voraz y no le importa lo que ahora llaman "conservación de la naturaleza".
Después de la Cumbre de la Tierra, algunas ONG "ambientalistas" y funcionarios públicos relacionados con el medio ambiente, llegaron a las comunidades indígenas con una nueva propuesta ¿o negocio?: aprovechar lo que denominaron recursos no maderables. A partir de entonces las comunidades sufren un permanente acoso para que los etnobotánicos u otros nuevos agentes realicen investigación sobre el saber indígena tradicional sobre las plantas existentes en sus tierras (biopiratería le llamamos); para hacer sus ordenamientos territoriales (obviamente con fines de manejo de flora y fauna silvestre); para vender su biodiversidad estableciendo contratos con transnacionales (supuestamente con un justo reparto de beneficios y transferencia tecnológica); para que vendan servicios ambientales (que primero pagará el gobierno y después las transnacionales, anuncian), o para que acepten sin ser consultadas las leyes --como la nueva Ley de Acceso a Recursos Genéticos o la Ley de Propiedad Industrial--, que las obligan a registrar todo tipo de conocimiento tradicional, para que posteriormente pueda ser patentado o privatizado en beneficio, nuevamente, de transnacionales (como parte de la reforma estructural).
Respetamos el interés que tienen los ambientalistas por la naturaleza, pero también les pedimos que aprendan a respetar a nuestras comunidades. La lucha que se ha dado por defender nuestras tierras ha durado cientos de años, como para que hoy vengan a convencernos de que cedamos nuestra determinación sobre ellas a cambio de unas cuantas monedas que no van a hacer que nuestros paisanos que se han ido regresen a vivir dignamente en nuestras comunidades. No es con recursos económicos con lo que se va a conservar la naturaleza.
Los que se dedican al estudio de la naturaleza saben que los lugares donde hay mayor biodiversidad es donde están ubicados los pueblos indígenas. La diversidad biológica está íntimamente relacionada con la diversidad cultural. Las transnacionales también saben que el último reducto de resistencia para apropiarse del oro verde es la comunidad indígena, no en balde su interés por desaparecerla.
Quienes estamos orgullosos de pertenecer a un pueblo indígena no vamos a permitir que el dinero reine por encima del respeto a la naturaleza, a la comunidad y a las personas. Si los gobiernos y los ambientalistas quieren realmente preservar la naturaleza deben empezar por respetar los derechos y la cultura de los pueblos indios. Si no, sólo seguirán jugando a imponer otros modelos de desarrollo que aunque los llamen sustentables o sostenibles, su intención es saquear la riqueza natural de Oaxaca.