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Medio Oriente - Asia - Africa

Se registra un muerto estadounidense por cada 243 soldados  desplegados mientras en Irak es uno de 265

Mónica G. Prieto

El Mundo

El pasado día 21, cuatro soldados norteamericanos morían en la provincia afgana de Zabul por la explosión de una bomba casera detonada al paso de su vehículo. Seis de sus compañeros resultaban heridos poco después por otra bomba accionada cuando asistían a las víctimas.
Tres días después, EEUU anunciaba la muerte de 11 talibán en dos ataques, uno en Zabul (sureste) y otro en Uruzgan (centro).La jornada siguiente, el mando norteamericano sorprendía con otro anuncio: un ataque de cazabombarderos B-52 y A-10 mataba a 16 militantes en Zabul. Dos días después, el pasado sábado, un soldado norteamericano moría y cuatro resultaban heridos tras explotar una bomba contra su columna de automóviles.
El domingo, un candidato a las próximas elecciones presidenciales era abatido a disparos.
El parte de guerra se asemeja al de Irak pero no podría transcurrir más lejos -ni más cerca- que en Afganistán, el primer objetivo de EEUU tras el fatídico 11-S y precursor del caos iraquí. Desde que Washington atacara el país en octubre de 2001 en busca de los talibán y de su protegido, el líder de Al Qaeda Osama bin Laden, los dramáticos acontecimientos en Irak habían apartado el interés informativo por Afganistán, generando la certeza de que la resistencia de los talibán había terminado.
Nada más lejos. Desde la primavera -cuando los talibán, tras sobrevivir al invierno, salieron de sus escondites con renovadas energías- las cifras de víctimas entre estadounidenses y población civil no tienen precedentes. Si desde 2001 han fallecido 188 militares de EEUU en Afganistán, 75 de ellos lo hicieron en los últimos seis meses. En 2004, 49 murieron en suelo afgano.
Sólo agosto costó las vidas de 14 militares de Washington, lo que convierte a este país en un lugar más peligroso que Irak: proporcionalmente, en Afganistán (con una presencia militar norteamericana de 18.300 hombres) uno de cada 243 soldados muere; en la antigua Mesopotamia, lo hace uno de cada 265. Se estima que 1.100 civiles han muerto por enfrentamientos o como daños colaterales de los bombardeos que EEUU sigue lanzando en las provincias más rebeldes, Kandahar, Uruzgan, Zabul , Konar, además de centenares de presuntos talibán. Unos 40 soldados afganos han muerto desde marzo, 50 policías corrieron la misma suerte entre junio y julio, según el Ministerio del Interior afgano.
Habría que ver si, a día de hoy, el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de EEUU, el general Richard Myers, sigue manteniendo sus declaraciones del pasado marzo, cuando afirmó que la seguridad en Afganistán es «excepcionalmente buena».
Desde entonces, la resistencia afgana parece haber copiado las tácticas de la insurgencia que tantas bajas está costando a las tropas norteamericanas desplegadas en Irak. Los artefactos caseros son más usados que nunca con éxitos espectaculares, tanto que la mayor parte de ataques se realizan con este sistema. «Hay más sofisticación en los ataques rebeldes. El pasado año, el 40% de las bombas artesanales cumplía su objetivo; hoy, casi el 90% de ellas lo consigue», explica un responsable de la Oficina para la Seguridad en Afganistán, encargada de evaluar las condiciones de seguridad para las ONG.
Los artefactos enterrados al paso de convoyes es sólo una de las tácticas importadas por la resistencia afgana. Los atentados suicidas, aunque en menor medida, sacuden a una población poco habituada a estos ataques. En junio, 20 personas perecieron cuando un kamikaze se inmoló en la mezquita de Kandahar. Eso, por no hablar de los secuestros, una estrategia empleada con éxito en Irán y el Líbano y recuperada con fuerza por los iraquíes que se extiende como la pólvora en Afganistán. Y da resultados. Hace 10 días, un ingeniero libanés era liberado por los talibán tras cinco días de cautiverio en Zabul. Al conocer su captura, su empresa, Fahd Sufan Industries, anunció su retirada del país para facilitar su liberación. Los talibán cumplieron su palabra.Fue el último de varios extranjeros, técnicos, funcionarios de la ONU y periodistas secuestrados. Sólo uno fue ejecutado, un ingeniero turco decapitado en diciembre de 2004 cuando se gestaba su liberación.
EEUU, con 18.300 soldados -la mayoría, profesionales- desplegados en la operación ofensiva Libertad Duradera -independiente de la misión defensiva de la ISAF, bajo mando de la ONU y destinada a facilitar la seguridad y la reconstrucción- y 53.000 millones de dólares invertidos en Afganistán, comienza a preocuparse seriamente por esta guerra.
Su objetivo era acabar con los talibán que quedaran en la zona tras la caída del régimen, pero en lugar de lograrlo parece que la resistencia se multiplica, o al menos lo hace el número de ataques que lanza contra las tropas norteamericanas.
Según Jean Arnault, enviado especial de la ONU para el país centroasiático, sofocar la violencia es aún un «objetivo distante», algo que no oculta el embajador de EEUU para Afganistán, Ronald Neumann.«Hay más violencia y elementos que intentan regresar. No lo negamos», admite el diplomático.
El regreso de combatientes guarecidos en la vecina Pakistán parece ser una de las claves del resurgimiento de la violencia, explica el periodista paquistaní Ahmed Rashid, según el cual numerosos suicidas se entrenan en la fronteriza provincia de Baluchistán, donde disponen de una total libertad de movimientos, antes de pasar a Afganistán para dar sus vidas contra los infieles. Otro de los elementos clave es la presencia de extranjeros entre las filas talibán llegados vía Pakistán para sumarse a la guerra santa.
«El hecho de que los combatientes están cruzando las fronteras es innegable», explicaba recientemente el ministro de Defensa afgano, Abdul Rahim Wardak. «Hay mucha más gente que antes cruzando por los senderos montañosos que conducen a Pakistán». Según Wardak, los voluntarios extranjeros llegan de Oriente Próximo y el norte de Africa. «Docenas de ellos han sido capturados en los últimos tres meses».
La conexión paquistaní sigue siendo clave en el fortalecimiento de los talibán como ya ocurriera entre 1995 y 2000, cuando los fanáticos estudiantes de teología fueron armados y financiados por la Inteligencia de Islamabad, socio privilegiado de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo.
Según explicó Akbar Ahmed, profesor de Estudios Internacionales y director de Estudios Islámicos en la American University, a Efe, tras los bombardeos de 2001 el movimiento talibán «nunca desapareció, simplemente cruzó la frontera hacia Pakistán y ahora retorna».
Para Kofi Annan, «Afganistán está viviendo hoy un nivel de inseguridad desconocido desde la caída de los talibán», y además «hay indicios preocupantes de que los vestigios de los talibán y otros extremistas se están reorganizando».
En el Consejo de Seguridad de la ONU el aumento de ataques suscita «grave preocupación» aunque el responsable del cuerpo electoral conjunto -dependiente de la ONU- Peter Erben afirma que la situación es «estable aunque frágil» y no duda de que el proceso electoral legislativo, el 18 de septiembre, puede celebrarse en estas condiciones.
Ello a pesar de que cuatro candidatos, cinco funcionarios electorales y cuatro religiosos próximos al Gobierno han sido asesinados en las pasadas semanas. Aunque los talibán han advertido que harán lo posible para impedir la celebración de elecciones, su portavoz, Latif Hakimi, ha anunciado que sus milicias no atacarán puestos electorales para prevenir la muerte de civiles.