Latinoamérica
|
La presencia africana en Chile
Por Virginia Vidal
Es triste constatar que a más de veinte años, sigue vigente el prejuicio
racial en un país donde todo humano viviente que no tira flecha, toca tambor,
como en el resto del continente americano.
Cuando apareció este ensayo en Araucaria, un respetado compañero del exilio
chileno en Venezuela, ex diplomático, me regañó diciéndome si yo estaba demente
al suponer que los chilenos teníamos sangre africana. Tampoco faltó una ilustre
compatriota que lloraba a mares porque la habían asaltado a ella y a su marido,
al que le quitaron el reloj pulsera; sumida en el estupor la oí decirme entre
sollozos: "y lo pero es que los desgraciados eran negros..."
No olvidemos que primer conquistador que entró a nuestro territorio no sólo
venía con ciento cincuenta esclavos más su propia esposa, Malgarida de Almagro,
todos africanos, de modo que podemos decir sin lugar a error ni duda que nuestra
descubridora fue una africana.
Agradezco a los profesores y a la Biblioteca del Instituto Leninista que poseían
los libros de autores chilenos.
La Presencia Africana en Chile
"Luego llegó el verdugo diligente,
que era un negro gelofo 1 mal vestido
el cual viéndole el bárbaro presente
para darle la muerte prevenido,
bien que con rostro y ánimo paciente
las afrentas demás había sufrido,
sufrir no pudo aquella, aunque postrera
diciendo en alta voz desta manera:
»¿Cómo? ¿Que en cristiandad y pecho honrado
cabe cosa tan fuera de medida,
que a un hombre como yo tan señalado
le dé muerte una mano así abatida?"
Canto XXXIV de La Araucana: Suplicio de Caupolicán, Alonso de Ercilla
(1533-1594.)
¿Existen descendientes africanos en Chile? ¿Hay alguna base para suponer que
nuestro país, a diferencia del resto del continente, está exento de la presencia
africana? Un desconocido militar afirmaba con satisfacción allá por el año 1963:
"Gracias a las características del clima chileno la raza negra no se ha
desarrollado". Añadía que la unión indígena española había dado un "linaje
blanco" que se podía llamar "raza chilena" 2.
Exactamente diez años después, ese mismo militar encabezaría el golpe fascista,
asesinando al presidente Allende y a miles de chilenos. Esa represión también
era la puesta en práctica de las teorías racistas del general Augusto Pinochet.
El periodista Rolando Carrasco testimonia en su libro Prigué las palabras que el
oficial de Ejército, capitán Fuschlocher, apodado "el Príncipe", lanzó a los
prisioneros políticos concentrados en el Estadio Chile: "Se acabaron los
sindicatos, señores, y el desorden. Ahora habrá que trabajar y producir. No más
mítines y desfiles. Tampoco aceptaremos nunca más a los extranjeros en nuestro
territorio. Resaca venida de otras tierras no la queremos. Que se guarden sus
inmundicias en sus países. ¿Escuchó la cloaca extranjera? Nuestra raza chilena
es noble y bella. Debemos limpiar nuestra sangre de las mezclas inferiores que
la estaban degenerando. Fuera los judíos y lo s negros, sí, señores"3.
Esta "declaración de principios" del régimen de Pinochet se complementó con el
profuso empapelamiento de la ciudad con afiches que mostraban a los extranjeros
detenidos con un gran titular: "Asesinos de chilenos".
El apartheid, la discriminación racial, no sólo contra los extranjeros en Chile,
sino también contra los mapuche —decreto de marzo de 1979 que destruye la
comunidad y el cultivo colectivo de la tierra desde tiempos precolombinos—, son
la impronta del régimen fascista. Pero hay otras manifestaciones.
En el mes de junio de 1979, el presidente de la Corte Suprema, Israel Bórquez,
faltó el respeto a los jurados de Columbia que trataban el caso Letelier,
diciendo que "los habían elegido por morenitos para que ocultaran el rubor".
Como de todo nuestro continente surgió la protesta contra esas expresiones
despectivas y groseras, el pintoresco personaje, en vez de dar excusas,
persistió en su actitud racista. Mostró la hilacha sin disimulo. "No quise
ofender a los mulatos —dijo—, ni mucho menos a las mulatas. Si tuviera unos
cuantos años menos, me encantaría ir al carnaval de Río. Las mulatas son lo
mejor que hay en la plaza". Típico de los racistas: ver a la mujer de origen
africano o mestiza sólo como apetecido objeto sexual.
Carmen Grez, de la Secretaría de la Mujer, quien llegó a perfilarse como
ministra del Gobierno, expresó en entrevista pública su rechazo al aborto
diciendo que "no lo aceptaría" aun si su hija fuera violada por un negro.
Lo cierto es que estos fascistas criollos, que presumen de su "linaje blanco",
olvidan deliberadamente que desde el momento mismo en que el primer español puso
pie en tierra chilena, también lo pusieron los africanos.
Diego de Almagro llegó en marzo de 1536 con 240 españoles, 1.500 indígenas y 150
esclavos negros.4
Más tarde, de los 150 soldados que venían con Pedro de Valdivia, traían esclavos
negros él mismo, Bartolomé Flores, Francisco de Aguirre, Jerónimo de Alderete,
Pedro Gómez de don Benito, Gonzalo de los Ríos, Juan Negrete, Pedro y Francisco
de Villagra5. Hay pruebas de que esos esclavos quedaron sin descendencia.6
De ahí en adelante, el joven país siguió nutriéndose de sangre africana. Y
cuando la metrópoli española trató de impedir este torrente, los señores acudían
al contrabando con tal de no carecer de esclavos. Los trajeron provenientes de
Angola, Mozambique, Cabo Verde, isla Santo Tomé, Biafra, Guinea y otras regiones
de África. Eran designados con el nombre de la localidad de extracción, del río
o pueblo. Por eso Ercilla habla del "negro gelofo", que ejerce como verdugo de
Caupolicán.
Ya el censo que el obispado de Santiago hizo en 1778, acusaba la presencia de
21.583 negros, zambos y mulatos (este obispado abarcaba desde el desierto de
Atacama hasta el Maule). El único censo que se conoce del obispado de Concepción
es de 1812 y arroja la cifra de 7.917 negros puros, mestizos, mulatos y zambos
en esa región.7
En vísperas de la Independencia, en 1810, de los 800.000 habitantes que tenía
Chile, 12.000 eran de reconocido origen africano8.
Esos africanos que estuvieron en todo lugar adonde llegó el conquistador español
—el ecúmenos del negro al que se refieren los investigadores— y que
contribuyeron no poco a cimentar la población chilena, formaron los primeros
centros de trabajo en las explotaciones mineras y en las faenas agrícolas.
Fueron los primeros maestros que el país tuvo en diversos oficios: canteros,
carpinteros, sastres, herreros, plateros, zapateros, albañiles, pues a partir
del siglo XVI no hubo maestro, de cualquier oficio, que no tuviese a uno o más
negros esclavos como ayudantes. Esos oficios los heredaban sus propios hijos, lo
cual iba dando nacimiento a los primeros gremios9. Esto es muy importante,
porque contrariamente a lo que afirman historiadores como Francisco Encina, no
fueron destinados sólo o primordialmente a la servidumbre doméstica. Allí eran
las mujeres de origen africano las que ejercían de amas de llave, lavanderas,
cocineras, mamas (ayas, nodrizas) de los hijos de los patrones; costureras,
constituyendo la verdadera estructura de la casa patricia. Los varones en esta
estructura ejercían los cargos de caleseros —el mayor rango—, sirvientes de
razón (los más elocuentes, que llevaban razones o recados al vecindario),
negritos de alfombra (para llevar la alfombra a la iglesia), despabiladores
(para despabilar las velas).
Los esclavos africanos y su descendencia —dice el historiador Rolando Mellafe—
no pueden permanecer ignorados por el etnólogo o el antropólogo, aunque no hayan
dejado grandes huellas ni problemas raciales.
Será tarea de especialistas de diversas disciplinas científicas, historiadores,
lingüistas, investigadores del folklore, averiguar las diversas dimensiones de
la presencia africana en nuestro país y rescatar la vigente presencia mapuche.
Ya un musicólogo chileno, Pablo Garrido, en su obra Historial de la cueca*,
rebate la tesis que da un origen cortesano, "venido de París", a esta danza
folklórica chilena. Garrido menciona la "gran cuota africana nuestra", a través
de remesas de esclavos llegados a partir del siglo XVI. Dice que éste es un
argumento que producirá vivo escozor a quienes sustentan la "pureza racial" de
los chilenos. "Va a arder Troya", declaró el investigador en relación a estos
antecedentes.
Respecto de la cueca, Garrido indica que nació al asimilarse un baile que
llevaron los esclavos negros, dentro de un tráfico que en tiempos de la Colonia
partía de Uruguay, atravesaba la cordillera de los Andes y llegaba hasta
Quillota —entre Santiago y Valparaíso—, donde existía un "corral de engorda",
aprovechando el microclima subtropical de esa zona. Justamente los primeros
testimonios que se tienen de la cueca —primitivamente llamada zambaclueca o
zamacueca—, corresponden a Quillota, donde incluso se aclimataron frutos
africanos.Luego de reanimar allí a los esclavos del penoso viaje desde Uruguay,
la "mercadería" humana era trasladada a otros puntos de Chile o, principalmente,
al Perú, reseña Pablo Garrido.
Poco antes de darse a conocer los resultados de las investigaciones de este
musicólogo, el 18 de septiembre de 1979, Pinochet, en un gesto demagógico, firmó
un decreto que oficializó la cueca como baile nacional. Lo cierto es que la
cueca es el baile nacional hace más de ciento cincuenta años y nunca esto se
había puesto en tela de juicio. También es cierto que durante muchas décadas fue
expulsada de los salones elegantes, pero el pueblo nunca dejó de bailarla...
Ante la pregunta, ¿existen descendientes de africanos en Chile? saltan las
pruebas aportadas por los investigadores de nuestra historia. Esas pruebas
destruyen la seudo-teoría del "linaje blanco" y de la "raza chilena" del general
Pinochet. Esta no es sino una adaptación de las teorías de los ideólogos del
nazismo, sustentada en los trabajos de los simuladores de la historia de Chile.
Nuestro país fue "descubierto" para el resto del mundo no americano al mismo
tiempo por españoles y gente proveniente de África. No es casual que en el
famoso cuadro de Pedro Subercaseaux y en los numerosos grabados que ilustran los
libros de historia, se vea al africano junto al indio y al español.
El propio Encina se ve obligado a reconocer que "nuestra estructura social contó
en el primer momento con tres estratos: el europeo y su descendencia, el
aborigen y los negros esclavos".
La presencia africana podría haber sido mayor si se hubiera tomado en cuenta el
parecer de Alonso González de Nájera o si el emperador Carlos V hubiera dado el
sí a las solicitudes de Pedro de Valdivia. Este conquistador le suplicó
reiteradamente le permitiera traer dos mil esclavos negros y tener el monopolio
de la trata, tanto para venderlos y obtener provecho, como para laborar las
minas y los lavaderos de Chile en gran escala. Su muerte y la de Jerónimo de
Alderete frustraron ese proyecto.
La Conquista y la Colonia están impregnadas de esa presencia, tanto en la vida
económica, las acciones de guerra, como en los aspectos legislativos.
El mayor miedo de los conquistadores era la alianza entre los negros sublevados
y los indios. No hubo medida que no se tomara, aun las más salvajes, para
castigar a los negros huidos y dispuestos a luchar por su libertad. Cimarrones,
esclavos alzados y organizados para esa lucha, hubo menos en Chile que en otros
países. Tal como señala el cronista González de Nájera —llamado "el primer
sociólogo chileno" por Rolando Mellafe—: "Siendo los negros naturalmente
friolengos, no dejarán el poblado por los desabrigados montes de tierra fría,
pues las partes adonde pueden huir o ha de ser la cordillera entre la nieve, o a
mayor altura de tierra, partes que son siempre más frías que las que habitan los
españoles... 10
Pero es grave error achacar al clima la no prosperidad de los esclavos
africanos. El que no prosperaran se debe fundamentalmente a razones de demanda y
mercado de mano de obra. Esto no impidió, con todo, que entre 1550 y 1615
hubieran sido traídos tres mil esclavos negros. No fueron razones de carácter
humanitario las que impidieron una mayor afluencia de esclavos negros a Chile,
sino el permanente estado de guerra con los indios que hacía imposible la
introducción de grandes cultivos o la dedicación a grandes explotaciones
mineras. Por otra parte, los españoles, aunque veían a los esclavos africanos
como potenciales soldados y auxiliares para la conquista, por sobre todo temían
que se aliaran con los indios.11
La esclavitud de los africanos no nos debe hacer olvidar la esclavitud de los
indios. El historiador Domingo Amunátegui Solar señala que la esclavitud de los
indígenas fue decretada por el rey Felipe III, con fecha 16 de mayo de 1608, y
sólo fue derogada el 20 de diciembre de 1674 por la reina Mariana de Austria.
Como lo expresa Guillermo Feliú Cruz en el prólogo de La abolición de la
esclavitud en Chile: "Según las disposiciones dictadas sufrían este horrible
castigo todos los araucanos apresados en la guerra contra los españoles, esto
es, todos los indígenas que tomaban las armas para defender su independencia"
12.
Son pocos los escritores que reconocen la presencia africana en la formación del
pueblo chileno, que no caen en el "blanquismo". Benjamín Subercaseaux y, en
especial, Volodia Teitelboim, en cuyo ensayo "Sobre la formación de los
chilenos" (Revista de la UTE, número 10, 1972) hace un completo análisis sobre
la composición étnica nacional; también en El pan y las estrellas afirma:
"generación tras generación, el que vino del África se integró al crisol común,
calladamente o a gritos, pasando con ritmo insensible, paso a paso, a zambo y
desp ués a mulato claro, susceptible de mirarse al espejo como descendiente de
un Grande de España."
Hay además razones de índole histórica para considerar esa presencia africana.
Fue relevante en el primer batallón que se formó para defender la independencia
de Chile, núcleo del futuro ejército nacional: el Batallón de los Infantes de la
Patria, que se cubrió de gloria en la batalla de Maipo, tuvo su origen en el
Batallón de los Pardos. Este batallón estaba formado por doscientos policías
africanos y mulatos libres 13.
Más tarde, como los esclavos africanos estaban dispuestos a pagar la libertad
con sus vidas, fueron los primeros en acudir, en contra de la voluntad de sus
amos, al llamado de José Miguel Carrera. Se trataba de contener la invasión
española contra el joven país independiente, comandada por el general Osario.
Muchos esclavos se fugaron para incorporarse al Ejército Patriota. Por decreto
de 29 de agosto de 1814, la junta encabezada por Carrera creó el Regimiento de
Ingenuos de la Patria: "Tal era el título —dice dicho decreto— del brillante
cuerpo que van a componer esos miserables esclavos que, con infamia de la
naturaleza y oprobio de la humanidad, han llevado hasta aquí el yugo propio de
las bestias"14
Este decreto promete la libertad al instante mismo del alistamiento. No por
casualidad la palabra "ingenuo" es en este caso un término jurídico que
significa: "Que nació libre y no ha perdido su libertad".
Posteriormente, el Ejército Libertador tuvo a sus mejores soldados de infantería
en negros y mulatos, y es el propio general San Martín quien lo dice. San Martín
obtuvo de los cuyanos que cedieran al ejército los dos tercios de sus esclavos.
La enajenación no se perfeccionaría sino después de pasar el ejército por la
cordillera y de mostrarse capaz de batir al enemigo. Se trataba de un canje de
los dos tercios de los esclavos varones que cada cuyano poseía por los
beneficios comerciales y políticos que les iba a reportar la libertad de Chile.
El número de infantes aumentó por este capitulo en setecientos diez hombres15.
Esta es la verdad. Negros, mulatos y zambos lucharon con pasión por la
independencia de Chile, viendo en ella la garantía para su libertad.
Conviene recordar que a la fecha de la dictación del decreto de Carrera, ya
existía en Chile la primera ley en pro de la abolición de la esclavitud.
Corresponde al ilustre prócer Manuel de Salas la paternidad de esa Ley de la
Libertad de Vientres del año 1811. Esa ley fue muy obstaculizada y los
patricios, en connivencia con el clero, hacían constar la calidad de esclavos en
las partidas de nacimiento.
Un nuevo decreto, del 25 de mayo de 1813, obliga a los párrocos a borrar la nota
de esclavos en las partidas, y a omitirla en adelante.
Los amos se niegan a dar la libertad a los esclavos. Carrera promete que "su
valor (que será apreciado con exactitud) se pagará progresivamente a los amos,
con la mitad del sueldo que en cada mes deben gozar los soldados hasta completar
su estimación" 16.
Lo cierto es que prevalece el respeto a la propiedad y los amos no responden a
los dictados del Gobierno.
En 1817, el comandante Santiago Bueras —moriría en la batalla de Maipo— pedía al
Gobierno que decretara la libertad de todos los esclavos para formar con ellos,
como lo había intentando José Miguel Carrera, en 1814, una serie de batallones
de infantería. Este proyecto no prosperó porque se chocaba con el problema de
indemnizar a los amos con el precio de esos esclavos, considerados como
propiedad legal.
El 8 de junio de 1817 se establece en la Constitución provisoria (publicada el
10 de agosto y sancionada el 23 de octubre de 1818, en el título 1, capítulo 1,
artículo 12: "Subsistirá en todo rigor la declaración de los vientres libres de
los esclavos dada por el Congreso y gozarán de ella todos los de esta clase
nacidos desde su promulgación" 17.
Pero los esclavos seguían siendo esclavos, incluso aquellos que se enrolaban en
el ejército. No se cumplía el decreto de 1814. Hasta hubo un esclavo que luchó
por la libertad de Chile, y como fue obligado a volver con su amo, quiso zafarse
de la esclavitud dedicándose al sacerdocio. Tampoco se lo permitieron.
En 1821, el Gobierno fue notificado de que se hablan introducido nuevos esclavos
al país en los últimos tiempos.18
El inciso I del artículo 4. y en el articulo 6. de la Constitución sancionada y
promulgada el 30 de octubre de 1822, bajo el gobierno de O'Higgins, dice: "Son
chilenos todos los nacidos en el territorio de Chile y todos los chilenos son
iguales ante la ley sin distinción de rango ni privilegio", por el que quedaba
abolida la esclavitud. Pero sólo tuvo vigencia menos de tres meses, ya que el 28
de enero de 1823 caía el Gobierno de O'Higgins19.
Será José Miguel Infante, el valiente defensor de la causa de los esclavos, el
que luche por aquello que Manuel de Salas llamaba "el deshonor de la humanidad".
El discurso de Infante en el Senado no se publicó nunca. Se mantuvo
deliberadamente oculto. Lo desenterró Feliú Cruz y aparece en la obra citada 20
obra que primero fue editada en una edición muy limitada en 1942. La segunda
edición pasó inadvertida porque apareció en septiembre de 1973.
En esa sesión del 23 de junio de 1823, Infante propuso el proyecto de acuerdo de
"declarar libres a todos los esclavos existentes en Chile, y a todos los que
pisen el territorio nacional", no sin antes denunciar la monstruosa condición a
que se hallaban sometidos por los amos. Señala que la ley de 1811 no se cumple
"primero, debido a que no inscriben a los hijos de los esclavos, nacidos con
posterioridad a ese acuerdo, en los registros parroquiales, testificando, como
era de su deber, la calidad de libres de esos individuos, antes bien, insisten
en la costumbre de hacerlos figurar como tales, de lo cual se han originado las
más serias disputas entre los esclavos, cuyos hijos nacen libertos, y los
propietarios". En seguida, Infante expresa:
"La armonía, la tranquilidad, el respeto y la consideración que antes
existían entre amos y esclavos se ha roto, por manera de que lo que antes fue
paternal protección del señor para con el siervo, es, hoy en día, una tiranía
del dueño y una repulsa constante del oprimido a aceptar un imperio basado en el
castigo. Los esclavos, esa materia racional, viva, humillada por el despotismo
de una ley injusta y la avaricia de unos cuantos hombres, defienden el carácter
legal en que nacen sus hijos, como es natural, no alegan por ellos, que están
conformes con su miserable estado, pero no pueden ver impacientes que sus
mujeres sean conducidas al aborto, estrechadas a alumbrar antes de tiempo, a fin
de no conceder la libertad a esos seres, y cuando se resuelven a tolerar el
alumbramiento, con dilaciones especiosas, con recursos calculados, impiden dejar
constancia en los registros parroquiales, de acuerdo con los párrocos, de que
ese individuo era civilmente libre."
Pero las denuncias de Infante van mucho más allá y testimonian que los amos no
trepidan en nada para impedir la libertad de los esclavos:
"Han sido arrancados de los hogares de sus dueños como cerca de dos mil
esclavos y cuatrocientos jóvenes, para ser llevados a lejanos fundos: allí se
les ha arrojado en miserables galpones para vivir, atados con cordel para que no
puedan fugarse. Algunos han sido marcados a fuego, porque se han rebelado contra
una tal ignominia. Las jóvenes esclavas han sido entregadas al ludibrio de los
trabajadores de las haciendas, violadas y vejadas, una y mil veces, para
hacerlas infecundas por la frecuencia del comercio del acto. Los matrimonios
jóvenes han sido separados y no ha bastado ni el llanto ni el dolor, la súplica
y la agonía de estas pobres gentes, para merecer el perdón. ¿Es esta conducta la
que enseña la caridad cristiana? ¿Es esto obrar de acuerdo con los principios
liberales por los cuales hemos luchado? Pero ya se ve, los que así han procedido
no han tenido ni principios cristianos ni sentimientos humanos, y de esta manera
menos han podido comprender los ideales liberales. Debería yo denunciar a estos
hombres en el Senado; pero no lo haré todavía, porque espero se convenzan del
crimen que cometen y que aún pueden reparar."
Feliú Cruz señala que "no hizo jamás Infante la denuncia, y acaso fue mejor,
pues así salvaba a la moral y a la historia nacional (sic) de una tremenda
afrenta. Pero su acusación quedó flotando en el ambiente".(No es malo recordar
que los únicos caballeros que acataron la Ley de Libertad de Vientres de 1811 y
manumitieron a sus esclavos fueron: Juan Pablo Fretes, canónigo de la catedral
de Concepción; Antonio José de Irisarri, José Antonio de Rojas, Santiago Pérez y
José Miguel Carrera.) Finalmente, Infante exclamó:
"Son cuatro mil ciudadanos que gimen bajo el peso de una ley bárbara, Son
cuatro mil conciencias las que lloran su desgracia. Son cuatro mil víctimas las
que piden amparo a los que en nombre del Derecho y la dignidad del individuo
hemos hecho la Revolución. No podemos negar la libertad que se nos pide, porque
renegaríamos de la causa santa que nos llevó a transformar un régimen político y
social que escarnecía nuestro ideal redentor."
No había terminado de hablar Infante cuando se produjeron las protestas de un
grupo de caballeros y pordioseros, una claque que hacía demostraciones contra la
abolición. Ante estas protestas, Infante dijo con serenidad y firmeza: "Los que
defienden la esclavitud no son más que asesinos que no pueden matar sino
esclavos. No se atreven con un hombre de principios libres".
Se produjo un silencio y el prócer manifestó: "Después de muerto no querría otra
recomendación para la posteridad ni otro epitafio sobre la lápida de mi
sepulcro. que el que se me llamase «autor de la moción sobre la libertad de los
esclavos".
La ley fue aprobada por unanimidad. Pero después vinieron las protestas, las
maquinaciones, la defensa de la "propiedad de los esclavos", la exigencia de
indemnizaciones. El jefe de Gobierno, general Freire, representa una política
marcadamente colonial y era secundado por su ministro Mariano Egaña. Como señala
Feliú Cruz: "Egaña no creía en la democracia y prefería que las masas siguieran
viendo en el poder, generado en un grupo o casta, lo intangible, lo absoluto, lo
impersonal, casi lo divino de ese atributo".
El Gobierno usó todos los subterfugios imaginables para impedir la aplicación de
la ley. Llegó a vetada. Egaña consideraba que tal ley "atentaba contra el
derecho de propiedad" y era "un atropello, un despojo violento, la coacción de
un derecho". Insistió en la indemnización, aun a costa del erario nacional o por
suscripción pública. El Senado se mantuvo firme. Los esclavistas usaron toda
clase de triquiñuelas. Llegaron a presentar al Senado un documento "firmado" por
doscientos esclavos que solicitaban seguir siéndolo. En tal documento no
aparecen las mentadas firmas. Los patricios recurren entonces a las madres de
familia que hacen una presentación para que se abrogue la libertad de los
esclavos, con tal insolencia que el Senado la devuelve "porque falta el decoro
debido a las autoridades". (Esa movilización de las madres patricias es el más
claro precedente de la marcha de las cacerolas y de las acciones contra los
militares constitucionalistas en el período de la Unidad Popular.) En cambio, el
director supremo y su ministro Egaña hallan esa presentación "demasiado
fundada".
A todo esto, la noticia vuela allende los Andes y los esclavos de Mendoza
comienzan a huir a Chile con la esperanza de conseguir la ansiada libertad.
La lucha continúa hasta que el 29 de diciembre de 1823 se promulga la
Constitución Moralista de Juan Egaña, padre de Mariano, en la que se reconoce
sin ninguna clase de trabas la libertad absoluta de los esclavos.
Esta intensa lucha ha sido minimizada y hay historiadores como Francisco Encina
que no trepidan en afirmar que la esclavitud fue desapareciendo en Chile sin
trastornos de ninguna especie, que los esclavos siguieron integrando la
servidumbre doméstica, acostumbrados a sus antiguos amos, y que los hombres de
estado de cargar armas se enrolaron en el ejército, como cualquier ciudadano
común y corriente, en circunstancias que se enrolaban para defender a la
república que les daba la libertad.
Pero la real situación de los esclavos de origen africano no debe hacernos
olvidar la influencia africana en la formación de nuestra población. Según Feliú
Cruz,
"en 1810, el número de negros y mulatos existentes en Chile podía calcularse,
basándose en las mejores informaciones, en diez o doce mil individuos de ambos
sexos. Los mulatos o zambos, engendrados por la unión de los negros con las
mujeres blancas o indias, o al revés, llamados ordinariamente pardos, excedían a
la raza africana. Los genuinamente negros eran muy poco abundantes en Chile. En
Concepción, por ejemplo, casi no existían y se encontraban repartidos a lo largo
del país, en forma por demás arbitraria. De estos diez o doce mil individuos,
entre negros y pardos, la mitad, más o menos, eran esclavos".
Conviene retroceder un poco para tener una idea más clara de cómo se fue
formando la población chilena y cuál fue la incidencia que en ella tuvieron
africanos e indígenas. Rolando Mellafe, en su obra ya citada, se refiere a las
poblaciones flotantes sin leyes ni estructuras estatales que no fueron incluso
nunca tomadas en cuenta en el empadronamiento de la población efectuado en
Indias, es decir, no eran considerados súbditos españoles. Se refiere a un
sector social llamado vagabundaje o chusma que escapa al control estatal y que
se formó tempranamente en las grandes ciudades obligando a los cabildos a hacer
los primeros empadronamientos de población.
"Las ordenanzas y reales cédulas —dice Mellafe— comenzaron a referirse a ese
sector llamándolo indios, negros, mulatos y zambos libres". Era una "masa
incontrolable que continuamente se desprendía de las encomiendas, a la que se
agregaban negros horros (libertos), mestizos de color, mestizos criollos y aun
españoles". "Se agruparon en las ciudades principales formando barrios
populares: La 011eria y La Chimba en Santiago, alrededor de los fuertes, en los
asientos nuevos, formando rancheríos en las más grandes haciendas y caletas. en
los puertos de algún movimiento importante. Siguió a los ejércitos y se incluyó
automáticamente en todas las empresas importantes, políticas o económicas de la
Colonia. No era, pues, un peso muerto en la sociedad colonial y el hombre de
empresa de la época, fuese o no encomendero, recurría a ella para sacar una
buena parte de la mano de obra que necesitaba, cuestión de la que ha quedado
constancia en un tipo de documento que se llamó asiento de trabajo" 21.
Calcular esa población es muy difícil. Mellafe señala que ha habido descuido en
el estudio de la demografía histórica. Se siguen repitiendo errores. Uno de
ellos es confundir la denominación de vecinos con la de habitantes.
En este proceso de formación de la población chilena hay que tener en cuenta la
disminución creciente de la población aborigen. Se calcula que en 1540 era de un
millón o un millón y medio. En 1620 —ochenta años después— había sido reducida a
menos de la mitad y quedaban cuatrocientos ochenta mil indios, por la guerra,
los despojos, la contaminación de pestes importadas —sarampión, tabardillo,
viruela—, por los trasplantes masivos de población22. Trasplantes compulsivos:
de Arauco a las minas del norte. Por las migraciones a través de contratos y
asientos de trabajo. A esto se agregan los grupos que fueron embarcados como
esclavos al Perú.
El cruzamiento de africanos e indígenas se fue produciendo, pese a todos los
obstáculos puestos por los españoles. Mellafe dice que "los indígenas no podían
aceptar en un comienzo a individuos de caracteres raciales tan diferentes como
los negros, pero una vez efectuado el cruzamiento, los negros pasan a ser
parientes étnicos próximos a través de los zambos y mulatos, que por
circunstancias sociales de nacimiento y convivencia llegan a tener los mismos
patrones culturales" 23.
Hemos conocido el temor que los conquistadores tenían de la alianza entre
africanos e indígenas. No pudieron evitar algunos vínculos de ese tipo. El
propio Mellafe advierte que ya en los últimos años del siglo XVI, el ejército
indígena rebelde se había enriquecido con un creciente número de individuos de
color y aun de mestizos y españoles puros.
Esto alarmaba a la Corona y trataba de impedirlo. Por el año 1605 podían
calcularse en cincuenta los mestizos y españoles que militaban entre los
sublevados24.
El único testimonio que conocemos de la realidad de esa población de mestizos,
mulatos y negros, que es la amplia población chilena, lo da Manuel de Salas
(1753-1841), profundo conocedor de las condiciones de vida de los obreros,
artesanos, peones de hacienda. de esos bajos estratos de la sociedad chilena que
poblaban las ciudades y aldeas.
Dice Manuel de Salas:
"Nada es más común que ver en los mismos campos que acaban de producir
pingües cosechas, extendidos para pedir de limosna el pan, los mismos brazos que
las recogieran. Y tal vez en el mismo lugar en que acaba de venderse a ínfimo
precio la fanega de trigo. Quien a primera vista nota esta contradicción, desata
luego el enigma, concluyendo que la causa es la innata desidia que se ha creído
carácter de los indios, y que ha contaminado a todos los nacidos en el
continente, aumentada y fomentada por la abundancia. O, más indulgentes,
buscando causas ocultas y misteriosas, lo atribuyen a l clima; pero ninguno se
toma el trabajo de analizar, ni se abate a buscar razones más sencillas y
verosímiles. La flojedad y molicie que se atribuyen a estos pueblos es un error
que se ha palpado muchas veces y que he hecho observar a hombres despreocupados.
Todos los días se ven en las plazas y calles jornaleros robustos ofreciendo sus
servicios malbaratados, a cambio de especies, muchas inútiles y avaluadas a
precios altos. Se ven amanecer a las puertas de las casas de campo mendigando
ocupación y sus dueños en la triste necesidad de despedirlos. Soy continuo
espectador de esto mismo en las obras públicas de la capital, en que se
presentan enjambres de infelices a solicitar! trabajo, rogando que se les
admita, y con tal eficacia que por no aumentar su miseria con la repulsa, o
hacerlo con decencia, les propuse por jornal en el invierno, un real de plata, y
la mitad a los niños, siendo el ínfimo uno y medio real, que sirve por grados en
otros trabajos hasta el doble. Concurre así cuanta gente admiten los feudos, sin
que jamás haya dejado una obra o labor por falta de brazos. Apenas se me anuncia
alguna cuando ocurren por centenares. Las cosechas de trigo, que necesitan a un
tiempo de muchos jornaleros, se hacen oportunamente a pesar de su abundancia.
Las vendimias que requieren más operarios que las de! España, por el distinto
beneficio que se da al vino, se hacen todas en unos mismos días con sólo
hombres. Las minas, que ofrecen un trabajo duro, sobran quienes lo deseen.
Conque no es la desidia la que domina: es la falta de ocupación lo que los hace
desidiosos por necesidad: a algunos, la mayor parte del año que cesan los
trabajos, a otros el más tiempo de su vida que no lo hallan."
Este elocuente testimonio, citado por Feliú Cruz en la obra ya mencionada, no
parece que hubiera sido escrito hace casi doscientos años.
Más adelante, Manuel de Salas añade:
"Esta falta de objetos en qué emplear el tiempo hace más común el funesto
caso de los medios de sofocar la razón, de suspender el peso de una existencia
triste y lánguida, de aquellos brebajes con que los infelices, a pretexto de
aliviar sus aflicciones, parece que buscan un remedio para abreviar la vida.
Entregados así, expuestos a la intemperie de un clima seco, acortan así su vida
tan comúnmente que el que ha escapado a los riesgos consiguientes a tal
abandono, rara vez llega a la vejez, de modo que no hay un país en el mundo
donde haya menos ancianos. A esto se sigue el celibatismo; pues ase como el
hombre luego que tiene una ocupación subsistente, su primer deseo es llenar las
atenciones de la naturaleza, casándose, cuando no la tiene, detesta una carga
que no ha de poder llevar, y que lo hará autor de seres precisamente miserables,
que serán como sus padres, vagos, sin hogar ni domicilio, ni más bienes
ordinarimente que los que apenas cubren su desnudez."25
Dramático cuadro que adquiere connotaciones actuales... Sólo que corresponde a
la "Representación hecha al ministro de Hacienda Diego de Gardoqui, por el
sindico del Real Consulado de Santiago, sobre el estado de la agricultura,
industria y comercio del Reino de Chile", el 10 de enero de 1786.
Al dar a conocer estos datos sucintos de la influencia africana en la
composición de la población chilena, con todas las implicancias discriminatorias
de las clases dominantes, sumadas al esfuerzo por borrar toda huella de esa
presencia y, lo más grave, por intentar desesperadamente la fundamentación de
una teoría sobre la aparición de una raza "especial", "blanca" y "chilena", no
sólo pretendemos rescatar la verdad histórica. Lo fundamental es combatir ese
objetivo que tiende a hacernos perder por completo nuestra propia identidad. Sin
la conciencia de esa identidad es imposible respetarnos y respetar los aportes
que nos legaron nuestros antepasados —europeos, indígenas y africanos—, lo cual
nos impide proyectarnos con seguridad al futuroHay algo más en ese objet ivo:
continuar esgrimiendo la noción de un Chile-isla, un Chile de "raza blanca y
chilena" que no comparte el destino común de los pueblos americanos. Chile es
parte de América y del mundo. Sus habitantes son de "la especie de los seres
humanos", al decir del gran pintor Roberto Sebastián Matta, quien acuñó el
término "latino-africano" para referirse a nuestro continente.
_________________________________
Notas:
1 Fernando Ortiz: Los negros esclavos. Ed. Ciencias Sociales. La Habana, 1975.
Según don Fernando Ortiz, los gelofes o yolofes, "senegaleses de color de ébano
eran aguerridos, belicosas, difíciles de gobernar, aunque excelentes cuando no
eran indisciplinados: son esos mismos negros valerosos que los franceses
utilizan en sus tropas coloniales". Es decir, los yolofes fueron utilizados por
los colo nizadores como represores y verdugos.
2 Augusto Pinochet: Síntesis geográfica de Chile. 1963, p. 59.
3 Rolando Carrasco: Prigué APN. Moscú, 1977
4. Francisco Antonio Encina: Historia de Chile Edit. Nacimemo. Santiago de
Chile, 1955. T. 1, pp. 152-153.
5. Rolando Mellafe: La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y
rutas. Universidad de Chile (Departamento Historia Instituto Pedagógico).
Santiago de Chile, 1959, p. 49.
6.Rolando Mellafe: op. cit., pp. 50-51.
Francisco Antonio Encina: op. cit., T. III, p. 54.
7.Guillermo Feliú Cruz: La abolición de la esclavitud en Chile. Editorial
Universitaria. Col. Cormorán, 2.ª edición, 1973. Santiago de Chile. (la edición
original apareció en 1942, bajo el sello Ediciones Universidad de Chile.). pp.
32-33.
8.Rolando Mellafe: op. Cit., p. 155. * Pablo Garrido: Historial de la Cueca,
Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1979.
10. Ibid., p. 98.
11. Ibid., p. 101.
12 Guillermo Feliz Cruz: Op. Cit., p. 11.
13 Ibid., p. 34.
14 Ibid., p. 50.
15 Francisco Antonio Encina: Op. Cit., T. VII, Cap XXVII, pp. 180-181.
16 Guillermo Feliú Cruz, Op. cit., p.50
17 Ibid., pp. 56-57.
18 Ibid., p. 58.
19 Ibid., p. 59.
20 Ibid., p. 63 y sig.
21 Rolando Mellafe: Op. Cit., p.120
22 Rolando Mellafe: Op. Cit., pp. 218 y 224.
23 Ibid., p.100
24 Ibid., p.101
25 Guillermo Feliz Cruz: Op. Cit., p. 32.
Fuente: Poetas.com