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Latinoamérica

 

Lecciones de la comuna de parís

Martín Guédez
Rebelión

La historia es un profeta que mira hacia atrás. Olvidar las lecciones de ese particular profetismo es poco menos que un boleto seguro a la derrota para cualquier proceso revolucionario. El tan heroico cuan terrible episodio de la Comuna de París es una página de la historia que grita con fuerza al oído de todos los revolucionarios. El pueblo francés tuvo en sus manos la oportunidad extraordinaria de haber dado un giro espléndido a favor de sus ansiados intereses de igualdad, justicia, inclusión y libertad. La tuvo, pero se perdió. También otros pueblos del mundo la hemos tenido, la tenemos, y la perdieron o podemos perderla si no se aprenden los códigos que tornan el éxito en desastre.

Con la Comuna ocurrió como acontece en muchos otros movimientos populares, el camino que se inicia con espontaneidad sorprendente comienza a mostrar nuevas y más conscientes motivaciones y objetivos. La guerra perdida por Francia frente a Prusia en 1871, y los posteriores compromisos pecuniarios que Adolphe Thiers hubo de contraer con el vencedor para asegurar el retiro de las tropas prusianas del norte de Francia lo llevaron a proponer un aumento general de los impuestos que, junto a la necesidad de imponer el orden en Paris en ese marco de rechazo a la victoria prusiana, fue el disparador de la revuelta.

El pueblo parisino se negó a aceptar la victoria prusiana y consecuentemente a honrar los compromisos aceptados por Thiers. Esta resistencia a la derrota pronto representaría un desafío incontrolable para el gobierno asentado en Versalles. El pueblo, junto a la Guardia Nacional, pronto distribuyó en los barrios parisinos los cañones abandonados por el ejército regular. Un pueblo, ahora armado, era cuanto faltaba para una revuelta en toda la regla. Thiers mismo afirmaba que la vida normal, el comercio y las operaciones financieras sólo recomenzarían cuando los "miserables fueran aniquilados y los cañones y las armas retomadas". Interesante cómo, a lo largo del tiempo, las clases privilegiadas utilizan términos de desprecio para referirse a los pueblos. Hoy lo llaman chusma, cerrícola o tierruo. ¡No aprenden!

Precisamente el intento del gobierno por recapturar las armas de la Guardia Nacional detonó la revolución. El pueblo parisino en la medida en que despertaba aquella mañana de sábado, como una colmena bulliciosa, comenzó a enfrentar a los soldados. De nuevo la memoria nos devuelve episodios populares llenos de hermosa e irresistible espontaneidad, como el 27 de febrero de 1989, o el 13 de abril de 2002 en Caracas. ¡Que grande es el pueblo! La negativa de las tropas a disparar contra el pueblo en Montmartre, llegando a fusilar a su propio comandante, terminó de dar un giro total a la situación. Desconfiados de la lealtad de sus soldados, el propio Thiers abandona Paris y decide la evacuación del gobierno y las tropas hacia Versalles.

Esa misma noche, el edificio Hotel de Ville, -sede del ayuntamiento- fue tomado junto a los restantes edificios públicos de la capital. Allí mismo se inicia un proceso peligroso fruto de la insubstancialidad y diversidad ideológica de los líderes. En medio de una gran confusión, la decisión de tomar la sede del gobierno se toma por la iniciativa de Brunell y los Blanquistas, no sin la resistencia dubitativa de Bellevois, éste, nada menos que jefe del Comité de la Guardia Nacional. La ausencia de coherencia en los mandos convirtió a Paris en un pandemonio con un pueblo actuando sin orden ni concierto.

De nuevo la inconsistencia ideológica del liderazgo resulta letal. Comete un gravísimo error que traería terribles consecuencias. Mientras los revolucionarios más claros, como Duval, Eudes, Brunel y en general todos los de Montmartre veían claro que había que marchar sobre Versalles y asestar el golpe final al enemigo, el Comité Central de la Guardia Nacional, en manos de sectores menos radicales se preocupaba por el orden legal del poder que el pueblo había puesto en sus manos. Así, en lugar de marchar sobre Versalles, iniciaron negociaciones con el viejo cuerpo constitucional para llamar a elecciones.

Hoy, como ayer, un verdadero revolucionario tendría que formularse la pregunta que atribuyen a un comunero: ¿Qué significa la legalidad en tiempos de revolución?. La respuesta la dieron los hechos. Así fue. La línea legalista bajó por todo el cuerpo revolucionario como un dulce veneno que fue matando la radicalidad necesaria produciendo desconcierto. Tuvo Moreau, una respetada figura de la literatura, que persuadir al Comité Central, al grito de "Viva la comuna", para que, al menos, no abandonara el Hotel de Ville, pues el desconcierto y la sensación de que lo alcanzado lo sobrepasaba le sugería abandonar el emblemático edificio a la carrera.

Cierto que la corriente "legalista" tuvo su cuarto de hora de éxito. ¡Cuando no! Las elecciones fueron ganadas contundentemente por la clase obrera. La comuna se instaló, con toda formalidad, en el Hotel de Ville y los batallones de la Guardia Nacional pudieron leer los nombres de los elegidos, quienes vestidos de rojo entraron al Hotel de Ville en tanto que los cañones anunciaban la proclamación "legal" de la Comuna de Paris. ¡Conmovedora la escena!, pero.allí comenzaría, fatalmente, el inexorable principio del fin.

Los miembros de la Comuna, inexpertos en política, envueltos por aquel maremagno encantador de las formas políticas burguesas se enfrascaron en debates insulsos o en agrias discusiones en tanto que se descuidaba la dirección política. Los mejores esfuerzos de hombres como Blanqui, naufragaron al ser detenido éste por la policía, en tanto que los sectores obreristas se perdieron sin organización ni medios de combate, dejando la situación en vía libre para los representantes pequeño-burgueses.

El enemigo cuya existencia se perdonó llevada por los "oportunos" legalismos, pronto dio signos de vida. La Comuna se instauró el 28 de marzo y apenas el 2 de abril las tropas de Thiers iniciaron el ataque. El enemigo ignorado, perdonado y, acaso subestimado, venía a cobrar el error. De poco le serviría a la Comuna la falta de radicalidad en su legislación social más reformista que revolucionaria. El enemigo de clase no comprendería, mucho menos perdonaría. Un buen dato para quienes en nuestros días buscan medidas aceptables para la burguesía nacional por temor a su ira. Lo que se hizo en cuanto a la cancelación de alquileres durante el período de asedio, sin tocar la propiedad privada, o el derecho de mora por tres años de las facturas impagadas, en vez de proscribir la deuda, o la instauración de la bolsa de desempleos, que sólo afectaba a los ayuntamientos, o la formación de cooperativas obreras, sin tocar las grandes fábricas de los grandes capitalistas, fue suficiente para ganarse la ira de la gran burguesía. De poco sirvieron los guiños.

Thiers y la gran burguesía no tenían ninguna duda: la Comuna de Paris debía ser aplastada y punto. Esta visión era compartida por la gran burguesía europea encolerizada con el ejemplo de la Comuna. El gobierno alemán amenazó con emplear sus ejércitos si Thiers no se daba prisa en destruir la Comuna. La gran burguesía supo, pronta y claramente que la Comuna representaba un desafío socialista inaceptable. Las dudas, el endulzamiento cómplice de las medidas comunales no engañó en ningún momento a esta gran burguesía. Otro buen dato a tener muy en cuenta en nuestros días. Si nuestra revolución lo es, y debe serlo, no descansarán en sus planes por aplastarla. De poco servirán los manoseos.

La Comuna devino en una gran fiesta popular. El pueblo, inmerso en su festival liberador, excitado hasta el paroxismo, festejando como en un sueño, perdió de vista el objeto fundamental de su ser: la instauración de una sociedad igualitaria, socialista y libre. Se perdió un tiempo tan precioso que, no obstante las considerables fuerzas populares, no se hicieron planes para la eventualidad de que las tropas entraran en París. No se previó lo más previsible, así sería la borrachera de sueños y de eficaz la labor distraccionista del secular enemigo. Así fue, las fuerzas del gobierno entraron en París en medio de las más amargas y sangrientas luchas callejeras sin perspectiva de victoria.

Lo que tenía que ocurrir ya había ocurrido, lo demás era cuestión de tiempo. El pueblo comunero se preparó para el holocausto. Se levantaron barricadas en el centro de París. Los niños traían carretadas de tierra y las prostitutas de La Halle ayudaban a llenar los sacos. Piedras amontonadas, un cañón aquí y una ametralladora allá más la Bandera Roja ondeando en lo alto. Una escena de increíble plasticidad para la historia del sacrificio de los pueblos. Un sacrificio más. El pueblo habría de pagar con su sangre los errores de sus líderes. ¿Cuando no?. Una orgía de sangre y muerte, calles enteras fueron incendiadas, Paris en llamas. Por los lados de Saint German a más de 15 kilómetros de Paris, la gente se reunía para ver el espectáculo de París ardiendo. El sábado en la mañana la batalla había terminado, los fusilamientos no. Todo el que hubiese estado conectado con la Comuna fue fusilado. Muertos en número mayor que en las más sangrientas guerras y encarcelados por millares .

Las consecuencias de los errores cometidos en la dirección de la Comuna, no sólo terminó con miles de vidas y sueños en Francia, también lo hizo, lúgubre legado, con el movimiento obrero francés y en general con todo el movimiento obrero europeo. La burguesía había aprendido la lección. El período de represión que sucedió a la Comuna fue desastroso tanto para el movimiento obrero como para la Internacional. Por años, la policía al servicio del aparato burgués, armada con poderes casi ilimitados, se dedicó a la persecución de todos los activistas políticos, en tanto que el sistema judicial los sometía a durísimas condenas por cualquier nimiedad. En pocos años, los mejores líderes del movimiento obrero, estuvieron presos o muertos.

Una imprescindible lección para quienes hoy se empeñan en nuestra Venezuela en la construcción de un modelo económico y social nuevo. El enemigo burgués es más hábil y mucho más poderoso de lo que algunos quisieran creer. No albergan una pizca de misericordia en sus corazones endurecidos por el dinero y la ambición desmedida. Simulan, son buenos en el disfraz, inclementes en el pase de facturas. Saben mucho sobre el arte del mal. Son tan malos por viejos. como por diablos.