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Latinoamérica

Una muerte por mil cortadas

Immanuel Wallerstein
La Jornada

Había una antigua tortura china conocida como Ling Chi, una muerte por mil cortadas. Estas son todas pequeñas, pero al final la persona muere. Es esto lo que le ocurre a la dominación estadunidense de América Latina. La más reciente cortadita ha ocurrido en Ecuador. Pese a que es un país pequeño, tiene sin embargo varios rasgos importantes: es productor petrolero, tiene vasta población indígena a la que históricamente se ha excluido del poder, la que, por supuesto, es explotada económica y socialmente. Tiene frontera con Colombia donde desde hace mucho tiempo transcurre una guerra civil en la que Estados Unidos está implicado en gran medida, en el apoyo a un gobierno muy conservador. Es también un país donde en los últimos 10 años tres presidentes fueron expulsados del cargo por levantamientos populares, y cada vez con el apoyo, por lo menos tácito, de las fuerzas armadas.
En 1997, Abdalá Bucaram, que fuera electo por su plataforma de lucha contra la oligarquía, comenzó en cambio a impulsar un severo programa de austeridad, como le aconsejara el antiguo ministro de Finanzas argentino Domingo Cavallo. Un programa del mismo tipo que el Fondo Monetario Internacional ha venido impulsando (y que Cavallo implementó anteriormente en Argentina). Después de dos días de huelga de los sindicatos obreros, de los estudiantes y los grupos de mujeres, de las organizaciones de derechos humanos y de la Conaie, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, el Congreso depuso a Bucaram sobre la base de inestabilidad mental. La siguiente elección llevó al cargo a otro líder conservador, Jaime Mahuad, quien procedió a "dolarizar" la economía. Al comenzar 2000, otro levantamiento popular lo derrocó. Este fue conducido por una combinación de organizaciones indígenas y de "coroneles populistas", cuyo líder era Lucio Gutiérrez, a quien Estados Unidos le adjudicaba vínculos con Hugo Chávez en Venezuela (ver comentario 33, primero de febrero de 2000).
Las fuerzas del orden se afianzaron de nuevo. Gutiérrez partió al exilio y el vicepresidente Gustavo Noboa asumió el cargo. Sin embargo, en las siguientes elecciones, las de 2002, Gutiérrez derrotó a Noboa con el fuerte respaldo de los movimientos indígenas. Dicha elección fue vitoreada como triunfo de la izquierda. No obstante, una vez en el cargo, Gutiérrez se cambió de vestiduras. En 2003 visitó Washington y se declaró "el mejor amigo de Estados Unidos" en América Latina. Pronto, los movimientos indígenas se salieron del gobierno y Gutiérrez procedió a ofrecerle a Estados Unidos una nueva base militar, se volvió un entusiasta del Plan Colombia (el proyecto dirigido por Estados Unidos en respaldo del gobierno colombiano contra las guerrillas y, como alegaba Washington, contra el narcotráfico). Y Ecuador estaba inmerso en las negociaciones de un tratado de comercio con Estados Unidos. Aunque el alza del precio del petróleo contribuía a mejorar el presupuesto gubernamental, ningún dinero llegaba a la vasta mayoría de la población. Gutiérrez cambió la Suprema Corte de Justicia para que la nueva perdonara a Bucaram, que pronto retornó a Ecuador e hizo que su partido apoyara al ex militar en el Parlamento de Ecuador.
Así, en abril pasado ocurrió otro levantamiento en Ecuador. Gutiérrez llamó forajidos (fugitivos) a los manifestantes. Estos asumieron de inmediato el nombre con orgullo y en pocos días lograron que el ex coronel fuera el forajido. Esta vez, el levantamiento incluyó no sólo a los sospechosos comunes -los movimientos de la población indígena- sino también a segmentos de la clase media sublevados por la corrupción de Gutiérrez y Bucaram. Una vez más el ejército se hizo a un lado y asumió el cargo el vicepresidente, Alfredo Palacio, situado más a la izquierda. Desde entonces, hay confusos indicios de la nueva política. Palacio designó a un católico de la izquierda moderada, Rafael Correa, como ministro de Finanzas, quien en una de sus primeras declaraciones deploró que 40 por ciento del presupuesto gubernamental se destinara al pago de la deuda mientras sólo 2 por ciento se asignaba a salud y educación. Aunque el gobierno asegura que permitirá que Estados Unidos mantenga su base ya existente, no va a construir la base adicional, más grande, que Gutiérrez había concedido.
Renuente, y después de largas demoras, Estados Unidos reconoció finalmente al nuevo gobierno. Fidel Castro y Hugo Chávez aplaudieron el cambio, pero algunos grupos "revolucionarios" desaprueban el hecho de que no se logró gran cosa. ¿Qué podemos esperar? Quizá esta vez un aletargamiento de cualquier cosa que huela a neoliberalismo. Ya algunos partidos indígenas recuperaron los asientos en el Parlamento, que habían perdido porque algunos de sus representantes electos se habían cambiado de organización política para apoyar a Lucio Gutiérrez.
El levantamiento ecuatoriano se ajusta a la tendencia de lo que ha venido ocurriendo desde hace 10 años en América Latina, y especialmente desde que George W. Bush asumiera el poder. No hace mucho, cuando un gobierno latinoamericano no era del agrado de Estados Unidos, éste tenía la posibilidad de cambiarlo, usando la fuerza directa si era necesario, o utilizando a los militares locales. Esta fue la suerte de Guatemala, República Dominicana, Chile, Brasil y muchos otros. El único fracaso notable sobre este respecto fue Cuba, y Estados Unidos fue capaz de movilizar a casi todos los países de América Latina para que cooperaran en aislar, bloquear y/o boicotear a Cuba.
En los últimos cinco años, por otra parte, muchos países latinoamericanos se corrieron a la izquierda por la vía del voto o las manifestaciones populares, pero siempre un poco menos que totalmente a la izquierda. La lista es larga: Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Chile, Venezuela. De hecho, el único gobierno de Sudamérica que, en los días que corren, gusta realmente a Estados Unidos es el de Colombia. Hace muy poco, hubo elección para secretario general de la Organización de Estados Americanos. Y por primera vez en la historia de esa organización el candidato que impulsaba Estados Unidos no ganó. Recientemente, el gobierno mexicano intentó eliminar de la competencia presidencial al candidato del partido de izquierda. Y tuvo que retractarse ante la presión popular al interior de México. Cuba ya no está aislada en América Latina. Nada de esto da motivos de celebración en Washington.
Todas éstas son cortaditas. Ninguno de estos estados, ni siquiera Venezuela, ha empujado demasiado. Pero Brasil pudo organizar la revuelta del G-20 en la Organización Mundial de Comercio, que provocó que dicha entidad quedara en virtual inmovilidad. Y Argentina pudo desafiar a la comunidad financiera mundial y reducir notablemente las enormes deudas. Y la Alianza de Libre Comercio de las Américas no va a ningún lado, pese a seguir siendo el principal objetivo económico estadunidense en América Latina.
Los intelectuales de izquierda y algunos movimientos izquierdistas no están contentos con lo que los supuestos gobiernos de izquierda han hecho en sus respectivos países. Pero Estados Unidos está más descontento con lo que han logrado. El hecho es que hoy Estados Unidos ya no puede estar seguro de tener el control -económico, político y diplomático- de su traspatio, el continente americano. Está sufriendo la muerte de las mil cortadas, pequeñas, cada una, pero bastante mortales, sin embargo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein