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Latinoamérica

Papeleras sobre el Uruguay
Río de los Buitres

Teodoro Boot

Cantó Anibal Sampayo: El Uruguay no es un río/ es un cielo azul que viaja/ pintor de nubes/ camino con sabor a mieles ruanas.

Escribe Marta Bermúdez: "Estuve en Galicia ocho semanas el verano pasado, con base en Santiago, pero como iba con estudiantes las excursiones nos llevaron por toda la región. Desde el 99 que no iba, y la encontré hecha pomada. Entre el derrame de petróleo en el mary la industrialización ilimitada, han hecho de una zona increíblemente bella, un centro inhóspito, contaminado, realmente desagradable. La Coruña es la ciudad más afectada. Es cierto: la fachada de las casas es de un color entre ladrillo y negro. La famosa lluvia ácida, no sólo acabó con Bilbao (también viví ahí, el óxido te destruía la ropa con la llovizna del invierno) sino que acabó con la maravillosa Coruña y ahora nos la quieren exportar al Sur".
La lluvia ácida a que se refiere Marta es provocada por las emanaciones de la planta que la papelera Ence tiene en La Coruña, lluvia que ha forzado a los vecinos a tapiar los frentes y las ventanas de sus casas desde donde en otras épocas solían sentarse a contemplar el mar.
Decía el médico Juan Silva desde Valdivia, Chile: "Las emisiones de azufre, dioxinas y furanos producen cáncer y enfermedades respiratorias severas en la salud humana, cefaleas, dolores abdominales, conjuntivitis, faringitis, obstrucción bronquial, nauseas y vómitos, crisis de pánico, trastornos de sueño, anorexia"
En Valdivia se ha instalado una planta de la papelera finlandesa Botnia, de la que se puede decir que, si no desmiente, por lo menos acaba muy eficientemente con sus críticos: el doctor Silva murió a consecuencia de las condiciones ambientales de Valdivia.
Ence y Botnia planean instalar en la localidad uruguaya de Fray Bentos dos plantas que conformarán la papelera más grande del mundo. Han elegido la ribera del río Uruguay (literalmente: río de los pájaros) cuyo lecho arenoso perrmite que sus aguas sean transparentes. Tiene su lógica: el consumo de agua estimado de la planta es de mil litros por segundo, lo que hace 86 millones de litros por día, más que el consumo total de la población de Fray Bentos durante todo un mes.
Por más saña que pusieran en el empeño, los vecinos de Fray Bentos estarían tecnológicamente incapacitados para devolver ese agua al ambiente con un nivel de contaminación comparable al que conseguirán Ence y Botnia. De acuerdo a lo que ocurre en Aracruz, Porto Alegre, los efluentes salen de las plantas a altísima temperatura y contaminados con dioxinas y otros residuos ácidos.
Los ambientalistas quizá exageren al sostener que un oportuno gramo de dioxina podría haber acabado en un chasquear de dedos con el ex presidente Jorge Batlle, bajo cuya gestión se firmó el acuerdo con las papeleras. Pero la cantidad de dioxinas que esas plantas verterán en el río Uruguay será de 29 kilos diarios, suficiente para acabar con muchas vidas, por lo general y de manera muy directa, será la vida de muchos animales. Sobrevivirán los sábalos, que concentran las toxinas en su grasa y serán formidables instrumentos para reducir los índices de pobreza a ambas márgenes del río Uruguay por la vía más expeditiva: envenenando a los pobres. Ojalá a José Carbajal no se le ocurra regresar al pago.
La planta que Botnia tenía en Finlandia fue erradicada hace varios años. Prueba de la definitiva incorporación española a Europa es que Ence deberá desmantelar en breve su planta de Galicia.
Los europeos parecen empeñados en conservar la vida. Al ex presidente Batlle ese anhelo le debe haber resultado desconcertante y ofreció la de los orientales para que Botnia y Esne puedan cumplir su destino. O sus designios, que no son lo mismo pero que suenan parecido.
Batlle debe haber leído el informe de los fabricantes de clorofilos en
www.ping.be.
Dice:
"El accidente ocurrido en Seveso, Italia, donde un reactor químico se sobrecalentó y desprendió una nube de sustancias procedentes de sus reacciones hacia el espacio exterior, incluyendo la salida de unos cientos de gramos de la dioxina más tóxica, es, para Greenpeace, símbolo de lo que puede ocurrir en una fábrica química, cuando no se trabaja en condiciones. Por supuesto, este incidente fue grave, y ello indica que deben evitarse los accidentes de esta naturaleza por todos los medios posibles.
Para los clorofilos, Greenpeace exagera:
"Muchos animales, especialmente los herbívoros –prosigue el informe desmintiendo a Greenpeace– murieron en un período de tiempo comprendido entre unos días y unas semanas, pero ¡no murió ningún ser humano! El único muerto fue el director de la fábrica, asesinado por las Brigadas Rojas, y se produjeron siete abortos debido al pánico del momento; los fetos de dichos abortos fueron investigados y no se detectó ninguna malformación relacionada con el accidente. Hubo varias personas afectadas por una enfermedad de la piel, llamada cloracné, que se curó en un tiempo comprendido entre unos meses y pocos años.
"Diez años después del accidente, un estudio a gran escala efectuado por P. Bertazzi, reveló pocos casos de cáncer de baja incidencia (de lo cual se informó en los medios de comunicación) y algunos otros casos de cáncer de incidencia más común (¡de lo que no se informó en los medios de comunicación!). El resultado total fue que en Seveso se presentaron menos casos de cáncer, en comparación con otras zonas de referencia no afectadas."
En otras palabras, que las dioxinas disminuyen el riesgo de cáncer. Eso es.
El informe de Fernando Bejarano, especialista de la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas de México parece desmentir a los entusiastas fabricantes de cloro:
"La principal fuente de emisión atmosférica de dioxinas son los incineradores de residuos peligrosos, domésticos, hospitalarios o el uso de residuos peligrosos como combustible alterno en los hornos de cemento. La principal fuente de emisión de dioxinas en el agua son las descargas de la industria papelera que usa gas cloro para blanquear la pulpa y producir papel, tomando en cuenta que las dioxinas se forman al reaccionar el cloro con la lignina de la madera.
"Las dioxinas y furanos son muy tóxicos y activos fisiológicamente en dosis extremadamente pequeñas; no se degradan fácilmente y pueden durar años en el ambiente; se acumulan en los tejidos grasos de los organismos y se biomagnifican: aumenta su concentración progresivamente a lo largo de las cadenas alimenticias. Por su persistencia, pueden viajar grandes distancias arrastrados por las corrientes atmosféricas, marinas o de agua dulce, y por la migración a larga distancia de los organismos que los han acumulado, como peces y aves.
"La ingestión de alimentos contaminados, especialmente carne y productos lácteos, es la principal manera de exposición. Su presencia se debe a que el ganado consume forraje vegetal contaminado con estos compuestos y los acumula en los tejidos grasos y la leche. Dicha contaminación se produce principalmente por la deposición y transporte atmosférico a grandes distancias, desde las fuentes de emisión atmosférica.
"Otras vías importantes de exposición incluyen el consumo de pescado contaminado directamente por las descargas de dioxinas y furanos o por el depósito en aguas superficiales a partir de la atmósfera; su inhalación en lugares próximos a las fuentes de emisión atmosférica; y ciertas exposiciones ocupacionales, por ejemplo, de trabajadores de las industrias que producen compuestos clorados".
¿Qué harán las papeleras –se preguntan los ambientalistas– con las 30 toneladas por día de basura sólida que producen? Y ¿cómo harán para controlar los efluentes líquidos vertidos al río y las emisiones aéreas de estas dos plantas gigantescas que funcionarán las 24 horas del día?
Las emisiones aéreas son básicamente de dióxido de sulfuro. El dióxido de sulfuro huele como las ampollas de vidrio que los jóvenes de hace algunas décadas comprábamos en las casas de chascos a fin de reventarlas en los cines, en los ascensores, y, ya con alguna utilidad, en el aula antes de una peligrosa prueba de matemáticas. A huevos podridos.
Pero además de tornar muy desagradable el ambiente, el dióxido de sufuro parece tener otros efectos. Según la directiva 1999/32/EC de la Unión Europea, parte de una decidida estrategia contra la "acidificación", los países miembros deberán limitar crecientemente el contenido de sulfuro en los gasóleos industriales a fin de reducir las emisiones de dióxido de sufuro, "máximo causante de la lluvia ácida" (SIC).
Parte también de esa estrategia de protección ambiental es la erradicación de las plantas de celulosa y su mudanza hacia países menos cuidadosos de su medio ambiente, de la salud de su población y del futuro de las nuevas generaciones. Al fin de cuentas, "alguien tiene que fabricar el papel", como tristemente acaba de decir Tabaré Vázquez con el mismo razonamiento de un Sonderkommando de Auschwitz.
Las consecuencias de la lluvia ácida sobre la agricultura, la ganadería y la vida en general son nefastas y han sido ya bien estudiadas. Fuera del olor, claro. Pero sean estas sustancias cancerígenas o no lo sean, convengamos en que es preferible no tenerlas cerca.
Además ¿quién sabe qué es el cáncer?
¿Tabaré Vázquez?
Así parecen creerlo algunos.
"Tabaré: tú sabes qué es el cáncer" decía un cartel muy visible en la multitud de uruguayos occidentales que el pasado 30 de abril se encontraron con sus vecinos orientales en medio del puente internacional que une las localidades de Fray Bentos y Gualeguaychú. Se trató de la mayor demostración de que se tenga memoria en la región, tal vez en toda la provincia de Entre Ríos. En proporción, carece de antecedentes: 40 mil manifestantes sobre una población que no llega a los 90 mil, es muchísima gente.
Además de autoridades provinciales, asistieron delegaciones simbólicas de varias localidades de la costa del Uruguay: de Colón, Concepción, Paranacito. También de las vecinas Urdinarrain, Larroque, Gilbert, Escriña o Aldea San Antonio. El pueblo de Gualeguaychú se sintió alentado: durante mucho tiempo estuvo solo. Ni las anteriores autoridades provinciales ni las localidades cercanas parecían darle importancia a un tema que, desde el viaje a La Coruña de algunos vecinos y la trasmisión televisiva de lo que ahí filmaron, había comenzado a alarmarlos y sobre el cual no obtenían ninguna clase de respuesta.
Durante dos años el pueblo de Gualeguaychú estuvo tan solo como hoy lo está el de Fray Bentos. Con un agravante: los rionegrinos se encuentran en situación de tener que optar entre su medio ambiente y su modo de vida, y las mejoras económicas que traería aparejada la instalación de las papeleras. Cuatro mil empleos y una inversión de mil doscientos millones de dólares, les han dicho.
Suena a macanazo: una papelera no está en condiciones de absorber esa cantidad de personal ni en el caso de que se pusiera a fabricar papiros con la tecnología de los faraones. Y mil doscientos millones de dólares es el costo total de las plantas... que se premoldearán en su mayor parte en Finlandia y España.
Aun si en plan de buena voluntad aceptáramos esas cifras como veraces los vecinos de Fray Bentos no pueden sumar esos empleos a los ya existentes: se excluyen entre sí, habida cuenta de que las principales fuentes de trabajo locales son las turísticas y las rurales, tanto en la producción de granos, como de forrajes, leche y elaboración de derivados. Todas sufrirán los efectos de la contaminación.
Los técnicos adelantados de Botnia han decidido alojarse en el balneario de Las Cañas, en lo que demuestran muy buen gusto –se trata de una de las riberas más bonitas de la costa del Uruguay– y sentido de la oportunidad: la primer víctima de las papeleras será ese balneario, el predilecto de los vecinos de Gualeguaychú
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La paradoja con que hoy se encuentran en Fray Bentos es que a despecho de las promesas de inversión y generación de empleos, el valor inmobiliario en la localidad, en vez de subir, ha bajado sensiblemente. Es sensato: nadie elige vivir oliendo huevo podrido. Si lo hace, será por necesidad; jamás por gusto.
Por lo pronto, la destrucción de la actividad turística local es inmediata e inevitable. También de la pesca, y no precisamente la deportiva: centenares de familias "sabaleras" viven de la actividad, cada vez más menguada por la contaminación del Río de la Plata. Así y todo, cardúmenes de dorados consiguen atravesar las islas del Ibicuy y remontan el Uruguay, y en invierno, aprovechando el margen oriental del Río de la Plata, menos contaminado que la ribera bonaerense, los pejerreyes nadan corriente arriba para desovar en un área del río que se encuentra exactamente justo frente Las Cañas, pocos kilómetros al sur de Fray Bentos.
Las autoridades uruguayas, además de prohibir la pesca y la ingestión de los invulnerables sábalos, deberán iniciar acelerados programas de capacitación laboral para incorporar a las papeleras a los pescadores desocupados, así como a todos aquellos que deje sin empleo la desaparición del turismo y el quebranto de la industria láctea.
Y no parece haber en el mundo muchas personas deseosas de comer quesos producidos con leche de vacas alimentadas con forrajes contaminados.
Si el dilema hamletiano en que se debate el pueblo de Fray Bentos es comprensible, sorprende el desinterés de sus vecinos de Nueva Palmira o Carmelo: serán las siguientes víctimas, luego de Fray Bentos, antes todavía que Gualeguaychú o el balneario de Ñandubaysal. Si bien éste se encuentra a la vista de Fray Bentos, la corriente principal del río corre muy cercana a la costa oriental y arrastrará a la mayor parte de los efluentes contaminados rumbo a las playas ubicadas al sur.
Si los intendentes de Colón y Concepción del Uruguay asistieron a la protesta con delegaciones de vecinos, fue en la certeza de que los vientos preponderantes en la zona, que son del suroeste y el sureste, llevarán la contaminación hasta las puertas de sus casas.
Hasta ahora, es como que los sanduceros no se dieran cuenta de lo que está pasando. Tal vez piensen, como Tabaré, que si hay papeleras instaladas en las márgenes del Paraná ¿por qué no puede haberlas en el Uruguay?
Como lo oyen.
Lo dijo Tabaré en Buenos Aires, como para asombrar al mundo: son justamente los daños ambientales provocados por esas pequeñas papeleras en el Paraná lo que debería alertar sobre la inconveniencia de instalar dos enormes plantas en el Uruguay.
Hoy Tabaré puede bañarse en Buceo, si le place. Pero bañarse en Olivos o Vicente López está prohibido por las autoridades desde hace 30 años.
¿Por qué cree que ocurre eso?
¿Por algún misterioso castigo bíblico o por la salvaje contaminación del Paraná, el Luján, el Bancalari y el Reconquista, que ha destruido, tal vez para siempre, la ribera bonaerense del Río de la Plata?
Si ese es el modelo que las autoridades orientales pretenden imitar, sería bueno que fueran instalando unos cientos de curtiembres en Mercedes: en poco tiempo tendrían al río Negro convertido en una de las tantas porquerías que apestan la provincia de Buenos Aires.
En su reciente viaje a Buenos Aires, Tabaré prometió la creación de una comisión compuesta por técnicos argentinos y orientales para estudiar la posible contaminación que provocarían las plantas papeleras etcétera etcétera.
Y lo dijo en serio.
Este año, las autoridades educativas argentinas han puesto en marcha, con financiamiento del BID, un vasto programa para investigar la incidencia de la pobreza en la capacidad de aprendizaje de los niños.
Cualquier persona sensata sabe la respuesta de esa investigación sin necesidad de gastar un centavo. El único sentido que tiene ese proyecto es darle empleo a un montón de sociólogos y supuestos expertos, incrementando, de paso, la deuda externa argentina.
De igual modo, el único sentido que tiene la "comisión" propuesta por Tabaré es engañar a los niños. Es imposible procesar pasta celulosa sin provocar gran contaminación. Se trataría, entonces, de reducir los riesgos, lo que puede tener sentido si ese procesamiento acarrea importantes ventajas.
Pero nadie explica cuáles serían esas ventajas.
Pregunta: ¿en qué benefician al Uruguay dos papeleras instaladas en zona franca, exceptuadas de impuestos internos, cuya exportación no será gravada por el Estado uruguayo, con trabajadores no sujetos a las leyes laborales del país y con salarios sensiblemente inferiores a los que cobrarían por hacer ese mismo trabajo en la Unión Europea?
Los beneficios que obtendrán Botnia y Ence son más que evidentes, pero no se entiende cuáles son los del pueblo o del Estado uruguayo.
Probablemente Batlle haya visto alguno, pero el sentido de la realidad del ex presidente oriental estaba algo distorsionado. Si hasta era admirador de Menem. Imagínense.
Pero... ¿qué le pasa a Tabaré? ¿No se da cuenta de que está ensayando las mismas explicaciones que daría Batlle y pensando en su misma sintonía? ¿Con qué objeto? ¿Para que Botnia y Ence hagan un brillante negocio a cambio de dudosos beneficios para los uruguayos y el costo de severos perjuicios?
"Tú sabes lo que es el cáncer?"
¿Sabe?
Como oncólogo, Tabaré sabe perfectamente que lo mejor que se puede hacer con el cáncer es extirparlo. O resignarse. De ninguna manera es posible convertirlo en algo benéfico, por más comisiones que se inventen. Digamos que lo que está mal hay que cortarlo de raíz, mientras sea tiempo. Si lo dejamos crecer, acabará por devorarnos.
El gobierno uruguayo está a tiempo. Deberá afrontar una probable demanda judicial de esos generosos inversores, pero cuanto más se deje estar y se avance en el proyecto, más difícil y costoso será librarse de él, hasta que resulte imposible.
Lamentablemente, los pueblos acaban siempre haciéndose cargo de la insensatez de sus gobernantes. Nos está tocando a todos los latinoamericanos pagar las consecuencias de décadas de estupidez, entrega y corrupción, pero siempre es mejor hacerlo de una vez por todas y empezar a marchar en otra dirección, con otros propósitos, a que los nuevos gobiernos, en tren de emparchar lo que no tiene arreglo, agreguen nuevos errores de su propia cosecha.
Y si no, en tren de amarga consolación, siempre podremos seguir cantando con Sampayo:

Los amores de la costa
son amores sin destino,
camalotes de esperanzas
que se va llevando el río

Camalotes de esperanzas que se va llevando el río.