VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

Las horas más difíciles del Ejército y de su Comandante en Jefe


La falta de previsión institucional y el descriterio de un alto oficial, provocaron la peor tragedia militar en tiempos de paz. Anoche, 16 conscriptos fueron velados en Los Ángeles, siete cuerpos más aparecieron entre la nieve y 24 soldados continúan desaparecidos en los faldeos del Antuco.

E. Rossel / c. Gallegos
Nacion Domingo

Cual conscripto angustiado en medio de una tormenta de viento blanco, se debe sentir el Comandante en Jefe del Ejército, general Juan Emilio Cheyre. Es que, sin duda, cuando el miércoles pasado se enteró del drama que enfrentaban cientos de sus hombres en el Alto Antuco, comenzó a vivir sus más difíciles horas desde que asumió el mando institucional en marzo de 2002.
Y eso a pesar de que su liderazgo ha transitado por terreno minado. No fue sencillo sortear el fuego cruzado de partidarios y detractores cuando, por colaborar a la democratización de las FF.AA, asumió que el "jamás vencido" Ejército de Chile violó sistemáticamente los derechos humanos durante la dictadura militar. Así como tampoco fue fácil reconocer que Augusto Pinochet -su comandante en jefe durante la mayor parte de su carrera militar- se manchó las manos no sólo con sangre sino también con dinero.
Sin embargo, nada de eso es comparable, con el enterarse que un "error de criterio" lo convertía en el Comandante en Jefe que estaba al mando cuando -en sus casi dos siglos de historia- el Ejército de Chile vivió su mayor tragedia militar en tiempo de paz, al perder 45 jovenzuelos espinilludos. Sus familias les confiaron al Ejército para que los formaran como soldados y no cómo mártires.
Comentarios como, "se los entregamos vivos y los devuelven en cuatro tablas", o los gritos de "¡asesinos!" -que creía definitivamente desechado de las críticas a su institución- deben haber semejado agujas de nieve que penetran por las rendijas de su ropa y le clavan muy adentro. Tal vez a duras penas deba resistir los deseos de, como hicieron muchos de los conscriptos fallecidos en la montaña, buscar un agujero donde enterrarse a la espera que amaine el temporal.
En los primeros días de mayo tres conscriptos perdieron la vida en accidentes evitables, lo que alientanlas críicas de quienes se oponen al Servicio Militar Obligatorio (SMO). Junto con reconocer los riesgos que corren los reclutas, Cheyre entreglas condolencias a las familias y lamentlos hechos: Nunca he tenido tanto dolor con respecto a estas cosas como en esta semana, y el dolor mío, estoy seguro, es mucho más multiplicado en el cabo, en el sargento, en el teniente, en el comandante de ese regimiento, porque Ejército y familia en esto son lo mismo. Nuestros soldados son cuidados como si fueran nuestros hijos".
El alto oficial nunca imaginó que aquellos difíciles momentos serían desplazados por la avalancha de dolor que lo arrolló el miércoles pasado, cuando le informaron que la cordillera -que debiera ser su aliada en un conflicto bélico- se había convertido en el cruel enemigo que le provocó bajas entre sus más débiles y noveles subordinados.
Los primeros antecedentes, que descendían a ráfagas entrecortadas de la montaña y desde Los Ángeles, hablaban de cinco soldados congelados y otros muchos desaparecidos. A estos últimos alguien los calculó en 26, cifra que finalmente se entregó esa misma noche a la opinión pública. La falta de identidades específicas hizo que más de 400 familias comenzaran a vivir una dolorosa pesadilla de incertidumbres al no saber si sus hijos, sobrinos, nietos o hermanos, integraban la lista de los vivos, de los desaparecidos o de los muertos.
Al mediodía del jueves, tras agotar lo que podía hacer desde Santiago, con la venia del Presidente Lagos y junto al ministro de Defensa, Jaime Ravinet, Cheyre se trasladó a la primera línea de acción y todo Chile lo pudo ver en televisión, animando sobrevivientes, cargando sacos, exponiendo su calva a la intemperie, vistiendo cadáveres y mostrando su dolor sin tapujos.
Y también dio un drástico golpe de mando al destituir a la plana mayor del Regimiento Reforzado Nº 17 de Los Ángeles. El comandante, coronel Roberto Mercado; el segundo comandante, teniente coronel Luis Pineda y el comandante del batallón aislado en Antuco, mayor Patricio Cereceda, fueron relevados de sus cargos, porque -en palabras del propio Cheyre- "aquí hay una responsabilidad de mando, de haber hecho una marcha que nunca debió haberse hecho con el clima que se vivía (...) una falta de criterio y de capacidad profesional, para evitar lo que se debería haber evitado".
El comandante en jefe del Ejército también interpuso una denuncia ante la Fiscalía Militar de Los Ángeles por "muerte de personal militar"; dispuso brindar apoyo administrativo a las familias en cualquier tramite judicial que decidan emprender, decidió sepultar a los caídos con los más altos honores militares, determinó declararlos "héroes de la paz" y levantar un memorial en su recuerdo.
Pero la medida más fuerte fue ordenar una investigación sumaria a cargo de dos oficiales expertos en montaña –general de brigada Tulio Hermosilla y el coronel Luis Komlos- quienes deberán determinar si hubo negligencia, imprudencia o "incumplimientos de deberes militares". Esta última, la acusación más grave que se le puede hacer a un uniformado ya que de resultar culpable arriesga hasta 15 años de cárcel.

Aproximación a la montaña

La investigación sumaria deberá reconstruir todas las amargas jornadas para resolver las interrogantes que hoy laceran a las familias dolientes y exigen una explicación coherente para su dolor, aunque saben que nada les podrá mitigar la pena.
Las informaciones entregadas por la propia institución castrense, así como los múltiples testimonios de los sobrevivientes o rescatistas, permiten reconstruir un cuadro aproximado de cómo sucedieron los hechos.
El 4 de mayo pasado, al igual como en las últimas décadas, 485 hombres del Batallón de Instrucción del Regimiento Reforzado Nº 17 de los Ángeles, a cargo del comandante Patricio Cereceda, subieron al sector de Alto Antuco –ubicado a 1.800 metros de altura- para realizar la primera campaña de adestramiento militar y de aproximación a la montaña.
El Batallón estaba compuesto por tres series de dos unidades cada una. La primera la conformaban Cazadores y Plana Mayor y Logística; la segunda serie estaba integrada por Andinos y Morteros; y la tercera serie, por Ingenieros y Logística.
La mayoría del personal eran muchachos de entre 18 y 19 años de edad, provenientes de las zonas rurales de la Octava Región, que voluntariamente (el 92%) decidieron realizar su servicio militar con el objetivo de iniciar una carrera militar o aprender un oficio para "ser más en la vida", como afirman sus acongojados parientes.
De las seis unidades cinco llevaron pertrechos y vestimenta de acorde a una temporada de 15 días en media montaña como es el lugar al cual concurrían. Sólo los andinos contaban con uniformes adecuados para enfrentar condiciones climáticas extremas.
Las dos semanas transcurrieron sin mayores problemas, sólo algunas enfermedades o lesiones menores obligaron a evacuar a unos cuantos conscriptos -situación que más tarde complicará las estadísticas entregadas por el Ejército- hacia Los Ángeles.

Muerte blanca

El lunes 16 de mayo la Oficina Nacional de Emergencia (Onemi) decretó un estado de alerta temprana desde la IV a la XI Región debido a un sistema frontal que afectaba a la zona. Pero los programas de instrucción establecían que el martes 17 debía iniciarse la evacuación desde el refugio de Los Barros, en las cercanías de la frontera con Argentina, hacia el refugio Las Cortinas distante a 25 kilómetros más abajo.
Los oficiales a cargo -Cereceda en el lugar y Pineda en Los Ángeles- desestimaron las recomendaciones de la Onemi y ordenaron la marcha de Cazadores y Plana Mayor Logística. Según la información entregada por el Ejército la caminata se inició a las 1.500 (15 horas) del martes 17 y concluyó exitosamente a las 2.300 (23 horas). Aparentemente las dificultades que sortearon estas unidades no fueron tan complicadas como para abortar las marchas ordenadas para el día siguiente.
A las 500 (05 horas) del miércoles 18 se dio la orden de salida a la unidad de Morteros, la que fue seguida de cerca por los Andinos. Según los testimonios, a esa hora ya había comenzado a nevar, pero los oficiales subestimaron las condiciones climáticas convencidos de que con el entrenamiento recibido por los novatos estaban capacitados para recorrer los 25 kilómetros. Otros sobrevivientes relatan que "veníamos todos tranquilos y de repente un viento de nieve lo oscureció todo".

Soldaditos de nieve

Los 112 hombres de Logística e Ingenieros que también habían iniciado la marcha recibieron la orden de volver a Los Barros, refugio del que se habían alejado sólo unos cuantos kilómetros. Otras versiones señalan que algunos reclutas se amotinaron negándose a marchar bajo esas condiciones, lo que hizo que, finalmente, los oficiales ordenaran permanecer en el lugar.
Sin embargo, Morteros y Andinos fueron sorprendidos por el temporal de viento nieve en un punto de no retorno y siguieron adelante. La peor pesadilla la vivieron los morteros cuyos trajes no eran impermeables y las agujas de nieve se les colaron por todas partes, convirtiéndose en agua que los empapa al tomar contacto con el cuerpo.
Desorientados, sin poder respirar y con escasa visibilidad, algunos muchachos primero botaron sus armas, después las mochilas y finalmente, agotados de luchar contra las inclemencias del tiempo y la vida, se desplomaron a descansar en un blando colchón blanco, más tibio que afrontar el helado viento. Pronto dejaron de sentir frío.
Otros decidieron seguir las instrucciones y se enterraron en la nieve en sus sacos de dormir o se hicieron un ovillo en el primer orificio que pillaron, "y será muy difícil encontrarlos", afirma el montañista Claudio Lucero. Porque, según los especialistas, sin la ropa adecuada nada puede salvarlos de la muerte blanca.
Los más fuertes intentaron reanimar a los caídos, pero no se detuvieron a recogerlos para no correr la misma suerte. Más de uno le sacó la parka a alguien que ya no la necesita, para brindarse más abrigo. Unas diez horas después de haber salido de Los Barros, un soldado soltó a un perro que conoce el sector y los ladridos del animal guiaron a los 25 primeros que llegaron hasta La Cortina. Uno de ellos –aparentemente José Bustamante- ya era presa de la hipotermia y falleció en brazos de sus camaradas. A las 17 horas en Los Ángeles y en calle Zenteno de la capital se enteraron del desastre.
Tras los Morteros marchaban los Andinos. A cargo iba el capitán Claudio Gutiérrez quien de pronto se encontró con los soldaditos tumbados, "no tomamos la real dimensión hasta que encontramos a estos cinco soldados en el terreno y realmente había dos fallecidos y cuatro que estaban con hipotermia grave, con todos los síntomas que auguraban una muerte segura".
El teniente Daniel Durán, también de la Compañía Andina relató su experiencia: "Una vez que encontramos a estos soldados, ya estaban sepultados por la nieve, les dimos los primeros auxilios, ya había dos soldados muertos, el tercer soldado no sobrevivió y murió producto del congelamiento y el cuarto (Luis Hernández) fue el que rescatamos".
Según información entregada por el Ejército, el capitán Gutiérrez ordenó armar las carpas y condujo un grupo de 50 hombres hasta el refugio de la Universidad de Concepción y luego retornó en busca de los Morteros, pero debió enterrarse en la nieve y, como contaba con la ropa adecuada, pudo sobrevivir.
El viernes fue encontrado por las patrullas de rescate junto al teniente Durán, el cabo Ignacio Castro y el conscripto Hernández, quienes fueron los últimos sobrevivientes del desastre de Antuco.