Latinoamérica
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El agujero negro boliviano
Wilson Jaime Villarroel Montaño
Para la Astronomía, un agujero negro es un cuerpo celeste colapsado sobre sí
mismo al haber agotado su energía atómica. Su masa es tan densa que genera
fuerzas gravitacionales inauditas que arrastran irremisiblemente todo aquello
que circunda al que un día fue un astro como cualesquier otro. Al telescopio,
sólo aparece como una mancha obscura en las profundidades siderales, un lugar
fantasmagórico y negrísimo, del que nada escapa a su irresistible atracción
cataclísmica, ni siquiera la luz…
En Bolivia, al igual que en los espacios cósmicos, se ha generado un verdadero
agujero negro. De manera harto sorpresiva, el presidente Mesa, a tiempo de
observar 'conceptual y no puntualmente' la Ley de Hidrocarburos sancionada por
el Congreso, ha llamado a un encuentro corporativo de los -a juicio y arbitrio
de Mesa- principales actores políticos del momento. El encuentro, con el
pretexto de acordar acciones en temas varios como el referendo autonómico o la
Asamblea Constituyente -ambos en marcha y con tiempos propios- sólo encubre el
propósito de cerrar el paso a la promulgación de la nueva ley que es contraria a
las expectativas presidenciales.
Entonces, el tema de fondo no es otro que la nueva Ley de Hidrocarburos, cuyo
azaroso nacimiento -un verdadero parto de los montes- viene con la impronta de
su rechazo generalizado. Nadie la quiere por distintos y aún opuestos motivos.
Hasta en la poco delicada alegoría de un parlamentario conocido, tiene la
paternidad negada por sus progenitores más decididos como el mismo presidente
Mesa, promotor y redactor personal de las preguntas del referendo del 18 de
julio de 2004. Y éste es, ahora, quien cita a una cumbre político-social para la
siguiente semana.
La convocatoria, en sí misma, podría inscribirse en un sincero deseo de alcanzar
mayor consenso en las políticas del país. Pero, acaso el remedio resulte peor
que la enfermedad porque el proyecto, en apretada síntesis, resulta
políticamente impracticable, socialmente peligroso y jurídicamente imposible.
Veamos en qué fundamos tales apreciaciones en extremo pesimistas:
El llamamiento, a espaldas del Congreso que es el referente actual del escenario
político boliviano luego de consolidar su hegemonía por las indecisiones
presidenciales, resulta extemporáneo. El momento histórico para un encuentro de
estas características se agotó a los pocos meses del aciago Octubre de 2003
cuando las posibilidades de liquidar el viejo y caduco sistema político de
democracia pactada (cuoteo y prebenda en los espacios de Poder), eran un
imperativo categórico.
La oportunidad fue desperdiciada y hoy asistimos a un nuevo escenario en que el
realineamiento de fuerzas ha impuesto una correlación distinta a la de aquel
entonces. Tanto es así que la nueva norma petrolera, reflejo de un virtual
empate técnico entre fuerzas opuestas, no satisface a nadie. Menos, por
supuesto, al presidente, inequívocamente enfrentado a los sectores sociales que
han clamado la nacionalización del aparato productivo gasífero y sus beneficios
comerciales.
No es éste el lugar ni el momento para señalar responsabilidades históricas.
Pero, hay más. El reflujo de la maquinaria institucional del pasado ha superado,
y con creces, las esperanzas de una democracia realmente participativa. Ni el
referendo del 18 de julio, con sus preguntas abstrusas y ambiguas, ni las
elecciones municipales, en que participaron, por primera vez, las noveles
agrupaciones ciudadanas, han podido impedir el restablecimiento milagroso del
sistema político y los partidos tradicionales.
Abrumado por la falta de apoyo congresal el presidente Mesa optó por crear su
propia bancada parlamentaria y adoptó -como suyas propias- las reglas del
sistema todavía vigente. En la última recomposición del gabinete ministerial,
inclusive, concedió espacios a ciertos grupos y sectores emergentes. Pareció
comprometerse en un esfuerzo racional de manejo y administración del Poder
Público, aunque bajo una línea política más bien conservadora. Podemos discrepar
de su posición, pero fue su opción elegida reflexivamente de acuerdo a las
reglas del sistema político imperante.
¿Contra este sistema ahora pretende, a la hora siempre nona, enfrentarse como si
tal cosa? ¿Va a cambiar las reglas de juego en el medio juego? ¿No vale de nada
el debate en que se inmiscuyó el país entero? O, si vale, ¿es apenas un nuevo
punto de partida porque así lo ha decidido el presidente?
La invitación a la minicumbre, con desaires de grueso tono por algunos de los
convocados, es también socialmente peligrosa.
En efecto, alienta, desde ambos polos de las expectativas sociales, la
posibilidad renovada de un cambio esencial y sustancial en la Ley de
Hidrocarburos sancionada. La movilización social por la nacionalización podría
ser, en los próximos días, ya un hecho y no únicamente una mera posibilidad. Las
empresas petroleras que parecieron resignadas al nuevo régimen normativo,
incluso agradecidas que sus contratos fueran reconocidos implícitamente en la
nueva ley, pondrán todos sus esfuerzos en revertir su aparente derrota. Hasta
los municipios y las universidades públicas que fueron excluídos de los
beneficios de la nueva ley tendrían una nueva oportunidad.
Para todos, en suma, puede ser la señal esperada del 'ahora o nunca'.
Esta polarización que no es novedad alguna, por el solo efecto del desafortunado
llamamiento presidencial, se exacerbará fuera de los límites trabajosamente
resguardados hasta hoy. Los campesinos asistirán, pero precedidos de
movilizaciones y bloqueos; los sindicatos se esforzarán al máximo en lo que
anticipan como la gran oportunidad de desempatar el pleito histórico. Algunos
cívicos irán, otros se niegan rotundamente. Los municipios están dividos. Más de
algún partido tiene el propósito, atentos a la errática actuación de la cabeza
del Poder Ejecutivo, pedir simple y llanamente la convocatoria a nuevas
elecciones presidenciales.
¿Previó este efecto en cadena el llamado presidencial?
Por si fuera poco, la convocatoria y sus posibles resultados son imposibles
jurídicamente. La imposibilidad jurídica se entiende también por la prohibición
de vulnerar el ordenamiento. No puede ser legítima una cumbre que se
autoatribuye: a) disponer un paréntesis a la promulgación de una ley sancionada
congresalmente; b) la reformulación de hecho del procedimiento legislativo
previsto constitucionalmente c) el intercambio de los poderes soberanos del
Congreso por decisiones corporativas en un comité ad hoc; d) la suma de los
Poderes Públicos en una cumbre convocada, paradójicamente, por el mismo
presidente de la República. Ni la Corte Suprema ni el Parlamento acudirán a la
cita. El Tribunal Constitucional, también llamado al convite presidencial, ya ha
manifestado que el mismo es de alcance sólo político.
Son muy importantes las señales que emite sutilmente el Tribunal Constitucional,
como el discreto acuse de invalidez de los contratos de riesgo compartido que
precedió a una verdadera tormenta jurídica. Si para la máxima instancia
jurisdiccional de control de constitucionalidad la reunión es sólo 'política',
¿qué valor jurídico pueden tener sus decisiones en cuanto toca a una ley
efectivamente sancionada? Peor aún: en el supuesto hipotético que la 'cumbre'
decidiera dejar sin efecto la ley sancionada en aras de otra ley inédita
redactada en el plenario de invitados a la reunión, se abriría peligrosamente la
compuerta de la desobediencia civil a las leyes emitidas por el Congreso. Es muy
probable que éste rechace el veto presidencial y promulgue, conforme a la norma
constitucional, la ley observada. Entonces, ¿cuál de las leyes valdría, la del
Congreso o la que eventualmente sugiera la corporación?
A la invitación presidencial asistirán, de todas maneras, algunos de los setenta
invitados que prevé el caprichoso listado del Poder Ejecutivo. Pero sus
decisiones están grandemente relativizadas por las circunstancias imperantes:
Santa Cruz alista su mejor artillería en un referendo al que reputa de vida o
muerte para sus aspiraciones autonómicas; la movilización social encabezada por
Evo Morales y sus fuerzas afines asistirán en la medida en que puedan frustrar
definitivamente el proyecto de Mesa. Y así, sucesivamente.
El presidente Mesa, para su consuelo, preservará un tanto su innegable
popularidad, en especial entre las clases medias. Pero incluso éstas, sensibles
al debate en los círculos más politizados, comienzan a preguntarse sobre la
racionalidad de los últimos emprendimientos presidenciales.
Hasta hacen algunas semanas atrás el clamor generalizado por un acuerdo
nacional, pudo haber sido atendido más solícitamente. Pero no es la postergación
de la nueva Ley de Hidrocarburos la que motivará el reencuentro de los
bolivianos. Ahí, posiblemente, reside el gravísimo error del cálculo
presidencial.
Y, a la manera en que en el gran laboratorio cósmico la Providencia ensaya
reacciones en cadena de proporciones inconmesurables, uno de cuyos terroríficos
ejemplos es el agujero negro, en Bolivia su presidente pareciera querer agotar,
contra viento y marea, toda la energía posible de su buena estrella.
En este despropósito, la convocatoria pudiera resultar en el colapso
generalizado de la frágil institucionalidad política boliviana. Pero, con la
fuerza impredecible de un experimento atómico fallido, quizá estemos en vísperas
de una grave confrontación social, artificialmente provocada, cuyas
consecuencias apenas sospechamos. Y rematando el símil con el agujero negro, ni
siquiera es posible advertir una luz esperanzadora al final de este ya
larguísimo camino de desencuentros.