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Latinoamérica


 

¿De nuevo Daniel Ortega?

Marcelo Colussi *
Argenpress

En Nicaragua acaba de suceder un hecho que debe servir a la izquierda para reflexionar seriamente y buscar sacar conclusiones constructivas.

Terminadas de manera bastante vergonzosa las experiencias de socialismo soviético en Europa del Este, desde hace ya más de una década las fuerzas progresistas de la humanidad no acaban de encontrar un nuevo camino convincente para la construcción de un mundo más justo que el propuesto por el capitalismo. Sin dudas que en estos aciagos años posteriores a la caída del muro de Berlín, si bien no hay claramente delineadas y puestas en marcha propuestas alternativas al gran capital más allá de un espíritu contestatario, se han dado ricos debates en torno a por dónde debe ir la izquierda, en cómo construir otro mundo de justicia y solidaridad. De hecho, la presente publicación es una tribuna desde donde contribuir a esa discusión, y por tanto un aporte a la construcción de soluciones.

En ese debate -fragmentario a veces, difícil, no falto de retrocesos, sin grandes paradigmas salvadores que ofrezcan la 'vía infalible'- se han avanzado algunas ideas que hoy, haciendo un balance de lo que fue el socialismo real y de lo que no debe volver a repetirse, son ya importantes lecciones aprendidas. El tema de la construcción del poder popular aparece como una gran lección aprendida y uno de los campos donde más hay que seguir discutiendo para buscar caminos válidos (¿partido revolucionario único?, ¿vanguardia esclarecida?, ¿asambleas de base?). En otros términos: no quedan dudas que las ideologías no murieron, que la historia continúa, que el capital no puede ofrecer soluciones a los grandes problemas humanos. Lo que no aún no está claro es cómo la izquierda las puede aportar; y en eso juega un papel definitorio el cuestionamiento a los poderes, a toda forma de poder.

En Nicaragua se intentó construir un mundo nuevo a partir de la Revolución Sandinista de 1979; ya sabemos cómo terminó la experiencia: por una suma de factores -agresión del imperialismo, el peso de la propia historia nacional de pobreza y subdesarrollo, las dificultades enormes de transformar los procesos humanos- la revolución hizo agua y terminó hundiéndose. Hoy, más de 25 años después de aquella gloriosa gesta, es poco lo que queda como legado. Lo que sí queda de todo ello, además de una cultura política cualitativamente más madura por parte de los nicaragüenses, es una historia de verticalismo que, parece, no quiere terminar de superarse. ¿Será que un país donde una familia de dictadores -los Somoza- marcó la historia por casi medio siglo lleva metido hasta los tuétanos la cultura del autoritarismo? ¿Será que la militarización vertical a la que se vio llevado el Frente Sandinista de Liberación Nacional en los años que hizo gobierno dejó huellas indelebles en su gente? ¿Por qué este partido no puede renovarse genuinamente en su estilo de conducción?

Todos estos son interrogantes válidos no sólo para Nicaragua; son, sin dudas, preguntas para toda la izquierda, la latinoamericana, la mundial incluso.

El 2006 será año electoral en este país; en el FSLN, que sigue siendo una fuerza política principalísima, se abre la posibilidad de elecciones primarias, y por supuesto Daniel Ortega, ex presidente y figura histórica del sandinismo, es candidato. Su propósito es volver a ser candidato presidencial. Una vez más sería candidato, como ya lo fue en cuatro ocasiones con anterioridad. ¿No hay recambio? ¿No es cavarse la propia fosa como alternativa política repetir una vez más una candidadtura que ya perdió en tres oportunidades? ¿Qué significa esta insistencia? La opción abierta para la ocasión era la candidatura de Herty Lewites, ex alcalde de Managua.

El sábado pasado la Asamblea Sandinista, controlada por sectores ortodoxos y fieles a Ortega, expulsó a Lewites del partido bajo los cargos de indisciplina, acusándolo de pretender dividir al Frente y de hacerle el juego a Estados Unidos; se le dio 'baja deshonrosa'. Con esto, obviamente, queda expedito el camino para una nueva candidatura del ex presidente. Ortega no solo logró la expulsión de Lewites, con 35 años de trayectoria en el FSLN, sino que sostuvo que el ex alcalde 'terminará como Judas, como aquel que vendió a Cristo por treinta monedas, ahorcado por sus propias vergüenzas', lo que fue denunciado por el ex alcalde como una velada amenaza de muerte. Las aspiraciones de Lewites, de 65 años, son apoyadas por el 75 % de medio millón de nicaragüenses que militan en el FSLN, hoy por hoy principal partido de oposición de Nicaragua, según encuestas públicas en los últimos meses por las firmas Cid-Gallup, MyR y Borge y Asociados.

Según afirmara el dirigente sandinista Víctor Tinoco, quien también fue purgado del FSLN por sus tendencias renovadoras, la cúpula del partido lo sacó del juego 'porque sabe que Lewites gana arrolladoramente' en una elección primaria. Tinoco advirtió que los sandinistas ortodoxos no podrán detener el proceso de 'cambio que está empezando dentro del FSLN con el apoyo de las bases'.

Se desató así una andanada de mutuas acusaciones, de descalificaciones groseras donde no faltaron las denuncias recíprocas, más rayanas en lo personal que en lo político. 'Lewites viene de una familia conservadora y fue un colaborador del FSLN con mentalidad empresarial que un día se va para un lado y otro día para otro', manifestó el ex presidente Ortega. Por su parte, el ahora defenestrado militante no ahorró epítetos para atacar a los dirigentes sandinistas -entre ellos, además de Ortega, a su compañera Rosario Murillo así como a los comandantes históricos Bayardo Arce y Tomás Borge- a quienes trató de 'millonarios que actúan con doble moral'. La acusación mutua subió de tono, y se pudo asistir al más bajo intercambio de 'chismes baratos'. Que 'Lewites está vinculado al partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) de El Salvador' -de ultraderecha-, manifestó Bayardo Arce, a lo que el ex alcalde respondió con señalamientos de corrupción: 'Rosario Murillo compró recientemente tres autos Mercedes Benz, y el diputados Arce, muy ligado a Ortega, maneja un auto de 90.000 dólares, siendo además dueño de varios apartamentos y grandes edificios mal habidos, mientras que Tomás Borge acaba de vender un terreno propio valuado en un millón de dólares'. Toda esta pirotecnia verbal, por supuesto, no hace sino dividir más a un ya divido y quizá agotado partido de izquierda como es el Frente Sandinista, y replantea una vez más el tema de cómo construir opciones viables para transformar el mundo. Lo cual lleva, o debe llevar -y ese es el sentido de escribir este breve artículo- a replantear una y mil veces el cuestionamiento sobre los poderes.

Daniel Ortega, no olvidemos, tiene pendiente un juicio por delitos sexuales ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ilícito por el que, en su momento, se solicitó el desafuero en la Asamblea Nacional de Nicaragua, proceso que fue trabado, evitado, manipulado políticamente por el acusado. Pruebas en su contra, sobran. Zoilamérica Narváez, su hijastra y víctima reiterada de los referidos abusos, ha sido más que categórica en sus denuncias. De todos modos, ese juicio de momento no ha prosperado. 'La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por numerosos que ellos sean, no es libertad. La libertad es siempre libertad para el que piensa diferente', decía hace ya casi un siglo Rosa Luxemburgo. El caso de Nicaragua, o de Daniel Ortega más precisamente, debe ser un llamado a la reflexión para la izquierda.


* Marcelo Colussi. Psicólogo y licenciado en filosofía. Italo-argentino, desde hace 15 años vive y trabaja en el ámbito de los derechos humanos en Centroamérica. Ensayista y escritor, ha publicado en el campo de las ciencias sociales y en la narrativa.