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Latinoamérica


 

A Gladys Marín

Adios querida Compañera

por Luis Sepúlveda

Adios querida Compañera


La última vez que estuve junto a Gladys fue en un acto realizado en la vieja Quinta Normal, hará tres o cuatro años. Era una concentración al viejo estilo, con más de fiesta familiar que de fervor político. Las familias tendían mantas sobre el pasto, comían, bebían, cantaban las viejas y nuevas canciones de lucha, y las guitarras con calcomanías de Allende o del Che dejaban escapar sus notas en manos de alguna muchacha de las "Jota". Abrazados empezamos a caminar entre aquellas familias que la saludaban con cariño, alguien hizo fotos que jamás ví, y me gustaría verlas ahora, pues seguro que en ellas, como en un defecto óptico, aparecerán los paisajes de los que hablamos mientras paseábamos en medio de esa atmósfera tan típicamente reveladora de la familia comunista chilena. Recordábamos la marcha "por Viet Nam" desde Valparaíso a Santiago, en la segunda mitad de los años sesenta. Por entonces el secretario general de las "J" era Mario Zamorano, y Gladys Marín empezaba a perfilarse como la muchacha seria, firme, aunque provista de una gran ternura que prodigaba en los descansos, cuando curábamos las ampollas de los pies, pues la marcha era de verdad y todos la hacíamos embebidos del espíritu de Pavel Korchaguín, el muchacho héroe de "Así se templó el acero", pero con el indeleble toque chileno. Cantábamos a todas horas, Gladys solía empezar el "dime dónde vas morena, dime dónde vas al alba..." y así empezaba el coro de gargantas que recorría kilómetros bajo un sol inclemente, pero que destacaba los pañuelos rojos anudados al cuello. "Somos la guardia roja que va forjando el porvenir, hijos de la miseria ella rebeldes nos formó", cantaban las compañeras y compañeros que repartían manzanas y palmaditas de ánimo a los rezagados. Mientras caminábamos por la Quinta Normal, contándonos de nuestras vidas, de las queridas ausencias, de las nuevas presencias que nos mantenían de pie frente a la vida, de las luchas dadas, de las que dábamos, de las que daríamos y daremos, de los hijos, de los nietos, de las ideas, de todo aquello que conforma el vital inventario de los militantes, de pronto se detuvo para decirme que el cariño de los años jóvenes seguía intacto. ¿Y cómo iba a ser de otra manera? Es cierto Gladys, que tuvimos divergencias en las formas de lograr las transformaciones que nuestra sociedad necesitaba, pero también lo es que en los momentos críticos, esos años felices de militancia y juventud nos ponían espalda contra espalda y así se resiste cualquier vendaval, así se resisten los temporales del dolor y los duros golpes de la traición. Cómo iba a ser de otra manera, Gladys, si la memoria, ese maravilloso mecanismo que nos hace humanos porque decide y selecciona los recuerdos, una y otra vez me lleva a los veranos militantes, a las jornadas de trabajos voluntarios levantando casas, haciendo caminos, plazas, alfabetizando, o a cantar junto a una fogata en El Michay durante aquellas vacaciones de emulación comunista entre baños fríos en el Pacífico y clases de matemáticas, entre sopas colectivas y cursos de filosofía, entre bosques aromáticos y poemas que impregnaban la noche. Ya no estás con nosotros querida compañera, un trozo de Chile, una parte de nuestra cultura humana y política se va contigo, y dejas un vacío imposible de llenar. Recuerdo una noche en El Michay, en la que discutíamos uno de los primeros documentos de los cristianos por el socialismo, muy anterior a la teología de la liberación, y tu argumentabas que la fe era en el fondo una gran duda. Es posible que así sea, pasarán siglos antes de que lo sepamos, pero desde mi posición de no creyente que abjura de la muerte como fin de las cosas, sólo puedo decirte que guardo la esperanza poética del reencuentro. Adiós mi querida amiga y compañera. Donde quiera que te hayas ido, organiza, algún día volveremos a vernos, y una vez más será hermoso militar contigo.
Luis Sepúlveda