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Latinoamérica

Humala y las banderas populares

Gustavo Espinoza m. (*)

Los últimos acontecimientos, incluidas las encuestas que han colocado a Ollanta Humala en un nivel expectante en el plano electoral, debieran servir para discutir temas centrales y poner sobre la mesa elementos que ayuden a deslindar los campos y afirmar la conciencia de los trabajadores, en sus deberes, en sus tareas y, sobre todo, en sus objetivos de clase, que se colocan siempre más allá de cualquier contienda electoral por definitiva que parezca.

Hemos sostenido en forma reiterada que la crisis del Perú no tiene salida por la vía electoral. Hoy, cuando los plazos electorales se cierran y las posibilidades del movimiento popular se esfuman, crece  la idea de que, en efecto, no es ése el escenario en el cual los trabajadores y el pueblo pueden incubar ilusiones.

Es un debate antiguo, que aquí adquiere una connotación distinta. No se trata, por cierto,  de abandonar la batalla electoral para dejarla en manos de la Clase Dominante, sino de construir la fuerza del pueblo para luchar en todos los campos, incluido el terreno electoral. Pero eso presupone trabajar para politizar a las masas, crear conciencia y sentimiento de clase, organizar a los trabajadores, promover y alentar las luchas, ayudar en las tareas prácticas a todos los que combaten en las condiciones de hoy por las banderas del pueblo. Y no, como dolorosamente ha ocurrido, descansar quince años para despertar seis meses antes de los comicios subrayando la necesidad de "dar la batalla electoral" para derrotar a la reacción, marchando, adicionalmente, divididos y sin banderas.

En ese marco, lo único que puede cosecharse, es la aventura y la improvisación. Y, como parte de ella, candidaturas sin contenido y sin esencia, como las que representan Ollanta y Antauro Humala.

Los hermanos Humala, sub oficiales del ejército en retiro, despliegan hoy una intensa campaña destinada a captar votos en un escenario electoral desinformado y confundido, golpeado por la crisis más severa, y desesperado, además, por la falta de salida a los  problemas que lo agobian. Su mensaje se esmera en diseñar tres líneas que bien vale comentar.

Conscientes de la memoria del pueblo, que recuerda con simpatía y gratitud el proceso de Velasco, en los inicios de los setenta del siglo pasado; los candidatos del movimiento humalista aseguran que ellos son "velasquistas". En su reciente mitin en Arequipa, Ollanta, en efecto, aludió al proceso de Velasco y trató de relacionarlo con la fuerza armada como institución. Pero no pudo abordar -por desinformación, o más precisamente por sus propias limitaciones- el  sentido real de esa experiencia, que puso de pie al pueblo peruano y abrió perspectiva para la transformación verdadera de la sociedad peruana. Velasco, en efecto, no hizo "nacionalismo", sino que habló del papel y las tareas del pueblo peruano en la lucha por  recuperar la dignidad y la soberanía. Por eso tendió la mano a los trabajadores y a las fuerzas más progresistas de la sociedad y recibió en Lima, multitudinariamente, a Salvador Allende, afirmando la unidad entre países hermanos, enfrentados por igual a la opresión extranjera. Nada igual, entonces, al discurso patriotero, chovinista y antichileno que muestran los Humala cuando abordan el tema

Es la derecha, ciertamente, la que busca atribuir a los Humala connotación "velasquista", pero no porque crea en ella, sino porque piensa que puede usarla para "despertar" a los sectores más timoratos de la sociedad que temen "los vientos revolucionarios" que pongan en peligro su apacible tranquilidad. De paso, acusando de ese modo a los Humala buscan atribuir deformaciones arbitrarias y autoritarias al proceso de Velasco para arrancarlo definitivamente del corazón de los trabajadores. Ese juego ya les dio resultado antes, en el tema de la violencia. Atribuyendo a Sendero Luminoso actos demenciales, y a esa organización una connotación "comunista"; lograron  convencer a buena parte de la sociedad de que las acciones demenciales eran inherentes al ideal socialista. Por eso hoy, la hoz y el martillo o la bandera roja no aparecen en nuestro país como lo que son: el símbolo del trabajo pacífico y creador y la expresión legítima del alma proletaria, sino la representación siniestra del senderismo y el trapo rojo usado para encubrir sus tropelías.

Humala busca también identificarse con el proceso venezolano. No lo hace porque lo represente o lo sienta suyo, sino porque sabe que éste tiene prestigio creciente en amplios sectores de nuestro pueblo y puede servir, por eso, como un señuelo de corte electoral que le ayude a ganar adeptos y aglutinar fuerzas. Y la derecha lo subraya porque piensa no en la posibilidad de desprestigiar a Humala, sino porque está seguro que así podrá más bien desacreditar la experiencia bolivariana de Venezuela y ahuyentar de ella a sectores populares que cada día la aprecian de mejor manera.

Es posible, en efecto, que en Caracas haya quienes vean con curiosidad, o incluso con simpatía el proceso humalista, sobre todo por falta de información y de elementos de juicio. Pero también sin duda porque en Venezuela debe entenderse la necesidad de ampliar al máximo el espectro popular enfrentado al modelo neoliberal vigente. Procesos como el de Evo Morales en Bolivia o experiencias como la de  Lucio Gutiérrez en Ecuador; podrían fácilmente alentar la idea de un movimiento de ese carácter también en el Perú, lo que ciertamente sería útil y valioso para el proceso latinoamericano.

Y es que en el continente crece el sentimiento antiimperialista y cada vez más sectores hacen suya la vieja idea de Julio Antonio Mella: "Luchar por la revolución social en América / no es una utopía de locos o fanáticos / es luchar por el próximo paso de avance en la historia". Sumar entonces para hacer posible esa lucha, constituye un deber ineludible y una necesidad apremiante. Y si Humala proclama esa bandera ¿cómo negarle un sitio bajo el sol?

Para despejar esas dudas que hay referirse entonces, al tercer elemento del análisis y preguntarse cuál es el escenario concreto en el que asoma hoy el humalismo al proceso peruano. Hay que decir en torno a él, que nada es genuino, que todo es montado, que es una pantomima para llegar al poder; que lo que asoma detrás de la imagen de estos suboficiales no es una mafia cualquiera; que está ligada al narcotráfico y que arrastra concepciones incompatibles con cualquier concepción revolucionaria, patriótica y antiimperialista.

Hay demasiados elementos que permiten asegurarlo, simplemente escarbando un poco dentro de la propia argumentación que lo sustenta.

Posiciones acendradamente racista, verborrea radical, parafernalia de corte nazi, autoritarismo extremo y visión militar de la política, constituyen el núcleo esencial del mensaje que irradia "Ollanta", el periódico del movimiento Humanista, que no ha sido desautorizado, y que lleva a algunos destacados intelectuales peruanos como Hugo Neira a preguntarse si  tendremos que sacar un permiso de circulación racial, o funcionará un Ministerio de Pureza Etnica en el caso de que triunfara esta extraña svástica andina que se nos ofrece.

A los que aseguran que el autor intelectual de ese fenómeno es el padre de los oficiales, una suerte de "patriarca" de ideas progresistas, hay que recordarles tan sólo que, en efecto, el padre fue asesor legal de las empresas metal-mecánicas más importantes y conflictivas en el Perú en los años del velasquismo, las que provocaban más a los trabajadores y las que se negaban más intransigentemente a conceder aumentos mínimos a los trabajadores en la línea de la organización patronal -la Sociedad de Industrias- a la que representaba legalmente don Isaac Humala. De esto pueden dar fe varios dirigentes y ex dirigentes de la CGTP, que se le enfrentaron a pie firme defendiendo los  derechos de los sindicatos en el ministerio del Trabajo y en la lucha social, en una época en el que el asesor de empresas hacía cantar a los trabajadores el Himno del Japón … en japonés, antes de iniciar sus actividades cotidianas.

Pero no se trata sólo de un fenómeno del pasado. Hoy, los principales asesores del movimiento humalista son Fernán Altuve, ex congresista del Opus Dei y militante del Partido de Fujimori, un fascista ciertamente conocido;   Gustavo Bobbio y Ludwing Essenwagen, ex altos oficiales de la Fuerza Armada ligados  a los servicios de inteligencia y responsables de la guerra sucia desatada contra el pueblo. Vocero calificado de la candidatura es el diario "La Razón", de propiedad de los Wolfenson, hoy presos por sus vínculos con la Mafia, y uno de los cuales fue también congresista del fujimorismo. Pero al lado de ese diario ciertamente bien financiado, están la revista "5to Poder" y el programa televisado de Nicolás Lúcar, que representan lo mismo. El abogado de Humala es Carlos Torres Caro, abogado también de Luis León Rupp y Genaro Delgado Parker. El primero de ellos le dio a Antauro Humala el Hotel Bolívar -que recientemente quitó a los trabajadores que lo administraban- para que anunciara en él su candidatura. El segundo -Genardo Delgado- estuvo invitado en el estrado de Ollanta en el mitin que realizara recientemente en la ciudad de Arequipa, en compañía de Cáceres Velásquez, una de las figuras más corruptas de la región. Ollanta Humala, por su parte, usa las instalaciones del Hotel "Las Américas" para sus encuentros con la prensa, hotel que, como se sabe, está administrado por la caja Militar Policial, vinculada directamente a la Mafia. ¿Puede considerarse todo eso una mera casualidad?

En este contexto, no debiera sorprender a nadie que, como lo afirmaran recientemente los voceros de la Izquierda Oficial, Ollanta Humala tuviera -al momento de darle la espalda- un acuerdo en marcha con María Jesús Espinoza, ex congresista del Fujimorismo, dispuesta a entregarle la inscripción y el membrete de su partido para la contingencia electoral que se avecina.
No es casual entonces que las tratativas establecidas por el movimiento humalista con la izquierda oficial hayan fracasado. Debiera llamar la atención más bien que se hayan producido. Y sólo se explican por el divorcio que existe entre la práctica política y los principios a los que deben atenerse las organizaciones revolucionarias. Por lo demás, se han encargado los voceros de esa izquierda de subrayar que no han existido debates ideológicos ni diferencias programáticas -Humala ha confesado hidalgamente que no tiene, ni podría tener, programa alguno-, sino apenas "diferencias electorales" en la ruptura ya producida. Algunos, en efecto, no han tenido empacho en enrostrar a Humala el  no haber querido "ceder" en la composición de la fórmula presidencial, ni otorgar a sus eventuales aliados cupos en número suficiente para las listas parlamentarias. ¡Qué vergüenza!

A pocos meses de las elecciones nacionales, y cuando la confusión  cunde,  es importante subrayar que la lucha no es, ni podría ser, por puestos electorales o cupos parlamentarios. Es por afirmar una  firme conciencia de clase que impulse las transformaciones revolucionarias que habrán de ocurrir antes de lo previsto dada la magnitud de la crisis que corroe a la sociedad peruana (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera