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Resultaron derrotadas la oligarquía que convirtió
al país en una Mita hispana y el imperialismo que conculca la soberanía
Jorge Gómez Barata *
Altercom*
En una brillante jornada electoral, epilogo de una tensa campaña en la que el
pueblo se enfrentó a enemigos y miedos ancestrales y modernos, Bolivia obtuvo
varias victorias, todas brillantes.
Con un paso de siete leguas, Bolivia dejó de ser una exótica postal andina,
habitada por una primitiva sociedad, regida por una oligarquía encomendera,
sostén de un capitalismo menesteroso que ha condenado a la pobreza impar a la
más autóctona de nuestras naciones, para colocarse en la vanguardia del proceso
político latinoamericano.
Esa masa irredenta, 60% quechuas y aymaras y 30% mestiza, acaba de protagonizar
una hazaña histórica al catapultar a la presidencia de la República a Evo
Morales, por fin uno de los suyos, que tras soportar durante más de medio
milenio las más oprobiosas humillaciones, asume el mando.
Resultaron derrotadas la oligarquía que convirtió al país en una Mita hispana, y
el imperialismo que conculca la soberanía, saquea las riquezas naturales y
respalda el primitivismo político, que ha obstaculizado el desarrollo de
instituciones civiles suficientemente legitimas y fuertes como para impedir casi
doscientos golpes de estado en 181 años de vida independiente.
Fue vencido el miedo a la coca, un bien de la naturaleza y un maná perfecto para
elaborar CocaCola, una ambrosía, símbolo del modo de vida americano cuando es
consumida por las sociedades ricas y una hoja repudiable cuando es masticada por
los empobrecidos pobladores de los Andes.
En Bolivia, a lo largo de más de medio milenio, los imperios y las oligarquías
han edificado un orden social tan insolvente que ni siquiera ha logrado enseñar
castellano a sus habitantes, levantando el paradigma de un estilo de vida basado
en la exclusión de las mayorías, base de un inmovilismo que congeló el
desarrollo social y político, convirtiendo aquella sociedad en un gigantesco
laboratorio de antropología comparada.
Esta vez todo cambió. La masividad del voto popular que otorgó más del 50 % de
los sufragios a Evo Morales, no dejó espacio alguno a las habituales maniobras
palaciegas con que la oligarquía acostumbró a escamotear cualquier triunfo
popular. El parlamento y los poderes judicial y electoral, nada tienen que
hacer, excepto acatar la voluntad popular.
No estará alfombrado de rosas el camino a recorrer y serán necesarias sólidas
convicciones, talento y esfuerzo para consolidar la victoria alcanzada,
desactivar las campañas hostiles, paralizar las maniobras anti populares de la
reacción y el imperialismo, enfrentar las campañas mediáticas dentro y fuera del
país, anular los empeños para dañar la economía, tratar de desacreditar a las
nuevas autoridades y manipular la fe religiosa.
La batalla política e ideológica será intensa y decisiva.
Es de la mayor importancia sumar a los militares jóvenes y a los elementos
patrióticos dentro de la oficialidad y las tropas e impedir desmanes a los
generales reaccionarios que nunca han vacilado en violar los reglamentos y
pisotear las constituciones.
A los bolivianos corresponde ahora no desmovilizarse, mantener una vigilia
permanente, sin dejarse provocar por las maniobras enemigas ni caer en las
tentaciones de las soluciones fáciles y las simplificaciones políticas.
Con Evo Morales, la historia no se ha metido en un atajo, sino salido a una
recta vía. El pueblo boliviano, el que en América vive más alto, tiene ante si
una perspectiva más amplia y está mas cerca de Dios, no ha recibido un regalo
para colocar bajo la almohada, sino una misión que cumplir.
La indiada triste y preterida, los olvidados y los humillados no existen más.
Tuvieron su oportunidad y la aprovecharon. No les tembló el pulso. Ya no son los
excluidos de siempre, sino los protagonistas de hoy.
Respecto a 47 años atrás, cuando triunfó la revolución cubana, hay una novedad:
Bolivia no esta sola.