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Latinoamérica

Después del petróleo ¿molinos de viento o centrales nucleares?

Gustavo Fernández Colón
Rebelión

Algunos especialistas señalan que el mundo cuenta con reservas de petróleo aprovechables con la tecnología actualmente disponible, apenas hasta el año 2030. Los más optimistas alargan el plazo hasta mediados de siglo. Lo cierto es que la gran mayoría de los expertos coincide en afirmar que los días del petróleo barato y, más aún, la era de la industria basada en la quema de este combustible, han llegado a su fin.

Por otra parte, las crecientes evidencias de que los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) son los responsables del calentamiento global y las cada vez más virulentas perturbaciones del clima, como las sufridas recientemente en el Caribe y el Golfo de México, han vuelto a colocar sobre el tapete el controversial tema de la energía nuclear.

En efecto, tanto George Bush en los Estados Unidos como Tony Blair en el seno de la Unión Europea, han insistido recientemente en la necesidad de reactivar las inversiones en la industria de la generación de electricidad a partir de la energía atómica, ante la carestía y el eventual agotamiento del petróleo.

Al menos en Europa, las reacciones contrarias no se han hecho esperar por parte de países como Alemania, que decidieron hace algunos años, ante el impacto en la opinión pública del desastre de Chernobyl, desactivar sus centrales nucleares y reconvertirlas a otras fuentes como el gas, la energía eólica y la energía solar. De hecho, además de Alemania, es significativa la lista de las naciones europeas (Austria, Suecia, Bélgica, Suiza, Dinamarca, Italia, Holanda) que mediante la realización de referendos consultivos o la promulgación de leyes, han decidido abandonar progresivamente esta peligrosa fuente de energía.

En Asia, el gobierno chino anunció hace poco su decisión de implementar un ambicioso plan para la construcción de molinos de viento destinados a la producción de electricidad, con miras a convertir la energía eólica en la tercera fuente energética de la nación para el año 2010.

En América Latina, también la Argentina ha comenzado a desarrollar dos importantes proyectos para generar electricidad a partir de la fuerza del viento en la Patagonia y Santa Cruz. Y en Brasil, aparte de su conocida iniciativa de utilizar etanol (alcohol extraído de la caña de azúcar) como combustible para los automóviles, el crecimiento de la industria de la energía eólica ha sido significativo, sobre todo a raíz de las sequías que han afectado recientemente su capacidad hidroeléctrica.

Lamentablemente, también la energía atómica ha experimentado un considerable avance en ambos países de América del Sur. Argentina, por ejemplo, ha incursionado en la fabricación y exportación de reactores nucleares para la producción de electricidad, mediante estrategias de negociación que han suscitado serias controversias. Este fue el caso del convenio de venta de una planta argentina a Australia suscrito en el año 2000, que contemplaba entre sus cláusulas el retorno a la patria de San Martín de los desechos radioactivos generados por el reactor instalado en las afueras de Sydney.

Esta clase de acuerdos, muy en la tónica del "capitalismo salvaje" que asoló al país sureño desde la década de los noventa, refleja además la gravedad de los problemas que enfrentan las naciones comprometidas con la producción de energía atómica. Pues además del riesgo de accidentes en la operación de las centrales (en Ucrania han fallecido más de 167.000 personas desde 1986 a consecuencia de la radiación liberada por el reactor de Chernobyl), todavía no hay soluciones técnicas confiables para el manejo de los desechos radioactivos, cuyas emisiones letales perduran durante miles de años. De ahí la apetitosa cotización en el mercado de los servicios ofrecidos por países empobrecidos como la Argentina, dispuestos a convertirse en basureros nucleares por un puñado de dólares.

Por todas estas razones, no compartimos la iniciativa del Ministerio de Energía y Petróleo de desarrollar planes para la generación de nucleoelectricidad (electricidad producida mediante reactores nucleares) en Venezuela. Consideramos que se trata de un riesgo innecesario y dispendioso, sobre todo si se tiene en cuenta la diversidad de fuentes energéticas disponibles en nuestro territorio. Pensemos más bien en regenerar los bosques de la cuenca del Caroní, devastados durante décadas de minería irracional, para preservar el potencial de generación del Guri. Pensemos en el desarrollo de tecnologías para el filtrado y procesamiento del carbono, que eviten su lanzamiento al aire a través de las chimeneas de centrales termoeléctricas a base de gas u orimulsión. Pensemos en el zumbido leve de millares de molinos de viento proveedores de electricidad, movidos por la brisa inagotable de la península de Paraguaná. Pensemos en la salud de la naturaleza que nos ha sido encomendada por la providencia para habitarla y alimentarnos de ella, no sólo quienes hoy tenemos la fortuna de existir sino también las infinitas generaciones de hombres y mujeres que nos agradecerán la herencia de una Tierra donde la vida sea digna de ser vivida.