Latinoamérica
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El muro que separa las dos Américas
Miguel Otero
Rebelión
Cada día cientos de hispanos cruzan ilegalmente la valla metálica que separa
los Estados Unidos de México sin que las autoridades estadounidenses puedan
hacer nada para detener esta avalancha. La invasión hispana ha llegado a tal
extremo que han surgido los Minutemen, grupos paramilitares patrióticos que
quieren proteger a su país de la amenaza del sur.
En las últimas tres décadas los Estados Unidos se han llenado de hispanos. Uno
sólo tiene que dar un paseo por las calles del centro de Nueva York, Washington
DC, Miami, Austin o Los Ángeles, por poner unos ejemplos, y la lengua que más se
escucha, después del inglés, es el español. El "Aquí se habla español" se
encuentra por todas partes. En las tiendas, en los autobuses, en las oficinas
públicas, en la radio, en la televisión, en los bancos. El castellano está tan
presente en el día a día estadounidense que unos turistas suizos llegaron a
decir que "sería bueno saber español para conocer mejor a los Estados Unidos".
Como el flujo de ilegales por la frontera es imparable, nadie sabe cuántos
inmigrantes hispanohablantes hay actualmente en el país, pero las últimas
estimaciones apuntan a que ya son más de 20 millones, y eso sin contar los
nacionalizados. La comunidad hispana es la minoría étnica que más rápido crece
en los Estados Unidos y eso se hace notar en ciudades como Los Ángeles. A las 8
de la mañana de cualquier día de trabajo, el centro de Los Ángeles se parece más
a México D.F. que a cualquier ciudad estadounidense. En esta metrópolis
californiana la influencia del mundo hispano es tan grande que el propio alcalde
de la ciudad, Antonio Villaraigosa, es también un latino. Parece como si los
hispanos, y concretamente los mexicanos, estuviesen reconquistando las tierras
perdidas en su día. No hay que olvidarse de que Texas, Arizona, Nuevo México,
California y partes de Nevada, Utah y Colorado pertenecían a la Nueva España,
que posteriormente se convirtió en la República de México.
La invasión hispana es de tal magnitud que muchos ciudadanos estadounidenses han
empezado a organizarse para contrarrestar esta avalancha humana. Hace pocas
semanas se ha presentado una propuesta ante el Congreso de Washington para que
el inglés se convierta en el único idioma oficial del país, ya que no puede ser
que los hispanos vayan a las oficinas públicas y puedan hacer todas sus
gestiones en español. El gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, ha
declarado el estado de emergencia en los municipios fronterizos de su Estado
ante la ineficacia de la guardia federal fronteriza en la aprehensión de los
inmigrantes ilegales que saltan a diario el muro que separa la América rica de
la América pobre. La cuestión de la inmigración hispana se ha convertido en los
últimos años en un tema de 'seguridad nacional' hasta el punto de que han
aparecido grupos civiles patrióticos, como los Minutemen, que han decidido tomar
la justicia por su mano.
El nombre de los Minutemen viene de la época de la independencia de los Estados
Unidos. Los milicianos americanos que vigilaban la costa de Boston recibían el
nombre de Minutemen (hombres minuto) porque en el momento que divisaban a las
chaquetas rojas inglesas en el horizonte sólo tardaban un minuto en preparase
para la batalla. Los Minutemen de aquellos tiempos eran unos auténticos
patriotas, ya que eran los primeros en arriesgar su vida para impedir la entrada
del invasor. Los Minutemen actuales se creen lo mismo. Piensan que son unos
héroes nacionales por perseguir con sus fusiles a los inmigrantes que, después
de varios días de camino por el desierto, intentan saltar el muro entre las dos
Américas. La mayoría de estos individuos son veteranos de guerra que están
cansados de ver como las autoridades fronterizas no tienen los suficientes
medios para proteger los 3.200 Km. de frontera que separan México de los Estados
Unidos, y han decidido crear una especie de grupos paramilitares, cuyo objetivo
es 'salvar' a la madre patria de la invasión del sur.
Pero no todos los estadounidenses piensan que los Minutemen del siglo XXI son
unos héroes nacionales. Miles de ciudadanos americanos comprometidos con los
derechos humanos de los inmigrantes también se han organizado en las zonas
fronterizas de California, Nuevo México y Texas para hacerle el trabajo
imposible a los Minutemen. ¿Quién lo diría? La frontera que cruza el desierto
entre Estados Unidos y México está ahora llena de actividad. Se trata de un
espectáculo único en el mundo que raya lo ridículo, pero que demuestra la
esquizofrenia existente en la zona.
Primero están los jeep patrulla del Border Patrol, la guardia fronteriza
federal, cuya misión es proteger la frontera de intrusos y traficantes. Después
están los coches de los paramilitares que intentan cazar algún inmigrante
ilegal. Delante de ellos, o al lado, o detrás, están los grupos pro derechos
humanos que intentan desviar la atención de los Minutemen con insultos de todo
tipo y bailando con focos de luces al son de un Techno estridente. Y en medio de
todo este jaleo están los inmigrantes ilegales que, en principio, no dan crédito
a lo que ven, pero que no pierden el tiempo y aprovechan el caos para
desaparecer en la oscuridad del desierto.
La presencia de los Minutemen en las zonas fronterizas no ha mejorado en nada la
situación, más bien la ha empeorado, ya que el estado de tensión es ahora mayor.
Muchos temen que se produzca alguna muerte y que la situación se agrave aún más.
No hay sólo el peligro de que los Minutemen utilicen sus armas para detener a
algún inmigrante. La zona fronteriza es también el área de trabajo natural de
muchos traficantes de drogas y de personas, y toda esa gente no ve nada bien que
todas las noches unos cuantos paramilitares se dediquen a patrullar las
inmediaciones del muro."Los narcotraficantes ya han ofrecido 10.000 dólares por
cada Minutemen", declara Eduardo Burciaga, un residente de Mexicali.
Está claro que ni el muro de 3.200 Km. de largo y 3 metros de alto ni los Border
Patrol ni los Minutemen pueden parar la avalancha de inmigrantes. Según comentan
los mexicanos que ya están al otro lado de la frontera trabajando de ilegales en
las granjas de California, saltar el muro no es muy difícil. La mayoría de ellos
ha entrado al país por este método. "Te metes por el desierto, caminas tres
días, saltas el muro, y ya está", comenta un sonriente Cruz, natural de la
región mexicana de Oaxaca y con más de 3 años de ilegal en los Estados Unidos.
Pero tan fácil no es. Según las autoridades fronterizas estadounidenses, en los
últimos doce meses 459 inmigrantes perdieron la vida en el desierto. Es triste,
pero el muro natural parece que es más efectivo que el muro construido por el
hombre.
Pese a todo, esas muertes no minan el deseo de miles y miles de latinoamericanos
de poder algún día escapar de la pobreza y abrazar el sueño americano. Una
encuesta realizada en México por el Pew Hispanic Centre de Washington, y que ha
aparecido en todos los medios estadounidenses, indica que el 46% de la población
mexicana reconoce que le gustaría vivir en los Estados Unidos, y que el 21% lo
haría incluso con el estatus de ilegal. Esta noticia no debería sorprender a
nadie que viva al otro lado de la frontera. Las políticas neoliberales
introducidas en los años 90 en casi toda Latinoamérica, bajo recomendación o
presión de la Casa Blanca, son la causa principal de que hoy millones de
hispanos huyan hacia el norte del Continente.
Las privatizaciones masivas, la desregulación y la apertura de los mercados
nacionales y la libre competencia han hecho que aumenten las diferencias entre
pobres y ricos y que muchos tengan que emigrar porque en sus respectivos países
ya no tienen donde trabajar o, si tienen donde, los salarios son tan bajos que
incluso vale la pena arriesgar la vida por el desierto para salir de la miseria.
Cuando uno pregunta: "¿Por qué quieres ir a los Estados Unidos?" La respuesta es
casi siempre la misma: "Es que en casa la situación está muy mal, no hay
trabajo". Esto es lo que dice también Marbi, un hondureño que está esperando a
que algún traficante le ayude a pasar por encima del muro, o por debajo, por los
cientos de túneles subterráneos que hay entre Estados Unidos y México.
Por ahora en el norte hay trabajo de sobra para los hispanos. Justo aquel
trabajo que muchos estadounidenses ya no quieren hacer. Los hispanos trabajan en
las cocinas, de camareros, en la construcción, en la limpieza, de niñeras, en
los establecimientos de comida rápida, en la recogida de fruta y en las escuelas
de los barrios marginales. 8 dólares la hora por recoger tomates, 10 dólares la
hora por trabajar en la construcción, 7 dólares la hora por trabajar de
lavaplatos. Los hispanos trabajan por poco dinero y, como son ilegales, no hay
que pagarles seguro social, con lo cual los más beneficiados son los empresarios
estadounidenses. "Por la llegada de inmigrantes los salarios de la construcción
no han subido desde hace años", comenta Rolando, un salvadoreño que lleva en
Austin (Texas) más de una década.
Es así, por culpa de la llegada de los inmigrantes ilegales: el obrero
estadounidense que no tiene estudios gana hoy relativamente menos que hace diez
años. Es por eso que los obreros nacionales que no han podido subir de escala
social están furiosos. Es por eso que crece el racismo y aparecen personajes
como los Minutemen. Las políticas neoliberales no sólo afectan a la América
pobre, también hacen estragos en la América rica. No sólo hay un muro físico que
separa la América del Norte de la América Latina. Incluso en los mismos Estados
Unidos hay muros que separan a la gente rica de la gente pobre. Sólo hay que ver
la cantidad de urbanizaciones amuralladas (gated communities) que hay en ese
país para darse cuenta de esta circunstancia.
Muchos opinan que el tema de la inmigración masiva y la consecuente bajada en
picado de los salarios, se solucionaría con una buena regularización. De esta
manera, los inmigrantes trabajarían legalmente, contribuirían con sus impuestos
a la hacienda pública y se eliminaría el mercado negro que tanto hace bajar a
los salarios. Otros, en cambio, piensan que esa idea es una locura. Alexis
Chadwick, una chica de Santa Cruz (California), explica por qué. Sus palabras
son un buen reflejo del pensamiento de una gran parte de la población. "Los que
piden que se abran las puertas a los inmigrantes son unos ingenuos. Es imposible
acoger a todo el mundo. Los inmigrantes no van a dejar de llegar. Vienen a
nuestro país porque es un país rico y sólo van a dejar de venir cuando nosotros
estemos peor que ellos." Mejor no se podría describir. Las palabras de Alexis
son la cruda realidad de las Américas de hoy.
Pero hay otra realidad. Las migraciones masivas hacia los países del norte que
vivimos hoy en día no se van a poder parar mientras imperen las políticas
neoliberales en el mundo. Los países del norte han abrazado el libre mercado
como modelo socioeconómico y ahora tienen que atenerse a las consecuencias. Las
diferencias entre regiones ricas y pobres son ahora tan grandes que muchos
abandonan a sus mujeres e hijos arriesgando sus vidas para mandar dinero a casa,
y no hay muros que los puedan frenar. Hay que ser consecuentes. Si hay un libre
flujo de dinero y de mercancías, debería haber también un libre movimiento de
personas. La posición del Gobierno de los Estados Unidos es ciertamente
oportunista. La Casa Blanca aboga por tratados de libre comercio con México, con
Centro América y hasta con toda Latino América, pero cuando se propone un libre
movimiento de personas, la respuesta es siempre negativa. La razón es que las
desigualdades económicas son tan grandes que el país se vería literalmente
invadido de la noche a la mañana de mexicanos, guatemaltecos, hondureños,
salvadoreños y nicaragüenses. Pero eso tampoco es que sea tan malo, como lo
pintan muchos. El choque entre diferentes culturas puede que traiga tensiones y
roces en las primeras décadas. Pero a medida que la nueva cultura se va
asentando en el país receptor, empiezan a surgir fusiones y mestizajes que
demuestran como, a través de la migración, el ser humano se adapta a nuevas
circunstancias, se enriquece, evoluciona y crea nuevas culturas. La inmigración
hispana de las últimas décadas ha hecho que hoy muchos estadounidenses
anglosajones hablen español, se interesen por el mundo latino, tomen comida
mexicana y bailen al son de música hispana. En los Estados Unidos de hoy en día
hay múltiples proyectos culturales, sociales y académicos que entrelazan la
cultura anglosajona y la latina. La aleación está tan evolucionada que ha
surgido incluso un nuevo pueblo, los chicanos, y un nuevo idioma, el spanglish.
Una nueva generación de estadounidenses: Los Chicanos Los Estados Unidos,
quieran o no, son una víctima de su pasado. Durante décadas los americanos del
norte estuvieron apoyando a dictadores y políticos corruptos sin preocuparse
mucho por la cohesión social de Latinoamérica. Sólo les interesaba proteger los
intereses económicos que tenían en la zona, y poco más. Poco les importó que las
políticas neoliberales aumentasen las diferencias entre la América rica y la
América pobre. Pero todo tiene un coste en el libre mercado, y esas políticas
han tenido un precio: la progresiva españolización de la sociedad
estadounidense. No se puede estar jugando durante años a introducir políticas
neoliberales perjudiciales para gran parte de la población de los países del sur
y ahora construir un muro de miles de kilómetros para impedir la llegada de los
pobres. Eso va en contra de las reglas de la naturaleza, de la historia y de la
humanidad. Como dijo en su día el sabio indio Heinmot Tooyakalet, también
conocido como Jefe Joseph, de la tribu de los Nez Percés: "La tierra fue creada
con la ayuda del sol y debería dejarse como estaba… El campo fue hecho sin
líneas de demarcación, y no es asunto de hombre alguno dividirlo".