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Internacional

Wal-Mart: El carrito de la fortuna

Ronald Buchanan
La Jornada

Wal-Mart ha hecho de los precios bajos el eje de su negocio. Esto significa apretar a los proveedores, importar cada vez más de China y, también, pagar poco a sus trabajadores y hasta escamotear sus derechos laborales. Sin embargo, la trasnacional, que es la mayor empleadora privada del mundo, es claro ejemplo de la forma en que el poder económico de Estados Unidos se transforma: por primera vez los propietarios de una empresa dedicada al comercio han desplazado a los magnates de la industria y los servicios financieros como los más acaudalados del mundo.

Pueblerino pero conquistador invencible de mercados globales, paternalista pero implacable, de no haber muerto en 1992 Sam Walton tendría ahora una fortuna dos veces mayor que la de Bill Gates, el fundador de Microsoft y hombre más rico del mundo.
Pero la herencia del legendario fundador de Wal-Mart Stores se dividió entre sus hijos, quienes prefieren el anonimato a la responsabilidad de dirigir la cadena detallista más grande del mundo. Esa tarea le han encargado a Lee Scott, fiel seguidor de Sam. Tanto así, que Scott hasta exagera. Como Sam, Scott es codo en su vida personal: maneja un Vocho mientras que Sam ­a pesar de su inmensa fortuna­ nunca cambió su pick-up por un Cadillac, mucho menos un Rolls-Royce. En contraste con las lujosísimas suites ejecutivas de sus competidores, Scott despacha en la misma oficina diminuta que usaba Sam cuando abrió su primera tienda.
Y presume de ser más duro que el propio Sam. Cuenta Scott con orgullo que despidió a un empleado cinco veces mientras que Sam aceptó que el mismo regresara cuatro. Se infiere, por supuesto, que el desafortunado perdió su trabajo de todos modos.
Las ventas anuales de Wal-Mart, poco menos de 300 mil millones de dólares, le darían un producto interno bruto (PIB), si fuera país, del tamaño de Bélgica. Su récord de ventas en un solo día, mil 400 millones de dólares, es más grande que el PIB de Belice. A escala global, Wal-Mart es tres veces más grande que su más próximo rival, la cadena francesa Carrefour; en México, vende más que Soriana, Gigante y Comercial Mexicana juntos.
Todo, sin embargo, se controla desde Bentonville, Arkansas, pueblo rural de 20 mil habitantes del tamaño de Tepoztlán, Morelos. A un lado del pueblo hay otro, conocido popularmente como "Vendorville", donde más de 200 empresas proveedoras tienen sus "embajadas" en un esfuerzo por quedar en contacto constante con Wal-Mart.
Wal-Mart es vigoroso ejemplo de cómo el poder económico de Estados Unidos se está descentralizando: de las ciudades de abolengo de la costa este, los banqueros y empresarios tienen que desplazarse a Bentonville; no al revés. Desde Nueva York hay dos vuelos directos por día al pueblo; a la capital del estado, Little Rock, ninguno.
Scott, originario de una región ganadera de Kansas, todavía habla con el tono, el humor idiosincrático y los aforismos de un vaquero; a veces parece un Piporro estadunidense. Un Piporro con poco público, ya que Scott, nombrado por la revista Vanity Fair el hombre más poderoso del planeta, nunca quería estar a la vista del público.
Hasta hace poco, por lo menos. Frente a una lluvia de críticas por las prácticas de Wal-Mart, Scott ha roto su silencio para dar entrevistas a medios estadunidenses y británicos. No es para menos.
La clave del éxito de Wal-Mart, y del mismo Scott, ha sido no tener piedad alguna a la hora de hacer negocios. Wal-Mart odia los sindicatos. En Estados Unidos los gerentes de las tiendas tienen órdenes de reportar de inmediato a Bentonville cualquier indicio de activismo sindical (lo cual puede ser simplemente que se congregan mucho a platicar los empleados). Desde Bentonville, se manda un equipo a la tienda para "resolver el problema".
Los trabajadores se quejan de que los sueldos son muy bajos. Wal-Mart ofrece un seguro privado de salud, pero los empleados lo tienen que pagar y muchos se quejan de que no tienen con qué. A veces, la publicidad de la cadena ha sido descarada. Durante años apelaba al patriotismo de los consumidores estadunidenses con el lema de "We buy american" (nosotros sí compramos productos estadunidenses), mientras que en realidad estaba importando cantidades masivas de productos del mundo en desarrollo.
Hoy día, el centro de compras globales de Wal-Mart se encuentra en China, de donde compra más productos que cualquier otra empresa del mundo. A lo largo de Estados Unidos se han formado grupos de residentes contra el establecimiento de tiendas de Wal-Mart en su vecindario. El año pasado, la gente de Inglewood, suburbio de Los Angeles, votó contra la cadena en un plebiscito. "No siempre vamos a ganar", comentó Scott días después en una reunión de empresarios de Arkansas, "y francamente si perdemos, me vale", apuntó.
A su modo tiene razón. La gran mayoría de las veces Wal-Mart sale ganando, no importa si es en Tennessee o en Teotihuacán. Y si no se puede en un lugar, siempre hay otra ciudad, otro país u otro continente. Las decisiones que se toman en Bentonville impactan en los sueldos y condiciones de trabajo en gran parte de la economía mundial, desde los malls de Estados Unidos hasta las fábricas de Centro América o de India.
Como es de esperar de una empresa cuyo director general maneja un Vocho, Wal-Mart debe gran parte de su éxito a mantener un control férreo de costos. Tacaña a más no poder, la empresa ha confesado que muchos de sus trabajadores no podrían mantener a una familia con el sueldo que les paga. Hace tiempo que Wal-Mart rebasó a General Motors como la empresa con más trabajadores en Estados Unidos, pero los de GM, sindicalizados, eran la envidia de casi todo el mundo: tenían coches, casa propia, un buen nivel de vida.
Algunos economistas argumentan que los bajos precios de Wal-Mart han sido factor importante para controlar la inflación de Estados Unidos. Pero otros indican que tiene otro efecto también: el país se divide cada vez más en dos: los ricos y los que sólo tienen sueldos de supervivencia. En tiempos de la guerra fría, las condiciones de vida de los trabajadores estadunidenses se esgrimían como argumento de que el capitalismo, y no el comunismo, era la mayor esperanza de los obreros. Ahora, sin embargo, esa clase obrera próspera de Estados Unidos cada vez más parece especie en peligro de extinción.
Wal-Mart, en su búsqueda de precios cada vez más bajos, crea una ola que lleva a los consumidores a buen puerto, pero que puede ahogar a los trabajadores en el mismo proceso. Ese es sin duda, un interesante dilema. Varios proveedores de Wal-Mart han tenido que cerrar sus fábricas en Estados Unidos, despidiendo a trabajadores que ganaban más que 12 dólares la hora, para abrir en China y pagar 25 centavos. Y la ola parece incontenible.