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Internacional

Las «manzanas podridas»

Roberto Montoya
El Mundo

«El tratamiento de esos presos no refleja la naturaleza del pueblo americano. Esa no es la manera en que hacemos las cosas en América. No me ha gustado un pelo». Las palabras de George W. Bush fueron realizadas días después de aquel 28 de abril de 2004 en que Dan Rather mostrara en su programa 60 Minutes de la CBS las aberrantes fotografías de las humillaciones y torturas a las que las tropas de EEUU sometían a los prisioneros de la prisión de Abu Ghraib.
«Yo también he sentido un profundo malestar al ver las fotos. Esta gente ha traicionado la confianza que los americanos pusieron en ellos y puedo decir que los responsables serán castigados hasta el extremo más alto contemplado en el código del Ejército para estos casos», dijo por su parte el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld.
El miércoles pasado fue condenada a tres años de cárcel la joven y fotogénica soldado Lynndie England, la última de esas pocas manzanas podridas que según la versión de la Casa Blanca, el Pentágono y la Justicia Militar, se dedicaron, por decisión propia y con el único objetivo de saciar sus impulsos más perversos, a martirizar a los prisioneros.
Obligados por malestares internos y la difusión de los hechos a llevar a cabo una serie de investigaciones tanto sobre Abu Ghraib como sobre otras cárceles iraquíes, de Afganistán y Guantánamo, a fines de abril pasado se conocía el resultado del informe final del Pentágono. De la lectura de los numerosos memorandos secretos y autorizaciones expresas de interrogatorios duros (algunas con anotaciones de puño y letra del propio Rumsfeld) incluidos en sus 15.000 páginas, no queda duda de que la luz verde a la Inteligencia Militar para torturar a los detenidos provenía directamente de la cúpula del Pentágono y obedecía a un plan meticulosamente estudiado.
Los policías militares, las manzanas podridas según la cínica versión oficial de la Administración Bush, eran en realidad un simple instrumento para ablandar a los prisioneros, para desmoronarlos moralmente antes de ser sometidos a los interrogatorios.
Ahora, en el mismo día que se conoce la condena a la última manzana podrida de Abu Ghraib, se revelan las torturas a prisioneros que viene llevando a cabo sistemáticamente la 82ª División Aerotransportada en Irak. ¿Una nueva excepción? ¿Se aplicará a sus reales responsables, el «máximo castigo» como prometía en mayo de 2004 Rumsfeld, o se seguirá alimentando el odio, la violencia y el terror contra los ocupantes y, por extensión, a todo Occidente y la comunidad internacional, por su silencio cómplice ante tantos crímenes de guerra?.
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ROBERTO MONTOYA es autor de El Imperio Global (2003) y de La Impunidad Imperial (2005).