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Europa

 "Jihadistas" del siglo XXI

Gabriel Ezkurdia*  

Dos semanas después del 7-J, Londres, como metrópoli financiera y multipoblada, vuelve a quedar colapsada, bloqueada, por una serie de «incidentes» o ataques que, al margen del balance final en víctimas y crudeza, vuelven a demostrar lo fácil que es agredir con efectividad cualquier núcleo urbano del Primer Mundo.
                        Londres una vez más es un inmenso colapso financiero, un atasco automovilístico, un caos organizativo. Así es, la vulnerabilidad genérica de las megaurbes es una evidencia que crece en función de la importancia jerárquica de la metrópoli convertida y elegida como objetivo político-militar de los grupos teocráticos totalitarios de carácter islámico, también llamados de modo genérico como jihadistas, que capitalizan la actual ofensiva indiscriminada contra los estados protagonistas de la Alianza de las Azores y sus aliados, que decidió ilegalmente y de modo unilateral atacar, invadir y ocupar Irak. .
                        Es imposible a estas alturas asegurar cual ha sido realmente el objetivo práctico de los activistas. Al margen de cualquier valoración operativa, lo cierto es que un puñado de explosiones incruentas han vuelto a condicionar de modo radical el funcionamiento de una megápolis de millones de habitantes, y ha convertido a esta, al contrario de la última ciudad turca atacada por presuntos suicidas en objeto absoluto de los medios informativos.
                        El protocolo ha de ser cumplido. El Reino Unido no ha estado años esperando a este escenario para improvisaciones. Los acontecimientos han de ser dosificados, minimizados, enfriados, para que los efectos sociológicos y sicológicos de tales sucesos queden eclipsados por un halo de capacidad inmensa que refleje normalidad, rutina. La demostración pública de que la sociedad británica es ajena a convulsiones, a reacciones drásticas, es el objetivo de un protocolo general que han adoptado medios e instituciones ante la ofensiva «jihadista».
El «Jihadista» Muchos de los actuales políticos en activo han sido o fueron brigadistas o activistas internacionales que participaron desde el Mayo francés del 68 hasta la Revolución sandinista. Miles de personas saben de las inquietudes que movían a aquellos jóvenes, hoy ejes activos sobre los que se estructura el actual sistema «democrático» occidental.
                        Al igual que aquellos, miles de personas que habitan el ámbito musulmán, saben de jóvenes que acudían como brigadistas a Afganistán, a Pakistán... No solo a finales de la Guerra Fría. Durante la última década, dicho ámbito ha sido escuela para millares de jóvenes que acudían allá a formarse en la «jihad». Un paseo profundo por cualquier urbe magrebí, árabe, musulmana, demuestra que la porción más activa de las nuevas generaciones han convergido por razones lógicas de fuerza mayor, la actual situación de la mayoría de los estados musulmanes es similar respecto de los parámetros sociológicos y económicos alimentaban en los 70 y 80 a la «Jihad», con la acción radical de los grupúsculos que cuestionan el poder «filoamericano» que gobierna el mayoría de los países musulmanes.
                        Pero el perfil del «jihadista» no solo se define desde «su origen identitario». Generaciones exógenas a Occidente, formadas entre los bastidores del consumismo y la exclusión social convergen en el desarrollo de una nueva ideología que aúna los componentes más dogmáticos del islamismo político con un nueva identidad pan musulmana, un «seudonacionalismo» musulmán. Ese es el eje sobre el que han anexionado los jihadistas clásicos» y las nuevas generaciones de militantes.
                        «Al Qaeda» como signataria de decenas de agendas locales que convergen en mínimos denominadores comunes, capitaliza un discurso claro basado en el agravio sistemático de los musulmanes, sobre todo desde el final de la Guerra Fría, para alimentar su discurso «antioccidental». Algunos analistas afirman que la radicalización de los jihadistas no surge de movimientos islamistas o nacionalistas de Oriente Próximo, (obviando la Jihad egipcia de Al Zawahiri), sino que la radicalización militante se deriva de su «experiencia personal» respectiva en Occidente. Eso significa que el contexto globalizador, la expansión del actual modelo mundial neoliberal, ha primado como generador sobre los ejes nacionales o religiosos de la conceptualización ideológica. Así el actual militante jihadista, el actual teócrata totalitario islamista, prioriza una visión geopolítica de la situación mundial que una visión sectorial, ya sea nacional o religiosa. Es por ello, que la concepción actual de los activistas de la red «Al Qaeda», se vertebra más por una lucha en el contexto del proceso de globalización que en una lucha para establecer un Estado islámico en un país determinado.
La historia reciente                         La disculpa del 11-S era Palestina, la masacre perenne; la ocupación militar de los lugares santos saudíes; Jerusalén. El 11-M Irak definía los ejes sobre los que se fundamentaba el discurso causalista. El 7-J recuperaba Irak como eje y además forzaba a que políticos como el alcalde de Londres, conocido extroskista, recordasen los agravios habidos en especial en el mundo árabe y en general en el mundo musulmán desde la Primera Guerra Mundial. Hoy, el 21-J, si es que puede llamársele así, ahonda en la clave explicativa de que los ejes del activismo terrorista teocrático musulmán utilizan la reciente Historia para combatir la expansión totalitaria del modelo neoliberal a nivel planetario. Ben Laden está en las antípodas, los activistas no son unos desgraciados desesperados y verdaderamente todo indica a que el «enemigo» o sea el Ben Laden del siglo XXI está aquí, en casa, es vecino nuestro, tiene una conducta intachable y además lleva en secreto su repugnancia por el modelo de vida que vivimos o sufrimos. Según se mire.
                        Y lo que es peor, los atentados de Londres demuestra, una vez más, que los activistas «jihadistas» están una vez más por delante de toda lógica preventiva. La localización de agendas, la autonomía celular, la flexibilidad ideológica, paradójicamente inmersa en una dogmática disciplina existencial, así como la vulnerabilidad operativa de los objetivos que elegidos son elementos que desdicen todo el discurso preventivo y represivo que los grandes Media imponen, por lo que no es descabellado predecir que efectivamente, la multiguerra que genera el proceso globalitario irá in crescendo. -  (*) Gabirel Ezkurdia es analista internacional