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Europa

Los atentados de Londres desafían directamente al G 8, que celebraba simultáneamente una cumbre de la que pretendía emerger como un bondadoso gobierno mundial
Fundamentalismo contra fundamentalismo

Gennaro Carotenuto
Brecha

Desde los ataques hasta el cierre de esta edición han pasado 12 horas. Demasiadas para lo borrosos que siguen apareciendo. Las explosiones fueron entre cuatro y siete y afectaron nudos fundamentales de la metrópolis, como King’s Cross, Liverpool Station y Russell Square. Como en Nueva York, el 11 de setiembre de 2001, y en Madrid, el 11 de marzo de 2004, la hora temprana de los atentados hace que la mayoría de las víctimas sean trabajadores.
El primer ministro británico, Tony Blair, reunido en el castillo de Gleneagles en Escocia para la cumbre del G 8, antes de viajar a Londres en la tarde declaró que los terroristas no quebrarán la determinación de los británicos y que la cumbre seguirá reunida. "Es criminal golpearnos mientras estamos acá para ayudar a África", dijo. Blair optó así por conectar los atentados directamente con el G 8 y evitar que se los vincule con la agresión a Irak, que originó claramente los bombazos del año pasado en Madrid.
Sin embargo, hoy viernes es muy probable que los gobernantes de los países más ricos varíen su agenda y no hablen de África ni de cambio climático. La nueva agenda versará sobre la lucha antiterrorista y las presuntas buenas razones de las guerras infinitas. Unas guerras infinitas que hasta ahora no sólo no lograron garantizar la defensa del propio Occidente, sino que desestabilizaron a buena parte del planeta.
¿Cui prodest? ¿Quién gana? Y además, ¿quién fue? Son las dos preguntas ineludibles en estas horas. Y sólo hay dos respuestas posibles. Una de las dos es tan terrible que hasta da miedo formularla. Hay dos sujetos en el mundo capaces de organizar acciones de esta envergadura: la cia y Al Qaeda. En su medio siglo de existencia, la agencia de inteligencia estadounidense tiene un currículo siniestro. Ha orquestado todo tipo de violaciones a los derechos humanos, golpes de Estado tan sangrientos como el de Yakarta, que arrojaron más de un millón de víctimas, y creado artificialmente casus belli para guerras y conflictos, Irak incluido. Sin dudas tiene la capacidad técnica y organizativa para realizar las acciones más sorpresivas de la historia. La cia existe, pero no parece razonable que llegue a tanto. En cambio, de Al Qaeda, que no se sabe a ciencia cierta si existe, se puede pensar que sí es capaz de cometer atentados como el de ayer, que suponen una altísima capacidad operativa, la necesidad de involucrar a varias decenas de hombres, divididos en varias células, y de golpear con "precisión quirúrgica" –al igual que los bombarderos occidentales– en el corazón de la ciudad hoy más vigilada del mundo, la Londres del día de inicio del G8.
Al Qaeda ha realizado atentados en cuatro continentes y en decenas de países, de Bali a Casablanca, de Nairobi a Nueva York, en Madrid. Y tiene un importante nivel de operatividad en Irak. A esta altura estamos hablando de la mayor organización secreta de la historia, con miles de militantes entrenados y decididos a entregar la vida en pos de un proyecto que se diluye y se esconde detrás de un extraordinario nivel de violencia utilizado en una dirección militarista y fanática. La de Al Qaeda no es la desesperación de los mártires palestinos. Al Qaeda está integrada por técnicos, ingenieros, analistas, agentes secretos, militares altamente especializados y dispuestos a todo. Si en Irak el objetivo es la liberación del país, los atentados en Occidente obedecen a la búsqueda del gesto clamoroso, de la "bella muerte" fascista. Aun si la de "fascista" es una categoría politológica occidental, es sin embargo la que mejor se adapta para calificar la ideología de esta organización, cuya inclinación militarista contribuye a acallar todas las voces de la sensatez, tanto en Oriente como en Occidente.
dos demonios. El G 8 había sido preparado por Tony Blair como un gran circo de falsas promesas y de hipocresías en defensa de "los niños hambrientos de África" y del ambiente amenazado. A China, Brasil e India, los nuevos motores planetarios, se los invitó a la cumbre, pero hasta la puerta. Al cenáculo no entraron. George Bush se presentó en Gran Bretaña habiendo descubierto, por fin, el efecto invernadero, pero insistiendo en su no rotundo al Protocolo de Kyoto de 1997, invalidando de esa manera el único dispositivo definido hasta ahora para atacar este problema...
En Edimburgo, 500 mil personas habían desfilado contra la cumbre. Durante días un importante foro había aportado soluciones inteligentes a los problemas del planeta. Los Ocho, por su lado, se habían confinado en el castillo encantado de Gleneagles. Tony Blair, con la complicidad de Bob Geldof y otras estrellas de rock, había torcido el brazo al más grande concierto de la historia –el Live 8– utilizándolo casi como preludio al G 8 mismo. Una jugada muy inteligente que había dado a algunos la sensación de que realmente los grandes de la tierra pretendían ayudar a África. Bono, el líder de U2, había llegado a elogiar abiertamente a Bush, con el cual se volvió a reunir ayer jueves. Así, el movimiento contra la globalización neoliberal, una vez más presentado como "extremista", se encontraba arrinconado entre el "progresismo compasivo" de las estrellas del show business mundial y el "conservadurismo compasivo" de Bush. Con los atentados de Londres el contexto en el cual operan se verá seguramente mil veces empeorado. Algo similar a lo sucedido en 2001 tras los ataques de Nueva York y Washington. La brutalidad de la invasión a Irak había vuelto a poner las cosas en su lugar, pero ahora, una vez más, el terrorismo de Al Qaeda, esté quien esté atrás de este nombre, se configura como el más poderoso aliado del sistema de terror anglosajón que rige el planeta. Hay dos monstruos, dos demonios, para utilizar –y rechazar– una categoría rioplatense. Los dos son indeseables, pero el mundo vuelve a ser puesto en la obligación de elegir. Si se critica a uno es porque se es amigo del otro. ¿Cui prodest? ¿A quién conviene?