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Yugoslavia: conmemoraciones y mala memoria
Red Voltaire
Análisis 
El 21 de noviembre de 1995, los Acuerdos de Dayton ponían fin a los actos de 
violencia en Bosnia-Herzegovina y creaban una entidad estatal híbrida, basada en 
la división en comunidades, que validaba las principales reivindicaciones de las 
facciones nacionalistas bajo control internacional. La prensa internacional 
aprovecha este aniversario para preguntarse sobre las lecciones extraídas de 
este acuerdo. 
El International Herald Tribune pone sus columnas a disposición de dos ex 
Altos Representantes para Bosnia-Herzegovina cuyas tribunas nos hacen pensar en 
un ajuste de cuentas. 
Carl Bildt, quien ocupó ese puesto de 1995 a 1997 antes de convertirse en 
miembro del Consejo de Administración de la Rand Corporation, loa el proceso de 
Dayton y sus primeros momentos, pero considera que después (es decir, una vez 
que abandonó el puesto) la comunidad internacional (en otras palabras, sus 
sucesores) no fue muy lejos que digamos y hoy Bosnia paga el precio con graves 
dificultades económicas. 
Paddy Ashdown, Alto Representante para Bosnia de 2002 hasta inicios de noviembre 
de 2005, asegura por su parte que la comunidad internacional hizo un excelente 
trabajo en Bosnia-Herzegovina, con excepción de los dos primeros años que 
siguieron a los acuerdos de Dayton (o sea, durante el mandato de Carl Bildt). 
Afirma que Bosnia-Herzegovina está resolviendo sus problemas económicos al mismo 
tiempo que se integra a la comunidad «euro-atlántica». 
Ambos autores dan muestras de gran fervor atlantista. De esta forma, Carl Bildt 
alaba la acción de Estados Unidos y afirma que nada habría sido posible sin este 
país en 1995, mientras que Ashdown se vanagloria de que bajo su dirección Bosnia 
haya enviado tropas a Irak para colaborar con las fuerzas de ocupación 
anglosajonas. 
En Der Standard, Wolfgang Petritsch, quien ocupó el puesto de Alto 
Representante para Bosnia entre Bildt y Ashdown, estima que se hizo un excelente 
trabajo a nivel económico si se piensa en el punto de partida (es decir, cuando 
ocupó el lugar de Bildt), pero se lamenta del giro neoliberal de las políticas 
económicas adoptadas en los últimos tiempos (en la época de Ashdown) y de la 
incapacidad de las fuerzas internacionales para detener a Karadzic y Mladic. 
Reconoce, sin embargo, que la posible adhesión de Bosnia a la Unión Europea será 
beneficiosa para todos ya que servirá de elemento de cohesión para el futuro.
En pocas palabras, estas tres intervenciones pueden resumirse de la siguiente 
forma: hice un buen trabajo, los problemas son fruto de los errores cometidos 
por aquellos que ocuparon el puesto antes o después de mí y el futuro de 
Bosnia-Herzegovina debe pasar por la integración a la comunidad euro-atlántica, 
integración prioritaria con relación al acercamiento a las antiguas partes de 
Yugoslavia. Las rivalidades personales se desencadenan en el campo atlantista en 
vísperas de algunas jugosas nominaciones. 
Cuando todo parece indicar que ha llegado la hora de conmemorar las acciones de 
la Unión Europea, de la ONU o de la OTAN en Bosnia-Herzegovina, Srdjan 
Dizdarevic, presidente del Comité Helsinki para Bosnia-Herzegovina, señala en el 
diario comunista francés L’Humanité los problemas persistentes de Bosnia 
y ofrece una descripción poco brillante de la situación en el país: el sistema 
étnico-religioso que divide hoy al país impide que todo aquel que no pertenezca 
a una de las tres grandes comunidades pueda presentarse a una elección, la 
corrupción es generalizada, el nacionalismo se mantiene fuerte y el crimen 
organizado es poderoso. Nada que ver con la autoaprobación de los tres ex Altos 
Representantes. 
En un extenso texto publicado por el diario comunista italiano Il Manifesto, 
Miodrag Lekic, ex embajador yugoslavo y ex candidato a las elecciones 
presidenciales en Montenegro, lamenta la situación en Bosnia. Lekic ofrece un 
análisis análogo de la situación actual en Bosnia y lo extiende a Kosovo. 
Observa que las divisiones entre las diferentes comunidades se mantienen. Para 
él, Dayton congeló la situación pero no resolvió nada a nivel de los derechos 
humanos en esas regiones. De esta forma se preocupa por los proyectos de 
independencia para Kosovo apoyados por el International Crisis Group de George 
Soros y emite sus reservas respecto de la «muerte natural» de Yugoslavia. 
El diario kuwaití Al Watan pone igualmente sus columnas a disposición de 
dos analistas para que hablen de las consecuencias de los Acuerdos de Dayton. 
Sin embargo, de manera implícita, parece que se piensa más en la reconstrucción 
del vecino Irak que en la de Bosnia. 
El escritor y periodista kuwaití Mohamed Khalaf presenta el proceso iniciado en 
Dayton como el modelo de la reconstrucción de un Estado luego de un período de 
guerra. Exalta la asociación de despliegue militar, voluntad política, 
cooperación y financiamiento. No obstante, considera que será difícil instaurar 
un gobierno unificado. 
Mucho más explícito, el director de la Rand Corporation y ex representante 
estadounidense en los Balcanes, James Dobbins, alaba también el trabajo 
realizado en Bosnia y considera que debe servir de fuente de inspiración para 
las acciones estadounidenses en Irak. En su opinión, Estados Unidos saldría 
ganando si se inspirara en lo que se hizo allí: es preciso estabilizar el país 
antes de dedicarse a la discusión institucional. Pide por consiguiente que los 
representantes iraquíes se reúnan para reflexionar sobre la forma de poner fin a 
lo que se presenta como una guerra civil y sugiere por lo tanto que se deje a un 
lado la constitución iraquí, aplazada para un momento ulterior. 
La comparación entre Bosnia e Irak tiene sin embargo límites evidentes: Irak era 
un país donde no existía enfrentamiento entre las comunidades antes de una 
invasión que utilizó y sacó a relucir ampliamente las divisiones 
étnico-religiosas; cualquier intento de aplicar un «modelo bosnio» a los 
problemas iraquíes debería por lo tanto tropezar con la diferencia entre los 
problemas de ambos países. No obstante, el mito mediático de la «guerra civil» 
en Irak descansa en múltiples comparaciones con la Yugoslavia de los años 90. Si 
miramos bien, Yugoslavia pudo servir de modelo para atizar las tensiones entre 
comunidades. Fue allí donde el estado mayor estadounidense puso en práctica su 
teoría de las «peleas de perros»: aislar a una población, llevarla después a 
destrozarse entre sí de forma tal que ésta acepte cualquier decisión impuesta 
desde el exterior para recuperar la paz. El incendio de la biblioteca de 
Sarajevo, símbolo de la pluralidad cultural de Yugoslavia, preparó las 
condiciones para el saqueo de los museos de Bagdad, símbolo de la unidad 
nacional iraquí, bajo la mirada experta del embajador Galbraith, ex clínico del 
desmembramiento de Yugoslavia. 
Algo sí es seguro, la guerra en Bosnia condujo a una satanización del 
nacionalismo serbio que abrió la puerta a una representación monocausal de los 
actos de violencia en Kosovo, lo que justificó la intervención y el fin de la 
escisión yugoslava con el desmembramiento de Serbia. Las operaciones militares 
de la OTAN, realizadas en esa ocasión fuera del marco del derecho internacional, 
llevaron también a la opinión internacional a aceptar el principio de acciones 
militares sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. 
Esta relación es recordada en The Guardian por la periodista Diana 
Johnstone (quien recientemente participara en la conferencia Axis for Peace 
2005). Johnstone vuelve a analizar los mitos mediáticos que siguen 
caracterizando la representación del conflicto yugoslavo. Con motivo de la 
rehabilitación de su trabajo por parte del Guardian precisa que nunca 
quiso negar las atrocidades cometidas durante ese conflicto sino situarlas en 
contexto. De esta forma, quiso demostrar que el nacionalismo serbio no era peor 
que el nacionalismo croata en Bosnia o el albanés en Kosovo y que comparar a 
Milosevic con Hitler era una simplificación elaborada para provocar la emoción y 
no un análisis pertinente. Lo que es peor, estas amalgamas permitieron 
justificar la guerra contra Serbia, en franca violación del derecho 
internacional, abriendo de esta forma la puerta a las aventuras posteriores. 
El no respeto del derecho internacional por parte de la primera potencia militar 
mundial es un peligro mucho peor para la paz mundial que el nacionalismo de un 
pequeño Estado, esta es una lección de la guerra en Yugoslavia que sigue siendo 
difícil de admitir.