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A escobazo limpio
La "limpieza de los barrios miseria" significa casi siempre un ataque a los 
pobres 
Mike Davis 
www.sinpermiso.info 
LAS FUERZAS OSCURAS del mundo parecen obsesionadas estos días con la limpieza 
urbana. El ministro francés para los desgarros y los cachiporrazos, Nicolas 
Sarkozy, denunció a la "gentuza" (racaille) de los ghettos suburbanos parisinos 
y prometió servirse de una gran manguera para "barrerlos". Cuando todavía 
estaban flotando cadáveres hinchados por las calles inundadas de los vecindarios 
negros de Nueva Orleáns, un congresista republicano dio gracias a dios por haber 
"despejado finalmente la vía para la realización de nuevos proyectos 
inmobiliarios".
El fiscal de Río de Janeiro, apoyado por la industria turística y amplios 
sectores de la clase media, prometió en octubre pasado "embellecer" la ciudad 
expulsando a los residentes de 14 favelas. En Zimbabwe, entretanto, 700.000 
personas acaban de ser desalojadas por el presidente Mugabe, en una expeditiva 
"Operación Murambasvina" o "Saca la basura".
El "embellecimiento urbano", obvio es decirlo, ha sido siempre un eufemismo 
orwelliano. En el tercer mundo urbano las gentes pobres temen siempre los 
acontecimientos internacionales de alto nivel –conferencias, visitas de 
dignatarios, competiciones deportivas, concursos de belleza y festivales 
internacionales— que empujan a las autoridades a lanzar cruzadas de limpieza de 
la ciudad. Los habitantes de los barrios miserables saben que son lo "sucio", el 
"tizón" que sus gobiernos prefieren ocultar al mundo.
Ejemplo infame de ello fue el quinto centenario de Colón en Santo Domingo, en 
1992. Como presidente entronizado por los marines norteamericanos en 1965, el de 
la República Dominicana, Juan Balaguer, era ya conocido desde hacía mucho tiempo 
como "el Gran Deshauciador". Regresado al poder en 1986, el anciano autócrata se 
sirvió de las celebraciones como pretexto para destruir los núcleos 
tradicionales de la resistencia de la población trabajadora al poder 
conservador, convirtiendo 40 barrios en pasto de bulldozers y expulsando a 
180.000 residentes.
Los Juegos Olímpicos también han dado oportunidad de empujar a los pobres hacia 
la periferia. En la preparación de las Olimpíadas de 1936, por ejemplo, los 
Nazis se deshicieron de los indigentes sin techo, alejando a los moradores de 
los barrios miserables de las áreas de Berlín que podían ser vistas por los 
turistas olímpicos. Aunque otras Olimpíadas que siguieron –incluyendo las 
México, D.F., Atenas y Barcelona— fueron también acompañadas de renovación 
urbana y expulsiones, los Juegos de Seúl en 1988 alcanzaron una escala sin 
precedentes en punto a persecución y destrucción oficiales de propietarios 
pobres de casas, inquilinos y squatters. Nada menos que 720.000 personas fueron 
realojadas en Seúl y en Inion, llevando a una ONG católica a denunciar que Corea 
del Sur rivalizaba con Sudáfrica por el título de ser el "país en el que el 
deshaucio forzoso es más brutal e inhumano".
Beijing parece seguir ese precedente de Seúl en sus preparativos para los Juegos 
de 2008: sólo la construcción del estadio olímpico significará, presumiblemente, 
la reubicación de 350.000 personas. Anne-Marie Broudehoux, en su brillante libro 
The Making and Selling of Post-Mao Beijing (La forja y la venta del Beijing 
post-Mao), predice que la planificación olímpica repetirá la experiencia 
traumática (y para las clases trabajadoras, sombríamente irónica) del 
quincuagésimo aniversario de la Revolución china, con sus "múltiples campañas de 
embellecimiento emprendidas para camuflar la miseria social y física de la 
ciudad. Cientos de casas fueron demolidas, miles de personas expulsadas, y miles 
de millones de yuans del contribuyente gastados para construir una fachada de 
orden y progreso".
Sin embargo, el programa más totalitario de "embellecimiento urbano" 
desarrollada en Asia en los últimos tiempos lo constituyeron sin duda los 
preparativos para el "Año de visita de Myanmar 1996", emprendido por la 
dictadura militar de Birmania –financiada por el tráfico de heroína— en Rangún y 
Mandalay. Un millón y medio de residentes –un increíble 16% de la población 
urbana total— fueron expulsados de sus hogares (con frecuencia, mediante 
incendios patrocinados por el estado) entre 1989 y 1994 y transportados en barco 
hasta unas chozas de caña y bambú improvisadas en una periferia urbana 
rebautizada con el escalofriante nombre de "Campos Nuevos". Los vecindarios 
urbanos fueron substituidos por proyectos como el nuevo Rangún Golf Course, 
destinado a turistas occidentales y hombres de negocios japoneses. En los 
"Campos Nuevos", los antiguos residentes urbanos se hacinan entre el lodo y el 
estiércol, mientras ven morir a sus hijos de disentería.
Se ha convertido en un lugar común de todos los gobiernos justificar en todas 
partes el esponjamiento urbano y la limpieza de los barrios miseria como un 
medio indispensable para combatir el crimen. Los barrios miseria, además, son 
vistos a menudo como amenazas simplemente porque resultan invisibles para la 
vigilancia estatal, hallándose, en efecto, "fuera del Panóptico".
El derecho de la era colonial se usa con frecuencia para justificar las 
expulsiones. Kuala Lumpur, habiéndose marcado el objetivo de erradicar los 
barrios miserables en 2005, ha usado poderes policiales derivados de las leyes 
de "emergencia" de los años cincuenta, cuando los británicos arrasaron con 
bulldozers comunidades enteras de ocupantes chinos alegando que eran fortalezas 
comunistas.
La limpieza a gran escala de los barrios miserables va frecuentemente ligada a 
la represión de los vendedores ambulantes y los trabajadores informales. El 
general Sutiyoso, el poderoso gobernador de Yakarta, va sólo ligeramente a la 
zaga de los generales birmanos en su violación de los derechos humanos de los 
pobres en Asia. Notorio por su persecución de la disidencia bajo la dictadura de 
Suharto, Sutiyoso ha librado desde 2001 una "cruzada personal para limpiar 
Yakarta de kampunks (aldeas) informales, así como de sus vendedores, músicos 
callejeros, sin techo y pedicabs [taxistas de pedal]". Con el sostén de la gran 
empresa, el gobernador ha deshauciado a más de 50.000 moradores de los barrios 
miseria, dejado sin trabajo a 34.000 pedicabs, demolido los tenderetes de 21.000 
vendedores ambulantes y detenido a centenares de músicos callejeros. Su objetivo 
manifiesto es convertir Yakarta (con una población de 12 millones) en un 
"segundo Singapur". Pero los opositores de base, como la Alianza de Pobres 
Urbanos, le acusan de simplemente limpiar y esponjar los barrios miseria para 
dejar expedito el camino a futuros planes de desarrollo en los que están 
interesados sus sostenedores y compinches políticos.
Si algunos moradores de los barrios miseria cometen el "crimen" de estar 
atravesados en el camino del progreso, otros sucumben al yerro de practicar la 
democracia. Después de las elecciones de 2005 en Zimbabwe, marcadas por la 
corrupción, Mugabe orientó su cólera hacia los mercados callejeros y las 
aglomeraciones de barracas de Harare y Bulawayo, en las que los pobres habían 
votado a favor de la oposición. Un funcionario de policía ordenó a sus hombres: 
"A partir de mañana, necesito informes en mi mesa diciendo que hemos disparado 
contra la gente. El presidente ha dado su pleno apoyo a esta operación, así que 
no hay nada que temer. Hay que tomar esto como una guerra".
Verdaderamente, guerra es aquí una metáfora adecuada. El ritmo acelerado de los 
desahucios y las "limpiezas" urbanas por todo el mundo es la última etapa 
alcanzada por el inveterado conflicto entre ricos y pobres por el "derecho a la 
ciudad". Pero como advierte el rojo fogonazo que se ve en el horizonte de París, 
los barrios miseria vuelven a la lucha.
Mike Davis es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO
Traducción para www.sinpermiso.info : 
Amaranta Süss
Socialist Review, diciembre 2005