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Europa

¿Por qué hay españoles que arremeten contra la Francia de Sarkozy y se olvidan de la España de El Egido, de la valla de Melilla...?
Lección para Francia... o de Francia

Manuel de Castro García
Rebelión

El etnocentrismo europeo del XIX y principios del XX tenía un repugnante sentimiento de superioridad que se trasladaba a las colonias. Con el tiempo, estas ideas han ido perdiendo respaldo social y las opiniones que apoyan este pensamiento resultan para el público cada vez más disparatadas y ‘mussolinianas’, al estilo de personajes como Berlusconi o el ex presidente español Aznar, personajes de ombligo inabarcable. Aunque esta es una posición intelectual periclitada, se mantienen otras con el mismo o mayor vigor, en Francia y en casi todas partes. Lo que se mantiene con fuerza creciente –incluso intelectual y políticamente mejor argumentado que antes- es un modelo de explotación del rico sobre el pobre, del que tiene privilegios sobre aquel que no los tiene. La revuelta de un sector marginado de la población francesa no es, en mi opinión, solamente una cuestión de racismo, por mucho que se empeñen en manifestar lo contrario algunos franceses de primera y segunda generación que sí viven a cuerpo de rey (en Francia, a la que tanto insulta la acomplejada derecha española, hasta los futbolistas de la selección nacional de fútbol tienen opiniones políticas propias que merecen ser discutidas). Como las que se extenderán por casi todo el mundo en el futuro, las protestas de Francia son para reclamar justicia social. Dicho de otro modo: en toda la Historia de la Humanidad no se conoce ningún caso de disturbios violentos en masa provocados por personas si éstas tienen la justa formación y las condiciones económicas y laborales dignas que les debe ofrecer el Estado.
Pero este artículo sería notablemente injusto si fuese dirigido específicamente a Francia, sobre todo porque hay cierto rencor histórico de algunos nacionalistas españoles que aprovechan la mínima ocasión para ponerse de ejemplo de buenas costumbres y ridiculizar al país vecino, un país que superó hace tiempo debates como el de la monarquía, la religión en las escuelas públicas o el democrático sistema de emplear urnas en lugar de esperar a que se muera el dictador de turno. Francia es tan culpable como Alemania o España –incluso diría que Francia algo menos, si cabe, por sus movimientos sociales de base- de que sus sucesivos gobiernos hayan ido cediendo progresivamente ante la presión de las grandes empresas que crecen al mismo ritmo que la desigualdad y la insolidaridad, creando favelas a la europea. Hace unos días, sin ir más lejos, una entrevista con Danielle Mitterrand, presidenta de France-Liberté, volvía a recordar el abismo entre un lado y otro de los Pirineos. Alguien puede imaginarse, acaso, a la mujer de un primer ministro español capaz de encabezar gestos de protesta contra los abusos de Estados Unidos y la injusticia del mundo o de criticar abiertamente la deriva ultraliberal de su propio país. No toda Francia es Sarkozy, por eso espero todavía más de la Francia que mantiene los aberrantes guettos de París que de la España que, con una mínima proporción de inmigrantes, es incapaz de hacer autocrítica y olvidarse de El Egido, de los chabolistas de Madrid, de la valla de Melilla o de los cientos de muertos en el trabajo por la precariedad laboral.