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Europa

Tony Blair, Spiro Agnew y el movimiento pacifista
¡Esos malditos intelectuales urbanos!

Mike Marqusee
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Tony Blair ha despachado la oposición a su política en Irak calificándola de reducto de "los intelectuales urbanos". Extraño comentario el de un Primer Ministro de una de las sociedades más urbanizadas de la tierra que, además, trata de ignorar la más reciente encuesta que indica que el 57% de su electorado quiere ver a las tropas fuera de Irak.
Volviendo al pasado, en 1970, Spiro Agnew, vicepresidente de Estados Unidos, menospreció a los activistas contra la guerra de Vietnam llamándoles "intelectuales trasnochados". Tres años después de semejante burla, un escándalo de soborno obligó a Agnew a dimitir cayendo en desgracia. Su maestro, Richard Nixon, le siguió enseguida, cubierto por el barro del Watergate.
Nixon y Agnew eran izquierdistas comparados con los actuales ocupantes de la Casa Blanca, así que desde una perspectiva histórica resulta extraordinario que el más firme aliado mundial de Bush sea un primer ministro laborista. Como el humorista Michael Moore planteaba a su audiencia británica, "nosotros somos tontos, ¿Cuál es vuestra disculpa?"
Es indudable que existe un elemento personal en la pasión de Downing Street por Washington. Las desvergonzadas mentiras y evasiones de Blair se mantienen no sólo gracias al oportunismo y al desprecio de estilo nixoniano por decir la verdad, sino también por unas convicciones conservadoras y lo que parece ser una profunda sumisión hacia los ricos. Existe también una evidente incapacidad para comprender las consecuencias que sus decisiones tienen en los demás. En las memorias recién publicadas de un antiguo empleado, se describe su infantil excitación la primera vez que ordenó que las tropas británicas entraran en combate en 1998, cuando coaligado con Bill Clinton emprendió un fugaz pero letal ataque aéreo contra Irak.
Pero sería un error creer que Blair está solo. Su Gabinete le ha servido fervientemente, con la única excepción del desaparecido Robin Cook que presentó su dimisión por la guerra de Irak. Habida cuenta del tamaño de la oposición popular a la invasión, por no mencionar la crudeza de la opción moral y política, el aislamiento de Cook fue notable y ciertamente sin precedente en la historia de los gobiernos laboristas. Pero la inmensa mayoría de los diputados laboristas han dado de lado su inquietud inicial sobre la invasión y ahora comparten la impaciencia de Blair por ver que su programa "sigue adelante". El rechazo a la guerra de Irak se ha extendido entre las filas cada vez menores de los miembros del partido laborista (200.000, un 50 % menos que en 1997) pero, el efecto acumulativo de los cambios impuestos al partido desde la derrota de la huelga de los mineros de 1984-85, ha separado a la organización de sus bases sociales y la ha inclinado hacia la elite que toma las decisiones.
Aunque se queja, Blair se ha visto apoyado por la BBC y por los principales medios de información. La investigación de Lord Hutton sobre las circunstancias que rodearon el suicidio del Dr. David Kelly, publicada a principios de 2004, exoneró de culpa a la camarilla de Blair mientras criticaba duramente a la BBC. El resultado fue que se castigó a la BBC por informar, de forma responsable, de que la oficina de Blair había exagerado las pruebas de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva para asegurarse el apoyo parlamentario y de la opinión pública en la guerra. Aunque el informe de Hutton fuera ridiculizado ampliamente como un encubrimiento, sirvió para intimidar a la BBC, cuya cobertura de Irak ha sido lamentable desde entonces. Las víctimas civiles de las acciones militares de los ejércitos estadounidense y británico son raramente citadas, aunque suponen cinco veces el número de muertos originados por los coches bomba o por otras acciones violentas de los iraquíes sobre sus compatriotas. Del sitio y bombardeo de Faluya el año pasado, en el que pudieron morir miles de personas, se informó exclusivamente desde fuera de la ciudad por periodistas incrustados entre las fuerzas estadounidenses. El reciente ataque por tierra y aire a Tel Afur, en el que se ha informado de que murieron centenares de personas, ha sido ignorado.
La BBC, preocupada por los atentados suicidas y las discrepancias entre chiíes y sunníes, en escasas ocasiones informa sobre la oposición chií a la ocupación, o sobre la oposición civil y política en general. Cualquiera que sólo se informe a través de la BBC no sabrá que más de un tercio de los miembros de la Asamblea iraquí elegidos en enero han exigido la inmediata retirada de las fuerzas extranjeras. Quienes piden el fin de la ocupación, bien sean iraquíes o británicos, son en gran medida silenciados, aunque las encuestas indican que esa es la opinión mayoritaria en ambos países.
Pero, no se trata sólo de la BBC. El Observer, el venerable semanario liberal, en su cobertura de los recientes acontecimientos en Basora, se refiere al "secuestro de dos soldados británicos de las SAS, cuando debería haber informado de "la detención por la policía iraquí de dos soldados británicos disfrazados de árabes y en posesión de un arsenal de armas de gran potencia y sofisticados equipos de espionaje". La respuesta del ejército británico a la detención de esos hombres, cuya misión hasta el momento no ha sido explicada, fue atacar y destruir un complejo policial iraquí con tanques, vehículos blindados y helicópteros. La población civil rodeó a los británicos y les lanzaron cócteles molotov. Los británicos contestaron abriendo fuego y matando a un número indeterminado de "alborotadores".
Muchos británicos se consuelan pensando que al menos no son tan malos como los estadounidenses, ya que está muy extendida la idea de que en el sudeste de Irak los sofisticados británicos han conseguido sabiamente impedir la clase de hostilidad a la que se enfrentan por todas partes los cowboys estadounidenses. Una vez más, la información sobre el terreno desde la zona británica ha sido extremadamente escasa, de ahí que los sucesos de Basora hayan producido una gran conmoción. Pero el mito de la contención británica no ha sido el único que se ha venido abajo con estos sucesos, la mayor víctima informativa es el mito de la soberanía iraquí. La opinión pública británica tiene que lidiar con la injusticia principal de la política de EE.UU. y Gran Bretaña de ocupación militar de un país extranjero, en contra de la voluntad de sus pueblos y para continuar con un proyecto colonial apenas encubierto. El eje Londres-Washington constituye la representación de algo más que el romance Bush-Blair. La vinculación entre los dos gobiernos y sus sectores empresariales ha sido total desde la Segunda Guerra Mundial, al final de la cual Estados Unidos heredó el Imperio Británico, en especial su zona del sudoeste asiático tan rica en petróleo.
La burla de los intelectuales es una actuación ya utilizada del vodevil político que se corresponde por completo con el elitismo hipócrita de Blair. Irónicamente, una parte importante de la intelectualidad británica le apoya, si no en lo acertado de la invasión sí en su compromiso de mantener las tropas británicas en Irak en el futuro previsible. Cada vez un número mayor de "no intelectuales" tanto aquí como en Estados Unidos están en desacuerdo con él, por lo que el problema de Blair, entonces, no son los "intelectuales urbanos" sino la realidad de la guerra en Irak.
Mike Marcusee es autor de Chains of Freedom: the Politics of Bob Dylan's Art and Redemption Song: Muhammed Ali and the Sixties. Se le puede contactar en su web : www.mikemarqusee.com
Este artículo se publicó originalmente en The Hindu