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Argentina: La lucha continúa

Cuando la muerte también trae la vida

"Volver a dar nombre a un cuerpo es también en algún sentido recuperar su vida, su historia", dice Luis de Fondebrider, miembro fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Aquí, el trabajo de quienes se ocupan de reconstruir la identidad de los desaparecidos.

Por Victoria Ginzberg

Luis de Fondebrider es miembro fundador de EEAF, que se creó en 1984 para buscar los restos de los desaparecidos.

En 1984 eran estudiantes con ganas de colaborar con el antropólogo norteamericano Clyde Snow, que vino a Buenos Aires para asesorar a la Conadep. Hoy son 13 profesionales y un grupo similar de voluntarios que recorre el mundo para aportar la experiencia acumulada en el trabajo de la identificación de restos óseos. Estuvieron en Ruanda, Sudán, la ex Yugoslavia, El Salvador, Guatemala y otros 29 países en los que hubo grandes matanzas o desapariciones y buscaron el cuerpo del Che en Bolivia. En estos 21 años, además, no abandonaron la tarea que los convocó: ayudar a conocer qué pasó con los desaparecidos en Argentina. El hallazgo de los restos de las Madres de Plaza de Mayo y de la monja francesa Léonie Duquet los puso en el centro de la escena, pero los miembros del Equipo de Antropología Forense ya identificaron 250 víctimas de la última dictadura –aunque no siempre se pudo recuperar los cuerpos– y actualmente están analizando más de 150 casos. Están en contacto permanente con la muerte, pero su trabajo es mucho más vital de lo que parece. Cada cuerpo implica una historia reconstruida, una identidad recobrada. "Volver a dar nombre y apellido a un cuerpo es también en algún sentido recuperar su vida", señala a Página/12 Luis De Fondebrider.
–¿Qué tuvo de particular para el Equipo la identificación cuerpos del cementerio de General Lavalle, donde estaban las madres de Plaza de Mayo y una de las monjas francesas?
–Fue uno de los casos más completos. Hace muchos años conocemos el hallazgo de cuerpos en costas argentinas y uruguayas en 1976 y 1977 que habían sido enterrados en Argentina y Uruguay. En muchas ocasiones los cuerpos fueron removidos de sus sepulturas por cuestiones administrativas. En este caso contamos con fuentes documentales como los expedientes judiciales que se hicieron en el momento del hallazgo de los cuerpos. Eso nos permitió tener una pista sobre quién podía ser una de las personas del grupo y nos permitió ir armando la pista de los demás. Generalmente la gente era secuestrada con relaciones y en este caso era un grupo más o menos homogéneo. A partir de ese hecho se puede hacer una hipótesis de identidad y por lo tanto se puede hacer un seguimiento más o menos completo del episodio: hay gente que fue vista en la ESMA, aparecen los cuerpos, hay un registro oficial del hallazgo de los cuerpos y después se hace el trabajo en el laboratorio.
–También se pudieron comprobar los vuelos de la muerte.
–Nosotros no podemos decir que esas personas fueron arrojadas de aviones. Podemos decir que las fracturas que tienen son compatibles con la caída desde una altura determinada y el impacto contra un cuerpo duro. Obviamente los elementos contextuales que tiene el juez o el tribunal le permiten hacer esas afirmaciones.
–Surge de unir el trabajo científico con el histórico, con los testimonios de los sobrevivientes.
–Nosotros lo podemos hacer desde el punto de vista histórico pero desde el punto de vista procesal lo tiene que hacer el tribunal. Es interesante que algunos de los cuerpos fueron autopsiados en el momento del hallazgo por el médico de la policía que constató estas lesiones y dice algo bastante parecido a lo que vemos nosotros en los huesos.
–¿Fue especial que se tratara de casos emblemáticos como las madres de Plaza de Mayo o una de las monjas francesas?
–Desde el punto de vista del trabajo fue exactamente igual que otros. Quizá lo diferente fue que es una de las primeras veces en Argentina que tenemos que hablar con familiares franceses. Además, en la mayoría de los casos trabajamos con gente que fue ejecutada y su cuerpo quedó en la vía pública o en una casa y después fue enterrada. Esta vez era gente que fue arrojada de un avión, eso fue un poco diferente. Pero muy pocos de los que fueron arrojados al mar o al río llegaron a la costa y podrían ser identificados.
–¿Cómo se relacionan con los familiares? Identificar un cuerpo implica la culminación de la búsqueda pero a la vez la certeza de la muerte.
–Cuando notificamos a los familiares es un momento terrible, muy duro para ellos, pero también ellos mismos dicen que significa poder cerrar algo, tener un lugar concreto en un cementerio, saber la verdad de lo sucedido y también poder contar con pruebas más concretas para la Justicia. Pero es la certeza de la muerte, que es un momento terrible.
–¿En comparación con otros países hay alguna particularidad de Argentina en este proceso?
–Sí. Creo que al ser en Argentina la población afectada mayoritariamente urbana es muy diferente de como se toma el tema de la muerte. En otros países el concepto de familia es más extendido y hay otro tipos de rituales. Acá es más individual, más privado. Por diferentes razones en Argentina fue mucho mas difícil aceptar que los desaparecidos estuvieran muertos. En otros países es una posibilidad latente, pero acá siempre fue difícil. Lo interesantes es que después de 28 años esto continúa. En España hace cinco años empezaron a buscar gente asesinada en la época de Franco. Encontrar los muertos y saber que pasó es una necesidad universal. Cada persona que se identifica vuelve a ser quien era. Volver a dar nombre y apellido a un cuerpo es también en algún sentido recuperar su vida, su historia y una posibilidad menos de impunidad. Y Argentina es un ejemplo en la búsqueda de verdad y justicia, aunque visto desde acá parezca que no.
–¿Cómo es el trabajo del Equipo, la rutina para llegar a la identificación de los cuerpos de desaparecidos?
–Lo que lleva más tiempo es la investigación preliminar: relevar las fuentes documentales como archivos judiciales, policiales, libros de cementerios, partidas de defunción, huellas dactilares de cuerpos que han aparecido, las huellas dactilares originales de gente desaparecida. Esa información se suma los testimonios de gente que tuvo militancia política o/y estuvo secuestrada en un centro de detención y nos puede ayudar a reconstruir qué pasó. A eso se llega por el esfuerzo de mucha gente que aporta su testimonio.
–¿Ya tienen localizados los lugares donde hubo enterramientos clandestinos o van descubriendo nuevos?
–Los lugares son los cementerios. Por lo menos en Buenos Aires la gente fue enterrada en cementerios. No tenemos datos concretos de gente enterrada en otro lugar, más allá de versiones dentro de la ESMA. En general fueron enterrados como NN, o a veces con alguna identificación, en cementerios municipales. En otras partes del país pasa más o menos lo mismo, aunque hay denuncias que estamos investigando de enterramientos fuera del cementerios, como en Córdoba, en La Perla, donde estamos trabajando hace tiempo. También estamos haciendo algo en Santa Fe y en Entre Ríos.
–En Córdoba se descubrió una fosa común en el cementerio de San Vicente. ¿Cuántas personas fueron identificadas?
–Por ahora seis. Las identificaciones se aceleraron con el trabajo que está haciendo el Laboratorio de Inmunogenética y Biología Molecular en Córdoba, que gracias al apoyo del gobierno argentino se pudo dotar de equipamiento y reactivos.
–La de Córdoba y la del cementerio de Avellaneda, hallada hace años, serían las dos fosas comunes grandes que se han descubierto.
–Son los dos casos donde quedan mayor cantidad de cuerpos de los que ya exhumamos para identificar.
–¿En Córdoba cuántos cuerpos se encontraron?
–Desde la primera fosa común hasta las otras fosas que se encontraron debajo del crematorio del cementerio de San Vicente estamos hablando de 250 cuerpos. Pero no todos pertenecen a personas desaparecidas. Unos 40 o 50 pueden ser de personas desaparecidas. Hay un trabajo que, además del análisis genético, consiste en tratar de ubicar a más familiares. Es una tarea muy lenta porque no se ubica a la gente o tarda en responder. Tiene sus tiempos.
–¿Cuántos cuerpos de desaparecidos identificó el equipo?
–Aproximadamente unas 250 personas en estos 21 años. Hay casos en los que no se encontró el cuerpo pero sí las huellas dactilares que indican que una persona murió en tal lugar y que el cuerpo pasó a osario en un cementerio y podemos informar de eso a las familias. Después hay unos 150 o 180 casos que están bajo análisis, de diferentes cementerios en los que recuperamos cuerpos. Estamos avanzando en los análisis genéticos y en ubicar a familiares. También estamos tratando de recuperar cuerpos que fueron exhumados mal en el ’82, ’83, ’84, que recuperamos de la asesoría pericial de La Plata, donde estaban las bolsas en cajas sin ningún tipo de análisis y ahora los estamos procesando. Son casos muy difíciles porque se modificaron mucho o se destruyó parte de los restos. Son casos que se sacaron de cementerios bonaerenses con palas mecánicas o con sepultureros sin ningún tipo de cuidado.
–¿Qué caso le resultó particularmente impactante?
–En otros países lo que impacta es la masividad. En El Salvador o Guatemala es habitual ver fosas con 100 o 150 chicos o pueblos enteros destruidos, tierra arrasada. Hay un nivel de masividad en Africa que uno no está habituado a ver en Argentina. En Bosnia trabajamos con fosas de 200 o 300 personas.
–¿Trabajan en lugares donde los conflictos continúan?
–Entre noviembre del año pasado y enero de este año trabajamos en Sudán, para la Comisión de Investigación de la ONU sobre Darful, donde era una situación de conflicto presente. La gente te decía: "Ustedes se van ahora, pero nos vuelven a atacar a la noche cuando salimos de la aldea a buscar agua o leña". Eso se puede palpar en el día a día.
–¿Se pueden encontrar archivos en Argentina?
–No se si habrá un archivo único que nos diga qué pasó con cada persona. Pero hay diferentes archivos oficiales que si uno sabe encontrar, leer e interpretar, pueden aportar información.