Argentina: La lucha continúa
|
Inflación a puertas cerradas
Enrique M. Martínez
Saber Como*
¿Por qué suben los precios en un país? Según la teoría más primaria, porque
hay un exceso de demanda. Esto es: porque la gente tiene mucho dinero en el
bolsillo, con el cual ejerce presión sobre los productores de bienes, quienes a
su vez tienen su capacidad de manufactura colmada y aumentan su ganancia
elevando los precios. Por esto las recetas de manual prescriben una reducción de
la cantidad de moneda en circulación, o sea disminuir el crédito y la emisión
monetaria, frenando además los posibles aumentos de salarios.
Andrés Rábago, humorista gráfico español.
Sin embargo, en la Argentina actual casi la mitad de la población está bajo la
línea de pobreza o con problemas de desempleo. Como hecho correlativo, salvo
excepciones parciales, la capacidad ociosa de la industria sigue siendo alta. Ni
qué decir de la producción de alimentos, en la que Argentina produce bienes en
claro exceso por sobre la demanda potencial. Simplificando: en una primera
mirada, no se cumple ninguna de las condiciones básicas para que haya inflación.
Entonces: ¿Por qué suben los precios en ESTE país?.
Nuestra interpretación - dura, pero que nos convence - es:
Primero: luego de varios años de tener tanta gente fuera del consumo, los
llamados excluidos, son enteramente excluidos; no existen para el mercado, ni
siquiera como expectativa de consumo futura. El mercado verdadero es el de un
país más chico que el real, un país con 20 millones de personas. Es en este
universo donde se analiza si la gente tiene más dinero en el bolsillo. Y
efectivamente, en este momento, esta fracción de argentinos dispone de algún
peso más que hace dos años.
Segundo: las empresas que atienden el mercado de 20 millones se han ido
concentrando enormemente, tanto en el segmento de comercialización final
(hipermercados) como en la etapa de producción industrial. Esa concentración les
permite manipular los precios a la suba, frente a la mera expectativa de bonanza
por parte de quienes compran.
Llevando la situación argentina actual hacia el modelo teórico simple, podríamos
decir que hay mayor liquidez en el segmento de población con demanda efectiva, y
enfrente hay una oferta oligopólica, con capacidad de administrar sus precios de
venta. Frente a esto, el gobierno reitera cierta visión estándar, que en tal
marco parece lógica: apunta a restringir la liquidez de los que tienen dinero y
procura negociar con los formadores de precio.
Lo verdaderamente preocupante para el futuro del país es que el diagnóstico, y
la hipotética solución al brote inflacionario, omiten tener en cuenta y
contestar algunas preguntas centrales:
1 - ¿Y con los 18 millones de compatriotas que están afuera del mercado, que
hacemos? Porque con la lógica anterior, si pudieran consumir, aumentaría la
inflación.
2 - ¿Y con la oferta oligopólica que hacemos? Porque si se torna ineludible
negociar todo el tiempo con ellos para contener la inflación, se convertirán en
el verdadero poder de la República.
Por supuesto que la inflación es una enfermedad peligrosa. Por supuesto que es
necesario controlarla. Pero en este momento de la vida argentina estamos
intentando hacerlo sin todos los actores necesarios en el escenario.
Intentamos sostener que el único diseño sustentable para Argentina hoy, es el de
un país con 38 millones de consumidores, que se aprovisionen a partir de una
oferta múltiple, que compita en calidad y en precios. Para esto faltan
consumidores y faltan productores y comercializadores.
Sobre los ejes de la inclusión, para conseguir que todos trabajemos y
consumamos, ya hemos presentado algunos aportes, tanto en esta publicación, como
en otros documentos. Permítasenos esbozar, aquí y ahora, algunas ideas sobre la
forma de aumentar la competencia, especialmente en la oferta de los bienes
básicos para la vida cotidiana.
Para reducir la concentración en la oferta de bienes es necesario actuar sobre
dos cuestiones: la posibilidad de comprar y vender, por un lado; la posibilidad
de producir con calidad y costo adecuados, por el otro.
Comprar y vender
Los hipermercados tienen costos operativos más altos que un pequeño
supermercado. Su ventaja competitiva, en realidad, se funda en su poder
económico y financiero de compra, que elimina intermediarios en la cadena de
comercialización, les permite negociar mejor con la industria grande, y
establecer una relación asimétrica con los pequeños y medianos productores, que
muchas veces se traduce en la imposición de condiciones abusivas de precio,
pago, consignación, devolución, etcétera. En ese marco, una política recomendada
es fortalecer el poder de compra de los comercios más pequeños, locales con
hasta 4 a 5 cajas, con dos mecanismos en paralelo:
A - Promover, con una combinación de estímulos crediticios y de desgravación
impositiva, la creación y fortalecimiento de clubes de compra directa de
comerciantes a productores, pensados como figuras estables y de largo plazo.
B - Prohibir por ley, a imagen y semejanza de la normativa norteamericana desde
hace 70 años, que un productor venda el mismo bien a dos precios distintos, y en
condiciones comerciales diferentes, en puerta de su fabrica. Esta legislación,
discutida, violada, modificada varias veces, ha servido sin embargo, para tener
siempre presente la necesidad de defender la igualdad de oportunidades en el
sector comercial.
Una tercera medida, que resulta la opuesta de la equivocada política aplicada
desde hace ya muchos años, es desgravar a los pequeños comercios en lugar de
desgravar a los grandes hipermercados. Tanto a escala municipal, como provincial
y nacional, se pueden reducir tributos que amplíen las opciones de bocas de
expendio, sin afectar en ninguna medida relevante los ingresos públicos.
Más productores con calidad y costos adecuados
Las economías de escala en los sectores de producción de bienes básicos son muy
modestas. No se justifica la concentración y la tendencia al gigantismo; menos
aún el abuso de poder económico, que permite invertir enormes sumas en
propaganda o realizar prácticas de dumping, vendiendo bajo el costo para
desplazar un competidor.
Hay un punto, sin embargo, que sí se puede asociar positivamente con la
disponibilidad de recursos: el acceso a la mejora de la tecnología y a la
organización para cuidar la calidad. Se necesita tener alguna espalda para
pensar en la mejora continua en una empresa, sin tener que correr del banco al
proveedor, de ahí al distribuidor, al contador y vuelta a la ronda.
Este aspecto también es válido para los comerciantes pequeños.
Toda unidad económica pequeña, o aún mediana, necesita incorporar de manera
continua mejoras a su proceso y a su gestión, sin un solo momento de descanso.
En apoyo de esta afirmación casi dogmática, podríamos tomar como referencia la
experiencia que el INTI esta llevando adelante con la Agencia de Cooperación
Japonesa (JICA) para ayudar a 23 empresas autopartistas, en cuatro zonas del
país, para mejorar sus costos mediante la reducción de sus existencias
intermedias de materiales e insumos en proceso. El trabajo terminará recién en
marzo de 2006, pero las evidencias de posibilidad de mejora son tan categóricas
- especialmente a partir de la información transmitida por los consultores
japoneses - que hasta es legítimo preguntarse cómo algunas empresas pueden
trabajar y competir. Por supuesto, esta pregunta tiene una sola respuesta:
amortizando los sobrecostos de la ineficiencia organizativa a expensas de los
salarios, que son más reducidos de lo que podrían ser.
Nuestra idea es que con una labor sistemática, con importante peso y compromiso
del Estado en ella, se puede hacer competitivas muchas pequeñas unidades, tanto
en el mercado interno, como para habilitarlas a exportar. El instrumento es el
mejor uso de la tecnología dura y blanda. En muchos casos la organización es el
factor central. Y simultáneamente podrán pagar mejor a su gente.
Este camino conceptual debería romper la trampa ideológica que sostiene que un
pequeño productor solo puede competir pagando poco o en negro a sus empleados,
como un hecho irremediable. Aceptar esta premisa nos llevaría a concluir que al
fin y al cabo la única manera de gestionar la economía es con las grandes
empresas. Los efectos de esa lógica son perversos, tanto para la economía cuanto
para la democracia, porque llevan a subordinar la política pública a la
negociación con un puñado de corporaciones. No dudamos en afirmar que por esa
vía no habrá una mejor calidad de vida para todos.
Son miles los actores empresarios nacionales que adecuadamente asesorados y
supervisados pueden sumar su oferta en toda la cadena agroalimentaria, en la
vestimenta, en los muebles, en todo tipo de artefactos para el hogar y el
esparcimiento. Se trata de un vacío clave a llenar si es que queremos hablar de
economía de mercado en serio; si queremos evitar una economía regimentada, solo
que en lugar del Estado, esa conducción la realizan menos de 100 grupos
económicos.
El tratamiento tradicional de la inflación en los términos del escenario
económico actual nos permite calificarla de inflación a puertas cerradas. Fuera,
'la ñata contra el vidrio', están 18 millones de personas y seguramente más de
100.000 empresarios o candidatos a serlo. Los necesitamos adentro. En tal
escenario, podrían subsistir los problemas de inflación. Pero en ese caso, serán
otros - bien distintos - los instrumentos a utilizar para calmar la fiebre. No
deberíamos perder de vista las prioridades.
* Enrique M. Martínez es Presidente del INTI (Instituto Nacional de Tecnología
Industrial).