Argentina: La lucha continúa
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Baseotto era el vicario castrense del odio
por Hugo Alberto de Pedro
Los diarios argentinos le han dado una suprema importancia a la "tirante"
relación entre el Gobierno argentino y la Iglesia Católica -apostólica y romana
ella- a partir de las barbaridades dichas por el Obispo Vicario Castrense
Antonio Baseotto; que no han hecho más que confirmar el más íntimo pensamiento,
sentimiento también, de muchos de los representantes del Vaticano en nuestro
país.
Por ejemplo estos son los titulares de algunos de los periódicos nacionales:
Dura respuesta del Vaticano al Gobierno (Clarín). Severa advertencia de la Santa
Sede (La Nación). Conflicto Abierto (La Prensa). Respuesta a la decisión de el
Vaticano de ratificar al obispo (La Razón). Dura respuesta del Vaticano a la
remoción del obispo Baseotto (Ámbito Financiero), Cancillería informará al
Vaticano la remoción de Baseotto (Infobae). Crece la crisis entre el Gobierno y
la Iglesia (El Cronista Comercial). El jefe de gabinete rechaza críticas del
portavoz del Vaticano (Buenos Aires Herald).
El origen de la discordia fue una carta enviada al ministro de Salud por el
clérigo de los feligreses de las botas y los uniformes, o sea los militares, en
la cual sostenía: "La multiplicación de los abortos que usted propicia con
fármacos conocidos como abortivos es apología del delito de homicidio... Cuando
usted repartió públicamente profilácticos a los jóvenes, recordaba el texto del
Evangelio donde nuestro Señor afirma que 'los que escandalizan a los pequeños
merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar'".
Terrible apreciación sacerdotal sobre un tema como es el aborto que, por culpa
de nuestra democracia representativa, no es tratado con la seriedad que merece
su despenalización. Aunque sí es realizado, sin distinción de gustos religiosos,
por aquellos que poseen los medios económicos necesarios para asegurar su
correcta práctica y condenando a los más pobres a serios riesgos de vida al
realizarlos en condiciones asépticas.
Para cualquier argentino bien nacido y poseedor de buena memoria es insoportable
que una diferencia, absurda por cierto, sobre el tema del aborto pueda ser
dirimida con el envío al mar de un ser humano. Esto es condenable en cualquier
lugar del mundo. En un país como la Argentina toma dimensión especial ya que
muchos tuvieron ese destino en tiempos de la dictadura genocida militar en sus
planificados "vuelos de la muerte", donde sus asesinos uniformados hacían
"desaparecer a los ya desaparecidos" de la faz de la tierra, y luego contaban
con la contención religiosa que ofrecían sus capellanes.
Para el señor Baseotto, con mis disculpas a todos los hombres de bien que
también son llamados señores, la muerte es la solución a las diferencias de
opiniones. Eso lo aprendió y cultivó en sus andanzas eclesiásticas por la
provincia de Santiago del Estero en los tiempos que era obispo y alcahuete del
feudalismo instalado a fuerza de los grupos de inteligencia policiales.
Obviamente que su impronta clerical, de la calaña más conservadora, lo ubicó
siempre al lado de aquellos que estuvieron en contra del estado de derecho y que
desde el año 2002 lo siguió alimentando en los cuarteles. Esos lúgubres sitios
desde donde jamás salieron gestos de arrepentimiento sobre las decenas de miles
de desapariciones, y desde donde los capellanes transmitían el odio contra los
civiles y la democracia a los soldados conscriptos durante muchos años.
En consecuencia esperar que desde la Santa Sede -desde hace mucho tiempo sin que
alguien la represente y la dirija política ni espiritualmente- exista un
reconocimiento de otro exceso de uno de sus obispos es comprensible. Es parte de
sus lógicas de clase. Esas lógicas que defienden lo indefendible como en el caso
de Baseotto.
Ahora bien, qué pretenden los medios al gastar páginas en analizar desde el
punto de vista diplomático un tema que únicamente puede ser abordado desde la
máxima condena humana. Y hasta religiosa si se me permite en honor a muchos
sacerdotes y obispos que siempre han sabido estar a la altura del pueblo más que
a los designios y órdenes de "sus santidades", "sus conferencias episcopales" y
"sus cardenales primados".
Algo podría cambiar solamente si todos y cada uno de los miles de sacerdotes que
imparten la fe cristiana apostólica y romana, a lo ancho y largo del país, pidan
perdón por tener como compañero de profesión a éste inmoral y fascista; ahora
muy bien despedido por el Gobierno Nacional como Vicario Castrense.
Algo también podría cambiar si desde el Gobierno Nacional se mantiene la
posición tomada y no se trata de "arreglar" el tema de alguna forma. Porque
mienten aquellos que desde el Vaticano o "sus sucursales" manifiestan que en
Argentina se violan las libertades religiosas o los acuerdos religiosos
internacionales.
Deberían saber en Roma que en la Argentina a millones de habitantes todos los
días se les violan derechos muchos más supremos como son los de comer,
alimentarse, curarse, educarse y ser felices. Y que no son mantenidos por el
Estado, que no se trasladan en automóviles oficiales, que no cobran sueldos de
cinco mil pesos, que no poseen residencias especiales y que no poseen los platos
llenos de comida. En Argentina ya no podemos tolerar a los ilustrísimos "Baseottos";
y si el reverendísimo y excelentísimo Nuncio Apostólico Adriano Bernardini lo
quiere defender que se lo lleve a la Santa Sede.
Esto hay que decirlo sin tapujos ni medias tintas porque así lo exige la memoria
y el reconocido recuerdo que tenemos de dignas religiosas como Alice Domon y
Leonie Renée Duquet; y religiosos como Enrique Angelelli, Salvador Barbeito,
José Barletti, Carlos de Dios Murias, Pedro Dufau, Héctor Ferreiros, Alfredo
Kelly, Alfredo Leaden, Gabriel Longueville y Carlos Mugica.
20 de marzo del 2005